La joven de la perla
Peter Webber, 2002
Año de producción: 2003
País: Luxemburgo, Reino Unido
Dirección: Peter Webber
Intérpretes: Colin Firth, Scarlett Johansson, Tom Wilkinson, Judy Parfitt, Cillian Murphy, Essie Davis, Joanna Scanlan
Argumento: Tracy Chevalier (Novela)
Guión: Olivia Hetreed
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Eduardo Serra
Duración: 95 min.
Género: Drama
La identidad de la modelo del cuadro de Vermeer “Muchacha con turbante”, también llamado “La joven de la perla”, es un enigma. Se dice que como la perla simboliza la castidad la retratada podría ser una novia en vísperas de boda. Se dice también que podría ser una de las hijas del pintor.
La novelista Tracy Chevalier imaginó una identidad para ese rostro de mirada entregada y boca entreabierta. Imaginó también acontecimientos que desembocan en la realización del retrato. Peter Webber filmó la película ciñéndose tanto al argumento novelesco como a la especialísima iluminación del pintor holandés, luz tamizada por las ventanas de vidrio emplomado y posada como una fina gasa sobre los objetos para suavizar sus contornos. El mérito fotográfico –extraordinario- es de Eduardo Serra.
Para recrearse en lo pictórico, la parte narrativa se resuelve apoyando en la novela el guión convencional y sólido, de fuerte simetría: un plano cenital sobre el gastado mosaico en el pavimento de la plaza de Delft muestra a la joven Griet, al principio yendo y al final volviendo; yendo a su empleo de criada en la casa del pintor, al encuentro de las vicisitudes que fijarán para siempre algo de su alma en un pequeño lienzo.
Con delicadeza y preciosismo, con exquisitez casi, el relato se entretiene en lo visual; en la diaria vida de mercado, bodegones de carnes, mantecas y verduras, cocinas, vajillas y cubiertos; vida de patios de ladrillo rojo y callejones con antorchas, canales e interiores abigarrados… Pero se adentra asimismo en detalles del quehacer artístico y la dinámica social de los encargos de un pintor del XVII: al exhibir en el recóndito taller una “cámara oscura” despliega una teoría óptica, y otra pictórica al explicar cómo usaba Vermeer sucesivas capas tras secarse el color, sobre una veladura azulada. Y la elaboración de pigmentos con mortero, como en cocina alquímica: goma arábiga, ollejo de uva, malaquita, bermellón, aceite de linaza, carbón animal…
Todo ello envuelve a la joven criada, procedente de un lúgubre hogar calvinista, y despierta una sensibilidad estética que propicia una comunicación silenciosa con el maestro. Juego de miradas, órdenes escuetas. En un contexto puritano hay nimiedades que se cargan de sensualidad: cuando la cofia deja al descubierto la cabellera pelirroja todo arde, como al humedecer los labios, o al perforar el lóbulo para el pendiente. Pero al mismo tiempo se dibujan las almas, la delicadeza, el temor, el deseo, los celos, la fascinación por la belleza.