Las cosas
Mirada de José Luis Martín Descalzo en medio de la cotidianidad
No les pido a las cosas que sean más que cosas
No le pido a la rama que sea más que rama
No espero que la llama arda más que la llama
No sueño que las rosas parezcan más que rosas.
No les pido a las frutas que sean milagrosas.
No exijo al sol el oro de su fama.
No ansío que florezcan diamantes las retamas.
Siendo más no serían más hermosas.
Sea fiel a sí misma la manzana
Y sea el viento, viento consecuente.
No le preocupe al campo ser barbecho.
Sea la nieve solitaria y cana.
Bástele al agua con ser transparente.
Dios con ser Dios, lo halló todo bien hecho.
José Luis Martín Descalzo
En ese grandioso Testamento del pájaro solitario, don José Luis Martín Descalzo no nos entrega sólo su testimonio fehaciente sobre el misterio de la muerte, la maravilla de un Dios cercano y misericordioso, su encuentro apasionado con el Dios que le esperaba paciente como buen cazador en amores y que como garza de altanería le prendió en vuelo con sus poderosas garras. No. Todo ello está, sin duda, como meollo en un testamento ejemplar, el que las más nobles almas legan a sus hermanos, los vivientes. Su verso “morir sólo es morir. Morir se acaba” no tiene precio. Sin duda nos ha dejado entreabierta la puerta de la muerte que tantos poeta s sublimes la encontraron cerrada, como muro infranqueable o paño para nuestras lamentaciones.
En medio del poemario, destaca, por contraste temático, este soneto que podría parecernos incluso un poema menor. Como si estuviera de relleno. A mi parecer es un poema formal y temáticamente central. Delicioso empujón hacia la vida. En otro contexto, hubiera sido más fácil no advertir la certera exhortación que con toda la fuerza de un legado final manifiesta. La voluntad testamentaria no mira sólo al acabamiento de la existencia. Don José Luis Martín Descalzo hombre vital donde los haya dirige su mirada a su entorno, a las cosas más cercanas y sencilla s nada menos que para suplicarles (a las cosas) que permanezcan fiel es a sí mismas.
¿Acaso las cosas pueden ser también desleales a su destino y vocación primera, a su propio ser? ¿No es sólo propio de la especie humana, contradecir, por aquello de la libertad, nuestra propia naturaleza? Los barrocos ya nos advertían que hasta las rosas pueden resultar engañosas pues en su apariencia admirable puede esconderse una manzana de Tántalo, que despierta nuestro apetito y luego, nunca lo sacia. También es verdad que en poesía es esperable que una metáfora ponderativa transforme la flor de la retama en valiosos diamantes o que Góngora hiperbolice la visión de Gracilazo sobre la belleza de su dama, difundiendo la inútil competencia del sol que relumbra en vano ante el oro bruñido de la melena inigualable de esa mujer sublime. Sin duda Martín Descalzo nos advierte de estos vericuetos de la poesía, por legítimos que parezcan. La retama es bella sin necesidad de pedrerías por valiosas que parezcan. Suficientes maravillas nos transmite el sol, sin que necesite competir con el oro. Y, además, ese cabello aún sin el oro sigue desazonándonos.
Martín Descalzo nos lo advierte. Pero no va en ello el órdago de su apuesta. Su proclama es más sorprendente. ¿Qué está ocurriendo para que el poeta en su testamento poético y lírico, por verdadero, demande la fidelidad de todas las cosas al designio establecido por el Creador? Humanos, ¿qué estamos haciendo con el Universo? ¿Qué audacias se nos han metido en los corazones que podemos atrevernos a cambiar el orden establecido por Dios sobre cada una de las criaturas?
El soneto es una sucesión de esticomitias. Cada verso métrico se ajusta en su ritmo y en su sintaxis a la cerrada medida del endecasílabo. Verso a verso, en la anáfora formal con que se inicia, se desgranan una a una las ejemplificaciones que el poeta ha seleccionado. Ninguna extraña. Ninguna estridente. Cada verso un deseo. Qué bien nos hace caer en la cuenta de que no se trata de una reivindicación ni política ni sindical. No. El poeta no exige no reclama. Nos invita a escuchar a los lectores su demanda, nos deja escuchar su deseo. Y ¿Qué pide? que cada cosa siga siendo esa cosa.
¡Vaya poeta que pide a las cosas que sigan siendo cosas! Se lo pide a la rama, a la rosa, a la llama, a la retama, al sol, a la fruta. ¿Acaso las hemos obligado a desviarse de su ser? ¿Pero acaso algo o alguien las amenaza? Cuando leo este poema siento un estremecimiento. ¿Qué está sucediendo a los humanos, que nadie parece estar contento con su suerte? ¿Qué está ocurriendo a la creación que parece estar en peligro de que cada ser, por vulgar que parezca, pueda permanecer fiel a su esencia?
Don José Luis no entra en polémica con nadie, ni pretende hacer apologética contra extrañas doctrinas. Sin embargo sale en defensa de la naturaleza de lo que nos rodea e indirectamente en su defensa nos está haciendo partícipes de la belleza que todas las cosas irradian.
Saber mirar en medio de la cotidianidad. Asombrarnos de todo lo que se me ofrece sin coste adicional. Todo. Si aprendes a mirar el mundo no te parecerá gris. Todas las cosas proclaman la grandeza de su Creador; pero si lo común ya no nos sorprende, si lo que está a nuestro lado ya no nos dice nada, ¿cómo podremos cantar la belleza de Quien lo hizo todo?
Es posible que a alguien le parezca que don José Luis sale en defensa de cuestiones sociales trasnochadas. Ser barbecho no es clase social oprimida, sino etapa imprescindible para que los campos sean feraces y fecundos. Por algo lo dirá.
Sería lamentable que por no ser nunca barbecho, negáramos a la tierra ser fecunda o a cualquier humano. Los tercetos, en estas claves, me parecen geniales. No existe una estructura argumentativa explícita. Pero convendréis conmigo en que en el último verso se nos da la razón última de todo. Todo es yuxtaposición ni siquiera coordinación conjuntiva. La unidad no surge de la forma, sino de la coherencia lógica. Sin embargo hay un implícito asombroso. Es verdad que se apoya en la cita explícita del Génesis para proclamar que todo estaba bien hecho: “Dios con ser Dios, lo halló todo bien hecho”. Sin embargo lo que en tantas ocasiones repetimos, en el poema se nos hace evidente: verdad, belleza y bien es todo uno. Por eso el viento, la nieve, o el agua tienen que ser lo que son.
Qué lejos estamos de la literatura como moralización utilitarista. Qué admirable que la razón del bien y de su hermosura sea la verdad. Me quedo con un verso para mi alma: “Sea fiel a sí misma la manzana”. Así de claro. Así de sencillo.