San Juan de la Cruz: Llama de amor

San Juan de la Cruz es un maestro imprescindible en esto de recorrer el camino de la vida. Y lo es precisamente porque, de manera paradójica, supo entender que todo lo visible, por hermoso y seductor que nos resulte, se convierte en nada si nos aparta del único Todo y Fin, que es Dios. Sin embargo no es la nada sanjuanista un fin sino un medio. Para San Juan el fin es el Amor de Dios y sabe que sin esta radicalidad el amor puede quedar reducido a una afición superficial como la que podemos tener a tantas cosas de la vida. “Nada”, es renuncia o desnudez, purificación para poder amar de verdad a quien en verdad nos ama.

Lo queramos o no, estamos inmersos en un mundo en que la satisfacción de todas las apetencias y deseos es el indicador de la felicidad, y todo lo demás frustración. Pero esto viene de lejos, por ejemplo ya lo hallamos en el tiempo en que Juan de la Cruz y Teresa de Jesús levantan la bandera del hacia dentro hasta llegar, por el camino del amor, al encuentro con Dios, que habita en el interior del ser humano.

Es aquel un modelo antropológico bien visible en el Renacimiento y que se ha hecho dominante en nuestros días como una civilización contraria a la cristiana, la cual aceptaba lo mejor del humanismo clásico. El hombre moderno se ha convertido en un pequeño dios, autosuficiente, aspirando a hacer un mundo feliz sin Dios. Con espíritu prometeico, se ha creado un pensamiento y una política a su medida y sin trabas religiosas ni morales, un modelo económico como motor de la sociedad y una mirada estética que, anhelando el infinito, se anega en inmanentismos, en el nihilismo desesperanzado o directamente en lo deforme, lo inarmónico, lo zafio, la negrura y la fealdad.

Por todo esto San Juan de la Cruz es faro luminoso en nuestros días. Alma delicada, castellano austero, hombre de Dios que nos recuerda que estamos en camino, que nuestro destino es Dios, que para ello hemos nacido, que tenemos alma espiritual y que no es fuera, ni lejos, ni arriba ni abajo, donde encontraremos a Dios sino dentro, por el camino de las nadas.
Cuando uno lee a San Juan de la Cruz percibe que se encuentra ante la “llama de amor viva”, esa maravillosa presencia de Dios. Contar a los demás el prodigio de un Dios que se acerca y se une con un alma es inefable, y por ello Santa Teresa solía confesar que sólo la entendería bien quien hubiese pasado por tal experiencia.

Desde el Cantar de los Cantares, el medio elegido era comparar la experiencia de Dios con el amor esponsal humano. Dios se convierte en el esposo y el alma en la esposa. En esta tradición se insertan los poemas amorosos de San Juan de la Cruz. No se trata de un recurso o artificio para comunicar un imposible, se trata de la realidad: el amor es el camino que nos lleva a Dios, mejor dicho, es el camino que recorre Dios con los brazos abiertos para encontrarnos con su Amor. Es el amor el camino por el que Dios se nos hace encontradizo: “Mi alma se ha empleado, y todo mi caudal, en su servicio. Ya no guardo ganado. Ni ya tengo otro oficio: que ya sólo en amar es mi ejercicio”.

En 1581 Juan de la Cruz era nombrado prior del convento de los Mártires, en Granada, y lo será hasta 1588. Aquí terminó su obra Subida del monte Carmelo y escribió La noche oscura del alma. Concluyó la primera versión de su comentario en prosa del Cántico espiritual. Escribió también, entre otros, el último de sus grandes poemas, Llama de amor viva.
Queremos asomarnos a esta llama de amor. Porque, al decir de Juan, el poeta, el místico, el santo: “el amor es la inclinación del alma y la fuerza y virtud para ir a Dios.”

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