Poemas
POEMAS SIN NOMBRE: POEMA XCVII
Señor mío: Tú me diste estos ojos; dime dónde he de volverlos en esta noche larga, que ha de durar más que mis ojos.
Rey jurado de mi primera fe: Tú me diste estas manos; dime qué han de tomar o dejar en un peregrinaje sin sentido para mis sentidos, donde todo me falta y todo me sobra.
Dulzura de mi ardua dulzura: Tú me diste esta voz en el desierto; dime cuál es la palabra digna de remontar el gran silencio.
Soplo de mi barro: Tú me diste estos pies... Dime por qué hiciste tantos caminos si Tú solo eres el Camino, y la Verdad, y la Vida.
Alto jornal
Dichoso el que un buen día sale humilde
y se va por la calle, como tantos
días más de su vida, y no lo espera
y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto
y ve, pone el oído al mundo y oye,
anda, y siente subirle entre los pasos
el amor de la tierra, y sigue, y abre
su taller verdadero, y en sus manos
brilla limpio su oficio, y nos lo entrega
de corazón porque ama, y va al trabajo
temblando como un niño que comulga
mas sin caber en el pellejo, y cuando
se ha dado cuenta al fin de lo sencillo
que ha sido todo, ya el jornal ganado,
vuelve a su casa alegre y siente que alguien
empuña su aldabón, y no es en vano.
Poeta en Nueva York
La aurora de Nova York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas
La aurora de Nova York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprueban con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.
Luz en la Memoria - Poema noveno
¿Volveremos a hablar
Como hablábamos antes?
Alguien interrumpió
El pausado coloquio;
Ya a nadie le interesa
Que dos seres vivientes
Se comuniquen juntos.
Y sin embargo el mundo
Nació así. No entre masas
De mujeres y hombres
Confundidos y extraños.
Dios creó la pareja.
Desde esa amanecida
Vamos de dos en dos
Buscándolo en la sombra.
¿Volveremos a hablar
También calladamente?
Desde esa amanecida
Vamos de dos en dos
Buscándolo en la sombra
Hablar no hablar: decirse
Sin decir lo indecible.
¡Recíproco tañer
De campanas gemelas!
El mundo es hoy igual
Que un corazón dormido,
Una inmensa llanura
Cubierta de rebaños.
¿Volveremos a oír
Esas voces distintas
Repitiendo lo suyo
Y también las respuestas
Goteando una a una.
¿Quién apagó la gracia
Secreta del murmullo?
Ya no sabemos ser
Por no saber hablarnos
Ni aprovechar el don
Perdido del silencio.
Hablar no hablar: decirse
Sin decir lo indecible.
¡Recíproco tañer
De campanas gemelas!
El mundo es hoy igual
Que un corazón dormido,
Una inmensa llanura
Cubierta de rebaños.
¿Volveremos a oír
Esas voces distintas
Repitiendo lo suyo
Y también las respuestas
Goteando una a una
Su verdad armoniosa?
SOLEDADES.
Las paredes. Las tapias.
Las ciudades me ofrecen
calles, sus jardines,
Sus largas avenidas
Pletóricas de ruedas:
Pero faltan miradas,
Corazones abiertos
Y brazos que se tiendan
Para estrechar al otro.
Todo se ha congelado
En momentos adustos
En una incontrolada
Carrera sin sentido,
Como si no supiéramos
Que hay una sola muerte
Y es inútil huir
Del fin inevitable.
Faltan todas las cosas
Que más se necesita:
La pausa en compañía,
El hablar sin temor
A la réplica abrupta
Del que nunca nos oye.
Hay que saber amar
También con el oído.
No hay en los que escuchan
Afán de comprendernos.
Las palabras se extinguen
Al cruzar el espacio
Que separa a dos seres.
ILIADA
PRÍAMO Y AQUILES:
El gran Príamo entró sin ser visto, acercose a Aquiles, abrazole las rodillas y besó aquellas manos terribles, homicidas, que habían dado muerte a tantos hijos suyos... dirigiéndole estas palabras:
- Acuérdate de tu padre, Aquiles, semejante a los dioses, que tiene la misma edad que yo y ha llegado al funesto umbral de la vejez. Quizá los vecinos circunstantes le oprimen y no hay quien te salve del infortunio y de la ruina; pero al menos aquél, sabiendo que tú vives, se alegra en su corazón y espera de día en día que ha de ver a su hijo, llegado de Troya. Mas yo, desdichadísimo, después que engendré hijos excelentes en la espaciosa Troya, puedo decir que de ellos ninguno me queda. Cincuenta tenía cuando vinieron los aqueos: diez y nueve procedían de un solo vientre; a los restantes diferentes mujeres los dieron a luz en el palacio. A los más el furibundo Ares les quebró las rodillas; y el que era único para mí, pues defendía la ciudad y sus habitantes, a ése tú lo mataste poco ha, mientras combatía por la patria, a Héctor, por quien vengo ahora a las naves de los aqueos, a fin de redimirlo de ti, y traigo un inmenso rescate. Pero, respeta a los dioses, Aquiles, y apiádate de mí, acordándote de tu padre; que yo soy todavía más digno de piedad, puesto que me atreví a lo que ningún otro mortal de la tierra: a llevar a mi boca la mano del hombre matador de mis hijos.
Una niña de nueve años
Los de mío Çid | a altas voces llaman,
los de dentro | non les querían tornar palabra.
Aguijó mío Çid, | a la puerta se llegaba,
sacó el pie de la estribera, | una herida le daba;
non se abre la puerta | ca bien era cerrada.
Una niña de nueve años| a ojo se paraba:
«¡Ya Campeador | en buen hora ceñiste espada!
El rey lo ha vedado, | anoche del entró su carta
con gran recaudo | y fuertemente sellada.
Non vos osaríamos abrir | ni coger por nada;
si no, perderíamos | los haberes e las casas
e además | los ojos de las caras.
Çid, en el nuestro mal | vos no ganáis nada;
mas el Criador os valga | con todas sus virtudes santas!»
Esto la niña dijo | y tornose para su casa.