Cine y valores
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Tiempos modernos

(Modern Times, Charles Chaplin 1935)

Utiliza el humor como arma para despojar máscaras de hipocresía y prepotencia. El amor, el sentido de la justicia, la elegancia interior que caracterizan al personaje, brotan en medio de un mundo hostil, duro, implacable. Pero la ironía, la mirada directa, la simplicidad... sugieren -eso es el arte- que la última palabra son el amor y la esperanza, que camina siempre de la mano diciendo: "¡Nos las arreglaremos!".

Charles Spencer Chaplin nació en 1889 en el seno de una humilde familia de actores judíos. Vivió una infancia llena de amargura en el gris y triste East End londinense. Perdió a su padre, bebedor empedernido, cuando tenía cinco años, edad en la que el pequeño Charlie actuó por primera vez en un escenario. La extrema pobreza de la familia es descrita por su hermano Sidney del siguiente modo: "Vivíamos en una miserable habitación y con frecuencia nos encontrábamos sin nada que comer. Ni Charlie ni yo teníamos zapatos. Recuerdo todavía que nuestra madre se quitaba los suyos para prestárnoslos a uno de nosotros cuan teníamos que ir a mendiga la "sopa popular", única comida que recibíamos en todo el día". Su madre enloqueció y tuvo que ser internada, mientras que Charlie fue llevado a un asilo: "Todo está en mi memoria -escribe-, el barrio de Lambeth, su miseria y su mugre".

Pasó por todo tipo de trabajos en el teatro, pero en 1916, ya en Hollywood, consigue convertirse en estrella del cine mudo. Su personaje de Charlot se convirtió en uno de los primeros mitos universales creados por el nuevo arte cinematográfico: ¿Se puede ser al mismo tiempo miserable y caballero, insignificante y magnífico? El vagabundo romántico de sombrero de hongo y grandes zapatos es un frágil hombrecillo que sin embargo inspira un aire de dignidad y grandeza, una cálida dimensión humana tras la pantomima del payaso. Su mirada directa, sus ademanes de gentleman tras una apariencia vulgar y zafia, denotan una poderosa vida interior, ingenua, no obstante, como la de un niño. No necesita decir nada: le basta un gesto, una mirada, el arqueo de sus cejas... "La palabra es fuente de malentendidos." (St. Exupéry)

Utiliza el humor como arma para despojar máscaras de hipocresía y prepotencia. El amor, el sentido de la justicia, la elegancia interior que caracterizan al personaje, brotan en medio de un mundo hostil, duro, implacable. Pero la ironía, la mirada directa, la simplicidad... sugieren -eso es el arte- que la última palabra son el amor y la esperanza, que camina siempre de la mano diciendo: "¡Nos las arreglaremos!".

LA MODERNIDAD

Pero extendamos la mirada. El mundo en que Chaplin vive es el de la Revolución industrial de los albores del siglo XX. Todo parece anunciar que el mundo camina hacia una inminente plenitud de bienestar, prosperidad, lujo... fruto del progreso y el avance de la ciencia y de la industria. Toda una mentalidad -fraguada a lo largo de cuatro siglos- parece poner de manifiesto el triunfo de una Razón autónoma y autosuficiente: "hacer, saber, dominar" se dan la mano. La fabricación cada vez más pujante de bienes de consumo, el crecimiento de las grandes ciudades industriales, vertiginosas y sucias, promueve una nueva forma de entender la vida y de vivirla. Es la quimera del progreso, el triunfo de las máquinas, de las cadenas de producción a gran escala, de los grandes negocios... pero también de las extensas bolsas de pobreza y de marginación.

La racionalidad ilustrada convertida en ciencia, aplicada al dominio del mundo, hace que la eficacia y la prosperidad económica se conviertan en los valores supremos, por encima de la verdad, la honestidad, la magnanimidad, el amor...

Pero están también los pobres. Y entre ellos, perdedores y arrollados por la maquinaria social y técnica, se esconden aún tesoros puros de dignidad humana. "El amor es una generosidad que se puede permitir el último de los pobres" (Tagore). A su alrededor, como una maquinaria gigantesca, se despliegan el progreso ilimitado y sus aliados, la industria y el dinero, que se sirven de las personas como de las piezas de un engranaje. La crisis de la economía capitalista del momento (1929) arrollará implacable a los más desamparados. ¿De dónde puede venir entonces de la esperanza: de la revolución o del amor?

"TIEMPOS MODERNOS"

Frente al aparato social deshumanizado se alzan la abnegación, la generosidad, la fidelidad, la alegría interior, el amor... Se hace patente a pesar de todo la grandeza de la naturaleza humana, del espíritu, sobre la máquina. El amanecer en la escena final sugiere horizontes de esperanza para la fuerza indomable del amor humano.

En esta película, rodada entre 1934 y 1935, se ofrecen varias expresiones de un mismo argumento: el enfrentamiento entre la máquina -lo mismo la máquina industrial que la maquinaria legal y social de una sociedad en la que un hombre es solo "un millón de hombres partido por un millón" (A. Koestler)- y el individuo, el hombre reducido a soledad, que se debate en su seno como zarandeado y engullido por fuerzas que lo dominan.

El contenido de la película, no obstante, ofrece más lecturas. Desde 1926, con "El cantor de jazz", el cine había introducido el sonido. Para Chaplin eso significaba una pérdida trágica para un género artístico en que el actor tenía que protagonizar las historias que se cuentan. Y por eso se resiste ha hacer sine sonoro. Lo que el arte quiere y debe expresar, según Chaplin, ha de sugerirse, no puede decirse con palabras, las excede. La realidad con todas sus dimensiones y su diversidad, la vida -las vidas-, el corazón humano... no pueden ser petrificados, reducidos a palabras. Sólo el actor, con su mera expresión gestual, su mirada, es el protagonista de su vida, sirviéndose de los recursos a su alcance, excepto la palabra, esa palabra enlatada que no puede sugerir, que cuenta pero no muestra, porque "una imagen vale más que mil palabras". Con la palabra hablada ya no queda lugar para la imaginación, para la complicidad y la recreación emocional del espectador.

Y así, casi diez años después, Charles Chaplin se decide a hacer cine sonoro. Pero en Tiempos modernos quienes hablan son... las máquinas: un gramófono, una radio, incluso una pantalla de televisión -la televisión se inventó doce años más tarde-. Los actores, el propio ser humano dice más sin "decir" nada. También en el cine el ser humano está siendo relegado por la técnica, del sonido en este caso.

Se escucha por vez primera, es cierto, la voz real de Chaplin cantando una canción en la que pierde la letra y ha de improvisar sonidos sin significado alguno. Lo que no impide que su expresividad y sus gestos "hablen" por sí solos.

En Tiempos modernos, se muestra también la desigual batalla en la que la maquinaria administrativa, la legal y judicial, la del trabajo en cadena, embiste, asfixia, engulle literalmente y atropella a las personas, especialmente las que viven en la pobreza. La pareja protagonista es un claro ejemplo: el obrero explotado, como una oveja del rebaño social o una pieza del engranaje de una gigantesca maquinaria, la huérfana, el encarcelamiento por robar una barra de pan, el paso reiterado por la comisaría o la cárcel, la persecución policial...

Frente al aparato social deshumanizado se alzan la abnegación, la generosidad, la fidelidad, la alegría interior, el amor... Se hace patente a pesar de todo la grandeza de la naturaleza humana, del espíritu, sobre la máquina. El amanecer en la escena final sugiere horizontes de esperanza para la fuerza indomable del amor humano.

Estamos, desde el punto de vista cinematográfico, ante una obra maestra de la historia del cine. Charles Chaplin es un verdadero orfebre, un genio asombroso: guión, dirección, interpretación, composición de la banda musical, casting... todo ofrece una sincronía perfecta. Los continuos e imperceptible gestos de caballerosidad -la americana siempre abrochada, el palillo el uso del felpudo en la misérrima chabola, la cesión del paso, la noche pasada en la carbonera, la limpieza del sombrero... hablan entre bromas y veras de una exquisita elegancia interior.

Chaplin es capaz de saltarse una elemental norma del cine -no mirar a la cámara- para hacer al espectador cómplice de sus perplejidades y de su estado interior, dramáticas unas, hilarantes las otras. Todo responde a una milimetrada coreografía. Ningún detalle ha quedado a la improvisación. Es la elegancia del trabajo bien hecho, la belleza honda de quien cuenta una historia que llega al corazón y lo eleva en su dignidad.


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