Cuando todo se ha perdido
Cómo el amor a su esposa ausente salvó a Víktor Frankl de caer en la desesperación: “El hombre en busca de sentido”
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Tenía que ofreceros, al menos, el fragmento en que nos cuenta Frankl cómo el amor a su esposa ausente le salvó de caer en la desesperación. “El hombre en busca de sentido” es tan rico en momentos de aleccionamiento perenne que uno no sabe dónde poner punto y final. El acertadísimo título con que el autor nos enmarcó el libro, casi nos advierte de la tesis más sabrosa. No es posible vivir cuando uno carece del sentido de la existencia. En ese momento, de ser cierta la carencia, tiene que salir uno como mendigo harapiento, implorando de puerta en puerta, a las almas creíbles que le devuelvan la esperanza de vivir.
¿Recordáis aquel pasaje sobrecogedor en que Sonia, una pobre prostituta por necesidad de sacar adelante la familia, consigue la liberación psicológica de Raskolnikof, en la novela Crimen y Castigo cuando en medio del frío de Siberia, y del alma desesperada del protagonista, le vuelve a la vida como en el milagro de la resurrección de Lázaro, por el encuentro con el amor? Sólo un amor limpio y purificador rescatará del frenesí y del vértigo al hombre contemporáneo.
No estoy hablando en tono romántico ni sentimental. Os hablo en clave metafísica. No existe otro fin, destino, misión, tarea que el de amar. Hemos venido a este mundo con un único quehacer, aprender a amar. Si no lo sabes, no entiendes ni lo que estás haciendo ahora; ni, cuando te vayas, entenderás nada de lo que has hecho.
Hoy lo repiten muchos humanistas. Nos lo enseña el Evangelio. Pero son tantas los afanes de cada día que nos desorientamos fácilmente. Nos cuesta creerlo. ¿De verdad que no existe otra vocación para los humanos que la de amar? Bien entendido que este amor implica que todo siga en su sitio y que mediante el trabajo perfeccionemos toda la Creación.
Nos lo enseña V. Frankl, un profesor judío. La experiencia en Auswichtz fue tan terrible que lo más elemental humano se hizo evidente.
En muchas ocasiones he dudado de que la mirada poética que convertía a la amada en diosa o en señora y dama distante fuera el camino adecuado para acercarse al encuentro verdadero del amor. Naturalmente que la amada no es una diosa ni una Dama o Señora distante, inaccesible e inalcanzable como nos presentaron los poetas petrarquistas y neoplatónicos. Distanciarse de la realidad ni es bello, ni es bueno ni es verdadero.
Cuando leí este pasaje de Víktor Frankl, me reconcilié con los poetas soñadores. Al otro lado de la cotidianidad, aunque sólo sea para no perdernos el respeto, es bueno que nuestra amada siga siendo siempre un ser excepcional y divino. Acostumbrarnos a la rutina de cada día nos impide descubrir que quien en un momento de nuestra vida se convirtió en nuestra compañera, llevaba en germen toda la evidencia de su naturaleza material pero al mismo tiempo todo lo que en nuestro interior habíamos soñado, estaba no menos presente que su corporalidad.
Frankl cayó en la cuenta, en circunstancias excepcionales, en la maravillosa existencia de una amada más presente que su realidad carnal. Su esposa era un espíritu vivo capaz de sacarle de la postración en que se encontraba en medio de la tierra helada y de la crueldad de los verdugos que una y otra vez golpeaban su cuerpo. Su esposa en medio de tanta tragedia, había conseguido manifestar la cara más oculta en la vulgar rutina cotidiana: mi esposa es la razón de mi vivir. Mi esposa es la concreción del amor soñado. “Por primera vez en mi vida podía comprender el significado de las palabras: “Los ángeles se pierden en la contemplación perpetua de la gloria infinita”. Esto también es amor.