Saber mirar
Comentarios (0)

Rincón para la pintura

Las lanzas o La rendición de Breda - Velázquez
Los signos de la guerra están detrás. Delante, en la mitad inferior del cuadro está el respeto a la dignidad humana del vencido y el señorío del vencedor en su gesto de humildad.

Nos parece muy oportuno traer el conocido cuadro de Velázquez Las lanzas o La rendición de Breda. Es un óleo sobre lienzo, pintado entre 1634 y 1635 por Diego Velázquez y que se conserva en el Museo del Prado de Madrid.

Nos encontramos ante una de las obras maestras por su complejidad temática y por su dominio técnico. El fondo del cuadro se prolonga más allá de lo que la vista puede alcanzar. Es el aire pintado el protagonista de ese fondo paisajístico que ocupa la mitad superior del cuadro. Horizonte nublado sobre la ciudad conquistada, con edificios humeantes, signos de la violencia de la guerra, aunque la conquista no fue por asalto de los tercios, sino por rendición de la ciudad ante el riguroso bloqueo dispuesto por el General Espínola, tan perfecto que vinieron delegaciones extranjeras para estudiar su estrategia. Las picas de los tercios se alzan hacia el cielo sirviendo de hitos para dar profundidad al escenario. Los signos de la guerra están detrás. Delante, en la mitad inferior del cuadro está el respeto a la dignidad humana del vencido y el señorío del vencedor en su gesto de humildad.

La aportación admirable de Velázquez es que no sitúa en el centro del escenario la fuerza del conquistador. El alma del cuadro es la paz. Hay rendición, hay entrega simbólica de las llaves de la ciudad, hay un inicio en el vencido de doblar la rodilla pero el gesto sublime que da grandeza y humanidad al mensaje es que el general vencedor, el general Espínola impide que doble la rodilla Justino de Nassau, el vencido; y el gesto afable de su rostro más parece propio de un amigo que de un general victorioso. No es habitual en ningún cuadro de rendiciones bélicas que el vencedor acoja con tanta humanidad y respeto al vencido. Nada más contrario a las acusaciones de la leyenda negra que describe a nuestros militares como la cumbre de la crueldad y de la soberbia.

Fusilamientos del 3 de mayo, de Francisco de Goya
Y he aquí la paradoja de la historia: esta segunda escena, heredera directa de la Revolución Francesa y de su expansión por el mundo y a través del tiempo, es la que proclama: “libertad, igualdad, fraternidad.”
Hay detrás de ella otra visión del ser humano. La del humanismo ateo.

El centro de la escena lo ocupan los dos protagonistas que parecen dialogar como amigos más que como enemigos. Pero el friso de los soldados que asisten a la escena no es relleno, son verdaderos retratos en los que en el sector de los vencidos no deja de percibirse el dolor, la rabia contenida y hasta las miradas del quien no acepta como definitiva la situación. El acto es tan solemne y representativo de la grandeza de España que el propio Diego de Velázquez se pinta como testigo del acontecimiento histórico

Velázquez representa con realismo al general Spínola, al que conocía personalmente, pues habían viajado juntos a Italia en 1629. Es curioso que la gran cantidad de lanzas españolas se hizo a petición del Conde Duque de Olivares para demostrar la fuerza y nobleza propias. Velázquez lo aceptó pero en nada la arrogancia y el poderío que podría haber resultado como mensaje. La grandeza del cuadro se encuentra en el reconocimiento de la dignidad del vencido y en la magnanimidad del vencedor.

Sólo como contrapunto ético y estético, os proponemos una comparación visual: Imaginad por un lado el cuadro que acabamos de comentar: el cuadro de las lanzas, La rendición de Breda, de Velázquez, con su concepción de la dignidad humana y, consiguientemente, de la guerra. Y ahora, por otro, representaos o traed ante vuestra mirada los Fusilamientos del 3 de mayo, de Francisco de Goya. Dejaos captar por el brutal contraste: Hay en este segundo otra visión del ser humano y de la vida, otra mentalidad, otra mirada, que no busca resolver un conflicto de manera humana y esperanzada -conteniendo la violencia y la barbarie con el poder de la razón y de la justicia-, desde las claves de un humanismo cristiano, sino destruir, arrasar, triturar al enemigo y borrarlo de la faz de la tierra. Y he aquí la paradoja de la historia: esta segunda escena, heredera directa de la Revolución Francesa y de su expansión por el mundo y a través del tiempo, es la que proclama: “libertad, igualdad, fraternidad.”

Hay detrás de ella otra visión del ser humano. La del humanismo ateo.


En el Equipo Pedagógico Ágora trabajamos de manera altruista, pero necesitamos de tu ayuda para llevar adelante este proyecto


¿Por qué hacernos un donativo?


Esta web utiliza cookies. Para más información vea nuestra Política de Privacidad y Cookies. Si continúa navegando consideramos que acepta su uso.
Política de cookies