Raíces de Europa
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La acción sanitaria de la Iglesia

Para Jesús, Maestro de Vida, la unión con Dios se consigue por medio de la misericordia hacia los demás, especialmente hacia los enfermos, los pobres, los pequeños

Ana Artázcoz Colomo
Revista ESTAR. julio-agosto 2005

Sanidad

La atención a los enfermos pertenece histórica y constitutivamente a la misión de la Iglesia. Antes de ser un servicio público administrado por los Estados modernos, la Iglesia se hallaba presente a través de muchos de sus hijos e hijas junto al rostro doliente de la humanidad. La hospitalidad hacia los enfermos es otra ingente aportación histórica del amor cristiano.

El Concilio Vaticano II establece un paralelismo entre el modo en que Cristo realizó la salud y salvación de los hombres y la manera como la Iglesia debe continuarla a través del tiempo y del espacio. Resalta en especial el cuidado de pobres y enfermos: “Así como Cristo fue enviado por el Padre para dar la Buena Nueva a los pobres, a curar a los que tienen el corazón contrito, para buscar y salvar aquello que estaba perdido, así también la Iglesia rodea de afectuosos cuidados a cuantos están afligidos por la debilidad humana” (LG 8).

Jesús ante la enfermedad y junto a los enfermos

La Iglesia ha prestado sus cuidados a todos los dolientes por mandato de su mismo Fundador. Así lo expresa Juan Pablo II en la Carta Apostólica Dolentium hominum: “En el correr de los siglos, la Iglesia ha considerado el ministerio para con los enfermos y los que sufren, como una parte integrante de su misión, y no sólo ha favorecido entre los cristianos el florecimiento de diversas obras de misericordia, sino que ha hecho surgir de su seno muchas instituciones religiosas con la finalidad específica de promover, organizar, perfeccionar y extender la asistencia a los enfermos y a los débiles. A su vez, los misioneros, al realizar su tarea de evangelización, asociaron constantemente la predicación de la Buena Nueva con la asistencia y el cuidado a los enfermos”.

El Padre, rico en misericordia, envió a su Hijo para que los hombres tuvieran vida, y vida en abundancia. La venida de Cristo cambió la mentalidad ante los enfermos, que eran considerados como pecadores a los que Dios castigaba. Pero el enfermo no es la causa de su mal, sino la víctima del mal que ha sido introducido por el pecado de todos, el mal que ha roto la armonía de la creación. Su actividad estaba determinada por el compromiso de sacar adelante una misión muy concreta de su Padre, quien, en su plan de salvación, favorece a sus hijos más necesitados de ayuda. La actitud de Jesús fue verdaderamente revolucionaria; rechazó el antiguo concepto de purificación por medio de separaciones rituales, sustituyéndolo por una purificación obtenida gracias a una intensa comunión con el enfermo.

Para Jesús, Maestro de Vida, la unión con Dios se consigue por medio de la misericordia hacia los demás, especialmente hacia los enfermos, los pobres, los pequeños.

San Vicente de Paúl
“En el correr de los siglos, la Iglesia ha considerado el ministerio para con los enfermos y los que sufren, como una parte integrante de su misión, y no sólo ha favorecido entre los cristianos el florecimiento de diversas obras de misericordia, sino que ha hecho surgir de su seno muchas instituciones religiosas con la finalidad específica de promover, organizar, perfeccionar y extender la asistencia a los enfermos y a los débiles. A su vez, los misioneros, al realizar su tarea de evangelización

La hospitalidad como legado cristiano

La hospitalidad, cuyo concepto original significaba “acogida y atención inviolables para amigos y extraños”, fue practicada desde el despertar de la conciencia social de las grandes civilizaciones; pero este concepto, evolucionó entre los cristianos hacia un sentido mucho más profundo y religioso de misericordia hacia los pobres y enfermos. El cuidado a los enfermos había sido considerado como obra propia de los esclavos e indigna del hombre, pero gracias a Jesús la acogida del que sufre se transforma para sus seguidores en una obligación sagrada.

En la Iglesia primitiva de los tres primeros siglos no había instituciones hospitalarias específicas debido a que la situación de ilegalidad en que se hallaban los cristianos no lo permitía. Diáconos y obispos eran los responsable de la atención a los pobres y enfermos. Después del Edicto de Milán (año 313), al gozar de libertad en el Imperio, pudieron crearse públicamente instituciones especializadas para la atención a los necesitados, casas de acogida y albergues de peregrinos, generadas por la caridad cristiana, que se propagaron durante la Alta Edad Media. Se abren establecimientos para cuidar pobres y enfermos, sobre todo leprosos, casi siempre a cargo de comunidades cristianas. San Basilio, en Capadocia, crea en el año 372 una ciudad sanitaria con médicos, enfermeras, camilleros, etc.

La acción asistencial se expande a Occidente. San Benito obliga a que en cada monasterio de su regla haya una hospedería para los peregrinos y los pobres. Deben tener también jardines botánicos para disponer de una farmacopea. "Hospes sicut Christus", al huésped se le recibe como a Cristo, reza la famosa máxima benedictina: “Recíbanse a todos los huéspedes que llegan como a Cristo… A todos dése el honor que corresponde, pero sobre todo a los hermanos en la fe y a los peregrinos. Cuando se anuncie un huésped, el superior o los hermanos salgan a su encuentro con la más solícita caridad. Oren primero juntos y dense luego la paz. Muestren la mayor humildad al saludar a todos los huéspedes, inclinando la cabeza o postrando todo el cuerpo en tierra, adorando en ellos a Cristo, que es a quien se recibe… El abad vierta el agua para lavar las manos de los huéspedes, y tanto el abad como toda la comunidad laven los pies a los huéspedes… Al recibir a pobres y peregrinos se tendrá el máximo de cuidado y solicitud, porque en ellos se recibe especialmente a Cristo, pues cuando se recibe a ricos, el mismo temor que inspiran, induce a respetarlos… Un hermano, cuya alma esté poseída del temor de Dios, se encargará de la hospedería, en la cual habrá un número suficiente de camas preparadas.” (Regla de San Benito)

Hermandades, Órdenes y Congregaciones

Siguiendo el modelo de la hospitalidad benedictina, las rutas de peregrinación cristiana serán una impresionante y callada historia de acogida y cuidado a los caminantes. Con la explosión demográfica del siglo XI y las primeras ciudades surgen y se propagan enfermedades como la peste. Aparecen hermandades asistenciales y órdenes hospitalarias. Las más destacadas son la del Espíritu Santo y la de los Antonianos, que protagonizan la acción asistencial de la Iglesia hasta el siglo XIV. En la Edad Media, asimismo, se crean las Maison Dieu y Hotel Dieu, comunidades de mujeres que atienden a enfermos. También aparecen las beguinas, comunidades de seglares que asisten a los enfermos en sus propios domicilios.

Madre Teresa de Calcuta

La enfermedad y la miseria fueron objeto de preocupación ocasional de los gobernantes, inspirados a menudo en los principios de la caridad cristiana. Si embargo, para muchos, la causa originaria de esa preocupación fue, no tanto acabar con la pobreza y la enfermedad, cuanto hacer socialmente inofensivos a los pobres y a los enfermos. Los pobres eran recluidos, los enfermos abandonados; habían pasado a ser considerados un auténtico peligro social y las medidas eran a menudo tajantes.

Pero esta situación de desatención generalizada a los enfermos suscitó numerosas iniciativas eclesiales, destacando las nuevas Órdenes Hospitalarias. La situación de los hospitales había llegado a un estado tan precario que el Concilio de Trento (1545-1563) hubo de actuar de un modo radical devolviéndolos a su auténtica finalidad y dando orientaciones para el futuro. Un hombre providencial, San Juan de Dios (1495-1550), se adelanta a esta nueva sensibilidad. Su obra fue continuada por sus compañeros, extendiéndose por España, Italia y otras naciones de Europa y de América. Fue reconocida como Orden religiosa en 1572. El siglo XVI es el de las grandes órdenes hospitalarias masculinas, entre ellas los propios Hermanos de San Juan de Dios y los Clérigos Regulares de San Camilo de Lelis. En España, la orden creada por el venerable enfermero Bernardino Obregón contó con 80 hospitales.

A partir de Trento se emplea la palabra “hospital”, poniendo acento, junto a la misericordia, en la eficacia de los servicios prestados a los enfermos. Mención especial merecen también las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, orden creada en París en 1632 y modelo de la futura acción sanitaria.

Con la Revolución Francesa se consideran “indignas” las acciones de caridad de esta naturaleza, por lo que se suprimen las órdenes. Pero Napoleón se da cuenta del fracaso de la sanidad civil y por ley ordena la supervivencia de las Hijas de la Caridad.

Resurgimiento

De nuevo empiezan a aparecer hombres y mujeres que se dedican a atender a los enfermos. En el siglo XIX, sólo en Francia, surgen 400 congregaciones religiosas con este fin. En España, 74 entre 1848 y 1900. La madrileña Santa Soledad Torres Acosta (1826-1887), fundadora de las Siervas de María, no duda en hacer salir a sus hijas de los conventos para asistir a los enfermos tanto de día como de noche, “viendo en la persona del enfermo al mismo Cristo.

Hasta finales del siglo XIX no empiezan a asumir los Estados la atención sanitaria como un servicio público de forma generalizada. Aún así, donde el Estado no llega –muchas veces a donde no llega es a la persona misma como tal– sigue habiendo hombres y mujeres de Dios que acuden allí donde los demás no acuden. No por dinero. Ni por civismo. Es que ven en la persona enferma el rostro doliente del propio Cristo y por ello la más grande dignidad.


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