Educación y política
En el 50 aniversario de la Ley General de Educación
Santiago Arellano
Esta conferencia está motivada por un encargo que me hizo La Dirección del Archivo Contemporáneo de Navarra para participar en la conmemoración del 50 aniversario de la Ley General de Educación del 4 de agosto de 1970. Por entendernos, la Ley que implantó la EGB. Y que estuvo vigente hasta la implantación de la LOGSE en 1990.
No quiero hacer de este artículo el centro de mis reflexiones hoy. Lo aprovecho para ahondar desde el ventanal de la literatura en la contienda entre dos civilizaciones que sigue vigente con no menor virulencia en nuestros días y de manera especial en España, dentro de la Unión Europea. Ya me perdonaréis que insista una y otra vez en esta contienda lejana en el tiempo, pero vigente y actual y en nuestros días con virulencia exacerbada, es como una herida cerrada en falso que nos sigue haciendo sufrir.
Me refiero a la contienda entre dos modelos de civilización.
Por un lado, la civilización cristiana (la antigua cristiandad todavía presente entre nosotros), cuyo eje es la consideración del ser humano como persona, imagen de Dios, ser único e irrepetible, que ha recibido el encargo de dominar la tierra, no de explotarla, de perfeccionar la creación y de crecer en el amor. Herida por el pecado original, restaurada por la redención de Cristo. Nacida para aprender a amar y ser amados. Somos alguien, no algo; como explicó Benedicto XVI, somos don y tarea que hay que desarrollar en el paréntesis del tiempo y en el aquí y en el ahora ordenar nuestro mundo y nuestra vida, con ayuda de la gracia para hacernos hijos de Dios y herederos del cielo.
Es la civilización de las catedrales, de las universidades, del derecho natural y de gentes, de las sumas, de los gremios, y de la defensa del bien común frente al interés por muy general que se plantee, de las leyes de indias, del derecho internacional, y de la Hispanidad, la misma civilización asentada en nuevas razas, lengua, culturas, unificadas por la misma fe y la misma visión de la dignidad de todo ser humano, en vocación de mejora permanente. Dios era el centro de la vida y el ser humano el primer beneficiado. El teocentrismo es la garantía de un auténtico antropocentrismo.
En clave de educación os presento uno de mis cuadros preferidos. Es de Ghirlandaio. Un cuadro luminoso que nos permite entender qué significa el ser humano como persona. La maravilla de la verdadera educación.
Pero desde el Renacimiento comenzó a desestabilizar el orden político y social de la cristiandad europea una nueva concepción del ser humano. El hombre quiere convertirse en un ser autónomo, su voluntad ser la medida de todas las cosas. Comienza la llamada era burguesa, cuyo desarrollo doctrinal, tras el idealismo filosófico cartesiano, lo hará la ILUSTRACIÓN y su instrumento de difusión LA ENCICLOPEDIA. En Europa cambia el curso de la Historia, sobre todo desde la Revolución Francesa, y gracias al genio militar, político y organizativo de Napoleón Bonaparte. Se sentaron así las bases del modelo social, político y hasta antropológico del ser humano en la modernidad. El cambio es radical. Aunque se sigue utilizando el nombre de persona, el más adecuado es individuo, y la doctrina el individualismo. El yo se desvincula de los lazos que lo constituyen, se desvincula de la familia (por ejemplo mediante el divorcio), de los lazos de paternidad y maternidad mediante el aborto y los mil subterfugios; se desvincula de la naturaleza mediante la ley de género, se desvincula de la vocación al amor, reducido a liberación sexual, se desvincula de los lazos de patria y comunidad y se desvincula de todo tipo de transcendencia, es decir se desvincula de Dios: Como canta el estribillo de Espronceda: Que es mi barco mi tesoro, que es mi Dios la libertad, mi ley la fuerza y el viento. Mi única patria la mar.
Desbancada la supremacía espiritual de la Iglesia, el Estado se convierte en la Providencia del ciudadano y en consecuencia de la educación.
Os invito a meditar estas representaciones pictóricas de Napoleón, símbolo y resumen plástico del papel del Estado en la organización de la sociedad:
No se puede entender el mundo moderno y contemporáneo si no se tiene en cuenta esta contienda entre dos civilizaciones contrarias. Lo tremendo e inexplicable es que habiendo fracasado el modelo inmanentista, tanto el burgués como el comunista, sigue empeñado en huir hacia adelante llamando progreso a lo que es el ocaso de nuestra civilización, en lo que se refiere al ser humano. Las grandes lecciones de los desastres del siglo XIX y XX no sirvieron para corregir el curso de la historia.
Esta contienda sigue en pie en nuestros días con más virulencia si cabe, en la medida en que la transformación sufrida por España por el abandono de sus esencias tradicionales está haciendo posible que el modelo antropológico tan largamente perseguido consideren que es posible alcanzarlo en nuestros días. La actual reforma de la educación, la Ley Celaá de la pandemia, es un momento crucial de una larga pretensión obstinadamente perseguida durante casi ya trescientos años.
Mi valoración de la LGE pasa por negar que sea un signo de debilidad del tardo franquismo o de un gesto de buena voluntad, sino el primer retorno, en el marco de la posibilidad política, a los objetivos planteados en Educación por la ya casi olvidada Constitución de Cádiz de 1812, en clara connivencia con los sectores moderados que han de configurar la transición, y en detrimento de la visión antropológica que centraba la educación en el modelo de persona y la instrucción en la preparación instrumental para poder integrarse laboralmente en la sociedad.
Creo que no es simplificar sino dar claves para entender contiendas que de otra manera se reducen a empecinamientos caprichosos, recordaros afirmaciones tan rotundas como esta:
“Se considera el código gaditano (La constitución de 1812), junto con el cuerpo jurídico de las Siete Partidas de Alfonso X “el Sabio”, como las aportaciones españolas que más han contribuido al legado cultural jurídico universal.” [FUENSANTA HERNÁNDEZ PINA - ANDRÉS ESCARBAJAL DE HARO - FUENSANTA MONROY HERNÁNDEZ REV. hist.educ.latinoam - Vol. 17 No. 25, julio - diciembre 2015 - ISSN 0122-7238 – pp. 213 - 230]
En el Antiguo Régimen, el Estado prácticamente no intervenía en asuntos educativos, que eran de dominio de la Iglesia desde la Edad Media. Sería a partir de mediados del siglo XVIII, primero con los ilustrados y después con los liberales, cuando la educación se convierte en un asunto de Estado.
Las Siete Partidas en materia educativa han estado vigentes, al menos que yo sepa, hasta la fecha del 6 de agosto de 1820, en que tras los acontecimientos del golpe militar de Riego, se establece el llamado trienio liberal. La inminencia del comienzo de curso escolar fuerza a las nuevas autoridades a improvisar un decreto, que os pongo en nota a pie de página [DECRETO VI. DE 6 DE AGOSTO DE 1820. Restableciendo interinamente el plan de estudios publicado en cédula de 12 de Julio de 1807:“Las Cártes, usando de la facultad que se les concede por la Constitucion, han decretado: r.° Se restablece interinamente el plan general de estudios publicado en cédula de 12 de Julio de 1807; debiéndose acomodar á él la enseñanza en todas las Universidades, Seminarios, Colegios y Conventos del reino desde la apertura del próximo curso, el día de S. Lucas de este año, revocando todas las órdenes que se hubieren dado en contrario desde el de 1814 hasta el presente. 2.° Este restablecimiento no tendrá efecto alguno retroactivo en perjuicio de los maestros ni de los discípulos. 3.° Se sustituye el estudio del derecho natural y de gentes al de la Novísima Recopilación , y el de la Constitución política de la Monarquía al de las Siete partidas. +9 Se reduce á solos ocho años la carrera de jurisprudencia civil , sin embargo de señalarse diez en el citado plan de 1807; y en la misma proporción se rebaja la del estudio canónico. 5.° Por esta sola vez el Gobierno señalará los libros elementales que deban subrogarse en el mencionado plan, conforme lo exija la utilidad común y el mejor servicio de la enseñanza; y él mismo dispondrá lo conveniente para el arreglo de asignaturas y nuevo orden de estudio en la jurisprudencia civil y canónica, que será necesario para la rebaja de los dos arios de carrera y nuevas materias que deben estudiarse en esta facultad. 6.° Continuarán por ahora todas las Universidades existentes en el día, conformándose en la enseñanza á lo dispuesto eh el presente decreto.7.° La enseñanza de Medicina continuará, por ahora, en las Universidades que la dieren, con tal que se conformen al reglamento de 1804, que sirve de norma en esta materia. 8.° Una comisión del seno de cada Universidad, nombrada por el claustro de Catedráticos, resolverá lo conveniente para la ejecución del presente decreto = Madrid 6 de Agosto de 182o.= Josef de Espiga, Presidente = Diego Clernencin , Diputado Secretario. Manuel Lopez Cepero, Diputado Secretario.] y en el que la novedad se resume en estas sustanciosas disposiciones: “Se sustituye el estudio del derecho natural y de gentes al de la Novísima Recopilación , y el de la Constitución política de la Monarquía al de las Siete partidas.”
Resumen
La LGE de 1970 puede considerarse indebidamente como un signo de debilidad en los últimos años del franquismo. Lo mismo que ocurrió con la sucesión monárquica, la ley de educación del Ministro Villar Palasí, adelanta claves de lo que ha de constituir elementos esenciales del modelo educativo que recoge la Constitución del 78, en continuidad con modelos educativos que se inician en la Constitución de 1812, y que su referente más duradero fue la Ley Moyano. No supone una vuelta a los modos educativos del antiguo régimen, sino un entronque con los ideales burgueses y liberales moderados propiciados en el siglo XIX y en la perspectiva de la sociedad democrática previsible. Y diferente de la LODE y la LOGSE en la medida en que toman como referente el modelo educativo propuesto en la constitución radical de 1868 y el implantado en la Segunda República española, con notables diferencias respecto a las leyes moderadas del XIX. Dos pilares sostienen esta afirmación: la generalización de la enseñanza y la concepción de la Educación como servicio público. El anclaje de los fines en el sistema normativo de Régimen no tiene otro sentido que el posibilismo político que permitiera una ley que mira al futuro y no al pasado. La aceptación del sistema educativo privado-público, no es una contradicción con la concepción de Servicio público, sino un pacto de equilibrio que recogerá el artículo 27 de la Constitución.
Pero si todavía queda algún recelo, hay una prueba indiscutible. La Ley de Villar Palasí declara que la educación ha de ser considerada “servicio público”:
“(Artículo tercero.) En el preámbulo había establecido…
“la dirección por el Estado de toda la actividad educativa, pues es responsabilidad del mismo, y así se destaca en esta Ley la función esencial de formular la política en este sector, planificar la educación y evaluar la enseñanza en todos sus niveles y Centros.”
Este es el principio que se encuentra en mayor contradicción de la España anterior al XVIII. Nunca se negó que el Estado pudiese encargarse de la gestión y control ni siquiera de la configuración del modelo educativo y en consecuencia antropológico. La doctrina con que se amparaba era el llamado principio de subsidiaridad, entendido como la asunción de una responsabilidad -derecho-deber-de un estamento inferior por uno superior por imposibilidad práctica, sin perder ni el derecho ni el deber. En la LODE y en la LOGSE, sin embargo se entiende en sentido inverso. El Estado es el que tiene el derecho y cuando por cualquier motivo no lo ejerce, delega en el inferior, haciendo dejación de sus responsabilidades. No es cuestión baladí. En el hecho se contraponen dos modelos contrarios de sociedad. El Estado es el ombligo de la Nación o por el contrario la Sociedad es anterior al Estado y a la misma Nación. En el complejo entramado ideológico del siglo XIX, se contraponen persona, individuo, ciudadano e incluso el antiguo término vecino.
Todas las normas establecidas tienen un ideal educativo y cuya síntesis sería: El Estado es el responsable de la educación de los ciudadanos. Centralización y uniformidad pero a la vez, universal, pública, gratuita, libre y, según la ocasión, secularizada. Y una confianza sin límites en el poder transformador de la educación. El saber educa al hombre. El conocimiento nos hace virtuosos. La instrucción nos hace personas. Quizás una de las citas más nombradas sea esta:
"Sin educación, es en vano esperar la mejora de las costumbres: y sin éstas son inútiles las mejores leyes, pudiéndose quizás asegurar que las instituciones más libres, aquéllas que más ensanche conceden a los derechos de los ciudadanos, y dan más influjo a la Nación en los negocios públicos, son hasta peligrosas y nocivas, cuando falta en ella razón práctica, por decirlo así, aquella voluntad ilustrada, don exclusivo de los pueblos libres, y fruto también exclusivo de una recta educación nacional. Con justicia, pues, nuestra Constitución política, obra acabada de la sabiduría, miró la enseñanza de la juventud como el sostén y apoyo de las nueva Instituciones; y al dedicar uno de sus postreros títulos al importante objeto de la Instrucción pública, nos denotó bastantemente que ésta debía ser el coronamiento de tan majestuoso edificio." [(Dictamen sobre el proyecto de Decreto de arreglo general de la enseñanza pública, de 7 de marzo de 1814).]
Dos puntos quiero resaltar.
1º Niego que el Estado tenga como derecho y obligación educar a los niños y a la juventud, sobre cómo tiene que ser cada persona. “Esto plantea un problema muy interesante, y es el de saber si el Estado, en cuanto tal, puede educar, es decir, está capacitado para ello. La respuesta no es fácil, porque el Estado, a diferencia de la Iglesia, no tiene, en cuanto tal, una doctrina. Por eso, en cuanto que se trata de principios últimos y de valores, de dogmas y de ética, el Estado tiene que optar por una de estas tres fórmulas: o declararse agnóstico y neutral, permitiendo todas las doctrinas, fórmula que en su forma extrema no es probablemente realizable, pero a la que se aproxima la constitución española de 1978; o negar todos los valores espirituales y éticos, convirtiéndose a sí mismo en fuente y creador de los mismos, como hicieron Hobbes y Rousseau, y, más recientemente, la doctrina marxista del Estado; a la que, a los hechos me remito, llevamos varias décadas padeciendo en España al intentar definir el modelo de ciudadano, desde las ideologías asumidas por los gobiernos de turno. La tercera opción es la que siguió la Europa de la Cristiandad y en concreto España hasta el siglo XVIII y el paréntesis de la España de Franco amparados en el concordato de 1953.
Niego que el Estado pueda educar. Pero Sí admito que puede asumir dirigir y gestionar la instrucción para facilitar que cada uno según sus aptitudes pueda saber hacer aquello que le beneficie como sujeto y facilite el bien de la sociedad. En la sociedad contemporánea de masas sólo el Estado tiene los medios necesarios para afrontar un sistema general de instrucción a la altura de las necesidades de la Era tecnológica. El preparar ingenieros, físicos, médicos, profesionales del taller y de la empresa es algo que le compete de pleno derecho, sin perjuicio de dar la bienvenida a todas las ayudas espontáneas; del mismo modo que, como procurador del bien común, ha de garantizar, con la expedición de los correspondientes títulos profesionales, que sólo personas preparadas han de desempeñar determinadas funciones; y, finalmente, ha de conseguir que el sistema educativo potencie al límite de los recursos de la comunidad, fomente la integración de sus miembros y favorezca la paz social.
Que el Estado eduque frente a los padres y la sociedad atenta contra las libertades básicas. Pero sobre todo destruye en cada ser humano la posibilidad de llegar a ser aquel que es. Atrofia y deja inacabado al ser en proyecto, aquel que en su desarrollo asegura la felicidad.
2º Para mí no menos grave: La educación nos hace mejores.
¿Negaré que la educación es el instrumento fundamental para el crecimiento personal? De ninguna manera. ¿Olvidaremos la encíclica Divini illius magistri” de 1929 de Pío XI o los documentos del Vaticano II sobre la educación “Gravissimum educacionis”?
Desde otras claves ¿No nos admiró el conocido y olvidado “Informe Delors” [Delors, J. (1996.): “Los cuatro pilares de la educación” en La educación encierra un tesoro. Informe a la UNESCO de la Comisión internacional sobre la educación para el siglo XXI, Madrid, España: Santillana/UNESCO. pp. 91-103] del año 1996?. Sus palabras me siguen resonando con fuerza: “la educación debe estructurarse en torno a cuatro aprendizajes fundamentales que en el transcurso de la vida serán para cada persona, en cierto sentido, los pilares del conocimiento: aprender a conocer, es decir, adquirir los instrumentos de la comprensión; aprender a hacer, para poder influir sobre el propio entorno; aprender a vivir juntos, para participar y cooperar con los demás en todas las actividades humanas; por último, aprender a ser, un proceso fundamental que recoge elementos de los tres anteriores. Por supuesto, estas cuatro vías del saber convergen en una sola, ya que hay entre ellas múltiples puntos de contacto, coincidencia e intercambio” y poco después añadía: “Una nueva concepción más amplia de la educación debería llevar a cada persona a descubrir, despertar e incrementar sus posibilidades creativas, actualizando así el tesoro escondido en cada uno de nosotros, lo cual supone trascender una visión puramente instrumental de la educación, percibida como la vía obligada para obtener determinados resultados (experiencia práctica, adquisición de capacidades diversas, fines de carácter económico), para considerar su función en toda su plenitud, a saber, la realización de la persona, toda ella, que supone aprender a ser.”
Mi concepción de la educación está expresada en el capítulo nº XXV de Ciudadela, de Saint Exupèry, tan certero que me lo he apropiado:
“Por esto hice venir a los educadores y les dije: -No estáis encargados de matar al hombre en los pequeños, ni de transformarlos en hormigas para la vida en el hormiguero. Porque poco me importa que el hombre esté más o menos colmado. Lo que me importa es que sea más o menos hombre. No pregunto primero si el hombre será o no feliz, sino qué hombre será feliz. Y poco me importa la opulencia de los sedentarios saciados, como del ganado en el establo.
No lo colmaréis de fórmulas vacías; sino de imágenes cargadas de estructuras. No los llenaréis de conocimientos muertos. Sino que les forjaréis un estilo para que puedan asir.
No juzgaréis de sus aptitudes por su aparente facilidad tal o cual sentido. Porque quien va más lejos y logra mayor éxito es el que más ha trabajado en contra de sí mismo. En primer lugar, pues, tendréis en cuenta el amor.
No insistiréis sobre el uso. Sino sobre la creación del hombre, a fin que éste cepille su tabla en la fidelidad y el honor, y la pulirá mejor. Enseñaréis el respeto, porque la ironía es del cangrejo, y olvido de rostros.
Lucharéis contra los lazos del hombre con los bienes materiales. Y fundaréis al hombre en el niño enseñándole el cambio en primer lugar; porque, fuera del cambio sólo hay endurecimientos.
Les enseñaréis la meditación y la plegaria porque con ellas se dilata el alma. Y el ejercicio del amor. Porque, ¿quién lo reemplazaría? Y el amor de sí mismo es lo contrario del amor.
Castigaréis en primer término la mentira y la delación, que ciertamente pueden servir al hombre y en apariencia a la ciudad. Pero solamente la fidelidad crea los fuertes. Porque no puede haber fidelidad en un campo y no en el otro. El que es fiel siempre es fiel. Y no es fiel quien puede traicionar a su camarada de labor. Necesito una ciudad fuerte, y no asentaré su fuerza en la podredumbre de los hombres.
Enseñaréis el gusto de la perfección porque toda obra es una marcha hacia Dios y no puede acabarse sino con la muerte.
No enseñaréis en un principio el perdón y la caridad. Porque podrían ser mal comprendidos y ser mero respeto por la injuria y la úlcera. Pero enseñaréis la maravillosa colaboración de todos a través de todos y a través de cada uno. Entonces el cirujano se apresurará a través del desierto para reparar la simple rodilla de un peón. Porque se trata de un vehículo. Y ambos tienen el mismo conductor.”
Antoine de Saint Exùpery nos presenta con su lenguaje sentencioso, como el de los libros sapienciales, y poético, por el lenguaje figurado en el que se expresa, el meollo del fin y naturaleza de la educación.
Desde luego no está dirigido ni a “enseñantes” ni a “trabajadores de la enseñanza”. El Rey convoca en esta ocasión a los educadores. Sólo invita a quien considere la educación como razón de vivir. Se dirige a quienes quieran adentrarse en el apasionante misterio de sembrar claves de sentido, en el niño de hoy, para los hombres de pasado mañana.
Cuántas veces he considerado, tras la lectura de este texto, que Exupèry señala la senda que la escuela nunca debía haber abandonado. Para nuestra desgracia, es, ha sido y será ignorado, por los responsables más directos de la educación. Como lo denominaba un conocido mío: reflexionar sobre ello es hablar de “pájaros y flores”, es decir, perder el tiempo. Así nos va.
¿Ignora Saint Exupèry el riego de que el alumno pierda la candidez de su infancia para convertirlo en un adulto antes de tiempo? Le preocupa más que la escuela mate al hombre o a la mujer que está en ciernes en cada niño o en cada niña. Eleva la palabra “hombre” a su más rica significación, muy por encima del término “adulto”. Señala un sentido, por desgracia, demasiado olvidado: el proyecto que está en potencia en cada persona. La misión de la escuela es posibilitar en grado de excelencia, lo que está subyacente en cada uno de los educandos. Hacerlos hombres y mujeres en su plenitud. Por ello tampoco se puede reducir al hombre a hormiga gregaria por hacendosa que sea.
Me admira que esto lo haya escrito probablemente durante los años terribles de la 2ª guerra mundial. ¿Sabe que el modelo de hombre que se viene proponiendo desde la Ilustración ha fracasado y que persistimos en los errores sin tener en cuenta las calamidades que acarrea?
Educar hombres para que sean libres y plenos de esperanza parece hoy un imposible. ¿Se atreve alguien a definir en qué consiste ser hombre? La cosa es muy simple: si no sabemos el qué, menos podremos acertar en el cómo. Me temo que estamos en un sistema educativo puramente formal. Se ha olvidado el fondo de la cuestión. ¿Puede existir tarea más noble que la de posibilitar al hombre para que llegue a serlo en todas sus potencialidades? Hoy el sistema se reduce a adiestrar, en cada curso, a los alumnos para que superen las barreras formales de currículos y tareas, aunque nadie esté satisfecho y todos nos quejemos de la ignorancia supina de bachilleres, universitarios y del común de escolares.
¡Ay del fracaso escolar!. El fracaso en la vida importa poco. No superar en el aula los estándares esperables a la edad es convertirse en un “réprobo”, así llamaban los antiguos al suspenso como si fuera digno del fuego eterno. Y aunque en habilidades y destrezas prácticas den ciento y raya a los que superan el obstáculo en la carrera de saltos del sistema escolar seguirá siendo un desecho del sistema educativo.
Para los habitantes de la ciudad ideal, Saint-Exupèry propone otras metas: “No lo colmaréis de fórmulas vacías….No los llenaréis de conocimientos muertos. Sino que les forjaréis un estilo para que puedan asir.”
Asir: esta es la cuestión. Saberes que me integran con el ser de las cosas yel sentido de la existencia. Coger la realidad por sus asideros. Nunca saberes para elucubrar en vano. Y siempre forjar estilos porque el estilo es el hombre. No nos engañemos con las apariencias: “quien va más lejos y logra mayor éxito es el que más ha trabajado en contra de sí mismo.” No es el uso rutinario el que produce las obras más perfectas sino el don que tiene todo ser humano de llegar a los ámbitos de nuestra responsabilidad con la actitud interior del creador, de este modo descubrirá que aún en los oficios más humildes se vive la fidelidad (no se pueden hacer las cosas como nos dé la gana, sino como su naturaleza demanda y, desde ella, se gozará de la experiencia del honor y encima la tabla estará mejor pulida.
“En primer lugar, pues, tendréis en cuenta el amor.” No podía ser de otra manera. Es evidente que no se refiere al sexo y menos con la obsesión corruptora de nuestros legisladores. Lapidaria la sentencia: “el amor de sí mismo es lo contrario del amor”.
¿Qué valores deberá poseer este miembro pleno en la ciudadela ideal? el respeto, desapego de los bienes materiales, espíritu de renovación para evitar los endurecimientos, la meditación y la plegaria porque con ellas se dilata el alma. No a la mentira y la delación, aunque en apariencia pueden servir al hombre y a la ciudad. Una ciudad será fuerte si no se asienta en la podredumbre de los hombres. (Vaya por Dios).
Enseñaréis el gusto de la perfección porque toda obra es una marcha hacia Dios y no puede acabarse sino con la muerte.
Primero enseñaréis la solidaridad y luego el perdón y la caridad. Recuperar el sentido de comunidad, la maravillosa colaboración de todos a través de todos y a través de cada uno.
El proyecto educativo desde las Cortes de Cádiz hasta nuestros días se puede resumir en estos fines y creencias:
Todas las normas establecidas tienen un ideal educativo cuya síntesis sería: El Estado es el responsable de la educación de los ciudadanos. Centralización y uniformidad pero a la vez, universal, pública, gratuita, libre y prudentemente secularizada. Y una confianza sin límites en el poder transformador de la educación. El saber educa al hombre. El conocimiento nos hace virtuosos. La instrucción nos hace personas. Quizás una de las citas más nombradas sea esta del poeta y político Ilustrado Manuel José Quintana:
"Sin educación, es en vano esperar la mejora de las costumbres: y sin éstas son inútiles las mejores leyes, pudiéndose quizás asegurar que las instituciones más libres, aquéllas que más ensanche conceden a los derechos de los ciudadanos, y dan más influjo a la Nación en los negocios públicos, son hasta peligrosas y nocivas, cuando falta en ella razón práctica, por decirlo así, aquella voluntad ilustrada, don exclusivo de los pueblos libres, y fruto también exclusivo de una recta educación nacional. Con justicia, pues, nuestra Constitución política, obra acabada de la sabiduría, miró la enseñanza de la juventud como el sostén y apoyo de las nueva Instituciones; y al dedicar uno de sus postreros títulos al importante objeto de la Instrucción pública, nos denotó bastantemente que ésta debía ser el coronamiento de tan majestuoso edificio." [(Dictamen sobre el proyecto de Decreto de arreglo general de la enseñanza pública, de 7 de marzo de 1814)]
El problema está sin resolver. El saber de la virtud no nos hace virtuosos. Por eso la educación en valores es una estafa. El conocimiento de los valores, de todos, incluidos los cívicos, no supone capacidad de ejercitarlos.
Está sin estudiar o al menos sin divulgar suficientemente la aportación de los grandes santos fundadores dedicados a la educación de la juventud, por ejemplo en el siglo XIX. Ellos sabían que para alcanzar cualquiera de los objetivos instructivos y aún educativos era necesario crear hábitos de bien que nos inclinases a ser dueños de nosotros mismos. Esta ha sido la clave de la educación occidental. Asentar la virtud en el obrar de cada persona. Las normanas, la urbanidad, las buenas maneras no corrigen al lobo estepario que la fractura del pecado original dejó en el ser humano. Lo esconden pero no lo corrigen hasta que se presenta la ocasión.
Con acierto lo describe el poeta modernista Francisco Contreras en un sonetillo escrito en octosílabos:
GRETCHEN
Es en la ciudad del Norte
(de la Germania honda y recia)
Que alza en la niebla que arrecia
Su torre de aguda corte.
Bella, en su cándido porte,
Sale Gretchen de la iglesia
Con la faz de quien desprecia
El mundo en dulce transporte.
A su paso un caballero,
Barba roja, gran sombrero,
La observa con gesto vivo.
Y tras él sobre la alfombra
Del musgo finge su sombra
La hostil silueta de un chivo.(De “Toisón” 1906)
Entre las certezas que he asentado a lo largo de los años, una de las más firmes es que el ser humano necesita de la educación para suplir la carencia del instinto. Lo tremendo es que para educar se necesita tener muy claro el modelo de ser humano que quieres para tus hijos: puedes hacerlo espartano o ateniense o cristiano, por ejemplo, que no consiste como sabéis en hacerlo tan solo piadoso o rezador. El símbolo con el que he querido expresar estas ideas ha sido el de Ítaca: estamos necesitados de Ítaca. Si no sabes adónde quieres ir ningún camino te parecerá desviado.
Para entrar en boca voy a empezar con dos anclajes que os dejo para que le deis alguna vuelta:
1º) Un texto de la Ciropedia de Jenofonte de hace 2400 años: El diálogo de Ciro con su padre Cambises recién terminados sus estudios para entrar en la vida activa. Ciro le pregunta a su padre:
“- ¿Cuál es el mejor medio para adquirir la superioridad sobre los enemigos, padre?
-Por Zeus, respondió Cambises, lo que me preguntas no es ya un asunto desdeñable ni sencillo; pero sabe bien que quien lo pretenda conseguir debe ser conspirador, disimulado, tramposo, mentiroso, ladrón, bandido y superior en todo a sus enemigos. Y Ciro, echándose a reír, dijo:
-Por Heracles, padre, ¡en qué clase de hombre dices tú que me debo convertir!
-Con tal conducta, hijo mío, serías el varón más justo y conforme a las normas establecidas.”
No conozco un texto tan claro, rotundo y explícito como el que os presento. ¿Esta es la vida? ¿No existe otro camino para triunfar que el que narra Jenofonte, allá en el siglo V antes de Cristo, en la Ciropedia? Está claro que El Principe de Maquiavelo lo escribió Cambises.
2º) Permitidme que a modo de síntesis os manifieste desde el principio los presupuestos del arte de educar:
1º Al ser humano nada se le da hecho.
2º Lo que no se cultiva se atrofia.
3º Sin exigencia no existe educación.
4º Sólo puede exigir quien ama.
5º Sólo te ama quien de verdad te conoce.
6º. Existen tendencias que nos pueden dañar.
7º Las pasiones, no son malas ni buenas, hay que ordenarlas.
8ª Discernir el bien y el mal es cuestión de conciencia.
El diagnóstico más certero sobre la condición humana lo expuso San Pablo: «Porque el querer el bien está en mí, pero el hacerlo, no. En efecto, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero».
Viniendo estás, hijo, ya tienes imperiosamente abierto tu hueco entre los días,
Y me paro a pensar cómo tendré que decirte para pasarte lo que he vivido,
Si todavía tus padres apenas sabemos hablar, saltamos por encima de las palabras,
Y de la mano andamos, cruzando por largos silencios, como claros del bosque.Tal vez todo es inútil y la sangre camina bajo la voz, y nada se puede.
Pero yo pienso y pienso en las cosas que todavía mal he aprendido,
Y que tendré que enseñarte, porque ya no podré olvidar, ni guardar silencio,
Ni volver la espalda a lo que fue, para llegar más libre a la esperanza.Desde ahora cuanto miro me exigirá nombre con que poder contarlo;
Ya no podré ser ojo mudo, pasmo sin pregunta, guardador de secretos,
Y tendré que dejarme llevar por tu mano hasta la misma raya de la ignorancia,
Dibujar exactamente a dónde llega el borde del agua de la materia oscura.
Procuraré empezar por decirte el respeto que se debe a todas las cosas,
La seriedad de la tierra áspera y su peso húmedo desmigado entre los dedos,
La admirable cerrazón de la piedra, secretamente conjurada consigo misma,
A veces en un guijarro caminante, como endulzado por el peso de la memoria.Y la madera dócil, viniendo desde el olor y el viento a acurrucarse al calor de la mano.
Y el tesoro del metal, sus arbitrios industriosos, su cansancio oxidado, su esplendor
Cuando con brillos fatídicos conquista su extraña vida de máquina palpitante.Querré acostumbrarte al murmullo de la multitud, a su ir y venir de hormigas con palitos.
Para que te resignes y comprendas las profundidades de la rutina cívica,
La majestad de la vida misma en la sonámbula repetición del empleado,
El latir de lo más dulce en la humilde comparecencia de los insignificantes en sus sitios.Pero también te enseñaré la palabra, que puesta junto a otra arde con llama hasta el cielo,
Y la canción que se adueña de nuestros huesos y gira y gira sola hasta iluminarnos
Y el poderío de una mancha roja cuidadosamente extendida sobre un cuadrado de lona,
Hasta rozar un azul que anochece por su parte, detrás del amarillo,
Y muchas cosas del hombre que hubiera callado para olvidar, guerras como otra luz de años enteros,
Y los disparos de medianoche y el muerto de cada mañana en el descampado de las latas de mi barrio,
Y el cañoneo lejano, viniendo, y el odio de casa en casa, y las palabras en cuchicheo,
Y las esperanzas y las desilusiones y las esperanzas, haciendo historia al repetirse.De tu madre jamás hablaremos; tardarás mucho tiempo en comprender
Que otras estrellas fueron las mías en la ventana nocturna de sus ojos,
Cómo la encontré viniendo de pinares de sueños, de olas y canciones de niña,
Cómo la convencí, y lo dejó todo, y cruzó un río desconocido y estabas tú.Y cuando preguntando llegues al porqué de todo, empezaré a contarte del último amor,
Enseñándote a poner la mano sobre el mundo para que sientas su música de trompo,
La leyenda verdadera del Dios que tanto quiso a los hombres que nació con ellos;
Porque no sé si mi palabra puede algo más que enseñarte a rezar y retirarse.
Tener un hijo es asumir un compromiso existencial. Nos exige transmitirle una visión de la vida, no cualquiera, sino nuestra propia razón de vivir. A veces nos entra la tentación de creer que no sabemos ni podemos hablar con certeza de nada o de casi nada. Y no es verdad La vida nos ha ido mostrando verdades como puños que no nos es lícito acallar. Hoy parece pertenecer a la cumbre de la inteligencia ser escéptico y relativista. Sin embargo desde la duda es muy difícil y quizás imposible enseñar y aprender algo. Claro que existen asuntos de los que sabemos muy poco; pero nuestros hijos tienen derecho a iniciar su camino desde la transmisión de nuestras certezas que han de llegar hasta el borde de nuestras incertidumbres, pero como confiesa Valverde “ya no podré callar ni guardar silencio”, aunque todavía saltemos por encima de las palabras. Tampoco podemos esperar o pararnos confiando en ocasiones más propicias. Nacer es tener “imperiosamente abierto un hueco entre los días” Y sabemos que cada día trae su afán.
Síntesis luminosa me parece el recorrido que como padre entiende que debe acometer para, honradamente, transmitir su saber y experiencia al hijo. Como primera tarea señala inculcar “el respeto que se debe a todas las cosas” Sí, a las cosas. Qué importante descubrir que los utensilios más humildes, absolutamente todo lo que está a mi servicio, por vulgar que nos parezca, está contribuyendo a mi liberación y a mi desarrollo personal más digno, desde mi tenedor a mi lápiz, desde mi zapato a mi camiseta y no sólo mi lujosa bicicleta o mi ordenador de última generación. Deberemos descubrirle la dignidad de toda la comunidad humana cualquiera que sea su oficio o menester: “La majestad de la vida misma en la sonámbula repetición del empleado”. Le iniciaremos en el gozo de la poesía y de la música. Le mostraremos la configuración política que en conciencia consideremos la mejor, le enseñaremos nuestra historia, aunque sea amarga, pero siempre “para llegar más libre a la esperanza”, esperanza tras esperanza. Un día podrá descubrir el amor, maravillosamente evocado en la penúltima “estrofa”. Y finalmente habrá que hablar de Dios, culmen y clausura del poema, para resaltar su importancia, pero no la última tarea en el tiempo real. Sí la última por ser la de mayor y más íntima responsabilidad: “La leyenda verdadera del Dios que tanto quiso a los hombres que nació con ellos; porque no sé si mi palabra puede algo más que enseñarte a rezar y retirarse.”
¿Qué debemos hacer con nuestra vida? ¿Carpe diem? «Goza cuello, cabello, labio y frente; antes que lo que fue en tu edad dorada oro, lirio, clavel, cristal luciente, se vuelva, mas tú y ello juntamente en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.» ¿Collige virgo rosas?
Una respuesta demoledora y trágica nos la mostró Oscar Wilde en El retrato de Dorian Gray, de actualidad rabiosa. Podemos aspirar a un cuerpo siempre joven, a costa de que envejezca el alma.
Pero no todo carpe diem es destructivo: aprender a descubrir la alegría y el gozo de cada momento es también un saber coger las rosas que llenan de sentido nuestra existencia.
¿Es azar que un adolescente vaya a entrar en la vida consciente y libremente o esclavo de todos sus impulsos?
El fragmento de Valverde señala una cuestión clave para la configuración de nuestro sentido de la vida que cada uno debe necesariamente responderse. ¿Podemos enseñar a nuestros hijos algo? ¿La naturaleza humana puede y debe ser educada? La alternativa a mi respuesta nos la plantea con fuerza el poeta: «TAL VEZ TODO ES INÚTIL y la sangre camina bajo la voz, y nada se puede».
El pero del verso siguiente nos abre la puerta a la esperanza y el poeta lo deja claro de una manera muy hermosa.
Yo tengo la certeza de que la educación suple lo que no nos da el instinto. La educación es condición necesaria de nuestra naturaleza, de tal manera que lo que no se cultiva se atrofia. Somos un camino de perfección en el que aspirar al bienser supera las satisfacciones momentáneas del bienestar.
Hay que recuperar las bases antropológicas de la cultura clásica (greco-romana) y el concepto de persona de la tradición cristiana, imagen de Dios en un camino de perfección que posibilita llevar su ser original a la semejanza con el mismo Dios.
Basilio, padre de Segismundo, cree conocer que su hijo ha nacido con el destino terrible de destruir su reino y de humillar y destronar a su padre. Decide poner un remedio radical, su hijo vivirá pero encarcelado y privado de libertad, encadenado.
“Yo, acudiendo a mis estudios,
en ellos y en todo miro
que Segismundo sería
el hombre más atrevido,
el príncipe más cruel
y el monarca más impío,
por quien su reino vendría
a ser parcial y diviso,
escuela de las traiciones
y academia de los vicios;
y él, de su furor llevado,
entre asombros y delitos,
había de poner en mí
las plantas, y yo, rendido,
a sus pies me había de ver
--¡con qué congoja lo digo!--
siendo alfombra de sus plantas
las canas del rostro mío.”
He vuelto recientemente a mi rincón de “La vida es sueño” de Calderón de la Barca. La he mirado en clave educativa y me ha sorprendido su actualidad. Calderón, con un rigor y una precisión de fina relojería, mueve los hilos que la componen en torno a Segismundo y mantiene hasta el final la intriga sobre la idea dominante. ¿Puede el hombre vencer el destino establecido por los astros o, por el contrario, somos simples marionetas en manos del destino? Nos plantea el tema de la libertad.
El lamento del protagonista, el “Ay mísero de mí. Ay infelice”, encadenado y encerrado en un torreón inasequible, muestra el grado más primario de la libertad, poder movernos sin trabas.
Libre de cadenas aparece Segismundo en la corte. Pero el Príncipe heredero sigue encadenado, ahora psicológicamente. Sin nada ni nadie que las reprima, sus pasiones dominantes impulsan ciegamente el obrar del protagonista y nada menos que la ira y la lujuria, aquellas que lo arrastrarán al cumplimiento de su destino.
Basilio, su padre, como leemos en el fragmento ofrecido, ha descubierto que el sino de su hijo era ser un hombre cruel, impío con sus padres y tirano para su pueblo. No lo dudó: debía recluirlo en secreto en una torre o cárcel inaccesible para evitar los males anunciados contra él y su reino. Ya mayor, le surgen unas dudas: quizás por ser justo con su pueblo, había sido injusto con su hijo.
Adopta entonces una tan ingeniosa estratagema como peligrosa. Mediante una pócima lo llevarán dormido de la torre a la corte y por el mismo procedimiento regresará a las cadenas, si en su obrar confirma lo que anunciaban los astros. Ya no será la cárcel una decisión arbitraria sino un castigo.
Paradójicamente su deseo de justicia ha desencadenado el cumplimiento del destino. Para Basilio: el destino se impone a la libertad. El populacho, al enterarse de que existe el heredero legítimo, asalta la torre, libera a Segismundo, se entabla una batalla y todo anuncia que el padre, derrotado, someterá su cerviz y sus canas al vencedor. Tal como los astros lo predijeron.
Pero la ingeniosa argucia vino a propiciar que en el impetuoso Segismundo fuese madurando y asentándose una concepción de la vida que se iba a convertir en clave de sentido. ¿Será la vida un sueño, una sombra, una ficción?
La reflexión sustituye al frenesí de una acción impulsiva y desordenada. A partir de este momento Segismundo es responsable de la opción que elija. No es el impulso ciego de la naturaleza llamada “astros o destino” sino la libertad consciente la que interviene. Segismundo vence al destino en el momento en que se plantea una meta y opta por un camino. Segismundo ha hecho triunfar la libertad cuando elige entre dos opciones contrarias. La libertad surge, como en todo ser humano, cuando se plantea un para qué.
Que la vida es o no apariencia o sueño no supone haber encontrado la respuesta al modo mejor de vivir. Sigue en pie la duda: ¿qué debo hacer? o ¿qué camino seguir? Se hace necesaria la elección. Si el vivir sólo es soñar ¿no será lo pertinente “gozar de la ocasión” y “atreverse a todo”? O por el contrario ¿será mejor “aspirar a lo eterno” y dedicarse a “ganar amigos para cuando despertemos”?.
Elevemos la fábula a categoría universal. Todo ser humano viene como Segismundo marcado por unos “astros” que se llaman naturaleza, historia y o tan solo libertad como pretenden algunos discípulos de Sartre. Antiguamente se distinguía entre el temperamento dado y el carácter adquirido; entre las pasiones dominantes insertas en cada persona y las virtudes que en positivo las encauzaban; se sabía que lo fácil es irse al hilo de la gente frente al arduo camino de quien va contra corriente. Educar no es otro que ayudar a salir airoso en este combate.
Nuestro tiempo es contradictorio. No reconoce límites a la bondad de la naturaleza y luego se escandaliza de que nuestros adolescentes sean imposibles o hagan imposible la vida escolar o familiar, etc. Somos optimistas en el camino y nos echamos las manos a la cabeza en el momento de la llegada. Basilio al menos es más consecuente: como “conoce” que su hijo es de “mala pasta” no duda en suprimirle la libertad. Lo recluye en la torre. Su educación se reduce a represión sin sentido, a palo y tente tieso. Nuestro momento educativo permisivo y poco exigente está tentado de imitar a Basilio, como reacción y remedio a un descontrol. Es la historia de la educación moderna. Cuando se olvida la verdadera naturaleza humana, todo rouseauniano termina siendo jansenista. Ignoran la doctrina del pecado original: somos un anhelo inconmensurable de bien, que se estrella contra la facilidad que tenemos para hacer lo contrario. La educación verdadera conoce los anhelos, pero habilita al aprendiz, le da resortes para poder llevarlos a término, cree en la libertad pero cultiva la responsabilidad.
Mucho se parece a nuestra sociedad la ligereza con que el sabio Basilio decide llevar a la Corte a Segismundo, sin más criterio que la esperanza de que en su actuar contradiga magnánimamente el destino y se comporte cuerdamente. No es justa ni prudente esta decisión. ¿Qué cabía esperar de una persona que ha crecido entre las fieras, ha sido educado por las fieras y sobre todo por los “sermones” de su “carcelero”? De todos modos aunque el conocimiento recto hubiera calado en Segismundo no es suficiente para vencer las tentaciones. La ayuda viene de la virtud ejercitada como hábito de bien y además, siempre, como sabemos, por ayuda de la gracia.
Es aleccionador comparar a Segismundo con nuestros jóvenes y adolescentes. Estableced una semejanza entre la “corte” de Segismundo y la noche del botellón o las juergas descontroladas de la juventud los fines de semana. Da lo mismo que provenga de la torre jansenista o del relajo rouseauniano. Unos y otros están esperando su hora, como evasión, aventura o rebeldía contra lo establecido. Se entregan a la noche, dejándose llevar por todo tipo de pulsiones descontroladas y aunque regresen, una vez tras otra, hastiados mantienen la esperanza de que quizás en la próxima ocasión encuentren respuesta a sus confusas ilusiones. Pero ¿quién les ha ofrecido claves de sentido?
Segismundo sí encontró claves de vida en medio de la noche. Por eso Segismundo venció al destino. Triunfó la libertad. Dios se lo conceda a nuestros descendientes.
SEGUNDO TEXTO
SEGISMUNDO
Corte ilustre de Polonia,
……………………….
Lo que está determinado
del cielo,
…………..
nunca miente, nunca engaña,
porque quien miente y engaña
es quien, para usar mal dellas,
las penetra y las alcanza.
Mi padre, que está presente,
por excusarse a la saña
de mi condición, me hizo
un bruto, una fiera humana;
de suerte que, cuando yo
por mi nobleza gallarda,
por mi sangre generosa,
por mi condición bizarra,
hubiera nacido dócil
y humilde, sólo bastara
tal género de vivir,
tal linaje de crianza,
a hacer fieras mis costumbres.
¡Qué buen modo de estorbarlas!........
la fortuna no se vence
con injusticia y venganza,
porque antes se incita más.
Y así, quien vencer aguarda
a su fortuna, ha de ser
con prudencia y con templanza.
No antes de venir el daño
se reserva ni se guarda
quien le previene; que aunque
puede humilde (cosa es clara)
reservarse dél, no es
sino después que se halla
en la ocasión, porque aquesta
no hay camino de estorbarla……
Sentencia del cielo fue;
por más que quiso estorbarla
él no pudo, ¿y podré yo
que soy menor en las canas,
en el valor y en la ciencia
vencerla? Señor, levanta,
dame tu mano; que ya
que el cielo te desengaña
de que has errado en el modo
de vencerle, humilde aguarda
mi cuello a que tú te vengues;
rendido estoy a tus plantas.
Este fragmento, final de La vida es sueño de Calderón de la Barca, no es de los conocidos. Sin embargo cierra la trama de la obra y se convierte en el desenlace triunfal de la tesis del drama. Es sabido que la obra de Calderón sustenta la doctrina católica sobre la libertad. Segismundo, príncipe heredero, presagiado de destinos malévolos y adversos, gracias a descubrir a tiempo el sentido de la vida, se convierte en el ser capaz de vencer su destino, de domeñar y poner en orden una naturaleza de la que augurios, indicios y signos presagiaban un obrar irremediable. Quien quiera saber en qué consiste la libertad, tiene que leer atentamente este drama. No conozco otra obra tan compleja y tan clara.
Ningún ser humano nace libre de una naturaleza rebelde y que al menos en algún aspecto de su persona no tenga que reconducirla al bien. Todos los signos, en Segismundo, anuncian que va a ser un torbellino de violencia y crueldad y para colmo lo manifiesta en el mismo momento de nacer. La madre muere en el parto. Como con Edipo, en las antiguas tragedias griegas, ¿se cumplirá el vaticinio de que humillará y le quitará el trono a su padre? La grandeza de los asuntos clásicos, por tremebundos que nos parezcan, es que fácilmente se pueden universalizar. Segismundo nace presagiado y destinado a dejarse dominar por una naturaleza violenta. La ira se manifiesta como su pasión dominante. Si triunfa, con ella se enseñorearán en su vivir y obrar todas las demás pasiones convertidas en vicios, lo mismo la soberbia que la lujuria. Qué más da que en cada uno de nosotros sea o la soberbia o la pereza o la gula o la envidia, que aunque no mediante señales celestes escritas o anunciadas prodigiosamente, se encontrarán como tendencias dominantes en nuestra naturaleza. Basilio es un padre y un rey prudente. Ha pedido información sobre el destino de su hijo y los entendidos, empezando por él mismo le han dicho lo que saben. Su hijo es violento y además ejercerá la violencia incluso contra sus padres. Como educadores el reto no puede ser más apasionante. La gran cuestión surge inmediatamente: O cada uno es como es y no tiene remedio; o cada naturaleza es un punto de partida que puede ser reconducida y llevada a su perfección. Los padres y los profesores sabemos que en esta segunda alternativa se encuentra la naturaleza y fin de la educación.
La primera tarea es conocer. No sirve el genérico: es humano luego tiene pasiones. El buen educador trata de conocer no sólo lo negativo, sino lo positivo de una personalidad pero lo más preciso posible. Bien entendido que ninguna pasión domeñada no sea fuente de poderosos caracteres para bien. Si conociéramos bien nuestros defectos y virtudes, tendríamos la mitad del camino recorrido.
Basilio es un sabio, pero en su concepción sobre las posibilidades de corregir la naturaleza comete un error lamentable. Segismundo es como es y no tiene remedio Ignora que lo que uno recibe como germen es destino, es también germen de libertad, qué prodigio, que puede cambiarlo. El fragmento es una acusación admirable contra quienes consideran que la educación consiste en poner cadenas y grilletes para dominar las pasiones. Segismundo denuncia los errores cometidos por su padre Basilio, pero enseña el camino de una verdadera educación.
La fortuna no se vence
con injusticia y venganza,
porque antes se incita más.
Y así, quien vencer aguarda
a su fortuna, ha de ser
con prudencia y con templanza.
Ser dueños de nosotros mismos es la gran hacienda que maestros y padres nos pueden legar. Las pasiones necesitan ser ahormadas. Pero nadie supera una pasión si no consigue un ideal superior para que esa misma pasión se transforme en virtud fecunda. El posible tirano Segismundo se transforma en garantía del honor y libertad de los demás. Los buenos educadores, padres y profesores, lo saben aunque no se hayan cruzado con Segismundo.
“Las manecillas de los cuatro mil relojes eléctricos de las cuatro mil salas del Centro de Blomsbury señalaban las dos y veintisiete minutos. La industriosa colmena, como el director se complacía en llamarlo, se hallaba en plena fiebre de trabajo. Todo el mundo estaba atareado, todo se movía ordenadamente. Bajo los microscopios, agitando furiosamente sus largas colas, los espermatozoides penetraban de cabeza dentro de los óvulos, y fertilizados, los óvulos crecían, se dividían, o bien, bokanovskificados (clonados), echaban brotes y constituían poblaciones enteras de embriones. Desde la Sala de Predestinación Social las cintas sin fin bajaban al sótano, y allá, en la penumbra escarlata, calientes, cociéndose sobre su almohada de peritoneo y ahítos de sucedáneo de la sangre y de hormonas, los fetos crecían, o bien, envenenados, languidecían hasta convertirse en futuros Epsilones. Con un débil zumbido los estantes móviles reptaban imperceptiblemente, semana tras semana, hacia donde, en la Sala de Decantación, los niños recién desenfrascados exhalaban su primer gemido de horror y sorpresa.
Las dínamos jadeaban en el subsótano, y los ascensores subían y bajaban. En los once pisos de las Guarderías era la hora de comer. Mil ochocientos niños, cuidadosamente etiquetados, extraían, simultáneamente, de mil ochocientos biberones, su medio litro de secreción externa pasteurizada.
Más arriba, en las diez plantas sucesivas destinadas a dormitorios, los niños y niñas que todavía eran lo bastante pequeños para necesitar una siesta, se hallaban tan atareados como todo el mundo, aunque ellos no lo sabían, escuchando inconscientemente las lecciones hipnopédicas de higiene y sociabilidad, de conciencia de clases y de vida erótica…
¡Zummm ... ! La colmena zumbaba, atareada, alegremente.”
En el cuarenta aniversario de la encíclica “Humanae vitae” de Pablo VI me parece oportuno comentar algunos textos narrativos o poéticos que, escritos unos años antes de la encíclica, nos permiten comprender el servicio a la Humanidad que prestó el gran Pontífice, contra el parecer de muchos y en una soledad martirial y heroica.
Aldous Huxley en 1931 escribió la novela “Un mundo feliz”. La literatura se adelantó a la historia. Por vía de una ironía próxima al sarcasmo denunció una sociedad en apariencia feliz que ha pagado como tributo el hacerse insoportable para cualquier persona consciente. Se trataba de una narración visionaria y futurista. Para los contemporáneos un juego de fantasía, ajeno a la realidad del siglo XX. Algo más próximo resultaba el modelo de sociedad, un mundo deshumanizado y gregario, en el que el bienestar asfixia la libertad, y en el que la droga desterrará el dolor y la tristeza, y el sexo al amor. En la novela las palabras más nobles de nuestra cultura “padre y madre” se tienen por obscenas, reminiscencias de un mundo superado.
Pocos años después se pudo comprobar que sus fantasías se habían hecho realidad. O como ocurrió con Julio Verne, que la realidad había superado a la ficción. Huxley imagina una sociedad que utiliza la genética y el laboratorio para la creación de seres humanos, seleccionados y condicionados, determinados según la función social a la que estarían destinados. Concebidos en probetas los niños pertenecerán a una de las 5 categorías de población. De la más inteligente a la más estúpida: los Alpha (la elite), los Betas (los ejecutivos), los Gammas (los empleados subalternos), los Deltas y los Epsilones (destinados a trabajos serviles y arduos).
La descripción nos presenta un engranaje perfecto. Todo funciona como está diseñado. El problema reside en que no está hablando de la producción en serie de tornillos. La idea central de la fábula consiste en que la producción en cadena que tanto abarata costes y aumenta el rendimiento se aplica a la generación de seres humanos. Lo que conocemos hoy como ingeniería genética se describe en el fragmento como un sistema racional de producción. El estado de buena esperanza ha quedado convertido en un crecimiento mecánico del feto que en lugar de cobijarse en las entrañas de una madre va ascendiendo por cintas mecánicas hasta la sala de Decantación donde el parto se reduce a salir de un frasco, peor aún, a ser “desenfrascado” y encima no liberados de un llanto lógicamente reducido a “gemido de horror y sorpresa.”.
Supongo que la mecanización descrita no se ha desarrollado todavía. Pero la pérdida de la conciencia de que cada embrión es un ser humano pleno que sólo espera un medio adecuado para alcanzar su desarrollo, nos llega en cada información sobre la fecundación artificial y los embriones desechados o destruidos. Los límites éticos se han perdido, porque los seres humanos son contemplados como animales evolucionados, eso sí, “cuidadosamente etiquetados”. Sin más perspectiva que una calidad de vida tanto para nacer como para morir.
Dos aspectos más me sobrecogen en la descripción de Huxley. La primera, el aprovechamiento del sueño infantil para suministrarles una visión del mundo y una conciencia artificial. Quizás no se ha conseguido que la “hipnopedia” sea una vía para el aprendizaje. Pero sí que las vías relajadas, indirectas, lúdicas que los mass media utilizan, consiguen una educación más eficaz que la que padres y profesores transmiten. Contra su muro se estrellan las buenas intenciones. Al menos en cantidad. Y más cuando las leyes educativas se convierten en cauces de la misma deshumanización. La educación se se mira como un instrumento de dominio y esclavitud. Husley lo dijo: droga y sexo ya en los juegos infantiles.
La segunda me horroriza. “¡Alegres eran las canciones que tarareaban las muchachas inclinadas sobre los tubos de ensayo! Los predestinadores silboteaban mientras trabajaban, y en la Sala de Decantación se contaban chistes estupendos por encima de los frascos vacíos”. El ser humano termina por acostumbrarse a todo.
RUBÉN DARÍO: La dulzura del ángelus
La dulzura del ángelus matinal y divino
que diluyen ingenuas campanas provinciales
en un aire inocente a fuerza de rosales,
de plegaria, de ensueño de virgen y de trinode ruiseñor, opuesto todo al rudo destino
que no cree en Dios… El áureo ovillo vespertino
que la tarde devana tras opacos cristales
por tejer la inconsútil tela de nuestros males,todos hechos de carne y aromados de vino…
Y esta atroz amargura de no gustar de nada,
de no saber adónde dirigir nuestra proamientras el pobre esquife en la noche cerrada
va en las hostiles olas huérfano de la aurora…
(¡Oh, suaves campanas entre la madrugada!)