Crimen y castigo o la regeneración por el amor
Un día os hablaré de Don Juan Tenorio. Como la obra de Zorrilla la hemos visto tantas veces nos parece conocerla hasta el tedio. Ya me gustaría a mí comentarla en clave de historia verdadera de amor, ¿El Tenorio? Sí y más de lo que nos parece. Hoy todavía reciente la Navidad os quiero ofrecer un fragmento de una narración apasionante en la que va salir triunfador el amor, Pero no como solución romántico-sentimental, sino como la única salida posible al atolladero en que ha quedado atrapado el hombre occidental. Al final es el amor el que nos salva. A Don Juan y a Raskolnikof y a ti y a mí.
En “La Vida es Sueño” Calderón ponía en boca de Segismundo la audaz alternativa ante la aparente inconsistencia de la vida: “Atrevámonos a todo” que podría servir de lema y resumen del proceso histórico de las últimas centurias. Sin el contenido profundo de esta frase no se puede entender el comportamiento vital de Don Juan, ni tampoco la audacia reflexiva de Raskolnikof, pero tampoco las grandes Revoluciones de la Modernidad. Frase pareja a la que Dostoievski hace pronunciar en esta novela: “Si Dios no existe, todo es posible”. Lean en clave de sentido no sólo de intriga y de entretenimiento “Crimen y Castigo.
Benedicto XVI en su segunda encíclica nos lo acaba de recordar con claridad envidiable: “No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de «redención» que da un nuevo sentido a su existencia. Pero muy pronto se da cuenta también de que el amor que se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: «Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro»
¿Saben quién es Raskolnikof? Un estudiante que va a la Universidad a sacar adelante unos estudios. Este estudiante lee, vaya por Dios, y se toma en serio lo que lee, vaya, vaya, vaya, o por Dios o por el Diablo. Se ha enterado de que Napoleón ha cambiado el curso de la Historia. Siendo un donnadie, llegó a tener en sus manos a Papas, Emperadores, Reyes y pueblos. Ha decidido imitarlo; pero ha llegado a la conclusión de que si Napoleón hizo en la Historia tanto y llegó a ser tan importante es porque dominó su conciencia. Consiguió que no le remordiera fuesen cuales fuesen sus numerosos desmanes y fechorías. Raskolnokof va a medir sus fuerzas interiores examinando el comportamiento de su conciencia ante el crimen que minuciosamente preparado va a ejecutar.
El suyo, es un crimen pequeño y casi, casi, casi justificable. Se trata de matar a una vieja usurera (nunca un crimen es justificable, por usurera y vieja que fuera la víctima). Y Raskolnikof, como ser humano, todavía no ha machacado su conciencia. No sólo le remuerde sino que al intentar acallarla él mismo va dejando pistas que facilitarán el que lo descubran y lo condenen. Raskolnikof ha traicionado sus expectativas iniciales y las esperanzas y sacrificios que han soportado por él la madre y la hermana. El estudio psicológico de los personajes, principales y secundarios, es magistral.
¿Puede alguien transformar el corazón emponzoñado de un joven que ha creído que sin la barrera del orden moral se pueden alcanzar las metas más envidiables, al ideal del superhombre que definirá Neatche? ¿Puede salvar alguien a un hombre de nuestro tiempo? ¿Puede salvar alguien a Raskolnikof?
Sólo Sonia. Uno de los personajes femeninos más admirable en la historia literaria. Sonia pobre, abnegada, tierna, tenaz, generosa, y hermosa. La delicada y maravillosa prostituta. La que ha entregado su cuerpo para ayudar a su familia y la que es capaz de renunciar a todo a costa de dar su vida por Raskolnikof, es decir amándolo. “El corazón de cada uno de ellos era un manantial de vida inagotable para el otro” En Siberia o en donde quiera que hubiera estado necesitado aquel a quien amaba.
A nuestro mundo como a Don Juan y a Raskolnikof solo lo salvan doña Inés y Sonia, es decir un amor como Dios manda. Con este texto seleccionado, acaba la novela:
“Rodia dirigió a Sonia una rápida mirada y bajó los ojos sin pronunciar palabra. Estaban solos. Nadie podía verlos. El guardián se había alejado. De súbito, sin darse cuenta de lo que hacía y como impulsado por una fuerza misteriosa Raskolnikof se arrojó a los pies de la joven, se abrazó a sus rodillas y rompió a llorar. En el primer momento, Sonia se asustó. Mortalmente pálida, se puso en pie de un salto y le miró, temblorosa. Pero al punto lo comprendió todo y una felicidad infinita centelleó en sus ojos. Sonia se dio cuenta de que Rodia la amaba: sí, no cabía duda. La amaba con amor infinito. El instante tan largamente esperado había llegado.
Querían hablar, pero no pudieron pronunciar una sola palabra. Las lágrimas brillaban en sus ojos. Los dos estaban delgados y pálidos, pero en aquellos rostros ajados brillaba el alba de una nueva vida, la aurora de una resurrección. El amor los resucitaba. El corazón de cada uno de ellos era un manantial de vida inagotable para el otro. Decidieron esperar con paciencia. Tenían que pasar siete años en Siberia. ¡Qué crueles sufrimientos, y también qué profunda felicidad, llenaría aquellos siete años! Raskolnikof estaba regenerado. Lo sabía, lo sentía en todo su ser. En cuanto a Sonia, sólo vivía para él”