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La Conferencia de Pekín

Andrés Jiménez

Síntesis basada en el documento:

A Quince Años de la Carta de Juan Pablo II a las Mujeres y de la IV Conferencia ONU sobre la Mujer
(1995 – 2010)

(Elaborado por la Sección Mujer del Pontificio Consejo para los Laicos)

La Conferencia de Pekín
En la Conferencia de Pekín nada estaba improvisado. Ya desde la preparación a la misma, al adentrarnos en los documentos y tratar de entender qué grupos, organizaciones e instituciones los sustentaban, quedó de manifiesto que Pekín era, en cierto sentido, la cumbre de un trabajo realizado durante décadas, conscientemente, en profundidad, a través de redes y con “conciencia de misión” por la causa que querían defender y propagar.

La llamada ideología de género” nace alrededor de los años 50 en contextos feministas y activistas pro-homosexuales, cobra forma en los años 60 de la mano de la llamada “revolución sexual” y se desarrolla en las universidades de los Estados Unidos con la creación de los “gender studies” en los años 70. Por esos años se adentra en estructuras políticas (organismos internacionales ONU, Europa) y académicas de Norteamérica y Europa occidental. A partir de la IV Conferencia ONU sobre la Mujer, celebrada en Pekín-Beijing en 1995, esta ideología entra en una fase de globalización, influyendo en la creación de nuevos conceptos y cambiando la cultura. En estos momentos se halla ampliamente difundida en numerosas leyes y en instituciones públicas.

Llama la atención que en las Conferencias Mundiales de las Naciones Unidas que tuvieron lugar en los años 90 se aprecia el uso de un lenguaje común al que se usó en Pekín. Esto evidencia que Pekín no fue un evento aislado: un común lenguaje corresponde a una común toma de posición. Las Conferencias a las que nos referimos son: en 1990, Jomtien (Tailandia) Conferencia sobre Educación para todos; en 1992 Rio de Janeiro, Conferencia sobre Ambiente y Desarrollo; en 1993, Viena, Conferencia sobre Derechos Humanos; y en 1994 El Cairo, Conferencia sobre Población y Desarrollo. Especialmente esta última presenta ya importantes coincidencias en lenguaje y en ideas con la de Pekín.

Una transformación fundamental que se produjo en Pekín fue el cambio del sujeto en cuestión, pasándose de la categoría "mujer" al concepto de "género", y reconociendo que toda la estructura de la sociedad debía ser reevaluada a la luz del desarrollo de los estudios de género, ya que se pensaba que únicamente a través de esta perspectiva podrían realizarse los cambios necesarios a favor de la igualdad efectiva entre hombre y mujer.

La Santa Sede, miembro de la ONU, envió una delegación propia a la IV Conferencia sobre la Mujer en Pekín (desde 1975 se habían sucedido otras tres Conferencias acerca de la Mujer), presidida por la profesora estadounidense Mary Ann Glendon, con dos monseñores como sub-jefes y compuesta por trece mujeres y siete hombres. [Nombres de los delegados de la Santa Sede en la IV Conferencia Mundial sobre la mujer: Sra. Mary Ann Glendon, jefe de la delegación. Mons Renato R. Martino, arzobispo titular de Segarme, sub-jefe de la delegación. Mons. Diarmuid Martin, sub- jefe de la delegación. Miembros de la delegación: Mons. Frank Dewane, Sra. Patricia Donahoe, Sra. Teresa EE Chooi, Mons. Peter J. Elliot, Sra. Pilar Escudero de Jensen, Sra. Janne Haaland Matlary, Sra. Claudette Habesch, Sra. Kathryn Hawa Hoomkwap, Sr. John Klink, Sra. Irena Kowalska, Srta. Joan Lewis, Mons. David John Malloy, Sr. Joaquín Navarro-Valls, Hna. Anne Nguyen Thi Thanh, Srta. Gail Quinn, Sr. Luis Jensen Acuña, Srta. Sheri Rickert, Srta. Lucienne Sallé, Srta. Kung Si Mi. (Cfr. “L’Osservatore Romano” edición italiana, 26 agosto 1995, p.1) La delegación trabajó antes y durante la Conferencia logrando que se escuchara la voz de la Santa Sede, que llamaba a una verdadera promoción de la dignidad de la mujer, evidenciando la presencia de ideologías que minaban esta promoción. Para muchos países la presencia de la Santa Sede y las precisiones que la delegación ofreció en varios contextos fue de gran ayuda para no tomar posturas ingenuamente.]

Los temas tratados en la IV Conferencia de Pekín

En la Conferencia de Pekín nada estaba improvisado. Ya desde la preparación a la misma, al adentrarnos en los documentos y tratar de entender qué grupos, organizaciones e instituciones los sustentaban, quedó de manifiesto que Pekín era, en cierto sentido, la cumbre de un trabajo realizado durante décadas, conscientemente, en profundidad, a través de redes y con “conciencia de misión” por la causa que querían defender y propagar. Esta constatación se reflejó en las intervenciones y discusiones y, claramente, quedó expresada en el documento final, la Plataforma de Acción. Al comenzar a estudiar estos temas quedó patente que el vocabulario utilizado no era casual, términos como género, empoderamiento, salud sexual y reproductiva, opción sexual, etc. tenían un trasfondo y un significado precisos.
Durante la Conferencia se vio a muy laboriosos lobbys pro-aborto (pro-choice), feministas radicales y pro-homosexualidad trabajando activamente. La delegación de la Santa Sede, en sintonía con un amplio grupo de países y de líderes internacionales, centró sus empeños en resaltar la discrepancia que esta mentalidad manifestaba con la «Declaración Universal de los Derechos del Hombre» de 1948. Se expresó amplia preocupación porque la Conferencia de Pekín no tenía la autoridad para poner en cuestión la tradición y la redacción de los derechos humanos.

Algunos de los temas en los que encontramos contraste entre las propuestas debatidas en la IV Conferencia de Pekín y la Declaración Universal de 1948 son: la omisión de la referencia a la dignidad humana que ha de ser reconocida como fundamento de la libertad, la justicia y la paz; la omisión del matrimonio como un derecho fundamental y de la familia como natural y fundamental célula base de la sociedad; en Pekín se considera el matrimonio y la familia de modo negativo, como impedimento a la realización de las mujeres, asociándolo a la violencia; las referencias a la maternidad aparecen de modo marginal o en luz negativa, las palabras madre y maternidad son consideradas reductivas respecto a la plena dignidad de la mujer, mientras que en 1948 la maternidad y la infancia tenían derecho a especial cuidado y protección.

Despertaba preocupación también la tendencia a considerar los problemas de salud de la mujer principalmente como problemas relacionados con “sexualidad y reproducción”, dejando de lado otros serios problemas de salud femeninos ligados a la pobreza como la desnutrición, el escaso acceso a agua potable, la precariedad con la que muchas mujeres se ven forzadas a asumir su embarazo y maternidad. Por otro lado se denunció la ausencia total de una mención del sufrimiento que causa, sobre todo a las mujeres, la difusión de una cultura de la permisividad sexual. Esta falta de equilibrio en la manera como se daba amplio énfasis a algunos problemas de la mujer dejando de lado otros no menos graves ni menos reales, hacía evidente que existían agendas de fondo que explicaban esta selección unilateral.

Los documentos y la agenda de Pekín ’95.

La IV Conferencia produjo dos documentos: la Plataforma de Acción y la Declaración de Pekín. La Plataforma de Acción propone una lista de los principales problemas de la mujer, muchos de los cuales son muy reales y reclaman una respuesta: la pobreza, la instrucción y la formación, la salud, la violencia contra las mujeres, los conflictos armados, la economía, los procesos de toma de decisiones, la carencia de mecanismos institucionales, los derechos humanos, los medios de comunicación, el ambiente y la necesidad de prestar atención particular a las niñas.

La Conferencia de Pekín
La historia revela que la “ideología de género” no es más que una de las muchas manifestaciones de una cierta “nueva ética global”, que no es un fenómeno aislado sino complejo y relacionado con una gran cantidad de otras disfunciones antropológicas, culturales y políticas y con una profunda y extendida crisis de fe.

Sin embargo en el documento final de la IV Conferencia quedó presente una ambigüedad en términos que da pie a interpretaciones imbuidas de ideología y cuyas consecuencias se han podido ver en los últimos años: la implementación de la Plataforma de Acción de Pekín ha privilegiado la interpretación anti-vida, anti-familia, anti-femenina de sus prioridades y ha seguido avanzando con su propuesta de cambio de paradigmas culturales. [Expresaron reservas al documento: Afganistán, Jordania, Argentina, Libia, Brunei, Malta, Djibouti, Nicaragua, Ecuador, Paraguay, Egipto, Perú, El Salvador, Santa Sede, Honduras, Yemen, Guatemala, Irán, Emiratos Árabes Unidos, República Dominicana.]

La ambigüedad mencionada lleva a una puesta en discusión de valores fundamentales, como el de la vida humana y de la familia o la recíproca complementariedad varón–mujer, valores que son necesarios como base de toda reflexión sobre la mujer, su dignidad y su vocación.

En el documento final grandes temas como la dignidad, la identidad femenina y masculina, la sexualidad como lenguaje del amor personal, la esponsalidad y el matrimonio, la maternidad y paternidad están ausentes –y lo mismo en las políticas post Pekín-. Otros como la paridad, la igualdad de oportunidades, la superación de la pobreza, la salud materna, las mujeres al frente del hogar, la educación... etc. lo están con un marcado sesgo ideológico.

Así, el lenguaje de la “salud sexual y reproductiva” se ha usado para promover una aproximación de tipo “solución rápida” a la reducción de la pobreza… liberándose de los pobres. Muchos de los fondos que giraban alrededor del proceso de Pekín estaban dirigidos a vincular las ayudas para el desarrollo con programas que presionan a las mujeres al aborto, la esterilización y el uso de métodos contraceptivos.

En la IV Conferencia se había logrado hacer un agudo análisis de la situación de la mujer, pero muchas de las cosas positivas que proponían los documentos, sin la necesaria voluntad política, quedaron como letra muerta.

... “Y en cambio se ha difundido justamente la parte más negativa relativa al gender y al aborto. Vida y familia recibieron en Pekín un duro golpe de parte de una minoría cultural fuertemente aguerrida y de una mayoría de mujeres a menudo incapaces de captar toda la fuerza de disgregación que tienen esas propuestas, el uso de esos términos, de la constante y repetitiva manipulación del lenguaje.” (Paola Binetti)

Mientras muchos recursos económicos y humanos se han orientado a implementar la “perspectiva de género” y los “derechos reproductivos”, otras áreas, que resultaban claves para la verdadera promoción de las mujeres (educación, salud, igualdad de oportunidades en el trabajo, protección a la familia y a la maternidad…), no recibieron la misma importancia.

Se intentó dar por hecha la creación de nuevos derechos humanos y que fueran reconocidos internacionalmente, sin tener en cuenta la nula legitimidad o autoridad con la que se contaba en este foro de Pekín. De hecho se ha difundido la falsa idea de que en los documentos de Pekín se habrían creado nuevos derechos humanos, incluyendo el derecho al aborto.

Los verdaderos problemas de la Mujer y la ideología de género

Entre tanto, sigue sin solución el problema de la cooperación de la sociedad en el reto que afrontan las mujeres de hoy para armonizar su plena participación en la vida pública, social y económica, con su papel y función en la vida familiar.
Así se expresaba la profesora estadounidense Mary Ann Glendon, que presidía la delegación de la Santa Sede en la Conferencia: “Quienes crean las políticas deben escuchar más de cerca lo que dicen las mujeres mismas sobre qué es lo importante para ellas, más que escuchar a ciertos grupos con intereses especiales que pretenden hablar por las mujeres pero a menudo no cuidan verdaderamente los intereses de las mujeres. En segundo lugar, los roles de cuidado de otros, pagados o no pagados, deben recibir el respeto que merecen como una de las más importantes formas de trabajo humano. Y en tercer lugar, el trabajo pagado debería ser estructurado de manera tal que las mujeres no tengan que pagar por su seguridad y progreso a expensas de los roles en los que muchos millones de ellas encuentran su realización más profunda. En resumen, el problema no se resolverá hasta que los valores humanos tomen precedencia sobre los valores económicos.”

La ideologización del concepto de igualdad de género se ha hecho más evidente con los años y termina por limitar el verdadero progreso de la mujer. Lograr la igualdad entre mujeres y hombres en la educación, el empleo, la protección legal y los derechos sociales y políticos se considera como parte del contexto de igualdad de género. Sin embargo la evidencia muestra que el uso de este concepto tal como fue entendido en las Conferencias de El Cairo y Pekín, y como subsecuentemente se ha venido desarrollando en varios círculos internacionales, está apareciendo cada vez más influido por ideología y retarda el verdadero avance de las mujeres. Más aún, recientes documentos oficiales presentan interpretaciones del género que disuelven toda especificidad y complementariedad entre hombres y mujeres.

Es preciso advertir que estas Conferencias –singularmente Pekín, especialmente, y también El Cairo– están teniendo un fuerte impacto en la formación de la cultura de nuestro tiempo, como un núcleo creador de opinión y de políticas efectivas donde las opiniones de una minoría van ganando espacios de legitimación hasta ir llenando los vacíos morales y culturales que deja la crisis de la cultura cristiana.

«La lección política más importante que nos queda tras la Conferencia de Pekín es que las enormes Conferencias internacionales no son ambientes adecuados para afrontar cuestiones complejas de justicia social y económica o graves asuntos de derechos humanos. Desafortunadamente, hay una tendencia en aumento a que los abogados de causas que no han ganado aceptación a través de los procesos democráticos ordinarios recurran a la arena internacional, donde están lejos (o al menos eso esperan) del escrutinio y de la responsabilidad. Podemos esperar que los libertarios sexuales, las feministas de la vieja línea y los controladores coactivos de la población continuarán intentando incluir sus ideas menos populares en los documentos de la ONU para que se revelen localmente como “normas internacionales.”» (Mary Ann Glendon)

El año 2010 vio la creación de una agencia única en las Naciones Unidas para la “igualdad de género y el ‘empoderamiento’ de la mujer”, que englobaba las anteriores agencias que se ocupaban de estos objetivos. Esta agencia se conoce con el nombre ONU Mujeres (UN Women) y, según las palabras del entonces Secretario General Ban Ki-moon daría «un impulso considerable a los esfuerzos de la ONU por promover la igualdad de género, expandir las oportunidades y luchar contra la discriminación en el mundo». La Agencia, dotada de un sustancioso presupuesto, se puso de hecho en manos de la Internacional Socialista.

Una revolución cultural en marcha.

Existe todavía amplia ignorancia acerca del contenido y el proceso de la globalización de la revolución cultural de Occidente, sus consecuencias y su historia. Sin embargo es importante entender que la actual ética secularizada global no se produjo de la nada, sino que es el fruto de un largo proceso histórico.

La historia revela que la “ideología de género” no es más que una de las muchas manifestaciones de una cierta “nueva ética global”, que no es un fenómeno aislado sino complejo y relacionado con una gran cantidad de otras disfunciones antropológicas, culturales y políticas y con una profunda y extendida crisis de fe.

Esta “nueva ética global” está originando una verdadera revolución cultural, que pretende sustituir el lugar de la ética de inspiración cristiana –que entre otras cosas hizo posible y alentó una Declaración Universal de los derechos humanos o la regeneración de Europa tras la II Guerra Mundial-–; intenta transformar profundamente conceptos hablando, no ya de vocación de la mujer a la maternidad sino de derechos reproductivos; no ya de la identidad esponsal del hombre y la mujer sino de la cultura de la “pareja”; no ya de la vocación al servicio amoroso sino del “empoderamiento”; no ya de la recíproca complementariedad varón–mujer sino del contrato entre los géneros; no ya de amor conyugal, maternal, filial, fraternal, sino de una cultura de la “ciudadanía” secularizada cuyo subsuelo es el afán de autosuficiencia individual.


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