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TERESA Y EL AMOR DE AMISTAD VERDADERO

“1. Es cosa extraña qué apasionado amor es éste, qué de lágrimas cuesta, qué de penitencias y oración, qué cuidado de encomendar a todos los que piensa le han de aprovechar con Dios para que se le encomienden, qué deseo ordinario, un no traer contento si no le ve aprovechar. Pues si le parece está mejorado y le ve que torna algo atrás, no parece ha de tener placer en su vida; ni come ni duerme sino con este cuidado, siempre temerosa si alma que tanto quiere se ha de perder, y si se han de apartar para siempre, que la muerte de acá no la tienen en nada, que no quiere asirse a cosa que en un soplo se le va de entre las manos sin poderla asir. Es -como he dicho- amor sin poco ni mucho de interés propio. Todo lo que desea y quiere es ver rica aquella alma de bienes del cielo. (...)

3. Estotra voluntad no es así. Aunque con la flaqueza natural se siente algo de presto, luego la razón mira si es bien para aquella alma, si se enriquece más en virtud y cómo lo lleva, el rogar a Dios la dé paciencia y merezca en los trabajos. Si ve que la tiene, ninguna pena siente, antes se alegra y consuela; bien que lo pasaría de mejor gana que vérselo pasar, si el mérito y ganancia que hay en padecer pudiese todo dársele, mas no para que se inquiete ni desasosiegue.

4. Torno otra vez a decir que se parece y va imitando este amor al que nos tuvo el buen amador Jesús; y así aprovechan tanto, porque no querrían ellos sino abrazar todos los trabajos, y que los otros sin trabajar se aprovechasen de ellos. Así ganan muy mucho los que tienen su amistad; y crean que, o los dejarán de tratar -con particular amistad, digo- o acabarán con nuestro Señor que vayan por su camino, pues van a una tierra, como hizo Santa Mónica con San Agustín. No les sufre el corazón tratar con ellos doblez, porque si les ven torcer el camino, luego se lo dicen, o algunas faltas. No pueden consigo acabar otra cosa. Y como de esto no se enmendarán ni tratan de lisonja con ellos ni de disimularles nada, o ellos se enmendarán o apartarán de la amistad… Las motitas ven. Digo que traen bien pesada cruz.

5. Esta manera de amar es la que yo querría tuviésemos nosotras. Aunque a los principios no sea tan perfecta, el Señor la irá perfeccionando. Comencemos en los medios, que aunque lleve algo de ternura, no dañará, como sea en general. Es bueno y necesario algunas veces mostrar ternura en la voluntad, y aun tenerla, y sentir algunos trabajos y enfermedades de las hermanas, aunque sean pequeños; que algunas veces acaece dar una cosa muy liviana tan gran pena como a otra daría un gran trabajo, y a personas que tienen de natural apretarle mucho pocas”. (Camino de Perfección, capítulo VII)

Habla Santa Teresa de Jesús del amor que ha de cultivarse entre las hermanas del monasterio. Se detiene nuestra Santa, nada menos que en cuatro capítulos de Camino de Perfección, en diferenciar el verdadero del falso amor de amistad. Sabe de la fragilidad de nuestra naturaleza humana; pero mucho más de lo que nos conviene para crecer en el Amor que forzosamente ha de tener como fin y razón a Dios (“capitán del amor”) y, como reverso, el amor al prójimo. Pues ¿qué son monasterios y conventos sino escuelas para conseguir el verdadero Amor, donde se aprende a vivir y a morir por quien decimos amar? La sucesión apasionada de exclamaciones con que comienza el texto son pinceladas expresivas del lícito amor de amistad, lo mismo que la ternura final.

De los amores de perdición no quiere para el convento ni que se nombren, pues hasta mencionarlos hacen daño. Escribe (CP cap. VII, 2) “Este no hay para qué tomarle nosotras, hermanas, en la boca, ni pensar le hay en el mundo, en burlas ni en veras oírle, ni consentir que delante de vosotras se trate ni cuente de semejantes voluntades. Para ninguna cosa es bueno, y podría dañar aun oírlo.”

Teresa escribe para discernir “estotros lícitos, como he dicho, que nos tenemos unas a otras, o de deudos y amigas.” (Ibíd.)

Los consagrados no son seres fantasmales que deambulan etéreamente por pasillos, celdas, claustros, coros o iglesias. Son como dice la Santa “almas reales, almas generosas” que, aunque “no se contentan con amar cosa tan ruin como estos cuerpos, por hermosos que sean, por muchas gracias que tengan, bien que place a la vista y alaban al Criador.” (CP VI, 4) de las que incluso, concede en el punto 5, como si fuera una controversia imaginada “Diréisme: esos tales no sabrán querer ni pagar la voluntad que se les tuviere". Teresa de Jesús rechaza tal opinión y aún desea más “Plega al Señor sea así que lo sepáis de la manera que hace al caso, imprimido en las entrañas; pues si lo sabéis, veréis que no miento en decir que a quien el Señor llega aquí tiene este amor.”

Con sagacidad sale en defensa del saludable amor de amistad Todo “el tratadillo” es delicioso por su realismo sicológico y su espontáneo decir. El capítulo VII, del que sólo puedo reproducir un fragmento es un canto a aquel amor de benevolencia que garantiza el amor en plenitud para cualquier ser humano. No resultaría demasiado dificultoso aplicarlo analógicamente al amor matrimonial, hombre y mujer, por ejemplo. El capítulo VII es un tratado de amor pensado para las monjas del Carmelo; pero se transforma en un tratado universal en el que se define la naturaleza del verdadero amor por la capacidad para dar “alma, vida y corazón” por quien amamos, por el otro, desinteresadamente; y lo que es más importante: procurando siempre el bien del otro.. Es tan fácil olvidar que es el cielo nuestra morada definitiva, que todos los mayores afanes se nos van por lo efímero y pasajero y no por el destino eterno de quien decimos amar. Resalto estas palabras de la Santa: “Es -como he dicho- amor sin poco ni mucho de interés propio. Todo lo que desea y quiere es ver rica aquella alma de bienes del cielo”.


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