Intimidad personal y corporalidad humana
JESÚS CONILL.
Universidad de Valencia.
Rev. Acontecimiento. Nº 140. 2021/3.
Constatamos que en el mundo de hoy nos estamos ahogando en la superficie, estamos en una situación parecida a la que Ortega se refería con la metáfora de los náufragos, ahora sometidos a la seducción de la frivolidad, por vivir en y de la superficialidad.
Es importante pensar lo que significa la intimidad, porque si no profundizamos en este asunto y vivimos desde la intimidad, no podremos llegar a ser libres, porque no seremos capaces de hacer frente a la banalidad, la frivolidad, las seducciones fáciles, los atractivos superficiales de la vida. Sin radicarse en la intimidad no habrá auténtica libertad personal.
Se puede usar otro concepto para indicar esta idea, pero lo relevante es captar lo que quiere decir: si no estamos en la intimidad, vivimos invadidos por la extimidad. La sociedad siempre ha vivido predominantemente de heteronomías, desde fuera de nosotros mismos, desde la extimidad. En nuestros días lo que está ocurriendo es que se ha agudizado el fenómeno: lo que está fuera, lo vigente, nos hace vivir de un modo determinado, porque es difícil oponerse a la masa, a lo que está bien visto, a las modas intelectuales y a las expectativas ajenas. Pero ahí nos jugamos la libertad, porque el que se deja arrastrar no puede ser libre ya que carece de la fuerza íntima para al menos resistirse a ir a la deriva que impone la extimidad de cada contexto vital.
Si se quiere revitalizar la vida personal y llegar a ser personas, necesitamos un fondo más allá de la superficie, una fuerza interior que nos capacite para no que- dar sometidos a la extimidad. La capacidad de poder hablar con sentido liberador se cuece en la intimidad. Y como hay corrientes filosóficas que hasta niegan la existencia de la intimidad, crece la importancia de recuperar la tradición que la ha defendido.
Así pues, si siempre ha sido costoso distanciarse de las costumbres y de las tradiciones establecidas, ahora el costo de ser considerado desviado se ha elevado todavía más, dado que hoy en día vivimos en un contexto caracterizado por una especie de represión, de asfixia de la intimidad, porque no hay tiempo ni espacio para cultivarla y carece del espacio vital necesario. Hoy existe una especie de nuevo opio que entonte- ce a la gente a través de los mecanismos técnicos de que disponemos.
Tan absorto está todo el mundo en los medios telemáticos, que muchos son incapaces de contemplar el paisaje y mirar a otras personas. Cambia incluso la manera de andar, de vivir, de sentir, debido a que cada vez más se agudiza una nueva represión facilitada por unas potentes tecnologías que de hecho producen incomunicación. No quiere decir que la tecnología sea mala, pero su uso dificulta disfrutar de la capacidad de intimidad que tenemos. Ya hay estudios de neurociencia que han puesto de manifiesto que este estado de cosas nos empobrece e incapacita, impidiendo el desarrollo de ciertas capacidades. En vez de aumentarlas, las reduce. Lejos de ser plataforma de creación, la extimidad de algún modo aliena, enajena, imposibilita un modo de vida personalizado. En definitiva, fomenta una nueva heteronomía (dependencia): vivir a partir de fuera, según unas leyes (el nómos de la vigencia) que proceden del exterior, nos invaden y bloquean las capacidades de desarrollar la fuente interior de la intimidad.
Por otra parte, determinadas corrientes de pensamiento afirman que no existe la intimidad, la consideran una ficción inventada e inexistente, porque somos conducta, reavivando así el caduco conductismo en una nueva versión. Al reduccionismo genético (somos nuestros genes) y al reduccionismo neurológico (somos nuestras neuronas), se añade un renovado reduccionismo conductista. Se trata de una nueva heteronomía que despersonaliza y que nos puede deshumanizar. Ortega y Gasset decía que el ser humano tiene la capacidad de humanizarse y de deshumanizarse, a diferencia de los animales (por ejemplo: el tigre no puede destigrarse) y de los objetos inanimados, porque no es lo mismo la hominización que la humanización.
Y es que no se deben confundir, esto es lo que está en el fondo de la cuestión de la intimidad. Dando por constituida la hominización, hemos de ver si hay un foco que nos permita humanizarnos, porque si nos despersonalizamos, en realidad nos deshumanizamos. Es verdad que hay quien piensa que la persona no existe, que es solo un concepto fútil, carente de sentido, porque —dicen— como «no es un concepto científico» les parece que carece de auténtico significado. En mi libro Intimidad corporal y persona humana intento mostrar que la persona no es nada si no hay intimidad. Los tres autores mencionados en el libro (Nietzsche, Ortega y Gasset, Zubiri) coinciden en que sin la intimidad no hay personalidad, no en el sentido meramente psico- lógico, sino entitativo, metafísico, es decir, la intimidad es la realidad de fondo de la persona: si no hay intimidad, no hay persona y, por consiguiente, no hay libertad.
INTIMIDAD Y VIDA PERSONAL
Si queremos hablar de una vida personal, en que nos tomamos la vida en serio, esta idea de «en serio» resulta de gran importancia. «En serio» es un término aparentemente trivial, que varios autores de posiciones diferentes han utilizado para definir lo que es la vida personal. Ernst Tugendhat defiende la «ética de la seriedad», Karl-Otto Apel hablaba de la necesidad de argumentar «en serio» y Pedro Laín Entralgo afirmaba que vivir en serio supone partir de la intimidad. Es desde la intimidad desde donde nos jugamos la vida. Es lo que significa la idea de tomar la vida más allá de las farsas y de las acomodaciones sociales, reconociendo un fondo desde el que se ejerce la libertad radical, lo que llamamos la autenticidad de la vida, el momento de la verdad (que suele revelarse en los momentos de las llamadas «situaciones-límite», en términos de Karl Jaspers), donde nos jugamos las auténticas convicciones.
Algunos dicen que con las verdades se pierden las amistades y con las convicciones se pierden las oportunidades, renunciando así al fondo de intimidad que nos lleva a aspirar a la verdad y a las convicciones que forjan el sentido de la vida. Las convicciones no son pétreas, ni inamovibles. Son revisables y no tienen por qué ser prisiones, sino que son una fuente de sentido dinámico, en busca de creciente libertad. Revelan una energía, una fuerza vital, específicamente humana, capaz de regenerarse, cultivarse, transformarse. Son, pues, revisables, pero nos constituyen en la vida personal y conforman el orden del sentido.
Un segundo aspecto que deseo introducir para comprender la necesidad de la intimidad para llevar adelante una vida personal está en relación con el resultado al que están llevando los actuales mecanismos tecnológicos: a un nuevo tipo de sociedad, de economía e incluso de utopía, de la que nos dio buena cuenta nuestro amigo José Ángel Moreno en un ilustrativo artículo, que acabo de ver publicado también en el último número de la revista Acontecimiento. [«Una distopía digital: Alex Pentland», Acontecimiento, no 139, XXXVII, 2021/2, pp. 3-5]
José Ángel Moreno expone la propuesta de una economía alternativa y de una nueva forma de entender las ciencias sociales reforzadas por la computarización, que están acrecentando el poder de lo que hemos denominado «extimidad» y adquiriendo una capacidad inusitada de previsión y de construir productos previsibles para dirigir la conducta de la población. Es una especie de nuevo conductismo, pero a través de los medios computacionales, al que se denomina «Física social». Es un conductismo que no se guía por el mero reforzamiento (Skinner), sino por la capacidad de incentivar mediante la computarización, basada en los mecanismos de la inteligencia artificial.
Esto es muy grave para el futuro de la vida humana por su potencial para influir en la conducta de la gente. Porque si es así, algunos piensan que a partir de estas ciencias sociales hay un futuro nuevo, una especie de nueva utopía, de homogeneización de la conducta. Es decir, estaríamos ante una todavía más potente extimidad, una heteronomía a través de los nuevos medios tecnológicos.
Y otra derivación de estas nuevas tecnologías que tanto les gusta usar a las gentes es que ha conducido a un nuevo tipo de economía a partir de las plataformas tecnológicas, que han conseguido unos productos que transforman la economía, porque los usuarios hemos entregado una gran cantidad de datos que son aprovechados para obtener beneficios de otros clientes. Esta transformación de la economía no afecta solo a una parte del mundo, porque de esto pueden hacer- se dueños las empresas y los Estados, o ambos tan- to separada como conjuntamente. El ejemplo de China es palmario. Hay una tecnologización como base de una nueva economía basada en la ciencia de los da- tos, que puede utilizarse para los fines y objetivos sociales que determinen aquellos que ostenten el poder, privado, público o estatal. Y esto vuelve a poner en grave peligro la intimidad.
Una aclaración antes de seguir adelante: cuando se habla de intimidad, no se refiere solo a privacidad. Si recurrimos a nuestros maestros en metafísica, que de lo que trata es de la realidad, nos descubren que la intimidad tiene que ver con el orden de la realidad. La realidad es un concepto muy propio de la filosofía. Pues la filosofía de rango metafísico, por ejemplo de Ortega, Zubiri y Laín, aclara que la intimidad no es una ficción, sino una realidad, un estrato real del ser humano, que es el que hace que sea persona. La noción de privacidad surgió dentro de la bioética estadounidense, como un derecho, y posteriormente en relación con las tecnologías adquirió relevancia en el mismo sentido, para poner en marcha procedimientos de protección de datos de las personas, mediante «derechos digitales», en definitiva para proteger la privacidad. Estamos, pues, a un nivel jurídico, aun cuando sea con un fondo moral.
Pero la intimidad es otra cosa, semejante a lo que Cervantes quiere expresar como libertad en un pasaje de El Quijote, cuando se pretende castigar a alguien a dormir en prisión, pero la persona replica que no piensa pegar ojo, en ejercicio de su libertad radical. Hay un fondo de realidad que no se puede forzar. Es posible eliminar a la persona, destruirla, pero mientras se tenga un ápice de virtualidad se puede ejercer la intimidad, que es aquello que configura a la persona humana.
Esta defensa de la intimidad ha chocado actualmente con diversas tendencias: la tecnológica, como hemos visto, pero también la neurocientífica. A partir de las ciencias contemporáneas hay una deriva naturalista en la filosofía (denominada incluso «neurofilosofía»), que cree que no es posible hablar de intimidad, porque esta es una experiencia no objetivable, no científica. Muchos se aferran a esta idea, convencidos de que la experiencia personal es fútil, meramente subjetiva, no objetivable y, por tanto, carente de validez. Aquí entramos en un tema capital del debate filosófico. El fondo de la cuestión es definir qué es experiencia, si hay un solo modo de entenderla.
¿Por qué la experiencia es sólo la experiencia objetivable, y por qué solo ella ha de tener validez? Por ejemplo, qué sucede con la experiencia del dolor: cuando teóricamente no tendría que doler, pero la persona sien- te efectivamente un dolor (de modo ejecutivo). ¿Quién dirime si siente o no dolor, dónde radica la objetividad, cuál es la medida de la objetividad: la primera o la tercera persona? Lo bien cierto es que la estructura de la experiencia en primera o tercera persona es diferente. El escenario primordial de la experiencia, fenomenológicamente, es el de la primera persona; en ese nivel es donde hace aparición lo experiencial.
No obstante, ambas formas de experiencia son importantes. ¿Por qué descalificar una de ellas, de dónde viene este empeño por separar aspectos de la experiencia que son necesarios para entender la vida humana? ¿No es más provechoso entenderlas como complementarias para comprender la realidad? Reducir la experiencia a lo objetivable sería falsificar lo humano. Precisamente las tradiciones filosóficas que trato en el libro antes mencionado intentan conocer mejor los fenómenos propiamente humanos, sin reducirlos ni falsificarlos, porque lo que nos humaniza —lo humanizador— no es solo lo que podemos conocer de modo objetivable.
Fenomenizar no es lo mismo que objetivar. Se fenomenizan, es decir, aparecen y se viven experiencias que no se pueden objetivar. La experiencia personal no es susceptible de ser objetivada, ni puede ser vista como un mero producto biológico. Tampoco la persona se reduce a la biología. Hoy se dice que hay seres humanos que no son personas, y seres no humanos que son personas... El calificativo de persona es puesto o quitado desde diversos criterios, y esto supone un problema muy serio. Es necesario revisar esta deriva naturalizadora del pensamiento contemporáneo desde una alternativa a la llamada razón naturalista, desde la experiencia de la intimidad, que solo emerge con fuerza desde la primera persona, y hay que evitar dejarse guiar por criterios ideológicos, políticos, que falsean la realidad. Si queremos tomar en cuenta la experiencia en su integridad, tenemos que introducir necesariamente la experiencia de la intimidad en primera persona.
En el ámbito de la tendencia naturalizadora se ha desarrollado un enfoque neurológico de gran importancia. Se dice que el cerebro es el que está determinando las expresiones de la persona. ¿Qué quiere esto decir? Entramos en el problema conceptual de la relación entre las ciencias y la interpretación filosófica. Lo que está en juego es interpretar la presunta realidad única del cerebro y las expresiones del cuerpo humano. Hay que tomar en serio el cuerpo, la intimidad corporal, pero que no puede ser vista desde la reducción biologicista del cuerpo. La interpretación que hay tras esta postura reduccionista, que elimina lo humano, es decir, una parcela de la realidad, es la idea de que el cuerpo es sólo biología. Así entendido, se trataría del cuerpo objetiva- do, mineralizado (en expresión de Ortega).
Pero los gestos, por ejemplo, ¿son un producto interpretable de modo adecuado mediante las categorías de causa y efecto? ¿O bien las expresiones gestuales del cuerpo no están determinadas meramente por la causalidad? Es un punto crucial. ¿Es lo mismo una incitación, un incentivo o una influencia que una causa? ¿Es lo mismo el poder que una causa? No es lo mismo, existe una gradación de niveles en la vida humana en que usamos de forma inadecuada (o pretendidamente, desde planteamientos reduccionistas) la noción de causalidad. Muchos autores aclararon ya hace tiempo que la relación establecida no es de causalidad, sino simbólica. El ser humano no es solamente un animal biológico. Es un animal fantástico, que con un estímulo muy pequeño pueden producir unos efectos extraordinarios. No es pues, una relación causa-efecto, que tendría que ser igual para toda actividad, sino que los humanos son animales fantásticos, con un tipo de biología diferente, en particular el cerebro. Según Zubiri, el cerebro humano no sólo está formalizado de una manera homogeneizadora, sino que está hiperformalizado. A partir de estas nuevas bases biológicas, especialmente cerebrales, Laín explica que se configura un sujeto que no está sujeto, atrapado, agobiado. No es algo subyacente, sino una subjetividad capaz de ponerse por encima y dominar su vida, tener un proyecto de futuro, aunque a partir de su bases biológicas.
Así pues, el ser humano es un animal fantástico en el que la intimidad ejerce diversas funciones, que han sido expresadas a través de metáforas, y que no son producto de la causalidad, sino de la potencialidad abierta, de las posibilidades que caracterizan al ser humano, no menos que sus carencias. Dado que estamos por encima de ellas, somos capaces de apropiarnos de las posibilidades. Si estuviera sujeto a ellas no sería libre, pero esa capacidad de estar por encima de ellas proviene de la intimidad. Lo importante es cultivar esa intimidad. En palabras de Ortega, para superar la alteración a la que estamos sometidos, tenemos la capacidad de ensimismarnos y meditar. Hoy falta tiempo para meditar, para entrar dentro de nosotros y hacernos una composición del lugar que ocupamos en la realidad. Hoy mucha gente lo evita, pero si no cultivamos la intimidad estamos renunciando a ejercer nuestro potencial de libertad. Ortega se refiere a esa capacidad de ensimismarse, contraponiéndola a la alteración (por la que se da heteronomía, exterioridad y superficie), a la capacidad de adentrarnos en nosotros mismos y preguntarnos quién soy realmente. Dice Julián Marías que la gran aportación de san Agustín es la experiencia de la intimidad, de la subjetividad. Los griegos lo tenían más difícil: abrieron un cierto camino, como el daimon de Sócrates: ¡conócete y cuídate a ti mismo!
Dado que vivimos cada vez más ahogados en la superficie, hemos de rescatar esta idea de la capacidad de ensimismarse que tiene el animal fantástico que somos, desde el fondo de realidad de la que brota la libertad. Al igual que los atletas se concentran para salir lanzados con fuerza. Sin ensimismamiento no puede haber proyecto de futuro, no podremos cultivar el sentido, porque no tendremos lugar para ello, no sabremos cómo hacerlo, ni desde dónde forjar las convicciones y orientarnos en la vida.
Laín recuerda algunas de las metáforas empleadas para expresar lo que significa la intimidad. En primer lugar, los místicos han cultivado esta dimensión: San Juan de la Cruz hablaba del hondón del alma, un espacio último de libertad que abre al misterio. Una segunda metáfora es entender la intimidad como un surtidor del que surgen nuestras acciones y decisiones. La tercera metáfora, la más conocida, es la del foro interno, que tiene un valor ético-jurídico-político. Las acciones nos pueden ser imputadas porque tenemos un fondo de libertad desde donde tomamos las decisiones, y de ahí la responsabilidad. De no ser así no habría imputabilidad. Pero todas estas metáforas son insuficientes. El mismo Kant dice que la intimidad última está en el corazón humano: la realidad última en la que nos jugamos la vida es el corazón. La auténtica revolución, añade, radica en el corazón, lo cual recuerda el Evangelio de Jesús de Nazaret. Y Ortega y Zubiri dicen que, más allá de metáforas de distinto tipo, la intimidad es una instancia real de la persona, que es necesario cultivar y educar.-