El coloquio de los perros - 2
Miguel de Cervantes
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Berganza, el perro compañero de Cipión ha cambiado de amo. Si escandalosa y cruel resultó su experiencia en un matadero, horrorizado del comportamiento de matarifes y amantes; conocer la malicia de un grupo de pastores rudos y asilvestrados le obligará de nuevo a huir. Peligraba su vida. Esta es la trama de la novela, de amo en amo, hasta encontrar reposo y compañero en el Hospital de la Resurrección en Sevilla.
Ha encontrado Berganza colocación en el monte entre cuidadores de rebaños de ovejas. Como en todas sus aventuras, nos llevará Cervantes de las buenas impresiones iniciales, a la amarga realidad que las apariencias ocultan. Otra vez apariencia y engaño que es necesario desentrañar para no vivir confundidos. Estamos en la concepción barroca de la existencia. Los sentidos nos pueden engañar. Desengañarnos, desvelar la verdad oculta, será la tarea del hombre prudente –hombre y mujer-. Frente al optimismo ingenuo del renacimiento, la discreción y prudencia del hombre barroco.
Si leemos la aventura en clave moral, la antropología que subyace es la de la contradicción en que se mueve el ser humano entre un bien que conoce; pero que, en este caso, solo le sirve para camuflar la mentira y el desorden moral, y dar apariencia de ingenuidad y bien a sus contradicciones y comportamientos amorales. Mundo salvaje, pensarán algunos. Somos animales peligrosos, dirán otros: el hombre es lobo para el hombre. Es así; pero no necesariamente tiene que ser así. ¿No habla San Pablo del hombre viejo y del hombre nuevo? ¿No nos enseña la Buena Nueva del Evangelio el camino para una nueva humanidad? ¿Se nos olvida la doctrina del pecado original? El comportamiento de los astutos pastores es paradigmático. Lo inquietante es que, cambiadas las circunstancias y accidentes, en nuestros días no parece que nos encontremos alejados de estos comportamientos y probablemente peores.
El arranque de la aventura no puede ser más aleccionador: el ocio es la madre de todos los vicios y el trabajo ganado con el sudor de la frente causa de alegría y satisfacción personal, aún con el turno cambiado: descansar durante el día y desarrollar sus tareas durante la noche. La narración de la aventura nocturna intentando perseguir inútilmente a los lobos imaginarios es literariamente hablando magistral. ¡Cómo narra y describe Cervantes! Sentimos el aliento, la fatiga, su exhaustiva búsqueda, nos duelen sus pies abiertos por los salientes duros de las ramas tronchadas y comprendemos su decepción. Tendrá que ser la astucia quien le revele el misterio. “Agachéme detrás de una mata, … y desde allí oteé, y vi que … le mataron de manera que … Pasméme... -cuando vi que los pastores eran los lobos y que despedazaban el ganado los mismos que le habían de guardar”. La burla se repite una vez tras otra.
Lo descorazonador es que una vez tras otra, la reacción es la misma, como si se tratase de un ritual establecido. Palabras, palabras, palabras y castigos para los que menos culpa tienen.
La pregunta del narrador pone el dedo en la llaga: “¿quién podrá remediar esta tremenda verdad de la observación de Cipión: “es imposible que puedan pasar bien las gentes en el mundo si no se fía y se confía”.