La locura y sus veleidades
(El licenciado Vidriera)
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Son significativas las ocasiones que aprovechó Cervantes para profundizar en el tema de la locura. El licenciado Vidriera, novela ejemplar, nos anuncia la paradójica locura de Don Quijote. La causa, en este caso, no ha sido el mucho leer, sino una pócima que le dio a beber una dama despechada, ansiosa de transformar el frío talante amoroso del Licenciado Tomás Rueda, más dado al estudio que a devaneos pasionales. El efecto, una extraña locura.
Despertó Tomás en el hospital con la convicción de que su cuerpo se había convertido de carne en vidrio. De ahí el nombre. Todo su empeño lo tenía puesto en que nadie lo rompiese. Atuendo y gritos denunciaban su condición. Sin embargo no sólo no había perdido el caudal de sus estudios ni la agudeza de su entendimiento, sino que seguían con ingenio deslumbrante. La gente acudía a escuchar sus atinadas respuestas y, satisfechos, le daban monedas que le permitían vivir. Las preguntas y respuestas son una antología de buen humor.
Cuenta el narrador: “Dos años o poco más duró en esta enfermedad, porque un religioso de la Orden de San Jerónimo… le curó.” Y tras el tratamiento recuperó el juicio: “sucesos y desgracias que acontecen en el mundo, por permisión del cielo, me quitaron el juicio, y las misericordias de Dios me le han vuelto.” La religiosidad de Cervantes tiene muy asentada la convicción de que Dios sobreabunda en misericordia.
Más interesante es la frase “-Señores, yo soy el licenciado Vidriera, pero no el que solía: soy ahora el licenciado Rueda”. Cervantes ha reflexionado con hondura sobre el concepto de persona. En el Quijote leeremos “Yo ya no soy Don Quijote” y ese “ya” salva la identidad del caballero. La persona es el fundamento de nuestra dignidad y de nuestra identidad originaria. La personalidad es la realización concreta en el tiempo de ese proyecto de ser, a veces y por diversas causas muy diferente del previsto. Recuperada la razón, el Licenciado asume su etapa temporal de Vidriera, de locura. No dice “yo nunca fui ese personaje”, sino “Soy el licenciado Vidriera” y añade “soy ahora el licenciado Rueda”. Como Don Quijote precisará “Soy Alonso Quijano”, el buen hidalgo de La Mancha.
Y aquí comienzan sus desgracias. Otra vez el mundo al revés. Al que le seguían loco y le daban de comer, le vuelven la espalda; el cuerdo, con no menor ingenio y conocimiento, al borde de morirse de hambre. La sátira desgarradora de Cervantes es rotunda. ¿No sabía Don Miguel por propia experiencia lo poco que sirven para asentarse y triunfar honestamente los méritos propios? Decían los latinos que la sátira era decir la verdad riendo. Sin duda la novelita nos hace reír; pero la verdad que denuncia es estremecedora. La irracionalidad es más poderosa que la mesurada razón, aunque lleve a los pueblos, naciones y sociedades a la ruina. Lo malo es que esto se descubre después, cuando no suele haber remedio. Cervantes lo denuncia como mal de su tiempo. ¿Qué diría ahora?
Escribía yo que la personalidad de cada uno es la concreción en el tiempo del proyecto de ser inicial como persona. En el final de la novela el sarcasmo es demoledor. El licenciado Rueda, que había conseguido por méritos propios ser un alumno aprovechado en la Universidad; que ya desde el inicio de su aventura tiene claro que su vocación no es el mar; ni las armas el medio de sus triunfos, los aciagos tiempos le llevan a la milicia. El hombre de leyes Se tendrá que ir a Flandes, una vez más como repetía Cervantes “A la guerra me lleva mi necesidad, si tuviera dineros no fuera en verdad”. Y encima dejó fama de valiente.