Música y valores
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El poder formativo de la música

Principales dificultades que encuentran niños y jóvenes en el proceso formativo y la capacidad de la música para resolver dichos problemas

Alfonso López Quintás

Alfonso López Quintás

El poder formativo de la música
I. Principales dificultades que encuentran niños y jóvenes en el proceso formativo

Para orientar de modo eficiente la tarea formativa, debemos tener ante la vista un hecho decisivo: Los niños y los jóvenes se ven con frecuencia incapacitados para crecer como personas porque no saben cómo armonizar ciertos conceptos y actitudes. Dado que crecer es ley de vida, al no poder hacerlo se sienten mal, y tal malestar provoca mil desazones y conflictos.

Es urgente e ineludible mostrar a niños y jóvenes una forma concreta y fecunda de armonizar los aspectos de su vida que les parecen contradictorios. Para ello debemos proceder por vía de elevación. Si un joven piensa que las normas se oponen a la libertad -cuya conquista y salvaguardia le preocupan sobremanera-, no debemos reprocharle que piense de esa forma e insistir en que las normas deben ser aceptadas bajo pena de convertir la libertad en libertinaje y hacer imposible el orden en la vida personal y social. Estas observaciones pueden ser ciertas, pero apenas ayudan a los jóvenes a conseguir la luz necesaria para clarificar su mente y su vida. No pocas veces entenderán nuestra reacción como una suerte de ataque personal y se pondrán en guardia frente a nosotros o adoptarán, incluso, una actitud abiertamente hostil. En general, puede afirmarse que la crítica de otras posiciones debe ser un mero punto de partida que sitúe nuestra toma de posición y le dé la debida perspectiva. Cualquier género de crítica hemos de hacerla sin acritud y con espíritu de búsqueda en común de la verdad, no de descalificación del adversario ideológico. Lo decisivo es superar los malentendidos y prejuicios que bloquean el desarrollo de la personalidad.

Veamos, en primer lugar, algunas de las posiciones intelectuales y las actitudes éticas que frenan el desarrollo de la personalidad de los niños y jóvenes, o lo anulan incluso del todo.

1. La mentalidad relativista y subjetivista.

Debemos superar esta posición cultivando el estilo de pensar relacional. Sin mi actuación como observador sensible a la armonía, no surge la belleza del Partenón, pero no por ello soy dueño de tal belleza. Platón solía decir que el artista genera obras “en la belleza”, no crea la belleza. Para descubrir la importancia del pensamiento relacional y adaptar la mente al mismo nos presta la experiencia estética una ayuda decisiva, como veremos en la segunda parte.

Una diversión que no tenga carácter creativo acaba aburriendo a los jóvenes. El aburrimiento sólo podemos superarlo mediante la entrega a actividades creativas. Hemos de analizar a fondo qué es la creatividad y cómo puede ser fomentada entre niños y jóvenes mediante la movilización de diferentes medios

2. La tendencia a considerar el esquema “libertad-norma” como un dilema, por pensar que normas y libertad se oponen insalvablemente.

Para vivir creativamente y crecer como personas, hemos de distinguir cuidadosamente diversos modos de libertad y de normas. Si sólo prestamos atención a los modos inferiores (la libertad de maniobra, las normas impuestas coactivamente desde fuera de nosotros por alguien que tiene mando pero no autoridad verdadera), no lograremos verlos como complementarios. En cambio, la libertad creativa (o libertad interior) y las normas juiciosas, fecundas, se complementan entre sí. Ello resalta en la interpretación musical y en la declamación de textos literarios.

3. La falta de una inteligencia madura.

Lo que se nos ofrece inmediatamente como agradable es un valor, pero no el valor único ni el supremo. Creerlo marca el comienzo de la subversión de valores. Para evitar tan grave error, debemos ejercitar las tres condiciones de la inteligencia madura: largo alcance, comprehensión, profundidad, es decir: hemos de 1) trascender lo inmediato, 2) pensar a la vez diversas realidades y acontecimientos o diferentes aspectos de los mismos, 3) descubrir el sentido de todo ello. La experiencia artística nos ofrece diversas posibilidades para poner en forma este tipo de inteligencia.

• Si paso más allá de lo inmediato y atiendo a valores superiores (la salud, por ejemplo, es superior al agrado que causa un alimento...) supero el defecto denominado miopía espiritual.

• Si contemplo, al mismo tiempo, los diferentes aspectos que constituyen una realidad o un acontecimiento, supero el defecto de la unilateralidad o parcialidad. Este fallo se produjo a menudo en el debate sobre el divorcio. Los partidarios de una ley prodivorcista sólo admitían que se introdujera en la discusión el tema de los matrimonios rotos, no el del efecto que produce el divorcio sobre los hijos.

• Si me preocupo de descubrir el sentido de cuanto contemplo, supero el fallo de la superficialidad.

4. La dificultad en armonizar la independencia y la solidaridad.

Los jóvenes piensan a menudo que, si son solidarios con los padres, carecen de independencia para realizar proyectos de vida que no sean de su agrado, como el divertirse durante la noche. Si los padres se angustian, no tienen reparo en decir que “ése es su problema, el de los padres...”. Esta frase delata que estos jóvenes no han creado con sus padres un verdadero encuentro, pues, al encontrarnos de verdad, creamos entre nosotros una forma de unión tal que dejamos de estar unos fuera de los otros y cada uno considera como suyos tanto los problemas y sufrimientos de los demás como sus triunfos y sus gozos. Esta forma singular de unidad resalta de modo especial en la experiencia musical.

5. La pretensión de que tiene sentido poner en juego la sexualidad sin cultivar el amor personal.

Para exponer de modo persuasivo y convincente el tema de la formación para el amor debemos subrayar la existencia de distintos niveles o modos de realidad y de conducta. El amor personal se da en el nivel de la creatividad, el respeto, la estima, el encuentro (nivel 2). La amistad hay que crearla, pues no nos viene dada por un instinto. Lo mismo cabe decir del hogar, visto como el lugar en el que se crea una trama de vínculos afectivos. En el nivel 1 tratamos los objetos con una actitud de dominio, posesión y disfrute. Por ser corpóreos y espirituales, los seres humanos debemos movernos a la vez en el nivel 1 y en el 2.

Suele suceder en la vida cotidiana que, en el trato con las personas, entremezclamos actitudes egoístas y actitudes generosas: queremos que el otro nos devuelva bien por bien, nos aporte algo interesante para nosotros..., pero deseamos también hacerle feliz. Nos movemos, pues, en el nivel 1 (en cuanto tomamos al otro en alguna medida como medio para nuestros fines), y, al mismo tiempo, subimos una y otra vez al nivel 2 y tratamos al otro con bondad, con justicia, con veracidad, cuidándonos de que nuestra conducta dé lugar a acciones bellas (nivel 3). De esta forma, estamos desplegando nuestra vida en los niveles 1, 2 y 3.

Queremos, además, que esa atención a los grandes valores que constituyen el nivel 3 de conducta (la justicia, la verdad, el bien, la belleza...) sea incondicional, y ello sólo es posible si tenemos en cuenta que fuimos creados a imagen y semejanza de un Dios infinitamente bueno, incondicionalmente justo y honorable. Ascendemos, así, al nivel 4.

A este proceso de ascenso hacia un modo de conducta cada vez más propia de la persona humana se opone un proceso inverso hacia modos de comportamiento progresivamente envilecidos.

• Si tratamos a una persona sólo con actitud egoísta, sin la mitigación que supone ascender al nivel 2 y al 3, y la vemos como un puro medio para nuestros fines, tenemos riesgo de tratarla con desprecio, envileciéndola no sólo de forma implícita sino explícita, es decir, haciéndoselo constar, lo cual constituye una injuria. Con ello bajamos al nivel -1.

• Si, al comportarnos así, nos dejamos arrastrar por la fuerza del vértigo del dominio, que nos insta a sentirnos dueños de la otra persona y querer manifestarle ese dominio con malos tratos, bajamos al nivel -2.

• Si la voluntad de dominio nos lleva a realizar el acto supremo de posesión que es matar a una persona para decidir en un momento todo su futuro, nos precipitamos hacia el nivel -3.

• Si nos mofamos de los muertos, ultrajando su memoria, bajamos al abismo del nivel –4.

• Si nos enfrentamos al Creador con algún gesto blasfemo, nos situamos en el nivel –5.

Apliquemos lo antedicho a la tarea de formarnos para el amor. Nuestra relación con la persona que nos atrae ha de ser completa, no parcial, porque reducir una persona (nivel 2) a un cuerpo bello o a una fuente de gratificaciones (nivel 1) es un acto injusto, del cual se derivan diversas formas de violencia destructiva. Practicar el sexo sin amor es algo de por sí violento. Y a la vista están sus devastadoras consecuencias. El comercio del sexo es algo inhumano. Sólo el hecho de que exista tal abuso (convertir lo más íntimo en objeto de canje y compraventa) indica que la disociación de sexo y amor es un procedimiento antinatural. El hecho de que en la sociedad actual sea aceptada tal disociación violenta como algo normal e incontrovertible indica hasta qué extremos de indigencia espiritual hemos llegado. Pero todavía no se ha tocado fondo.

Este declive de la sabiduría (Cf. Gabriel Marcel: Decadencia de la sabiduría, Emecé, Buenos Aires 1955. Versión original: Le déclin de la sagesse, Plon, Paris 1954.) hemos de superarlo también por vía de elevación, esforzándonos en distinguir diversos modos de realidad y darles su debido relieve e importancia. Pero esa labor es lenta, profunda, fina, orfebresca.

Para tener equilibrio en la vida, debemos armonizar la actitud de independencia y la de solidaridad. Si cultivamos a solas la actitud de independencia, podemos caer en el desarrraigo. Si nos preocupamos en exclusiva de ser solidarios, corremos riesgo de convertirnos en seres gregarios

6. La interpretación superficial de la diversión como una actividad no creativa.

Existe hoy gran preocupación por llenar de forma satisfactoria el tiempo de ocio. Si queremos plantear esta cuestión de forma lúcida, debemos tener en cuenta un hecho decisivo: Una diversión que no tenga carácter creativo acaba aburriendo a los jóvenes. El aburrimiento sólo podemos superarlo mediante la entrega a actividades creativas. Hemos de analizar a fondo qué es la creatividad y cómo puede ser fomentada entre niños y jóvenes mediante la movilización de diferentes medios. Los cuentos de calidad son muy creativos, igual que el juego cuando es auténtico y no degenera en mera competición. Estamos ante un reto educativo de gran alcance.

La diversión que implica una salida de sí para perderse no sólo aburre (por no ser creativa) sino acaba destruyendo, porque esa pérdida lleva a los distintos modos de vértigo. No enfocar bien el tiempo de ocio provoca todo tipo de fascinaciones y vértigo: drogas, ludopatía, alcohol...

Han de cultivarse las diversiones que tienen carácter extático y nos sacan de los planos inferiores de nuestra vida personal para elevarnos a lo mejor de nosotros mismos (Sobre las experiencias de “éxtasis” o encuentro y su fecundidad para nuestra vida personal, pueden verse mis obras Inteligencia creativa. El descubrimiento personal de los valores, BAC, Madrid 3 2002; Manual de formación ética del voluntario, Rialp, Madrid 2 1998).

No debemos sustituir las diversiones inspiradas en un espíritu hedonista por otras emprendidas con la misma actitud. Hay que elevarse de nivel, cambiar de actitud, superar el problema por elevación.

7. El cultivo generalizado de la actitud hedonista

No siempre nos resulta fácil advertir que el hedonismo es una actitud destructiva, porque nos apega a lo agradable, que entraña un cierto valor. Lo decisivo es descubrir que, si tomamos lo agradable como una meta, tendemos a movernos exclusivamente en el nivel 1 y no cultivamos los valores más altos. Debido a ello, perdemos autoestima, nos sentimos rebajados, no porque disfrutar del agrado que va adherido por naturaleza a toda acción realizada con buena salud constituya un antivalor, sino porque tal actitud frena nuestro desarrollo, nos deja a medio camino y nos pone en riesgo de entregarnos, por egoísmo, al vértigo del cultivo de lo gratificante por sí mismo.


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