Juicio de valor
Rinconete y Cortadillo, de Cervantes
“Era Rinconete, aunque muchacho, de muy buen entendimiento, y tenía un buen natural; y, como había andado con su padre en el ejercicio de las bulas, sabía algo de buen lenguaje, y dábale gran risa pensar en los vocablos que había oído a Monipodio y a los demás de su compañía y bendita comunidad, y más cuando por decir per modum sufragii había dicho per modo de naufragio; y que sacaban el estupendo, por decir estipendio, de lo que se garbeaba; y cuando la Cariharta dijo que era Repolido como un marinero de Tarpeya y un tigre de Ocaña, por decir Hircania, con otras mil impertinencias (especialmente le cayó en gracia cuando dijo que el trabajo que había pasado en ganar los veinte y cuatro reales lo recibiese el cielo en descuento de sus pecados) a éstas y a otras peores semejantes; y, sobre todo, le admiraba la seguridad que tenían y la confianza de irse al cielo con no faltar a sus devociones, estando tan llenos de hurtos, y de homicidios y de ofensas a Dios. Y reíase de la otra buena vieja de la Pipota, que dejaba la canasta de colar hurtada, guardada en su casa y se iba a poner las candelillas de cera a las imágenes, y con ello pensaba irse al cielo calzada y vestida. No menos le suspendía la obediencia y respecto que todos tenían a Monipodio, siendo un hombre bárbaro, rústico y desalmado. Consideraba lo que había leído en su libro de memoria y los ejercicios en que todos se ocupaban. Finalmente, exageraba cuán descuidada justicia había en aquella tan famosa ciudad de Sevilla, pues casi al descubierto vivía en ella gente tan perniciosa y tan contraria a la misma naturaleza; y propuso en sí de aconsejar a su compañero no durasen mucho en aquella vida tan perdida y tan mala, tan inquieta, y tan libre y disoluta. Pero, con todo esto, llevado de sus pocos años y de su poca experiencia, pasó con ella adelante algunos meses, en los cuales le sucedieron cosas que piden más luenga escritura; y así, se deja para otra ocasión contar su vida y milagros, con los de su maestro Monipodio, y otros sucesos de aquéllos de la infame academia, que todos serán de grande consideración y que podrán servir de ejemplo y aviso a los que las leyeren.”
Selecciono hoy el último fragmento de Rinconete y Cortadillo. Otros hubieran servido como el de la reunión o conclave de los extraños cofrades en el patio de Monipodio.
El fragmento me parece oportuno por escuchar, aunque por la pluma de Cervantes, la reflexión y juicio crítico que le merecen a Rinconete unas gentes parásitas de la sociedad sevillana pues “casi al descubierto vivía en ella gente tan perniciosa y tan contraria a la misma naturaleza”. Nos encontramos ante el mundo social de la picaresca. La España capaz de ahondar en los caminos del alma y descubrir la maravilla de sus pasajes interiores de la mano de Santa Teresa o de San Juan de la Cruz; nos ofrece un mundo antitético, pero no menos posible y verdadero, en el que llevar “vida tan perdida y tan mala, tan inquieta, y tan libre y disoluta”.
Niegan algunos que las de Cervantes puedan ser consideradas novelas propiamente picarescas. Es verdad. Sus novelas no reúnen los requisitos formales que definen en puridad género narrativo tan peculiarmente español con prototipos como El Lazarillo de Tormes o El Guzmán de Alfarache. En nuestro texto no se nos narra en primera persona, sino en tercera, ni podemos hablar propiamente de que se nos cuentan las aventuras que los protagonistas han vivido al servir a diferentes amos. Don Ángel Valbuena y Prat, en su clásica publicación a modo de antología de La Novela Picaresca Española, de la Editorial Aguilar, no duda en incluir nada menos que: “La ilustre fregona, Rinconete y Cortadillo, El casamiento engañoso y el coloquio entre Cipión y Berganza, más conocida como El coloquio de los perros” El mundo descrito es el mundo social de la picaresca.
En el fragmento debemos destacar la sorpresa que le causa a Rinconete el torpe modo de hablar de los diferentes personajes. No la lengua propia de germanía o jerigonza, sino los vulgarismos que delatan el ínfimo nivel cultural en que se mueven, algo que Cervantes nos refleja con viveza y humor.
Yo prefiero resaltar la importancia que tiene para nuestra educación la influencia de nuestros padres, directa o indirectamente. El hecho de que su padre se moviera en ambientes eclesiásticos, aunque tuviera tan bajo oficio como el de cobrador de las bulas, le ha capacitado para conocer un nivel de vocabulario culto, con dichos o expresiones incluso latinos. Nos precisa el narrador “sabía algo de buen lenguaje”.
No es suficiente la escuela. La educación comienza en casa. Relajar el hablar con precisión, porque en zapatillas y andar por casa, todo descuido es perdonable, en su justa medida, no es bueno. El ambiente familiar corrige o ahonda la incultura. Uno entiende naufragios y no sufragios; estupendos y no estipendios. Gran nivel tenía Rinconete para no confundir Hircania con Ocaña y más cursado que lo esperable al distinguir el verso originario del incendio de Roma por Nerón: “Mira Nero, de Tarpeya, a Roma cómo se ardía” de la versión más divulgada que la etimología popular convirtió en “Marinero de Tarpeya…” Aunque en ninguna de las versiones sospecho que el común de gentes entendiera nada.
La finura religiosa de Cervantes se nos manifiesta en los comentarios de Rinconete sobre los cofrades de Monipodio en exceso confiados: “sobre todo, le admiraba la seguridad que tenían y la confianza de irse al cielo con no faltar a sus devociones, estando tan llenos de hurtos, y de homicidios y de ofensas a Dios. Y reíase de la otra buena vieja de la Pipota, que dejaba la canasta de colar hurtada, guardada en su casa y se iba a poner las candelillas de cera a las imágenes, y con ello pensaba irse al cielo calzada y vestida.”
No sé qué ocurrirá con estas pobres gentes el día del juicio. Grande es la misericordia de Dios. Pero agradezco a Don Miguel que discierna con finura las contradicciones morales y doctrinales en que se mueven estas pobres gentes, para bien de quienes lo leemos. Aunque hoy pasemos como quien oye llover.