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Claves para una lectura filosófica de El Principito

Andrés Jiménez Abad

En: VV. AA.: Enseñanza de la filosofía en la Educación Secundaria,
Rialp, Madrid, 1991, pp. 332-337


EL PRINCIPITO, de Saint-Exupéry
Es una llamada al descubrimiento de la trascenden­cia que se oculta en cada cosa, en cada rincón del mundo. Y es también una profunda pero comprensiva crítica al pragmatismo que tan a menu­do hace estéril la vida de muchos hombres

La lectura de esta obrita es un excelente marco para la reflexión filosófica acerca del sentido de la vida, del verdadero valor de las cosas, de las personas, de la amistad y del trabajo.

Es una llamada al descubrimiento de la trascendencia que se oculta en cada cosa, en cada rincón del mundo. Y es también una profunda pero comprensiva crítica al pragmatismo que tan a menudo hace estéril la vida de muchos hombres.

No pretendemos realizar aquí una exégesis literal del texto ni un análisis exhaustivo, sino una recreación en fidelidad a su espíritu que permita una confrontación fecunda con nuestra propia vida. Especialmente apropiada como actividad de apoyo en la labor docente, hemos querido hacer de su lectura una “experiencia filosófica".

ARGUMENTO

El Principito es la narración, en 28 breves capítulos, de un proceso espiritual. Adoptando la forma de un cuento, el narrador refiere en primera persona su encuentro en pleno desierto del Sahara con un misterioso niño, tras haber sufrido una avería durante una travesía aérea en solitario.

El argumento parte de una reflexión retrospectiva del narrador sobre su propia infancia, en la que la mirada asombrada y en apariencia ingenua del niño contrasta con la mentalidad utilitarista y pragmática de las personas mayores entre las que finalmente ha terminado por incluirse.

Alejado, no sólo en el tiempo, de su infancia, su existencia convencional y aburguesada le deja vacío: “Viví así, solo, sin nadie con quien hablar verdaderamente" (p. 13). Cifra el sentido de su vida en el ejercicio profesional de la aviación, pero también su avión termina por fallar, dejándole tirado y solo en medio del desierto, «a más de mil millas de toda región habitada" (p. 14).

Perdido y con escasos recursos para sobrevivir, se produce el acontecimiento: la aparición de un niño, procedente, al parecer, de otro mundo, un mundo pequeño e insignificante. El misterio profundo que le envuelve va dejando paso paulatinamente, no sin altibajos, a una creciente sintonía interior entre ambos personajes.

Así, pasamos a conocer que el muchacho abandonó decepcionado su minúsculo asteroide, en el cual permanece una flor a la que había dedicado en otro tiempo su trabajo y solicitud. Desde entonces ha viajado buscando y ofreciendo su amistad a solitarios personajes que habitan mundos sin sentido, estereotipos de hombres sumidos en la tristeza de su vacío existencial. En la Tierra, planeta de multitudes solitarias, el panorama no aparece más alentador: superficialidad, prisa, muerte.

Desolado por el descubrimiento en un jardín de miles de rosas en apariencia semejantes a la suya, se siente insignificante. Sólo la profunda y bienhechora amistad con un zorro le desvelará otra forma de mirar la vida: "sólo se conocen las cosas que se domestican... Lo esencial es invisible a los ojos, sólo se ve bien con el corazón... El tiempo que perdiste por tu rosa hace que sea tan importante... Eres responsable para siempre de lo que has domesticado" (pp. 82-88). El contraste radical con el tono de vida superficial y vertiginoso dominante entre los hombres se acentúa.

Finalmente, la vida del pequeño príncipe y la del aviador perdido se unen en medio del desierto, y su penosa marcha, apoyada tan sólo en su amistad, hace que el desierto se transfigure y se llene de trascendencia porque encierra un manantial de sentido (pp. 96 y 103). El manantial se descubre en la donación personal, en la mirada que nace del corazón, en la aceptación asombrada del misterio que envuelve a cada cosa, a cada persona, a cada acontecimiento.

AMOR y SENTIDO DE LA VIDA

"Estoy contento de que hayas encontrado lo que faltaba a tu máquina" (p. 102). Lo que faltaba en la vida y en el trabajo del piloto era, precisamente, un para qué, un sentido, la mirada pura del niño que todos llevamos dentro, esa mirada que es capaz de ver corderos dentro de una caja, de encontrar a las cosas un valor que es más importante que su precio, una belleza que trasciende su utilidad.

La separación y la muerte no son la última palabra. "Parecerá que he muerto y no es verdad" (p.106). La muerte, cuando llega, es en el fondo un regreso que deja una estela tras de sí: "Nada en el universo sigue siendo igual" (p. 111) "Es bueno haber tenido un amigo, aun si vamos a morir" (p. 91). Para el que sabe ver las cosas con amor, nada es indiferente.

Como se ha podido advertir, la historia que cuenta Saint-Exupéry está cuajada de símbolos. Ella misma lo es en su totalidad. Se trata en suma de una bella parábola sobre la amistad y el sentido de la vida. Todos los personajes que van apareciendo a lo largo de ella son representativos de ciertos tipos de hombres y mentalidades: la flor -el ser amado-, el zorro -el amigo verdadero y sabio consejero-, el vendedor de pastillas para apagar la sed -expresión de la mentalidad pragmática y consumista-, el farolero -trabajador/objeto-, el deshumanizado hombre de negocios...

«MI VIDA SE LLENARÁ DE SOL»

Es curiosa, por ejemplo, la relación que existe entre determinadas situaciones y el hecho de que sea de noche o de día. Así, la caída del piloto en el desierto da paso a una noche a mil millas de toda tierra habitada (p. 14). La aparición del principito tiene lugar "al romper el día" (id.). La rosa que ilumina el pequeño asteroide con su aparición se muestra «una mañana, exactamente a la hora de la salida del sol» (p. 39). «Si me domesticas -dice el zorro- mi vida se llenará de sol» (p. 83). La desolación que se apodera del aviador y de su pequeño compañero ante la necesidad de buscar un pozo en la inmensidad del desierto al azar es acompañada por la caída de la noche (p. 91). El descubrimiento de la fidelidad del principito hacia su flor y la profunda comunión entre éste y el aviador durante su marcha por el desierto da paso al encuentro del pozo «al nacer el día» (p. 93), etc.

La soledad, la desolación y la tristeza acontecen en la noche. La comunión de la amistad, el encuentro, la presencia del amigo, llenan el mundo de luminosidad y de relieve. El Sol se eleva con la aparición del ser amado. En medio del dolor y de la prueba, las estrellas infunden, no obstante, al que ama, la serenidad de la aceptación, la gozosa conciencia de sentido: «Todas las estrellas serán pozos con una roldana enmohecida. Todas las estrellas me darán de beber...» (p. 107) Otro tanto acontece al zorro con el color del trigo: «El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo...» (p. 83).

El amor da valor a todas las cosas, incluso a las más inútiles y las más terribles: «La arena, al nacer el día, estaba de color de miel. Me sentía feliz también con ese color de miel... (p. 97). «Para vosotros, que también amáis al principito, como para mí, nada en el universo sigue siendo igual...» (p. 111)

«LO ESENCIAL ES INVISIBLE A LOS OJOS»

El trabajo es para la vida, y es vida él también. Pero sólo adquiere sentido verdadero cuando es elevado por el amor, cuando se convierte en don para el bien de alguien. En medio de la soledad, en la cual consisten radicalmente la desolación, el dolor y la tristeza, se percibe el vacío existencial: «Viví así, solo, sin nadie con quien hablar verdaderamente». Frente al tedio que invade la vida del aviador, el trabajo, su avión, es el último asidero: «No es una cosa. Vuela. Es un avión. Es mi avión» (p. 18). Pero querido por sí mismo solamente, y no por otro valor más alto, también este último apoyo termina por quebrarse: «Algo se había roto en mi motor...» (p. 13). Arrojado de este modo a la mayor soledad, «me dispuse a realizar -confiesa-, solo, una reparación difícil. Era, para mí, cuestión de vida o muerte» (p. 14).

La salida sólo aparecerá tras haber comprendido lo esencial, eso que es «invisible a los ojos»; tras beber de esa agua que es «buena para el corazón», nacida «de la marcha bajo las estrellas, del canto de la roldana, del esfuerzo de mis brazos», tras reconocer en ella un «regalo» (p. 96). La «avería en el motor», «lo que faltaba a la máquina» -el sentido, el corazón- se descubre en la donación de sí mismo: al dibujar un cordero, al escuchar la preocupación por el hecho de que las rosas tengan espinas, al consolar al pequeño amigo hasta entonces incomprendido, al compartir con él la escasa ración de agua, al tomarle en brazos y brindarle la solicitud que su fragilidad precisa.

«LA SED DEL CORAZÓN»

EL PRINCIPITO, de Saint-Exupéry
La decepción y el sentimiento de vacío de sentido se hicieron presentes lo mismo en el asteroide del pequeño príncipe que en el activismo y la vida social del aviador. Ambos han tenido que apren¬der a amar entre sinsabores hasta llegar a ver la vida de un modo más profundo y bello

Hay un agua que «es buena para el corazón» (p. 92). ¿De qué tiene sed el corazón humano? La felicidad deseada nace del amor verdadero, de la entrega incondicional, de la abnegación en favor de alguien cuyo bien se procura. «Si me domesticas, mi vida se llenará de sol" (p. 83). «El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante» (p. 87). «Sois hermosas, pero estáis vacías. No se puede morir por vosotras» (id.). «¡Soy responsable de esa flor!» (p. 97). «... Y lo sentí más frágil todavía. Es necesario proteger a las lámparas: un golpe de viento puede apagadas...» (p. 93).

El oblativo amor de benevolencia es clarividente: «sólo se ve bien con el corazón» (p. 87); al «llenar de sol» la vida, el amor descubre el verdadero valor de las cosas y de las personas. Eso es lo que falta en la vida del rey, del vanidoso, del hombre de negocios, del bebedor, del geógrafo. También en la del farolero, aunque de él podrá decir. el principito: «es el único que no me parece ridículo. Quizá porque se ocupa de una cosa ajena a sí mismo... Es el único de quien pude haberme hecho amigo. Pero su planeta es verdaderamente demasiado pequeño. No hay lugar para dos...» (p. 64). Todos los demás han visto en el pequeño un «súbdito», un «admirador», una «pesada molestia» un «explorador». Le han valorado por la utilidad que pueden obtener de él, incapacitándose para amarle y aceptarle por él mismo, tal y como es. El bebedor, por su parte, es incapaz de salir del círculo vicioso de su voluntaria esclavitud. Y el farolero, encadenado a la consigna, no ha descubierto el valor de su trabajo por no haber sido capaz de convertido en oblación.

Las «personas mayores» comparten el mismo drama. Llevan una vida vacía, ocupadas en las cifras (p. 22-25) y en consideraciones utilitarista s y superficiales que les impiden llegar a comprender «lo esencial»: «cultivan cinco mil rosas en un mismo jardín... y no encuentran lo que buscan... Y, sin embargo, lo que buscan podría encontrarse en una sola rosa o en un poco de agua... Pero los ojos están ciegos. Es necesario buscar con el corazón» (pp. 96-97). Sólo así se puede llegar a «ver corderos a través de las cajas», descubrir en las acciones su trascendencia moral y humanizadora, ir más allá de las palabras (p. 41), aceptar «las espinas», es decir, las imperfecciones y defectos de quien se ama, descubrir el «valor no-útil» de todo aquello en que se reconoce la huella del amor: las estrellas (p. 105), el color del trigo (p. 83), el trabajo (p. 87), el desierto (p. 97), un regalo (p. 96), etc. La vida ordinaria, con su rutina, puede ser elevada también por el amor. Así, la limpieza de los volcanes del pequeño planeta, el cuidado por una flor un tanto vanidosa, la regular poda de los arbustos que brotan a diario en el asteroide, etc. Descubrir y poner amor en las menudencias cotidianas hace que las cosas ordinarias lleguen a adquirir un valor extraordinario, y que brote en todos los órdenes de la vida la satisfacción y la excelencia en la obra bien hecha. El amor es una riqueza que beneficia a quien lo recibe y a quien lo da (pp. 59-60).

«¿QUÉ SIGNIFICA DOMESTICAR?»

Es indispensable hacer especial mención del capítulo XXI, en el que acontece el encuentro entre el principito y e! zorro. Su contenido esencial es indudablemente la amistad, su valor y sus exigencias. Se trata de un pasaje antológico, central en e! desarrollo de la historia narrada. «Domesticar» es «una cosa demasiado olvidada». Significa «crear lazos»..., convertir al otro en un ser único en el mundo. «Sólo se conocen las cosas que se domestican», pero esa profunda comprensión requiere tiempo, paciencia, esmero. El amor de amistad es fuente también de vínculos morales, exige la entrega de la propia vida: estar dispuesto a morir por el amigo, ser responsable para siempre del bien que éste merece y del bien que él mismo es. La clarividencia de este amor hace descubrir e! valor de aquel a quien se ama, y su fecundidad hace que e! amor mismo se convierta para él, también, en una fuente de valor (pp. 80-88).

DOS ÚLTIMAS CONSIDERACIONES

A lo largo de la narración se observa que el sentido que la vida adquiere como consecuencia del amor de oblación crece muy laboriosamente, después de haber soportado la soledad e incluso la ceguera del espíritu. La decepción y el sentimiento de vacío de sentido se hicieron presentes lo mismo en el asteroide del pequeño príncipe que en el activismo y la vida social del aviador. Ambos han tenido que aprender a amar entre sinsabores hasta llegar a ver la vida de un modo más profundo y bello (pp. 34-38 y 41-42).

Finalmente, cabe advertir también que la vida del aviador -expresión de lo que es la de otros muchos hombres y mujeres- ha recobrado su sentido cuando el adulto autosuficiente, humillado, ha encontrado al niño que en otro tiempo fue. No es temerario pensar que el principito simboliza en cierto modo la propia infancia del aviador, aquella mirada de asombro capaz de aceptar las cosas sin reparar en su utilidad inmediata; en la que resplandece la inocencia y que es capaz de abismarse en una amorosa contemplación.

A una mirada superficial o pragmática chocará sin duda la dedicatoria de este libro. Va dirigida a Léon Werth, una persona que padece hambre y frío, pero cuya mayor necesidad no es -contra lo que cabría esperar a simple vista- alimento y abrigo. Esta persona «tiene verdadera necesidad de consuelo», de un agua que es buena para el corazón... La vida no consiste en sobrevivir, sino en la amorosa oblación de sí mismo. «Todas las personas mayores han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan.) Corrijo, pues, mi dedicatoria: A Léon Werth, cuando era niño» (p. 7).


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La historia que cuenta Saint-Exupéry está cuajada de símbolos. Ella misma lo es en su totalidad. Se trata de una bella parábola sobre la amistad y el sentido de la vida

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