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P. Marko Ivan Rupnik y su taller de arte espiritual

El color del amor

Fuente: www.centroaletti.com

Durante la sesión se nos mostrará un ejemplo de artista
cristiano, una de las figuras más significativas del
panorama artístico mundial: el Padre Marko I. Rupnik.
Durante la mañana veremos un documental realizado tras
haber recibido un premio por parte del gobierno de
Eslovenia, reconociendo el arte y la espiritualidad de este
artista de nuestro tiempo.


El P. Marko Ivan Rupnik nació en el año 1954 en Zadlog, Slovenia. En 1973 ingresa en la Compañía de Jesús. Después de sus estudios en filosofía, entra en la Academia de Bellas Artes de Roma. Concluye con una tesis titulada Luigi Montanarini y el problema de la interpretación. Siguen los estudios de teología en la Gregoriana, Roma. Aquí se especializa en misionología, con una tesis de licenciatura denominada Vassilij Kandinskij como acercamiento a una lectura del significado teológico del arte moderno a la luz de la teología rusa. Es ordenado sacerdote en 1985. En 1991 consigue el doctorado en la Facultad de misionología de la Gregoriana con una tesis dirigida por el P. Špidlík titulada El significado teológico misionero del arte en la ensayística de Vjačeslav Ivanovič Ivanov.

Desde septiembre de 1991 vive y enseña en el Pontificio Instituto Oriental de Roma, Centro Aletti, del que es director. También enseña en la Pontificia Universidad Gregoriana. Desde 1995 es Director del Taller de arte espiritual del Centro Aletti. Desde 1999 es consultor del Pontificio Consejo para la Cultura. A las actividades de artista y de teólogo añade desde siempre la más específicamente pastoral, sobre todo mediante conferencias y la dirección de numerosas tandas de ejercicios espirituales.

“Rupnik es un artista del color. El color es la luz de la materia del mundo que el artista busca. Al principio estuvo cerca de las conquistas de las vanguardias de este siglo, pero su itinerario artístico es una continua búsqueda del significado unificador de toda la vida. La vida es antinómica, y la unidad no debe destruir la diversidad, anular las personalidades. Por eso, el color de Rupnik es puro, intenso y a menudo sus cuadros se construyen sobre la regla de los contrastes entre los colores. Su arte consiste precisamente en encontrar la armonía, la fascinación del conjunto. Por eso, muy pronto, en su período no figurativo —caracterizado por la espátula, por la pastosidad— empieza la búsqueda del Rostro eterno y personal que está bajo todas las culturas. Estudia las culturas de los indios, de los eslavos antiguos, de los chinos, de los comienzos del arte cristiano. Desde hace algunos años, su arte está decididamente comprometido en una relación dialógica entre los frutos del arte occidental y del arte iconográfico. Se trata de una relectura del punto de vista del iconógrafo, pero con toda la riqueza instrumental de la pintura occidental de los últimos siglos. Su arte consigue unir la tradición y la modernidad. La pintura de Rupnik nos confirma que la pregunta fundamental en el debate artístico contemporáneo no se puede agotar en las alternativas convencionales como, por ejemplo, arte figurativo o abstracto. Se trata, pues, de redescubrir el arte como servicio, como liturgia".

P. Marko Ivan Rupnik y su taller de arte espiritual
El taller - permanente lugar de trabajo comunitario

El Taller es un espacio en donde un grupo de artistas cristianos vive, reza y trabaja juntamente. Además de diversas técnicas artísticas, se estudia en él la teología, la liturgia, la Escritura, la espiritualidad. El Taller se propone como camino para ayudar un nuevo encuentro entre el arte y la fe, entre las diversas Iglesias y los artistas. A este encuentro no se llega abstractamente sólo de manera teórica. Tiene lugar de hecho dentro del artista y por ello se considera importante favorecer el ámbito en el que el artista puede crear dicha síntesis. El Taller, permanente lugar de trabajo comunitario, se ocupa casi exclusivamente de arte litúrgico.

Dentro del equipo también hay arquitectos, para que se puedan gestionar todas las fases de trabajo, desde el proyecto del eclesial hasta la realización del mobiliario litúrgico y de las obras de arte (mosaicos, vidrieras, pintura...).

Arte litúrgico

Según la antigua tradición cristiana, las paredes y el techo de la iglesia no sólo tienen la función de proteger contra el viento y la lluvia, sino que tienen un vínculo orgánico con el misterio que se celebra en ella. En la época moderna se ha perdido este significado. A menudo, en efecto, se crea un «envoltorio» y luego se empieza a pensar que podría ser una iglesia. En cambio, entre la comunidad cristiana -que celebra el misterio de la salvación y la soberanía de Dios- y las paredes, el edificio, el espacio en que se encuentra, tiene que haber una relación orgánica. Las decoraciones en las paredes deberías ser tales que, cuando una persona entra en la iglesia, perciba que está en un espacio habitado, incluso cuando está vacío, porqué debería experimentar que entra en una comunión supra-temporal, supra-espacial, de que forma parte tras el bautismo.

Las dos dimensiones del arte litúrgico

P. Marko Ivan Rupnik y su taller de arte espiritual

El arte litúrgico es una parte integrante del espacio en el que se celebra la santa liturgia. No puede ser simplemente decoración, sino que es elemento constitutivo de la liturgia. Para ello hay que pensar en el espacio litúrgico como en una unidad orgánica de las artes. Todo arte debe tener su lugar en el conjunto de todas las artes, en relación con la liturgia que se celebra. La liturgia es una articulación de la vida interior y de la santidad de la Iglesia. Por eso, el edificio eclesial nunca puede ser pensado como algo estático, sino más bien como algo que se es vivificado, no simplemente vivo. Las artes expresan este dinamismo espiritual divino-humano, guiando a la Iglesia con todas las energías hacia el punto vivificante que es el amor trinitario que se nos ha comunicado en Cristo. La mente, la psique, los sentidos, todo está orientado por el arte hacia el punto focal es Cristo. El hombre que entra en la iglesia desde el mundo, desde el trabajo, desde las fatigas, desde las turbulencias de la historia, el hombre aplastado se recompone, se unifica, ayudado también por las artes que coralmente orienta hacia Cristo, más aún, dan testimonio de su presencia. Por esta razón hay que tener la valentía de superar la costumbre de usar el arte como decoración, es decir, para llenar los espacios vacíos de la iglesia. Las paredes, los celebrantes y la asamblea, todo forma parte de un escenario espiritual único. Los elementos litúrgicos, las imágenes, los colores, el canto, el movimiento, todo debe hacerse de manera que la frontera entre el hoy y lo eterno, entre lo personal y lo comunitario, entre el sujeto y el objeto sea constantemente atravesado.

Debido a que nuestra cultura está ya configurada decididamente como una cultura de la imagen, del movimiento y del color, es indispensable que se recupere la sabiduría de la inculturación de la fe en el arte, para que la Iglesia, también hoy, se muestre como belleza que fascina y atrae. P. Florenskij decía que la verdad revelada es el amor y el amor realizado es la belleza. La belleza, entonces, es un mundo penetrado por el amor, es decir, por la comunión. Lo que es realmente bello es la Iglesia, porque es la comunión de las personas, la comunidad.

Los siglos pasados han estado marcados por la importancia del concepto y de la palabra, pero hoy en día la imagen es el elemento clave de la nueva era, y la liturgia es el ámbito por excelencia para descubrir la imagen, el color, el movimiento, el gesto, la materia, la luz, los perfumes, en sus significados más auténticos y más profundos.

En la liturgia, la Iglesia celebra a Cristo que se comunica como Señor y Salvador. La liturgia abre el misterio de Cristo en su verdad objetiva, es decir, más allá de nuestros gustos, sentimientos, estilos y percepciones. Al mismo tiempo, todo cristiano vive una relación personalísima con Cristo y lo acoge y se le confía de una manera totalmente única. Por esto, la liturgia está marcada también por la cultura del lugar, del tiempo, por gustos de las personas y por la percepción subjetiva.

P. Marko Ivan Rupnik y su taller de arte espiritual P. Marko Ivan Rupnik y su taller de arte espiritual

Son dos elementos inseparables: el de la objetividad, que trasciende el tiempo y se hunde en la memoria y en la sabiduría de la Iglesia, en la Santa Tradición, y el de la subjetividad, totalmente nuestra, que pertenece al tiempo, al lugar donde el pueblo de Dios celebra al Señor y la propia salvación. Estas dos dimensiones de la liturgia cristiana, que son inseparables, de alguna manera también deben constituir el arte para la liturgia. El arte litúrgico, para ser verdaderamente tal, tiene, pues, estas dos dimensiones inseparables, que son en sí constituyen a la liturgia como tal:

  1. una objetividad del misterio que estamos celebrando, es decir, la objetividad de Cristo como Salvador, nuestro Señor. Cuando, a través de la liturgia, la salvación se comunica a la comunidad que celebra, se trata de una salvación, que objetivamente pertenece a Cristo, realizada objetivamente por Cristo, y, por lo tanto, se trata de una realidad, no sólo como yo la pienso, la siento y lo percibo. Esto significa beber en la memoria viva, la sabiduría de la Iglesia, en la Tradición, es decir en esta sabiduría espiritual, en Cristo mismo que a través de los siglos vive en su cuerpo, que es la Iglesia;

  2. una dimensión cultual, donde el hombre es el sujeto que recibe, acepta, recibe, acoge y expresa también su agradecimiento a Dios, a Cristo, por la salvación. Es, entonces, una dimensión más subjetiva, más marcada por las coordenadas histórico-geográficas en las que se encuentra, sin dejar de reconocer que ninguna cultura puede identificarse completamente con la objetividad del misterio divino-humano que estamos celebrando. Estas dos dimensiones, de hecho, son asumidas por lo que teológicamente puede significar la persona. La persona es una realidad que supera el binomio objetivo-subjetivo. La persona como realidad teológica, subraya la dimensión agápica que por un lado es totalmente personal, inconfundible, y por el otro se realiza en las relaciones libres que de alguna manera objetivan el amor mismo. De hecho, en la liturgia tiene lugar precisamente este misterio: de lo personal y lo comunitario.

Un arte entre oriente y occidente

Para entender los mosaicos del Taller de Arte Espiritual del Centro Aletti se debe subrayar que su intento es tratar de restaurar el arte litúrgico con los criterios antiguos, a saber: mirar con los ojos de un iconógrafo antiguo y trabajar con los lenguajes contemporáneos.

P. Marko Ivan Rupnik y su taller de arte espiritual

El Taller de Arte Epiritual del Centro Aletti bebe en la memoria de la tradición iconográfica de las Iglesias de oriente y de occidente. ¿Por qué también del oriente? Ante todo porque se trata de tradiciones apostólicas y, para poder vivir a Cristo cada vez más íntegramente, hay que tener en cuenta las tradiciones apostólicas orientales. No considerarlas nos llevaría a tener una visión manca y mutilada. En segundo lugar, porque el oriente cristiano tiene una interpretación figurativa y colorista del misterio que se celebra en la iglesia, — es decir, el misterio divino-humano, el señorío de Dios y la salvación del hombre—, que está ciertamente más articulada y eclesial de lo que, quizá, lo está la occidental, sobre todo la del segundo milenio.

Este lenguaje figurativo y colorista de oriente ha sido purificado de tal modo dentro del proceso de la liturgia y de la oración, que todo lo que de alguna manera no podía ser integrado con la oración y con el misterio que se celebraba se iba poco a poco dejando fuera. Hay misterios de nuestra fe, —como por ejemplo Cristo en la gloria, su pasión, su nacimiento—, que han sido «probados» de tal manera dentro de la Iglesia que la interpretación figurativa colorista incluye tanto el dogma como la experiencia eclesial y la devoción personal. Considerar hoy estas elaboraciones fruto de muchos siglos significa asirse a la tradición figurativa colorista más robusta y sana de la Iglesia. Por otro lado, nosotros somos occidentales y vivimos en el tercer milenio.

Mientras que en el oriente el primer milenio estuvo marcado fuertemente por la inculturación —precisamente en ese período se elaboraron estos lenguajes artísticos—, la Iglesia latina fue más lenta en la inculturación y, a decir verdad, en este período la Iglesia latina sufrió prácticamente al oriente. Pero en el segundo milenio la Iglesia latina dio pasos rapidísimos en la inculturación, en el diálogo con las nuevas culturas, con los nuevos tiempos, con los nuevos continentes. El arte litúrgico latino se caracterizó entonces por una nueva inculturación, por un nuevo modo de considerar la relación divino-humano, por una nueva reconsideración de las culturas cercanas a nosotros, o contemporáneas.

Para entender los mosaicos del Taller de Arte Espiritual del Centro Aletti se debe subrayar que su intento es tratar de restaurar el arte litúrgico con los criterios antiguos, a saber: mirar con los ojos de un iconógrafo antiguo y trabajar con los lenguajes contemporáneos. Por eso es necesaria una profunda unión con la memoria de la Iglesia y un gran sentido de la contemporaneidad. En el mosaico del Centro Aletti se encuentra un lenguaje totalmente actual. El arte de los últimos 15 años se ha movido o creando en su interior lo virtual o yendo a descubrir, al menos en ciertas corrientes contemporáneas, la materia, lo físico. Aquí se sitúa activamente el Taller del Centro Aletti. Todo el lenguaje material -por ejemplo, el problema de la materia y del color como lenguaje autónomo, una nueva concepción del espacio y lo bidimensional- es un elemento artísticamente presente en el lenguaje artístico de nuestro Taller. Sin embargo, este elemento no se yuxtapone al del oriente, son que de alguna busca su fusión, llegando a un lenguaje orgánico nuevo. El intento es mirar la materia no como opacidad del espíritu, sino como revelación y comunicación del espíritu. Entonces se convierte en algo de nuestro tiempo, que expresa nuestro gusto con las piedras, el movimiento, el flujo, la luminosidad. No hay nada triste, ni sordo, ni opresor, ni deprimente: es una explosión de luz.

Al mismo tiempo, también se busca la objetividad de la liturgia que se enlaza con el relato bíblico, con a tradición de los Padres y de los santos. Por lo tanto, no hay nada inventado, sino que todo se saca más bien de la Tradición. De hecho, el período que alimenta nuestra inspiración es el primer bizantino, el pre-románico y románico.

La expresión artística del Taller se hace entonces «intrigante», precisamente porque están estos dos componentes: por un lado una gran sensación de vida dentro de la inmediatez latina, de proximidad, de algo contemporáneo, de algo nuestro; y por el otro lado, algo misterioso, fuerte, de un mensaje teológico presente que suscita interés porque tiene dentro todo el depósito profundo de la memoria de la Tradición.

Un arte de la comunión

Sólo a partir de la Iglesia se puede crear algo para la iglesia. Se sabe que para los cristianos, la iglesia como edificio, encuentra su significado fundamental en la Iglesia como comunidad de los bautizados, es decir, como el cuerpo de Cristo. La iglesia que se construye es una expresión auténtica de la conciencia eclesial de los creyentes.

P. Marko Ivan Rupnik y su taller de arte espiritual
P. Florenskij decía que la verdad revelada es el amor y el amor realizado es la belleza

El mosaico en sí mismo es una obra coral y no individual. Hay un director del «coro», un gran artista principal que tiene una visión de toda la obra. Pero este trabajo se lleva a cabo en estrecha colaboración con los artistas del coro. De hecho, no existe un proyecto de la obra diseñado en la mesa de trabajo, sino que la visión misma, el proyecto mismo tiene en cuenta el coro. En el coro cada artista tiene su propio lugar, donde expresa lo mejor de sí mismo, donde se puede crear con mayor fuerza de modo que la vida fluya a través de él, y más aún, a través de todo el coro en la obra que se está construyendo. Ser director del coro significa, sobre todo, tejer juntos las relaciones creativas, teniendo en cuenta a cada uno. Se realiza así realmente un principio espiritual y eclesial, es decir, el de partir de las personas concretas considerando su vocación, en busca de algo hermoso que pueden crear juntos. Se trata, pues, de un método muy diferente al que el mundo moderno está acostumbrado: hacer un proyecto y luego buscar a las personas y las maneras de realizarlo lo más fielmente posible. El principio eclesial, comunional, requiere tanto diversos cimientos como diferentes realización. Por eso, también el resultado es diferente.

Por tanto, la ascesis del artista no es sólo la profesional, técnica, sino sobre todo la eclesial, es decir, vivir positivamente la comunión real. Para esta se pide, sin duda, el sacrificio propio. Precisamente la Pascua es la garantía de la vida. Tarde o temprano quien quiere vivir verdaderamente comprende la vida que pasa por el misterio pascual. Y allí está el fundamento de la comunión.

El coro de los artistas está compuesto de diferentes nacionalidades e Iglesias diversas. Por eso, la comunión es tanto más real cuanto menos dada por descontado. Cada trabajo se puede iniciar sólo con la oración al Padre por el don del Espíritu Santo, que es el único que puede derramar en nuestros corazones ese amor en el que podemos amarnos y crear. En el rito bizantino, antes de confesar el credo, el diácono se dirige al pueblo, diciendo: «Amémonos unos a otros para que podamos decir “creo en Dios Padre”». El Espíritu Santo es el Señor que da la vida. Por eso, es imposible entrar en la creación artística sin la súplica para la venida del Espíritu. Esta es la condición sin la cual el trabajo aunque formalmente muy perfecto, todavía no es vivo. El arte litúrgico no puede ser sólo descriptivo, sino que debe ser habitado por el misterio.

P. Marko Ivan Rupnik y su taller de arte espiritual

Las figuras y los trasfondos

Las figuras

Teniendo en cuenta el lenguaje de las épocas fuertes del arte litúrgico cristiano, como el prerrománico, el románico, la primera época bizantino, el Taller trata de recuperar en las representaciones la máxima simplicidad. La regla de arte antiguo en la que se basaba la investigación de la estética, es decir, de la perfección artística, de la belleza, era la teología y los misterios de la fe que se nos hacen presentes en la liturgia. Una representación y una composición artística eran consideras hermosas si estaban impregnadas de la revelación y de la comunicación de los misterios de la fe. Por esta razón, en la elaboración de las imágenes, se debe buscar lo esencial, respetando, sin embargo, la imagen real como se presenta visualmente al hombre en la vida cotidiana. Así no se nos distrae con los detalles y las decoraciones sólo formales. Concentrando la atención en lo esencial de la imagen, se ayuda a la comunicación del contenido, que, de esta manera, no sólo se comunica, sino que se hace más explícitamente presente. En efecto, este es el objetivo principal del arte litúrgico, que no es ante todo un arte narrativo, sino un arte que sirve a la presencia del misterio.

Esta actitud se basa en el hecho de que el cristianismo es una afirmación de la realidad y del mundo por el valor que da a la historia y a la articulación concreta de la vida humana, asumida por el Verbo con su hacerse hombre. En el arte litúrgico, además, el mundo es transfigurado ulteriormente liberando la imagen de todo lo que podría distraer la atención de quien participa en los misterios divinos, de todo lo que no se relaciona directamente con el mensaje que se trata de comunicar. Se afirma así la prioridad de la comunicación espiritual, teológica, para crear las condiciones de una participación más plena en la liturgia. De esta manera se llega a esa sencillez que permite que el gesto y la figura comuniquen su mensaje con fuerza y energía. La simplicidad ayuda a la concentración y se convierte en una especie de pedagogía para la comprensión de los misterios. El gesto se hace limpio, básico, y por ello muestra con mayor fuerza lo que quiere indicar. Así, para el espectador, este arte se convierte también en una purificación de los sentidos, hace que los sentimientos sean sobrios y purifica la mente, porque tiene en cuenta una comprensión espiritual basada en el dogma. Entonces enseña a pensar teniendo en cuenta el pensamiento divino. Las figuras deben indicar una realidad tal como Dios la ve. La revelación, la tradición de la Iglesia, su memoria son el ámbito en el que se forma, elabora y crea la simplicidad y la esencialidad de las figuras del arte litúrgico. Las figuras, las imágenes son entonces comunicación del contenido de la fe. Dicen la doctrina, el dogma, desvelan la teología.

Los trasfondos

Los espacios decorativos, es decir, los que existen entre las figuras o de fondo, no quieren representar significados precisos, sino que tienen otra función, en cierto sentido, más delicada.

La función de los espacios entre sí es entonces crear ese estado necesario en el corazón para que podamos captar estas palabras que nos comunican las figuras. El ojo no se cansa nunca porque se buscará siempre algo y siempre será atraído por algo. Los espacios no tienen la función de «ocupar» el ojo, de robar la atención. Y mientras uno se desliza con la mirada sobre estos espacios, se crea en él un clima, un estado de ánimo hermoso, bueno, disponible, se crea una disposición que le hace capaz de entender y acoger el discurso, la figura. Los flujos de la materia, de luz, de colores, de sol, de piedras sirven para crear un ambiente, para crear un estado de ánimo, algo hermoso para la vista, algo que gusta ver. Si estos espacios son verdaderamente armonía, es decir, concordia de los diversos elementos, actúan sobre el hombre como algo vivo, porque las cosas unidas son siempre expresión de una realidad viva. La concordia y la armonía son expresión del amor, porque sólo el amor es capaz de crear la comunión de los diversos.

Esto es hoy muy importante, porque la Iglesia, tal vez, se ha dejado influir demasiado por el racionalismo. Hacemos sermones, discursos, lecciones y no nos fijamos en que la gente tenga una disposición adecuada para aceptar estos discursos. Por eso, los discursos a menudo permanecen vanos. Más aún, a menudo suscitan dialéctica, rebelión, oposición, o un sentimentalismo que igual que se adhiere enseguida, del mismo modo fracasa enseguida.

Para entender la importancia que tienen estos espacios vacíos, pongamos un ejemplo. Para que se pueda de modo adecuado la crucifixión con toda la tragedia que comporta, hay que estar «dispuestos» De lo contrario, esta no dice nada. Además, se necesita un cierto tiempo, hay que deslizar la mirada de un lado a otro, dejar que se suscite algo en uno, no filtrar todo racionalmente. No debemos imponer a nuestro cerebro lo que queremos ver. Más bien, debemos dejar que las cosas hablen y entonces seremos capaces de leerlas. De esta manera, los espacios, los fondos abstractos de los mosaicos son el trasfondo adecuado para el discurso, el contenido proporcionado por las figuras. Aprendemos de Cristo a crear un escenario que ayude a entender: cuando Él hizo un importante discurso a los discípulos subió a una montaña, o fue en una barca, o se alejó de la orilla, para que todos lo vieran. Esto nos dice que también el escenario, el fondo, lo no-figurativo es importante para entender no sólo narración figurativa, sino la liturgia, los gestos, las palabras en las que se participa.

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Colores y materiales

El color

El color es, sin duda, un protagonista en la fascinación de una obra, y por eso es particularmente importante que respete la jerarquía de la composición de manera que ayude a captar en la obra de arte en el primer lugar, lo que es más relevante, y luego el resto.

Los cristianos han tomado el significado de los colores de las antiguas tradiciones de los pueblos y los han «bautizado». Por leso, el mensaje colorístico va más allá de la percepción subjetiva, inmediata, psicológica y se convierte incluso en una pedagogía, una herramienta para la formación del mundo interior del hombre. Hoy en día todo esto es difícil de entender, porque el tiempo reciente ha considerado el color exclusivamente desde un punto de vista psicológico. El Taller de Arte Espiritual del Centro Aletti, considerando la tradición de la Iglesia, se ha inspirado en el primer milenio. Así, el rojo, en general, indica lo divino; el azul, lo humano; el verde, lo creado; el blanco, el Espíritu; el oro, la santidad y la fidelidad de Dios, la perfección de la luz, etc.

En el mundo creado los colores testimonian la luz y, como tales, hacen ver que la materia tiene un nexo existencial y esencial –por no decir ontológico- con la luz. Sin la luz la materia es una masa oscura, lóbrega y pesada. La luz es la vida y el color testimonia la vida del mundo. Los colores hacen que el mundo sea carne viva de la luz. Pero en el mundo transfigurado, el mundo asumido en Cristo, en el mundo en que habita la gloria de Cristo, es decir, la Jerusalén celestial, el sol no es luz, sino que lo es Cristo. Ahora bien, como los colores cambian en el mundo si cambia la luz, igualmente los colores que dan testimonio del sol que es Cristo son los colores del mundo que no tendrá ocaso. El arte de los cristianos en las épocas más fuerte trató de intuir y captar en el acá estos colores que aparecen en un mundo iluminado por Cristo. En la liturgia, de hecho, contemplamos el mundo redimido. Entonces, el arte, especialmente el color, debería testimoniar la redención en Cristo, la visión del mundo según Cristo.

El material

Con el color, el material del mosaico constituye la materia principal para expresar la vida en su dinamismo y en su movimiento. En el trabajo del mosaico del Taller del Centro Aletti se utilizan diferentes materiales: piedra, mármoles, granitos, esmalte (es decir, una mezcla artificial hecha sólo para los mosaicos). Las piedras provienen de diferentes partes del mundo (por ejemplo, travertino claro de Italia, ónix de Afganistán, travertino rojo de Turquía, blanco de Grecia, etc). Hay diferentes piedras, de diferentes tamaños, de diferentes tamaños, opacas y lúcidas, pobres y ricas, preciosas y simples, de colores intensos brillantes y de colores pastel.

P. Marko Ivan Rupnik y su taller de arte espiritual

Con las piedras hay que saber trabajar. No es fácil de cortar las piedras: si se saber hacer, fácilmente uno se corta o se desmenuzan. Esto significa que hay que conocer la piedra, debemos tener en cuenta a la piedra y no imponer a la piedra simplemente la propia voluntad. Teniendo en cuenta la piedra, se aprende a tener en cuenta al otro. Esto es ya un principio religioso: considerar al otro, afirmarlo, reconocerlo. El artista debe estar atento a no imponer la voluntad sobre el mundo, sino a dialogar. La piedra, la materia menos refinada de la creación, puede fácilmente dar la impresión de ser un material muerto; en cambio lo creado está vivo, animado por una voluntad propia.

P. Marko Ivan Rupnik y su taller de arte espiritual

Sergei Bulgakov, el gran genio de la teología moderna, retoma la enseñanza de san Máximo el Confesor, según el cual -precisamente porque la creación del mundo fue hecha por medio del Logos- en toda la creación existe una especie de código del Logos. Si abrimos la materia y vamos a ver este código, vemos que en él está ya escrito el sentido y la orientación de la materia misma. El código del Logos en la materia nos revela la voluntad de la materia de realizar su verdadero sentido, y este sentido es en Cristo, donde el sentido de toda la creación se ha «condensado» y «materializado». La materia quiere ser el escenario de la revelación del amor de Dios que, por excelencia, permanece cumplido en el cuerpo de Cristo. Jean Lacroix dice que el amor requiere siempre de la materia; en efecto, no se ama solo de palabra o abstractamente, sino con los gestos, con la acción concreta. La materia, pues, encuentra su sentido en convertirse en regalo, un don que nosotros las personas podemos ofrecernos en nuestros encuentros. La materia querría llegar a ser parte del amor entre las personas, y de este modo también la materia se salva, porque lo que asume el amor es arrancado de la muerte.

Pero el amor siempre tiene un rostro, es siempre personal. En el mosaico la materia expresa su fuerza, su vida con su voluntad de participar en la comunión de las personas. Por eso, la materia en las paredes expresa su dinamismo y su orientación hacia el rostro. Cuando la materia viva es luminosa, cuando es luminosa ha entrado en el amor y se ha convertido en cuerpo. Cuando un cuerpo se pone al servicio del amor se concentra en el rostro y el rostro permanece como memoria perenne.


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