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Pedagogía de la resiliencia

La resiliencia construye futuros posibles sobre la esperanza humana y la consecución de la felicidad ante los sufrimientos, los traumas y el dolor padecido

Anna Forés es Profesora de la Escuelas Universitarias de Trabajo Social y Educación Social Pere Tarrés.
Universidad Ramón Lul.
Revista Misión Joven. No. 377 – 2008

El sentido del sin sentido. Nomos y teodiceas

Una persona violada, que ha sufrido maltratos, un joven que acaba de tener un accidente de tráfico y le acaban de comunicar que será tetrapléjico para el resto de su vida esa persona herida pregunta a diestro y siniestro: ¿por qué yo?, ¿por qué tengo que sufrir tanto?

Para dotar de sentido la vida, no hace falta tener muchas interacciones, ni conocer muchas personas, ni disfrutar de una gran vida social. Lo único que hace falta es profundizar en los vínculos, ir al fondo y darse cuenta de los misterios que esconde el otro y que, solamente, si se exploran con delicadeza, querrá mostrarlos

Cada sociedad, cada persona está comprometida con la empresa, nunca acabada, de construir un mundo con significación, de construir un nomas (todo aquello que proporciona orden y sentido), de configurar un área que proporcione el sentido suficiente a cada persona integrante para defenderse contra el terror: la muerte, el sufrimiento, el sinsentido, el mal, la inseguridad. El nomas nos proporciona los argumentos necesarios para combatir este dolor. Los orientales cambian la pregunta por qué por la de ¿para qué? ¿Qué puedo aprender de esta experiencia? Se trata de saber encontrar la respuesta a la pregunta ¿qué hay de bueno en todo esto? Desde la fe y la esperanza la creación de sentido también resulta menos difícil.

Es necesario dar razones del sufrimiento, de la muerte, del mal... Cualquier amenaza o adversidad ha de ser vivida pero también explicada. Estas explicaciones se llaman teodiceas. Teodicea quiere decir, etimológicamente, justicia divina. Las teodiceas nos proporcionan sentido. Son aquel conjunto de representaciones, actitudes y sentimientos que la sociedad suministra a cualquier persona para salir de los callejones sin salida donde, con gran frecuencia, nos conducen los azarosos caminos de la vida.

Esta actividad de dotación de sentido a la vida no es algo que se pueda disponer individualmente, sino que se constituye en la comunicación; es decir, mediante la comunidad . Todas las personas nos criamos y nos desarrollamos en comunidades de vida (la familia, una orden monástica, la prisión) que, además, acostumbran a ser comunidades de sentido. Toda comunidad de vida presupone la existencia de una mínima comunidad de sentido.

El medio más seguro para torturar una persona es desesperarla afirmando que «aquí no hay porqués». No tienes futuro. Si la persona que padece una agresión no se le suministra las teodiceas pertinentes que la permitan digerir su horror, cae al mundo de las cosas, se le somete a las cosas y ella misma se convierte en una cosa. En muchas guerras se consigue incrementar el odio cuando a las personas se les quita el aspecto humano y se les trata como cosas o animales, cuando en vez de ver personas vemos ratas, o cucarachas parece menos horroroso atacarles o aniquilarlos.

Francesc Torralba en su libro sobre el sentido de la vida nos dice: «para dotar de sentido la vida, no hace falta tener muchas interacciones, ni conocer muchas personas, ni disfrutar de una gran vida social. Lo único que hace falta es profundizar en los vínculos , ir al fondo y darse cuenta de los misterios que esconde el otro y que, solamente, si se exploran con delicadeza, querrá mostrarlos. No es la cantidad de relaciones lo que da sentido a la vida, sino la calidad de vínculos, la exquisitez del trato que somos capaces de dispensar.» Para poder tener vínculos de calidad, para poder ayudar a una persona que esté viviendo un momento agonizante y traumático, es necesario hacerlo resurgir al mundo de los seres vivos. Y esto no es posible si no hay un proceso de construcción de sentido. Entonces sí que hay porqués.

Cuando hay la capacidad de traducir en palabras, en representaciones verbales susceptibles de ser compartidas, las imágenes y emociones experimentadas; cuando posibilitamos otorgar sentido a todo, las volvemos a integrar a nuestra comunidad de vida, las conferimos humanidad. Esta construcción de sentido permite recuperar el sentimiento de pertenencia a un grupo que ampara las mismas palabras, las mismas imágenes y las mismas explicaciones. ¿Podré algún día ser feliz a pesar de todo lo que me ha pasado? Sí, por supuesto.

La resiliencia se edifica sobre este otorgamiento de sentido. Dar un sentido a la vida constituye un elemento esencial que permite a la persona que ha padecido una agresión sobreponerse a sus dificultades.

Cuando la búsqueda de sentido tiene un desenlace favorable, entonces, la persona herida puede avanzar en su proceso de transformación. Al contrario, si esta búsqueda continúa indefinidamente sin respuesta, sólo encontraremos una herida que nunca cicatrizará: la sensación de desasosiego y el dolor persistirá por mucho tiempo.

Hay una historia muy clarificadora sobre la importancia de poseer un sentido que se atribuye al escritor y poeta francés Charles Péguy: «Charles iba en peregrinación a la catedral de Chartres. En el camino se encontró un hombre picando piedras, malhumorado y furioso. ¿Y usted que está haciendo?, pregunta el escritor. Ya lo ve, pico piedras. Tengo sed, me duele la columna, lo perdí todo, soy una subespecie humana que hace este trabajo miserable. Siguió caminando y se encontró con otro hombre picando piedras. Repite la misma pregunta y éste le contesta: Yo me gano la vida con este trabajo, estoy relativamente satisfecho. Se encuentra con una tercera persona contenta que ante la misma pregunta, le contesta sonriendo y ufano: Aquí estoy, construyendo una catedral. Esa misma piedra desprovista de sentido acaba teniendo todo el sentido del mundo si le sabemos otorgar.»

Víktor Frankl es un claro ejemplo de persona resiliente. Víktor nació en Viena en el marco de una familia judía. En el otoño de 1942 fue apresado por el régimen nazi juntamente con su esposa y sus padres. Fue deportado al campo de concentración de Theresienstdten. En 1944 fue trasladado a Auschwitz y Dachau. Sobrevivió a ese horror al ser liberado el 27 de abril de 1945 por el ejército norteamericano. Su esposa y sus padres murieron en los campos de concentración.

Después de su liberación vuelve a Viena y escribe su famoso libro El hombre en búsqueda de sentido donde describe su vida como prisionero. En esta obra reconoce que, incluso, en las condiciones más extremas de deshumanización y sufrimiento, el ser humano puede encontrar un sentido a su existencia. Más aún, en los campos de concentración, quien perdía el sentido de la vida tenía pocas posibilidades de sobrevivir. Si conoces el porqué de la vida, puedes soportar todos los «cómos» a los cuales estarás sometido. El sentido devuelve a la persona inmersa en situaciones trágicas a abrirse a los aspectos positivos de la existencia.


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