El coloquio de los perros - 3
VA DE BRUJAS EN EL COLOQUIO DE LOS PERROS
Miguel de Cervantes
Uno de los pasajes más llamativo en “El coloquio de los perros” es el encuentro de Berganza con la bruja Cañizares en Montilla cuando, al servicio de un soldado, iba haciendo teatro por los pueblos. De nuevo, mundo al revés. Las brujas saben más teología que muchos de los teólogos. Sabe del bien y del mal, distingue entre los males de daño y los de culpa y sabe que nada puede el Diablo sin que lo permita Dios, aunque fuera la destrucción de una hormiga. Cuadro satírico y al mismo tiempo ejemplar, pues nada menos que nos advierte de los peligros del Diablo, enemigo del género humano y de su odio a que podamos alcanzar la salvación eterna. Vale la pena leer la aventura completa.
Muy atinada me parece la observación de la imposibilidad de que un alma vuelva al Dios misericordioso en estos casos. Arguye la Cañizares con extremada precisión: “la costumbre del vicio se vuelve en naturaleza; y éste de ser brujas se convierte en sangre y carne, y en medio de su ardor, que es mucho, trae un frío que pone en el alma tal, que la resfría y entorpece aun en la fe, de donde nace un olvido de sí misma, y ni se acuerda de los temores con que Dios la amenaza ni de la gloria con que la convida”. Supongo que tiene que ver con lo que denominamos pecados contra el Espíritu Santo.
La Cañizares irrumpe con fuerza. En casi toda la escena lleva la voz cantante. Le contará a Berganza que su madre, la Montiela, era no menos bruja que ella y que la Camacha, más bruja que las dos, por culpa de la envidia, hechizó a los niños y los convirtió en perros. Cervantes domina el arte de narrar y quiere dar verosimilitud: o lucianesco o diabólico.
Cervantes nos describe el mundo de las brujas, como si fuera tan real como el de los matarifes, los pastores crueles, los mercaderes, los alguaciles corruptos, o los cuatro contertulios del hospital de la Resurrección en Valladolid con que termina la novelita. Forman parte del submundo diabólico de aquelarres y machos cabríos en orgías que ni la Cañizares se atreve a desvelar.
La pintura negra de Goya tiene un precedente en la esperpéntica descripción de la Cañizares desnuda, arrastrada al patio de la vecindad por Berganza, en tanto las gentes la contemplan horrorizados, le clavan alfileres, la dan por muerta, mientras la bruja sigue en su éxtasis infernal. Es una descripción tremendista que contrasta con la naturalidad con que se nos ha presentado a la bruja, antes de embadurnar su cuerpo con una untura mágica. Por los efectos hoy la catalogaríamos de droga alucinógena que anula la libertad, como nos confiesa “el deleite me tiene echados grillos a la voluntad”.
¿Y de la acusación de sacrificar niños en sus celebraciones infernales? La argumentación de la Cañizares es sobrecogedora. El dolor que causa sería suficiente explicación diabólica pero sobretodo que sus “pupilas” se habitúen a los crímenes “Y que nosotras cometamos a cada paso tan cruel y perverso pecado”. Mundo diabólico que no puedo evitar relacionarlo con el horrendo crimen del aborto. Mundo infernal, para Cervantes tan real como el resto de la sociedad que denuncia.
»"Aquí pudieras también preguntarme qué gusto o provecho saca el demonio de hacernos matar las criaturas tiernas, pues sabe que, estando bautizadas, como inocentes y sin pecado, se van al cielo, y él recibe pena particular con cada alma cristiana que se le escapa; a lo que no te sabré responder otra cosa sino lo que dice el refrán: "que tal hay que se quiebra dos ojos porque su enemigo se quiebre uno"; y por la pesadumbre que da a sus padres matándoles los hijos, que es la mayor que se puede imaginar. Y lo que más le importa es hacer que nosotras cometamos a cada paso tan cruel y perverso pecado; y todo esto lo permite Dios por nuestros pecados, que sin su permisión yo he visto por experiencia que no puede ofender el diablo a una hormiga; y es tan verdad esto que, rogándole yo una vez que destruyese una viña de un mi enemigo, me respondió que ni aun tocar a una hoja de ella no podía, porque Dios no quería; por lo cual podrás venir a entender, cuando seas hombre, que todas las desgracias que vienen a las gentes, a los reinos, a las ciudades y a los pueblos: las muertes repentinas, los naufragios, las caídas, en fin, todos los males que llaman de daño, vienen de la mano del Altísimo y de su voluntad permitente; y los daños y males que llaman de culpa vienen y se causan por nosotros mismos. Dios es impecable, de do se infiere que nosotros somos autores del pecado, formándole en la intención, en la palabra y en la obra; todo permitiéndolo Dios, por nuestros pecados, como ya he dicho.
»"Dirás tú ahora, hijo, si es que acaso me entiendes, que quién me hizo a mí teóloga, y aun quizá dirás entre ti: '¡Cuerpo de tal con la puta vieja! ¿Por qué no deja de ser bruja, pues sabe tanto, y se vuelve a Dios, pues sabe que está más pronto a perdonar pecados que a permitirlos?"
A esto te respondo, como si me lo preguntaras, que la costumbre del vicio se vuelve en naturaleza; y éste de ser brujas se convierte en sangre y carne, y en medio de su ardor, que es mucho, trae un frío que pone en el alma tal, que la resfría y entorpece aun en la fe, de donde nace un olvido de sí misma, y ni se acuerda de los temores con que Dios la amenaza ni de la gloria con que la convida; y, en efecto, como es pecado de carne y de deleites, es fuerza que amortigüe todos los sentidos, y los embelese y absorte, sin dejarlos usar sus oficios como deben; y así, quedando el alma inútil, floja y desmazalada, no puede levantar la consideración siquiera a tener algún buen pensamiento; y así, dejándose estar sumida en la profunda sima de su miseria, no quiere alzar la mano a la de Dios, que se la está dando, por sola su misericordia, para que se levante. Yo tengo una de estas almas que te he pintado: todo lo veo y todo lo entiendo, y como el deleite me tiene echados grillos a la voluntad, siempre he sido y seré mala”.