La amistad. La parábola de los jardineros
No vives de lo que está almacenado en ti, sino de lo que transformas. (A. Saint-Exupéry)
Os presento esta deliciosa narración que se encuentra en el capítulo 219 con el que Saint-Exupèry concluye la obra “La ciudadela”. Es el mismo Rey el que nos cuenta en tono solemne y sagrado esta delicada historia de amistad verdadera entre dos jardineros.
El propio narrador hace suya la lección universal y la aplica a su vida que el cuentecillo encierra. No dos sencillos jardineros, el mismísimo Emperador considera que el contenido de la carta que se han escrito entre los dos amigos después de muchos años de separación, le sirve de epitafio para una vida ante los ojos de su Dios: “Terminado mi trabajo, he embellecido el alma de mi pueblo. Él, terminado su trabajo, ha embellecido el alma de su pueblo. Y yo, que pienso en él, y él, que piensa en mí, aunque ningún lenguaje nos era ofrecido para nuestros encuentros, cuando hemos juzgado, o dictado el ceremonial, o castigado o perdonado, podemos decir, él para mí, como yo para él: "Esta mañana podé mis rosales..."
Extraña historia. Pocas explicaciones aclaran el sentido. Los jardineros hablan poco, lo que se escriben es menos todavía. Lo suficiente para saber lo que el amigo necesita escuchar del amigo.
Primero se forjaron. Se hicieron amigos en el tiempo hasta el extremo de no necesitar de las palabras. Cuando dos almas se compenetran, una mirada, un gesto lo dice todo. No nacieron almas gemelas. Se hicieron. Lo que vale para la amistad, todavía vale más para el amor. Habían llegado a considerarse hermanos. Así confiaban mutuamente. La enumeración de los peldaños de la amistad es genial: primero tomaban el te, segundo celebraban las mismas fiestas, tercero se pedían consejo mutuamente y en cuarto lugar se entregaban confidencias. La identidad fue tanta que no necesitaron pronunciar palabra. Los más elementales signos eran suficientes para la comunicación más completa.
La vida los separó. ¿Habrían acabado tantos avatares (de jardín en jardín hasta el confín del mundo) con una amistad tan acendrada? Imposible. Su amistad no se basaba en sentimientos ocasionales. Ni en veleidades oportunistas. Ellos estaban unidos por la perfección de un trabajo bien hecho. No sabemos el nombre de los jardineros. Ni la historia de sus amores. Ignoramos sus dolores personales. Sabemos que son dos jardineros identificados con su profesión. Estén donde estén, son jardineros. Si los rosales están podados, todo lo que corresponde en obligaciones, a esa persona, también estará atendido con la misma perfección.
Uno y otro saben que su ansia de perfección sigue en pie. Su amistad sigue impertérrita. Aunque no se vean. Aunque los separen guerras, tempestades y naufragios. Aunque un tonel en medio del mar, los lleve de jardín en jardín.
La respuesta del amigo, después de darle mil vueltas, no podía ser otra: “Esta mañana, yo también podé mis rosales..." Han pasado tres años. ¿No había otros asuntos más interesantes que contar? El que sabe leer, comprende que le está diciendo todo.
Nos cuesta entenderlo, porque hemos separado el trabajo bien hecho como razón de ser de nuestra vida. No te digo nada si además mi corazón va por un lado y mi vida profesional por otro. ¿Y si los rosales somos nosotros mismos? Sería maravilloso ir al encuentro de nuestro Dios diciéndole: "Esta mañana, yo también podé mis rosales ..."
|