Semíramis, la hija del aire
Pedro Calderón de la Barca
La leyenda
La leyenda histórica de Semíramis, la fabulosa reina de Asiria, se difundió en la edad clásica, en la Edad Media y en el Renacimiento, enriqueciéndose con muchas peculiaridades, algunas de las cuales eran opuestas entre ellas. De tal modo fue como se describió de cuando en cuando como reina hábil, valiente guerrera, promotora de grandes obras civiles, mujer de elevadas capacidades pero también fémina sensual, pérfida y cruel, que hacía matar a sus amantes tras haber gozado con ellos ampliamente, capaz incluso de desear sexualmente a su hijo Ninias, quien horrorizado la matará al final. Otras fuentes hablan de Semíramis transformada en paloma y después venerada como diosa.
Resumen y valoración
Pero volvamos a La hija del aire. Calderón conserva algunos elementos de la leyenda tradicional y rechaza decididamente otros: por ejemplo, todos aquellos que tienen que ver con el frenesí erótico de la protagonista y su concupiscencia del hijo. Los motivos de la tradición conservados son, sobre todo, el antecedente de su nacimiento por un estupro; su salvación a través de los pájaros; sus comportamientos sin escrúpulos con las trágicas consecuencias, primero de Menón, y después de Nino; el episodio de Semíramis como reina guerrera que interrumpe su acicalamiento en el tocador para incorporarse a la batalla y, una vez victoriosa, regresa al cuidado de su belleza; la sustitución del hijo Ninias, heredero legítimo del trono, aprovechándose de la extraordinaria semejanza entre madre e hijo; y el desvanecimiento en el aire tras la muerte.
Pero sobre estos elementos tradicionales, Calderón -ejerciendo una reescritura consciente- introduce en la trama motivos propios como, por ejemplo, el aislamiento de Semíramis en una gruta inaccesible para preservarla de un destino nefasto ya anunciado en su nacimiento, el salvamento del rey Nino arrebatado por un caballo desbocado, las intrigas amorosas de personajes de la corte, los distintos comportamientos de los generales Friso y Licas, la pareja de graciosos Chato y Serene, el importante personaje del hijo del Rey de Lidia, que se presenta en la Corte primero como Arsida y luego como Lidoro, y que tendrá el coraje de enfrentarse a Semíramis, echándole en cara sus culpas y, al final, como el hijo Irán, la vencerá en batalla, más una serie de personajes menores. Tantos y tan diversos elementos compositivos aparecen fundidos con extraordinaria habilidad teatral y estilística, e incluso diría con lúcido conocimiento de las expectativas de su público.
Al pastor de la leyenda que cría a Semíramis en su infancia Calderón lo sustituye por el sacerdote Tiresia, tutor y al mismo tiempo rígido custodio de la mujer, aislada en un lugar secreto (evidente analogía con el Clotaldo que custodia a Segismundo en La vida es sueño). Semíramis quiere oponerse a un destino maléfico ligado a su infeliz nacimiento y consciente, por medio de Tiresia,
Que había de ser horror
del mundo, y que por mí habría,
en cuanto ilumina el Sol,
tragedias, muertes, insultos,
ira, llanto y confusión
SEMÍRAMIS: No sé cómo mi valor
ha tenido sufrimiento
hoy para haberte escuchado
tan locos delirios necios,
sin que su cólera ardiente
haya abortado el incendio
que en derramadas cenizas
te esparciese por el viento.
Pero ya que esta vez sola
templada me he visto, quiero
ir, no por ti, mas por mí,
a esos cargos respondiendo.
Dices que ignoras si fue
aquel eclipse sangriento
del día que me juraron
o favorable o adverso;
y bien la causa pudieras
inferir por los efectos;
pues no agüero, vaticinio
sería el que dio sucesos
tan favorables a Siria
desde que yo en ella reino.
Díganlo tantas victorias
como he ganado en el tiempo
que esposa de Nino he sido,
sus ejércitos rigiendo,
Belona suya, pues cuando
la Siria se alteró, vieron
los castigados rebeldes
en mi espada su escarmiento.
Sobre los muros de Icaria,
cuando estaba puesto a cerco,
¿quién fue la primera que
la plaza escaló, poniendo
el estandarte de Siria
en su homenaje soberbio,
sino yo? ¿Quién esguazó
el Nilo, ese monstruo horrendo
que es, con siete bocas, hidra
de cristal, en seguimiento
de la rota que le di
al gitano Tolomeo?
En la paz, ¿quién las dio más
esplendor, lustre y aumento
a las políticas doctas
con leyes y con preceptos?
Pues cuando Marte dormía
en el regazo de Venus,
velaba yo en cómo hacer
más dilatado mi imperio.
Babilonia, esa ciudad
que desde el primer cimiento
fabriqué, lo diga; hablen
sus muros, de quien pendiendo
jardines están, a quien
llaman pensiles por eso.
Sus altas torres, que son
columnas del firmamento,
también lo digan, en tanto
número, que el sol saliendo,
por no rasgarse la luz,
va de sus puntas huyendo.
Pero ¿para qué me canso
cuando mis obras refiero,
si ellas mismas de sí mismas
son las corónicas? Luego
recibirme a mí con salva,
al jurarme, todo el cielo,
padecer de asombro el sol
y de horror los elementos,
pues siguieron favorables
a esta causa los efectos,
bien claro está que serían
vaticinios y no agüeros.
Decir que Menón lo diga
es otro blasón, si advierto
que ninguno pudo ser
mayor; pues ¿qué más trofeo
que morir desesperado
de mi amor y de sus celos?
En cuanto a que di a mi esposo
muerte, ¿no es vano argumento
decir que, porque me dio
antes de morir el reino
por seis días, le maté?
¿No alega en mi favor eso
más que en mi daño? Sí; pues
si vivía tan sujeto,
tan amante y tan rendido
Nino a mi amor, ¿a qué efecto
había de reinar matando,
si ya reinaba viviendo?
Y cuánto le adoré vivo,
como a Rey, esposo y dueño,
¿no lo dice un mausoleo
que hice a sus cenizas, muerto?
Decir que a Ninias, mi hijo,
de mí retirado tengo,
y que, siendo mi retrato,
parece que le aborrezco,
es verdad lo uno y lo otro;
que como has dicho tú mesmo,
no me parece en el alma,
y me parece en el cuerpo.
Y aunque tú que en lo mejor
me parece has dicho, es cierto
que en lo peor me parece,
pues sería más perfecto
si hubiera de mí imitado
lo animoso que lo bello.
Es Ninias, según me dicen,
temeroso por extremo,
cobarde y afeminado;
porque no hizo sólo un yerro
Naturaleza en los dos,
si es que lo es el parecernos,
sino dos yerros: el uno
trocarse con su concepto,
y el otro habernos trocado
tan totalmente el afecto,
que, yo mujer y él varón,
yo con valor y él con miedo,
yo animosa y él cobarde,
yo con brío, él sin esfuerzo,
vienen a estar en los dos
violentados ambos sexos.
Ésta es la causa por que
de mí apartado le tengo,
y por que del reino suyo
no le doy corona y cetro,
hasta que disciplinado
en el militar manejo
de las armas y en las leyes
políticas del gobierno,
capaz esté de reinar.
Mas ya que murmuran eso,
parte, Licio, y di a Lísias,
ayo suyo, que al momento
Ninias venga a Babilonia.
Verán su ignorancia, viendo
que es próvido en esta parte,
y no tirano mi intento.
Y agora, a la conclusión
de tus discursos volviendo,
¿de qué vienes de estos cargos,
Lidoro, a ponerme pleito?
Ya que no me dé a prisión,
sólo responderte quiero
que ya echas de ver que aquí
has entrado a hablarme a tiempo
que estaba entre mis mujeres,
consultando con ese espejo
mi hermosura, lisonjeada
de voces y de instrumentos;
y así, en esta misma acción
has de dejarme, volviendo
las espaldas; pues aqueste
peine, que en la mano tengo,
no ha de acabar de regir
el vulgo de mi cabello,
antes que en esa campaña
o quedes rendido o muerto.
Laurel de aquesta victoria
ha de ser; porque no quiero
que corone mi cabeza
hoy más acerado yelmo
que este dentado penacho,
que es femenil instrumento;
y así, me le dejo en ella
entretanto que te venzo.
Y aunque pudiera esperar,
fïada en aquesos inmensos
muros, el asalto, no
me consiente el ardimiento
de mi cólera que apele
a lo prolijo del cerco.
A la campaña saldré
a buscarte; pues es cierto
que cuando no hubiera tanto
número de gentes dentro
de Babilonia, ni en ella,
por Atlante de su peso,
estuviesen Friso y Licas,
hermanos en el aliento
como en la sangre, y los dos
generales por sus hechos
de mar y tierra, yo sola
hoy con mis mujeres pienso
que te diera la batalla,
porque un instante, un momento
sitiada no me tuvieras.
Y así, vete, vete presto
a formar tus escuadrones;
que si te detienes, temo
que la ley de embajador
su inmunidad pierda, haciendo
que vuelvas por ese muro,
tan breves pedazos hecho,
que seas materia ociosa
de los átomos del viento.
LIDORO: Pues si a la batalla intentas
salir, en ella te espero.
LICAS: Y en ella verás que tiene
vasallos cuyos esfuerzos
sus laureles aseguran.
LIDORO: En el campo lo veremos.
FRISO: Sí verás, tan a tu costa,
que llores, Lidoro, el verlo.
LIDORO: Quien menos habla, obra más.
LICAS: Pues a obrar más.
FRISO: A hablar menos.
LIDORO: Toca al arma.
LICAS Al arma toca.
SEMÍRAMIS: Yo, Friso, te lo diré.
FRISO: Pues decidme, ¿quién fue?
SEMÍRAMIS: Yo.
FRISO: Ya es otra la duda mía,
viendo que en aqueste punto
a la noche lo pregunto
y me lo responde el día.
¿Vos sois la que me llamáis?
SEMÍRAMIS: Yo os escribí aquel papel.
FRISO: Pues ¿cómo decís en él
que honor, vida y ser fiáis,
señora, de mi valor,
como mujer afligida?
SEMÍRAMIS: Porque mi honor, ser y vida,
ni es ser, ni vida, ni honor,
y de vos fïarlo intento,
porque sé que me servís
sólo vos.
FRISO: Bien lo advertís.
¿Qué mandáis?
SEMÍRAMIS: Estadme atento.
Yo...mas primero que aquí
mi pecho os descubra osado,
dedidme vos si restado
tendréis valor para...
FRISO: Sí.
SEMÍRAMIS: Pues ¿cómo de aqueste modo,
antes de oír para qué,
me respondéis?
FRISO: Porqué sé
que le tengo para todo.
SEMÍRAMIS: ¿Y daisme palabra hoy?
FRISO: Sí, señora.
SEMÍRAMIS: ¿Antes de oír
de qué?
FRISO: Sí, que esto es decir
que para todo os la doy.
Y porque confuso lucho,
cuanto imaginéis ofrezco
hacer; y si oírlo merezco,
decid.
SEMÍRAMIS: Escuchad.
FRISO: Ya escucho.
SEMÍRAMIS: Yo, de Nino mujer, y de él viuda,
reino en Siria.
FRISO: Mi pecho no lo duda.
SEMÍRAMIS: Corrió voz que alevosa
muerte le di.
FRISO: La envidia es maliciosa.
SEMÍRAMIS: Con esta acción Lidoro
a Babilonia vino.
FRISO: No lo ignoro.
SEMÍRAMIS: Díjome que crüel tiranizaba
a mi hijo el laurel.
FRISO: Presente estaba.
SEMÍRAMIS: Por él envié al instante.
FRISO: Sé que vino también; pasa adelante.
SEMÍRAMIS: Vencí a Lidoro en singular batalla.
FRISO: Tu peine lo dirá, no hay que acordalla.
SEMÍRAMIS: Volviendo vitoriosa,
hallé...
FRISO: Nobleza y plebe sospechosa.
SEMÍRAMIS: De Ninias esparcido el nombre al viento...
FRISO: Aun agora parece que lo siento.
SEMÍRAMIS: Del aplauso ofendida...
FRISO: Ya lo sé, que el dolor nunca se olvida.
Hasta aquí sé de tus desdichas graves.
SEMÍRAMIS: Pues oye desde aquí lo que no sabes.
Si al corazón que late en este pecho
todo el orbe cabal le vino estrecho,
¿qué le vendrá un retrete tan esquivo
que tumba es breve a mi cadáver vivo?
Yo, Friso, arrepentida
de verme, tan a costa de mi vida,
en mí misma vengada,
vivo, si esto es vivir, desesperada.
Esta quietud me ofende,
matarme aquesta soledad pretende,
angústiame esta sombra,
este pavor me asombra,
esta calma me asusta,
esta paz me disgusta,
y este silencio, en fin, tanto me oprime
que a un fatal precipicio me comprime.
Yo, pues, no quepo en mí, y con nuevo cisma
solicito explayarme de mí misma;
si con fiera arrogancia
me declaro, es faltar a la constancia
que prometí, del reino haciendo ausencia,
y es poner el laurel en contingencia
cuando con señas de mi esfuerzo viles
agora mueva yo guerras civiles.
Y así, Friso, procuro
en la industria hallar medio más seguro;
pero antes que la industria te declare,
dile a tu admiración que no se pare;
que volando en ajenas alas venga,
cuando las suyas desplumadas tenga;
porque es preciso hallar en esta parte
juntos el hablar yo y el admirarte.
Ninias es mi retrato;
pues con sus mismas señas robar trato
la majestad; que, sin piedad alguna
ladrona me he de hacer de mi fortuna.
A este efecto ya tengo prevenidos
adornos a los suyos parecidos,
porque aun las circunstancias más pequeñas
no puedan desmentirnos en las señas.
A este efecto, en aqueste vil retiro,
donde un suspiro alcanza otro suspiro,
del femenil adorno haciendo ultraje,
me he ensayado en el traje
varonil, porque en nada
me halle la novedad embarazada.
Este luto funesto
pudiera asegurártelo bien presto,
pues hipócrita es, que triste encubre
la vanidad que de modestias cubre.
A este efecto también me he retirado
con tanta autoridad, tanto cuidado,
por tener hecha ya la consecuencia
de que ninguno llegue a mi presencia.
La industria dije ya; pues oye el modo,
para que de una vez lo sepas todo.
Ya he dicho que ladrona
he de ser de su cetro y su corona.
Para robo tan grave,
el paso me asegura aquesta llave.
No hay en todo palacio
tan retirado espacio
que no registre y más el cuarto suyo;
pues por un caracol secreto, arguyo
que, ya vencido el miedo
con haberío pensado, llegar puedo
del rey al cuarto. Cuando
las sombras de la noche sepultando
su vida estén en el silencio mudo
de su sueño, no dudo
que, tapando su boca
con los fáciles nudos de la toca,
podré ciego traerle
donde el sol otra vez no llegue a verle,
en su lugar quedando
yo con mentido sexo, gobernando.
Una dificultad hay solamente,
y es que dé voces. Ésta ácilmente
la he de salvar con que un retrete tengo
que para prisión suya le prevengo,
donde, aunque a voces con sus penas luche,
no es posible que nadie las escuche.
Para tan grande empeño
me he de valer de ti, después del sueño;
porque sola no fuera
posible que yo a tanto me atreviera;
que aunque es verdad que Licas me ha debido
más afectos que tú, (Pierdo el sentido Aparte
cuando de ellos me acuerdo,
y aun el jüicio es poco que no pierdo.)
Viéndote a ti más fino
conmigo en la opresión de mi destino,
de ti quise fïarme,
de ti, Friso, valerme y ampararme.
Mujer soy afligida,
pues muero sin reinar, no tengo vida.
Mi ser era mi reino;
sin ser estoy supuesto que no reino.
Mi honor mí imperio era;
sin él honor no tengo; de manera
que, a tus plantas rendida,
fío de ti mi honor, mi ser, mi vida.
FRISO: Si desde el mismo instante
que conocí tu espíritu arrogante
no me ofrecí a servirte,
fue, señora, por no dejar de oírte,
sacando en tan extraño
caso de cada voz un desengaño.
Tuyo soy, tuyo he sido,
de mi elección estoy desvanecido;
y sólo te respondo
cuando a quien soy osado correspondo;
que pues la noche ya caduca baja,
empañada en su lóbrega mortaja,
declinando en bostezos y temblores
la primera lección de sus horrores,
hasta el cuarto pasemos
del rey, no porque nada efectuemos,
sino porque veamos
en qué disposición su gente hallamos,
para ir previniendo
el dónde, el cómo y cuándo.
SEMÍRAMIS: ¡Ay de mí! Dentro
CHATO: Ya no me tiendo,
porque por aqueste monte
bajar despeñado veo
un hombre, y no es bien quitarle
que él haga el papel del muerto.
Cada uno a lo que toca
acuda.
Sale SEMÍRAMIS, sangriento el rostro, y con
flechas en el cuerpo, como cayendo
SEMÍRAMIS ¡Valedme, cielos!
CHATO: Y así, acuda yo a esconderme,
y él a morirse.
SEMÍRAMIS: ¡Ah! ¡Qué presto
has acabado, Fortuna,
con mi vida y con mis hechos!
CHATO: (La voz quiero conocer, Aparte
aunque es verdad que no quiero.
SEMÍRAMIS: En fin, Dïana, has podido
más que la deidad de Venus,
pues sólo me diste vida
hasta cumplir los severos
hados que me amenazaron
con prodigios, con portentos,
a ser tirana, crüel,
homicida, y de soberbio
espíritu, hasta morir
despeñada de alto puesto.
CHATO: (Tanto miedo tengo que aun Aparte
para huir valor no tengo.
Tocan cajas y dicen dentro
TODOS: ¡Viva Lidia!
LIDORO: La vitoria
seguid, que hoy es el día nuestro.
SEMÍRAMIS: ¿Qué es vivir? Aunque no es mucho
que ella viva, si yo muero.
Mas lo poco que me queda
de vida, lograrlo pienso;
que a costa de muchas muertes
morir bien vengada intento.
CHATO: (No tropiece con la mía.) Aparte
Suena la cadena de CHATO
SEMÍRAMIS: ¿Qué triste, ronco y funesto
son de prisiones se mezcla
con los marciales estruendos?
CHATO: (Es la cadena de un galgo, Aparte
que anda por aquesos cerros
a caza de liebres, y es
el galgo y la liebre a un tiempo.
SEMÍRAMIS: ¿Qué quieres, Menón, de mí,
de sangre el rostro cubierto?
¿Qué quieres, Nino, el semblante
tan pálido y macilento?
¿Qué quieres, Ninias, que vienes
a afligirme triste y preso?
CHATO: Sin duda que ve fantasmas
éste que se está muriendo.
SEMÍRAMIS: Yo no te saqué los ojos.
Yo no te di aquel veneno.
Y si el reino te quité,
ya te restituyo el reino.
Dejadme, no me aflijáis.
Vengados estáis, pues muero,
pedazos del corazón
arrancándome del pecho.
Hija fui del aire, ya
en él hoy me desvanezco.