El acerolo seco
Siempre se crece desde dentro
El verano tenía el color de las cosas que tocan su fin cuando un abuelo y su nieto -un quinceañero de cuerpo atlético y mirar estrábico- se acercaron al borde de la finca para cortar un acerola que la pertinaz sequía se había llevado por delante.
- Siempre es doloroso enterrar a un amigo -susurró el abuelo- Este árbol lo plantó mi padre el día que yo nací. Difícilmente concibo el paisaje de mi vida sin su sombra. Hemos crecido juntos, he buscado el frescor bajo sus ramas, he saboreado sus frutos, he tatuado en su piel mis amores...
- Abuelo, parece una elegía de Miguel Hernández...
Cuando la sierra mecánica guardó silencio un leve empujón hizo caer al árbol con un gemido lastimero y un crepitar de hojas secas.
- Se muere como se vive -sentencia el abuelo.
- Quizás por eso los árboles mueren de pie -insinúa el chico.
- Fíjate en los círculos concéntricos del tronco. Podrás contar tantos como mis años.
- Ya. Son los anillos del crecimiento. Lo he estudiado en el colegio -presume el adolescente.
- No todos son iguales. Los hay anchos, tortuosos y algunos débiles como una sombra. Depende de los años: no es lo mismo que haya llovido o que la sequía nos haya asolado... Siempre se crece desde dentro: así se hacen los árboles y los hombres.
- Siempre se crece desde dentro -repite el chaval reteniendo la experiencia del abuelo.