¡Nenes, al barrizal!
Juan Manuel de Prada
EL ÁNGULO OSCURO. (ABC. 24-01-2020)
Pues ahí tenemos, a la vuelta de la esquina, una reforma del Código Penal, que no se va a acometer porque sus preceptos no contemplen realidades delictivas nuevas (como supongo que se esgrimirá, para consumo de masas cretinizadas), sino para perpetrar un apaño que al doctor Sánchez le permita mantenerse en la poltrona. Se trata de un maniobra sumamente expresiva de la antipolítica triunfante, pues el doctor Sánchez podría haber concedido el indulto a los condenados, y luego reformar el Código si tan necesario es; pero las consecuencias de esta medida de gracia habrían repercutido exclusivamente contra él y su gobierno (es decir, contra elementos políticos contingentes), mientras que las consecuencias de la reforma ad hoc del Código Penal las asumen las instituciones, que al demagogo nunca le importa erosionar y aun desgraciar, con tal de seguir en la poltrona.
La reforma ad hoc del Código Penal vuelve a enfrentarnos con el problema político más grave de las democracias modernas, que aquí hemos denunciado mil veces, a sabiendas de que todo lo que escribimos entra a nuestros contemporáneos por un oído (o ni quisiera les entra, pues lo tienen tapiado de cera moderna) y les sale por el otro. Y ese mal es la conversión del Derecho en un barrizal positivista que se cambia al arbitrio del poderoso de turno, para que pueda utilizar las leyes según le convenga. Pero de este problema político nadie habla, no sea que las masas adormecidas despierten y descubran que se hallan prisioneras de la forma más monstruosa de tiranía jamás urdida, que es la tiranía del sofista, que pone las leyes a merced del poder político.
Porque en España el poder político no está sometido al imperio de la ley, sino que es una fuerza todopoderosa que fabrica leyes cambiantes, una justicia caprichosa, siempre ajustada a la conveniencia del tirano de turno (elegido por sufragio universal).
Platón se refería a esta forma monstruosa de tiranía en su diálogo Las leyes, señalando que quien «esclaviza las leyes», sometiéndolas a su conveniencia, es «el mayor enemigo de la polis». Naturalmente, «esclavizar las leyes» no significa que las leyes injustas no puedan ser cambiadas, o que las leyes que no contemplan nuevas realidades delictivas no puedan ser reformadas. Significa que las leyes no pueden estar al capricho de demagogos que las tuercen a voluntad, que las reinterpretan o reelaboran cuando les conviene, para satisfacer su voluntad o la de quienes lo sostienen.
Platón fue el primero en advertir los vínculos existentes entre esta sofística que «esclaviza las leyes» y la tiranía; y también el primero en mostrar que ese vínculo respondía a una solidaridad más recóndita y clandestina entre tiranía y democracia. Platón sabía que la ley es la verdadera alma de la polis; por eso la defendía contra aquellos que se colocan por encima de ella, aprovechándose de mayorías que les permiten cambiarlas a su antojo. Y por eso combatía a los sofistas, que se presentaban ante las masas aborregadas (ya entonces las había, pero menos abundantes) como campeones de la democracia: porque son «enemigos de las leyes» y, por lo tanto, enemigos de la polis. Platón entendió que la democracia era un régimen que, en manos de demagogos, estaba en esencial complicidad con la tiranía; y que estaba mucho más cerca de ser una estrategia política de aquella que un régimen alternativo a la misma.
Pero no sé qué hago yo hablando de Platón a modernos, a los que hay que dejar que chapoteen en el barrizal positivista del que tan orgullosos están, porque «entre-todos-nos-lo-hemos-dado». ¡Nenes, al barrizal!