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Cuerpo personal y cuerpo animal

DIFERENCIA ENTRE LA PERSONA Y EL ANIMAL

Xosé Manuel Domínguez Prieto
(Rev. Acontecimiento, nº 97, 2010)

Cuerpo personal y cuerpo animal

Es moneda común en el ámbito del pensamiento personalista mostrar cómo el cuerpo para la persona no es algo exterior, algo que se tiene, sino que es la persona misma. La existencia personal, en cuanto presencia ante el mundo y ante uno mismo, es tal por ser corporal (Cfr. Marcel, G. De la negación a la invocación. Obras II BAC, Madrid, 2004, pp. 23 ss.; Henry, M. Filosofía y fenomenología del cuerpo. Sígueme, Salamanca, 2007, pp. 253-302). Por supuesto, que esta corporeidad es indisoluble de la psique: la psique será psique-de-este-cuerpo y el cuerpo será siempre un cuerpo-de-esta-psique (Cfr. Zubiri, X. Sobre el hombre. Alianza. Madrid, 1986, p. 48). Y, dicho de otra manera, en el ser humano todo lo biológico es mental y todo lo mental es biológico (Id., ‘El hombre: realidad personal’, en Revista de Occidente 1 (1963), 19). Por ello, cuando se realiza cualquier función de las que denomi­namos 'funciones psíquicas', como pensar, decidir, sentir, el cuerpo está plenamente implicado. Por eso podemos decir que se siente, piensa, imagina, percibe o actúa corporalmente. Es toda la persona la que actúa. Por esto, toda situación corporal deja a la persona en determinada condición, pudiendo esta condición favorecer o dificultar las funciones psíquicas. Así, una digestión pesada impide la lucidez para el estudio. Un dolor fuerte dificulta el razonamiento o el discernimiento moral.

LA PERSONA NO ES SÓLO CUERPO

Pero la persona no es sólo cuerpo (Cfr. Marcel, G. Ob. Cit., p. 26), esto es, no sólo es una unidad psicosomática. La persona es su cuerpo pero sobrepasa su cuerpo. Por eso el cuerpo personal no es entendible simplemente desde lo corporal, desde la dimensión biológica, sino desde la dimensión personal, redimensionado desde lo personal. El cuerpo de la persona es un cuerpo personal (Una comprensión cabal de este extremo la ofrece Michel Henry con su división, inspirada en M. de Biran, entre cuerpo subjetivo, que se revela en la experiencia personal. El cuerpo orgánico, como cuerpo material que ofrece resistencia, y cuerpo objetivo, tal y como se le puede observar desde ‘fuera’, como objeto de conocimiento). ¿Qué significa esto? Sobre todo que es digno, valioso por sí, que no puede ser utilizado como cosa. Pero también que es no sólo mera facticidad, mero condicionante, sino fuente de posibilidades. Por eso, la persona se construye corporalmente y no contra o a pesar de lo corporal. He aquí la diferencia radical del cuerpo humano con el cuerpo animal, del que luego hablaremos.

POR EL CUERPO LA PERSONA ESTÁ PRESENTE ANTE SÍ Y ANTE EL MUNDO

Por otra parte, la propia existencia y la existencia de lo real se captan gracias al cuerpo. Además, el cuerpo es el medio de expresión y la mediación necesaria para la comunicación. Nuestro cuerpo tiene una capacidad comunicativa muy superior a la que de hecho utilizamos.

Caricias, miradas, ademanes, gestos, abrazos, e incluso la misma palabra con su inmensa riqueza, son todo un ámbito de enorme potencial en el que la persona se expresa. La experiencia de cualquier atleta, músico, bailarín o fisioterapeuta nos demuestran que, en general, nuestra utilización y dominio del cuerpo es poco menos que primitiva. En realidad, la sensibilidad, expresividad y receptividad que podemos llegar a desarrollar en el tacto, en la mirada, en los movimientos corporales, en la inflexión de la voz, en el abrazo, son casi infinitos. Porque el cuerpo expresa a toda la persona. Muestras patentes de esto, además de los gestos que acompañan a nuestra palabra, son la danza o la interpretación musical.

EL CUERPO, FUENTE DE ENERGÍA

Los impulsos y deseos corporales son la energía de la persona. Pero es fuerza que debe ser conquistada e integrada en el proyecto de la persona. Las necesidades corporales son trascendidas, transfiguradas. Se manifiestan como impulsos, sobre los que actúa la voluntad. Pero lo voluntario no consiste en aniquilar lo corporal, sino en lograr que la persona y su proyecto tengan prevalencia sobre la impulsividad natural del cuerpo. El cuerpo, por tanto, debe ser personalizado. Y la tarea de personalización consiste en ir integrando el cuerpo en la unidad personal, lo cual es tarea lenta y de toda la vida: se comienza aprendiendo a regular el sueño, el ritmo de comidas, a hablar, a caminar. Poco a poco, se va apren­diendo a dominar los impulsos y a espolear las pasividades, adquiriendo hábitos virtuosos y un carácter. Del grado de este control (que nada tiene que ver con una represión sino con un poner lo corporal a disposición de toda la persona) pende, como de una condición, la posibilidad de la personalización.

EL CUERPO COMO OBSTÁCULO

Pero aunque somos corpóreos, a veces percibimos el cuerpo como obstáculo, como peso, como algo 'no dócil'. Se presenta como una dimensión que debe ser dominada, integrada. Lo corporal no es naturalmente dócil. Incluso, se puede dar el caso, por atrofias en el desarrollo de la personalidad, de que ciertas personas sean corporalmente inexpresivas. El caso es que el cuerpo, en tanto que realidad material, no sigue, en principio, el mismo dinamismo que el resto de la persona: mientras que la persona es deseo de plenitud, de ir a más, de tensionarse para ir más allá de sí, el cuerpo busca su conservación, realizar el menor gasto energético y conseguir el máximo de placer. Pero estos objetivos no siempre son compatibles con el desarrollo de la persona, pues la persona crece gracias al esfuerzo y la tensión. Incluso, el mismo cuerpo, si quiere ser perfeccionado, debe ser adiestrado, sometido, exigido. Así ocurre con los músicos, los bailarines, los atletas. Y, en general, cualquier desarrollo de la persona, no sólo en lo físico sino sobre todo en lo psíquico y espiritual, exige control corporal. No es posible el esfuerzo intelectual, esfuerzo que exige un gran concurso corporal, si el cuerpo supone un obstáculo (por falta de autodominio o por enfermedad, o por minusvalía psíquica insuperable, o por dolor insoportable). En el peor de los casos, el cuerpo puede ser tan obstaculizante que incluso oculte a la persona. Así ocurre en las adicciones y comporta­mientos compulsivos, o en los dolores insoportables.

EL CUERPO EXPRESA A LA PERSONA

Lo que ocurre en la intimidad se manifiesta en el cuerpo y viceversa. La alegría se manifiesta como sonrisa, la carga moral se manifiesta como dolor de espalda, el estrés se manifiesta como dificultad para respirar. A su vez, descubrimos cómo el cuerpo (de un modo especial el rostro) acaba siendo reflejo y testimonio de lo que hemos hecho de nuestra propia vida, de nuestra propia historia. Como el cuerpo expresa a la persona, haciéndola presente, es el modo privilegiado de acceso a lo íntimo de la persona. Lo que ocurre en la intimidad o en la inteligencia se manifiesta en el cuerpo y viceversa (Sobre la constatación de la unidad y vinculación entre energía personal y manifestación somática construye Lowen su teoría bioenergética. Cfr. Lowen, A. El lenguaje del cuerpo. Herder, Barcelona, 1965). Prueba patente de esto es que muchas de las patologías físicas son efecto o resultante de disfunciones interiores, de alteraciones afectivas (Cfr. Palmero, F.-Fernández Abascal, E. G.: ‘Procesos emocionales’, en Emociones y adaptación. Ariel Psicología, Barcelona 1968, pp. 33-40). Así, cuando se produce una respuesta afectiva de ansiedad, estrés, tristeza o miedo, con demasiada frecuencia responde a estar sometiendo al organismo a niveles de activación superiores a los naturales. Además, descubrimos cómo el cuerpo, y, de un modo especial el rostro, acaba siendo reflejo y testimonio de lo que vamos haciendo de nuestra propia vida, de nuestra propia historia, como decíamos. El rostro de los ancianos es elocuente: los hay que muestran una auténtica ruina interior, otros son ambiguos. Pero los hay de una belleza extrema, inimaginable en la juventud. Son rostros transparentes, luminosos, radiantes, profundos, con una belleza conquistada, profundamente humana, transnatural.

DIFERENCIA ENTRE LA PERSONA Y EL ANIMAL

La antropología zubiriana descansa en una constatación radical: el hombre es un animal y un animal de realidades. Por consiguiente, uno de los caminos que se puede emprender para entender lo que la persona sea es el de considerar su animalidad (aunque sea para luego dar cuenta de su total diferencia respecto de los animales). Por tanto, se puede partir del hecho constatable de que la persona «es una realidad a cuyas dimensiones todas pertenece intrínseca y formalmente la animalidad» (Zubiri, X., Ob. cit., p. 47).

En cuanto animal, la persona tiene un modo peculiar de actuar. Y lo que resulta patente es que, como todo animal, la persona está entre cosas y con cosas. Pero no está de modo pasivo, porque estas cosas modifican su equilibrio dinámico, lo suscitan. Y esta suscitación hace que se modifique su tono vital, que le afecte de un modo determinado, viéndose obligado a responder a la nueva situación. Este esquema de suscitación, afección y respuesta es lo que constituye la acción animal en todo caso.

Pero la diferencia entre persona y animal es radical. En el animal, esto que suscita, que afecta y que invita a responder es el estímulo: el animal está ante estímulos y responde ante estos estímulos. Las necesidades animales son de responder ante estímulos exteriores e interiores. Pero en el ser humano, este esquema de comportamiento descansa en otra manera de enfrentarse con las cosas, en otro modo de habérselas con las cosas: en la persona, lo que le suscita, afecta y le impele a responder no es aprehendido como mera estimulidad sino como realidad. Por eso, según vimos, en la persona la aprehensión será intelección sentiente, la afección sentimiento afectante y la tendencia a la respuesta voluntad tendente. La persona, de este modo, no sólo se mueve por impulsos corporales ni sólo por motivos psíquicos, sino por valores, ideales, creencias.

Al igual que suscitación, afección y respuesta no eran tres acciones sino tres momentos de una misma acción, intelección, sentimiento y voluntad son tres momentos de la misma acción en la que la persona se enfrenta con la realidad.

Así las cosas, lo corporal, en la persona, no es ya mera fuente de deseos y necesidades, sino vehículo de experiencia y realización de lo verdadero, lo justo, lo bello y lo bueno.

Dado que la persona vive desde y para lo real, su propio cuerpo es percibido como real y, por tanto, puede tomar distancia frente a él. Sus 'necesidades' biológicas se relativizan y, en cierta manera, se autonomizan (lo cual permite fenómenos como la huelga de hambre, el ayuno y, también, como la sexoadicción o la gula).

Esta capacidad de estar frente a sí o autotrascendencia, permite por tanto a la persona una libertad sobre sí misma, sobre su cuerpo, pudiendo actuar de modos no predeterminados. Por tanto, también su corporeidad cuenta en su proyecto de vida (lo cual es absolutamente impensable para un animal, que hará lo que esté predeterminado a hacer con su cuerpo). En definitiva, la herencia genética condiciona, pero nunca determina (Frankl, V., La voluntad de sentido. Herder, Barcelona, 1991, p. 15). En efecto, el cuerpo es un condicionante, pero también, justo por ello, es un posibilitante de la realización personal: lo corporal es mera posibilidad. Y lo es porque es energía, impulso, que necesita ser conformado. Reducir a la persona a su comportamien­to animal, implica que los demás son medios o instrumentos para sus fines, sin que quepa nunca el encuentro personal con ellos.

AMAESTRABLE O EDUCABLE

El cuerpo le permite así a la persona tomar conciencia de sí, en tanto que ser encarnado, esto es, situado en unas coordenadas históricas, sociales y corporales determinadas. Por el contrario, en el animal, su corporeidad le ancla a la realidad sin permitirle la distancia a sí. Por eso, como dijimos, la persona tiene impulsos y motivos, siempre abiertos y modelables por el carácter, mientras que el animal presenta instintos configurados, en caso de ciertos mamíferos superiores, en ciertas formas de temperamento. Por ello, mientras que el animal es amaestrable, la persona es educable (lo que en la persona no sólo no le impide, sino que le potencia para estar abierto a lo inédito e imprevisto). Esta educabilidad es psicosomática.

Este modo de ser corporal permite a la persona decir 'no' a sus impulsos, mientras que el animal no puede decir 'no' a sus instintos. La persona, a diferencia del animal, es libre de la realidad y de sus impulsos. El animal está predeterminado. No puede elegir. Por ello, lo que la persona hace con y en su cuerpo tiene una dimensión moral, mientras que la actuación corporal del animal es amoral. Por tener autoconciencia, libertad e identidad, la persona puede disponer de sí y puede prometer y comprometerse. El animal no puede disponer de sí ni prometer ni comprometerse. Hace lo que tiene que hacer.

LO ESPIRITUAL RESPECTO DE LO PSICOFÍSICO

La clave de todo ello radica en que en la persona, lo corporal (indisolublemente unido a lo psíquico) está enfrentado a lo espiritual. Lo espiritual, esto es, lo personal (Id., ‘El problema del espíritu’, en El hombre doliente. Herder, Barcelona, 1994, pp. 102-156), es lo que 'personaliza' la unidad psicosomática en la que la persona consiste, lo que hace que el cuerpo y la psique sean personales.«Si se proyecta al hombre desde el ámbito espiritual, que le corresponde naturalmente, al plano de lo meramente psíquico o físico, se sacrifica no sólo una dimensión, sino justa­mente la dimensión humana» (Id. La voluntad de sentido, cit., p. 112).

Lo espiritual constituye, pues, el dinamismo y la dimensión propiamente personal, la capacidad de autodistanciarse de sí, lo no condicionado ni condicionable (Id. El hombre doliente, cit., p. 134). «Existir significa salirse de sí mismo y enfrentar­se consigo mismo» (Id. La voluntad de sentido, cit., p. 113). Pero esto significa, además, que en el ser humano lo somático humano desborda lo físico (precisamente porque está transido de lo psíquico). Por ello, el cuerpo, además de condicionante, es, para la persona, posibilitante. «Lo corporal es mera posibilidad» (Id. El hombre doliente, cit., p. 136). Por tanto, es apertura a que algo dé forma a esta posibilidad. «El organismo se revela así como el material que aguarda a ser 'conformado'» (Loc. cit., p. 145). No son por tanto las necesidades corporales las que rigen la vida de la persona, al menos de la madura, sino que está llamada —por ser la autora de su vida—, a realizarse como persona contando con dichas necesidades pero trascendiéndolas. Dicho en términos clásicos, lo espiritual es el 'principio individualizante' (o principio de individuación) del organismo psicofísico, con lo que queda patente el carácter de forma de dicho espíritu. Por otra parte, lo psíquico se expresa en lo físico personal. A su vez esta unidad psicofísica es tal porque está transida de lo espiritual: la unidad psicofísica sólo es entendible desde una instancia superior. La unidad psicofísica, en la persona, es apertura a su conformación por parte de una dimensión personal. Así, «lo corporal posibilita la realización psíquica de una exigencia espiritual» (Loc. cit., p. 136.Como ejemplo, dice Frankl: “El piano, ¿ejecuta la composición? No; sólo posibilita la ejecución. El pianista, ¿efectúa la composición sólo porque sabe tocar? No. Al tocar realiza las posibilidades del instrumento con arreglo a unas exigencias artísticas”).

DESDE DÓNDE SE DINAMIZA LA VIDA PERSONAL

1) El cuerpo supone una primera fuente de dinamización personal. El cuerpo, por sí, busca el placer, el equilibrio homeostático y el menor gasto energético, la conservación, atender alos apetitos, deseos, tendencias y motivos primarios. Una vida despersonalizante sería aquella que permitiese inundar todas las dimensiones de la vida con este 'programa'. Cierto es que al cuerpo hay que darle lo que necesita, y escucharle, pues el cuerpo es el arpa del alma. Pero el cuerpo sólo puede dar de sí y hacerse pleno en la medida en que entre a formar parte de un dinamismo de orden superior, que es el establecidopor la propia vocación. El cuerpo abandonado a sus propias inercias y deseos llevaría a la persona a una vida realmente empobrecida. Este nivel, abandonado a sí, en el ser humano no supondría sólo su animalización o empobrecimiento, sino también su destrucción personal, su neurotización, su desestructuración. Por otra parte, también en este nivel se sitúa la cota de los sucesos cósmicos, los que afectan a la persona. Es el conjunto de 'lo que nos pasa'. Y lo que nos pasa se presenta como 'destino' en el sentido griego, esto es, como moira, como determinante ciego. Sin embargo, la persona está llamada a trascender este nivel desde sí mismo. Del mismo modo que una mano, anatómicamente, tiene unos movimientos limitados, pero puestos al servicio de una creatividad y de una inteligencia, como en el caso de un pianista, que puede dar de sí hasta el infinito; también el cuerpo, puesto al servicio de un fin de orden superior, es capaz de sobrepasarse.

2) Un segundo nivel de dinamización lo encontramos en el psiquismo, con sus tendencias, motivos, necesidades (de valoración, de comprensión, de reconocimiento, de afecto, de conocimiento, etc.) Lo biológico se pone al servicio de éste. El psiquismo, por sí, es capaz de dinamizarse por motivos. La teoría clásica de la motivación da buena cuenta de este nivel.

3) Pero el psiquismo es orientable y dinamizable desde un plano superior: el personal. El psiquismo se sobrepasa a sí mismo y es capaz de funciones y creaciones que jamás soñaría abandonada a sus propias leyes. El dinamismo personal que procede de su vocación permite a la persona superar sus dimensiones inferiores, sus dimensiones psicosomáticas, y elevarlas a unos niveles de creatividad y operatividad inimaginables para una vida abandonada a sus dinamismos puramente corporales o psíquicos. Sólo desde el descubrimiento de un sentido existencial al que se siente llamada, la persona da-de-sí hasta límites que no podría soñar.

Toda la vida psíquica, en fin, está sometida a un orden teleológico superior. Por ello, todo conocimiento lo será de la verdad; el deseo lo será del bien (propio o plenitud y común o justicia); y el afecto lo será de la belleza y del encuentro con el otro. Pero, a su vez, esto no significa una mera tendencia a la verdad, al bien y a la belleza, sino una invitación a vivirlos por un camino propio: como vocación, como llamada a tener un lugar concreto en el cosmos, como ideal de vida al que se invita a cada persona.


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Lo corporal, en la persona, no es ya mera fuente de deseos y necesidades, sino vehículo de experiencia y realización de lo verdadero, lo justo, lo bello y lo bueno

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