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El ocio y la fiesta

Existir es ya un regalo

Andrés Jiménez

La formación en el valor humano de la alegría
Es importante reflexionar sobre la formación en el valor humano de la alegría, como cimiento para aprender a divertirse y a disfrutar de la vida y de la amistad, para la recreación y el gozo jovial, y para alimentar el verdadero entusiasmo frente a formas empobrecedoras de diversión.

El fin de semana (week end) se ha convertido en los últimos tiempos, no ya en un tiempo de celebración, como lo eran el sabath judío o el dies dominicus cristiano, sino en un paréntesis de tiempo libre y evasión entre dos semanas laborales, es decir, entre dos periodos de trabajo y de obligaciones generalmente cargados de cierta tensión e incluso alienantes.

En el marco de las sociedades industriales y postindustriales, y de modo particular en las ciudades, el fin de semana tiene mucho de tregua y de escapada. La diversión que numerosos jóvenes buscan desde hace algo más de una década, y que se ha convertido en un fenómeno generacional masivo característico de la juventud, se concentra en las noches del viernes y del sábado (muchos universitarios ya se apuntan también al jueves) en las que se busca ante todo la evasión, el ‘estar a gusto’ y la identificación con los iguales. Cobran gran importancia los “ambientes”, los lugares frecuentados de modo exclusivo por los otros jóvenes.

Esta manera de ocupar el tiempo libre discurre en el seno de una cultura dominada por cierto modo de concebir el tiempo, el dinero, el trabajo y el consumo. Un tiempo caracterizado por la prisa, la tensión y la superficialidad; un modo de entender el dinero que se vive bajo el frenesí del “tener más”; el trabajo es considerado como fuente de seguridad económica y como un sistema de producción y de funcionamiento en el que los procesos y los resultados no tienen muy en cuenta a la persona como fin, y un tipo de consumo erigido como norma reguladora de la vida asumida compulsivamente.

A las concentraciones juveniles que configuran la ‘movida’ en determinadas zonas urbanas, o a expresiones colectivas en plena calle como las de la ‘litrona’ y el ‘botellón’, se vinculan fenómenos como la iniciación temprana y sin control de los adolescentes en el consumo del alcohol y de otras drogas, accidentes de tráfico y frecuentes alteraciones del orden público que tienen que ver con este consumo. Los nuevos hábitos de diversión y de convivencia entre los jóvenes generan a menudo tensiones familiares que ponen de manifiesto cuestiones de fondo relativas al proceso de maduración de los jóvenes, al fenómeno del consumismo orquestado y a los acelerados cambios que vienen afectando a la educación familiar.

Esta modalidad del ocio de masas es en realidad lo que los medios de comunicación de masas difunden y venden como ocio, es decir, una degeneración de la diversión festiva similar en muchos aspectos al panem et circenses, que recuerda el amargo desprecio de Juvenal ante la decadencia romana (Sátiras, X, 81) y una especie de dogma social generalizado que está más cerca de la degradación que de una jovial expansión de lo humano.

El ocio es una experiencia, un tipo de actividad, gustosa y libremente elegida. Es algo más que tiempo libre; es una ocupación que libera y brinda la ocasión de percibir y reconocer sentido a lo que se hace y a la propia vida en su conjunto y trayectoria. Una de las tareas más decisivas de la familia, como ámbito educativo por excelencia, es ofrecer claves de sentido para la vida de sus miembros; y por ello también criterios, orientaciones y oportunidades para convertir el tiempo dedicado al ocio en cauce de crecimiento personal y de maduración. Pero esta tarea se ha complicado notablemente.

Conviene reflexionar en las dimensiones y naturaleza del ocio, y en su lugar dentro de la vida y la actividad humana. Es preciso plantearse las claves de una educación para el tiempo libre yendo a la raíz, pensando sobre todo en las posibilidades y limitaciones de la educación familiar, la influencia de poderosos agentes de desestabilización moral como la televisión, la publicidad y el mercado del tiempo libre, y las oportunidades que pueden ofrecer el asociacionismo juvenil y las actividades extraescolares en los centros educativos para jóvenes y niños. El ocio tiene mucho que ver con la vivencia de situaciones y experiencias placenteras y satisfactorias para la persona.  Por eso es importante reflexionar también sobre la formación en el valor humano de la alegría, como cimiento para aprender a divertirse y a disfrutar de la vida y de la amistad, para la recreación y el gozo jovial, y para alimentar el verdadero entusiasmo frente a formas empobrecedoras de diversión.


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