Hermann y Dorotea
Amor en los tiempos de la moderna tiranía
El poema Hermann y Dorotea, de Johann Wolfgang Goethe, es una obra en apariencia menor que puede servirnos para profundizar en la necesidad de vivir en la esperanza, por duros y calamitosos que puedan ser los tiempos en que nos toca vivir.
En alemán es, por la forma y por el contenido, un texto homérico con resonancias de las geórgicas de Virgilio; un idilio amoroso, una historia de amor llena de candor y hermosura, escrito en el ritmo de los hexámetros homéricos, con un intento claro de evocar la contemplación serena de los tiempos clásicos. Una historia de amor en el trasfondo de las desgracias de la guerra.
En la versión castellana no podemos admirar las bellezas formales, pero sí aprovechar la lección que se desprende de la historia que se nos va a contar.
El Idilio se compuso en 1797. Estamos en los años de la Revolución Francesa (1789). La Primera Coalición (1792-1797) de Austria, Prusia, el Reino Unido, España y el Piamonte (Italia) contra Francia fue el primer intento para acabar con la Revolución. La coalición fue derrotada por los franceses debido a una movilización general, levas en masa, reformas en el ejército y una guerra absoluta. La lucha franco-alemana genera millares de fugitivos que van huyendo por la margen izquierda del Rhin, con la esperanza difusa del retorno, pero sin saber ni a dónde van ni hasta cuándo.
Por contraste, un matrimonio que regenta el mesón de un pueblo alemán, terratenientes ricos, rodeado de unas tierras feraces, huertas, viñedos y alquería en un ambiente social absolutamente en paz, se siente impulsado a socorrer caritativamente a esas pobres gentes que vagan enfermas, hambrientas y casi desnudas, y envía a su hijo Hermann con víveres y ropa de abrigo. Hermann es un muchacho lleno de nobles sentimientos. Al encontrar a la joven Dorotea necesitada de ayuda le entrega todo lo que lleva.
Mientras regresa a casa se da cuenta de que se siente atraído por la joven, tanto por su belleza como por su personalidad. Flechazo inesperado. Se ha enamorado perdidamente de ella, pero es una desconocida, una mujer sin dote ni recursos. Su padre —autoritario, ligado a las antiguas costumbres que aconsejan matrimonios ventajosos—, no lo aprobará. Siempre le ha reprochado su escaso tacto para tratar con las mujeres y su nulo interés por encontrar una «novia opulenta». Así sucede pero Hermann no cederá y, ayudado por su madre, saldrá en busca de la joven desconocida, en actitud típicamente romántica —hecha de dificultades, amor platónico, equívocos y aperturas del alma.
El contexto histórico no puede ser más aciago y la historia de amor absolutamente contraria al modelo de amor libre y caprichoso que va unido a los ideales revolucionarios. Las consideraciones de Dorotea sobre la misión o papel de la mujer en la vida social y familiar nos permiten por contraste palpar las consecuencias que para la familia, el amor y la misma sociedad ha traído a nuestro mundo moderno el rechazo de ese ideal femenino. El personaje no lo ha ideado un Padre de la Iglesia, sino Goethe, el hombre que más y mejor supo del sentido profundo que ocultan y acarrean las revoluciones.
Sorprende que Goethe haya escrito este poema en clara intención de advertir el desorden universal, el sufrimiento y la locura que iban a acarrear las revoluciones modernas. Y lo hace en los mismos años en que está triunfando La Revolución Francesa. No cuarenta años después.
Una aspiración parece mover su pluma: por aciagos que sean los tiempos, nunca hay que perder la esperanza, y siempre seguir el orden que la misma naturaleza reclama, en el amor a la mujer y en el amor a la tierra.
Sigue a continuación una escena bella por su ejemplaridad. En momentos de cataclismos naturales o bélicos, surgen en el ser humano impulsos que le llevan a lo más sublime o por el contrario rebrotan aún en personas civilizadas, comportamientos que recuerdan la barbarie de otros tiempos o incluso agresividades propias de animales. En la obra vemos una multitud de fugitivos que la guerra ha expulsado de sus hogares, despojado de sus propiedades, de sus pueblos, dirigiéndose hacia ningún sitio, sin rumbo y sin destino. Dorotea se lamenta de que por no tener en cuenta la necesidad del mañana, por satisfacer el impulso inmediato, ensucien el agua que da de beber al pueblo que los acoge.
En esta la secuencia aparece un brote de violencia y un hombre prudente que sabe sosegar y traer la paz, precisamente por encontrarse inmersos en la desgracia.
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Pocos textos más luminosos ara enseñarnos que no es oro todo lo que reluce y que tantos atractivos, -bien para el entendimiento o bien para los sentidos-, son señuelos engañosos que al final nos llevan a la perdición moral e incluso a un desastre vital o existencial. No podemos leer el fragmento íntegramente por razones de tiempo. Aún reducido, aprenderéis la gran lección de la historia moderna: Las revoluciones han llevado a los pueblos a su perdición. Prometieron un mundo mejor y nos hemos encontrado desorientados, vacíos, sin raíces, errantes como fugitivos, sin patria y sin casa u hogar. Una advertencia resume el lamento que vamos a escuchar:
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Esta es la lección: aprendamos a mirar para aprender a vivir.
Habla un anciano. No tiene nombre. La voz prudente de la experiencia. No le habla al interlocutor que le pregunta como personaje de la narración. Nos habla a nosotros, a ti y a mí. ¿Podremos escarmentar en cabeza ajena? Esta es la finalidad del arte: la catarsis o purificación de los errores de la ficción para evitarlos en nuestras vidas.
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Palabras de Dorotea:
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Hermman y Dorotea es en su versión original alemana un poema, aunque su traducción al castellano no conserva esa estructura. Presentamos aquí un momento de enorme intensidad lírica. El texto está presidido por la musa Erato, la protectora de la poesía, en especial de la amorosa, su nombre en griego significa “amable” o “amorosa”. Goethe nos ofrece una escena intencionadamente lírica.
Hermann aparece en escena creyendo ver a Dorotea en todas partes, como el viajero que por mirar fijamente al sol, lo cree ver en cualquier rincón. El lugar del encuentro, tras verse avanzar en el camino, tendrá lugar en la fuente y, para colmo, además de calmar su sed física, verán sus rostros sonrientes reflejados en las aguas como en un espejo. Toda la ambientación es propia del lugar común en la tradición amorosa universal de los enamorados. Es una escena candorosa y bella, llena de respeto mutuo y de delicadeza entre dos jóvenes que se sienten atraídos. No se dejan llevar por los impulsos ciegos. Más aún Dorotea advertirá que no es prudente seguir en la fuente por no perder la fama de mujer virtuosa. Pues si la fuente es el lugar donde se encuentran los verdaderos enamorados, también es considerado por las habladurías de las gentes como lugar propicio para los amoríos pasajeros.
De la segunda parte del capítulo, en que le propone Hermann a Dorotea trabajar en su casa, queremos resaltar unas palabras que sin duda nos muestran el cambio que ha sucedido en estos ciento cincuenta años en la concepción natural de la mujer y la de nuestro tiempo. Es un testimonio antológico. Dorotea es una joven realista y prudente, escándalo, tal vez, para los feminismos actuales.
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