Cartas desde Iwo Jima
Título original: Letters From Iwo Jima
Produción: Warner Bros. Pictures / DreamWorks Pictures - Malpaso / Amblin Entertainment. USA - 2006
Director: Clint Eastwood
Guión: Paul Haggis, Iris Yamahsita
Música: Clint Eastwood
Fotografía: Tom Stem
Reparto: Ken Watanabe, Kazunari Ninomiya, Tsuyoshi Ihara, Ryo Kase, Shido Nakamura
Globo de Oro 2006: Mejor película de habla no inglesa
SINOPSIS:
Rodada íntegramente en japonés, la película ofrece la versión nipona de la batalla que Eastwood ha plasmado en "Banderas de nuestros padres" (Flags of Our Fathers, 2006), que recoge la visión estadounidense. Ambas películas narran las perspectivas de ambos bandos sobre la batalla más cruenta de la II Guerra Mundial en el Pacífico, en la que fallecieron más de 20.000 japoneses y 7.000 estadounidenses. Ambas han sido aplaudidas por la crítica como una clara denuncia de la guerra y como un valiente e inédito intento de mostrar las dos caras de una contienda.
La versión estadounidense muestra la llegada de la imponente Armada de guerra norteamericana a la pequeña isla del Pacífico desde la que se defendía el territorio japonés y, sobre todo, la utilización propagandística de la famosa foto de los seis soldados alzando la bandera de EE UU. Cartas desde Iwo Jima, desde el punto de vista japonés, se centra en la resistencia nipona, organizada inteligentemente a través de túneles gracias a la estrategia del general Tadamichi Kuribayashi -Ken Watanabe-.
El ambiente creado por un tinte descolorido, donde predominan los tonos grisáceos, salpicados solo por el rojo de la sangre o la bandera de Japón, te transporta a ese árido escenario, donde escasea el agua y los nipones se encuentran aislados del mundo. Los recuerdos que el Comandante Tadamichi Kuribayashi tiene de tiempos pasados, contrastan con la triste realidad del momento, y son ricos en colores. En estas regresiones al pasado, Tadamichi recuerda cómo estrechó la mano y se sentó a la mesa de los mismos comandantes americanos que ahora están destruyendo a sus hombres. Sus cordiales relaciones con los americanos y la crudeza de la realidad actual suponen un conflicto interno para el personaje, que arrastra hasta el final. Una pistola que los americanos le regalan en aquel encuentro y que él lleva siempre encima, se convierte en un símbolo de ésta ironía.
En este film, Clint Eastwood, retrata de una manera especial la visión japonesa del ataque a Iwo Jima, a partir de las cartas que escribieron varios solados nipones, desenterradas años después.
Cartas desde Iwo Jima, ganadora de un merecido Globo de Oro y nominada a cuatro Oscars, relata de una manera poética el lado más humano de la guerra, matizando con gran delicadeza las emociones y sentimientos de los solados. En ella se desvela la estrategia que el general Tadamichi Kuribayashi diseñó para poder combatir a los americanos muy superiores en número y municiones. Las reacciones de los oficiales y los soldados frente a la estrategia dirigida por el Comandante, perfilan no sólo el carácter de cada uno, sino que ofrecen un retrato de la cultura nipona y de los valores sobre los que esta se sustenta. Las decisiones de muchos de los personajes se ven afectadas por estos valores inculcados, pero se muestra también que ante lo dramático de la situación, muchos otros, como el coprotagonista Saigo, un joven soldado que cree desde el principio en el comandante Tadamichi, se replantean el sentido de sus acciones.
La evolución de los personajes está magistralmente conducida, y el director consigue que empaticemos con ellos compadeciendo, lamentando o alabando el camino que cada uno toma. Consigue que te entren esas ganas de querer hablar a través de la pantalla, para advertirles o evitar que comentan inútiles actos de valor, sacrificando en vano sus vidas.
El ambiente creado por un tinte descolorido, donde predominan los tonos grisáceos, salpicados solo por el rojo de la sangre o la bandera de Japón, te transporta a ese árido escenario, donde escasea el agua y los nipones se encuentran aislados del mundo. Los recuerdos que el Comandante Tadamichi Kuribayashi tiene de tiempos pasados, contrastan con la triste realidad del momento, y son ricos en colores. En estas regresiones al pasado, Tadamichi recuerda cómo estrechó la mano y se sentó a la mesa de los mismos comandantes americanos que ahora están destruyendo a sus hombres. Sus cordiales relaciones con los americanos y la crudeza de la realidad actual suponen un conflicto interno para el personaje, que arrastra hasta el final. Una pistola que los americanos le regalan en aquel encuentro y que él lleva siempre encima, se convierte en un símbolo de ésta ironía.
Los primeros planos a veces silenciosos de los personajes hablan por sí solos. Están muy conseguidos también los planos que se realizan desde el punto de vista de los soldados, de tensas escenas como el suicidio a golpe de granada de los miembros de un pelotón.
La acción va in crescendo, desde un principio más tranquilo, cuando aún quedan algunos días para que lleguen las tropas enemigas; alcanza un ritmo constante que sin ser frenético te mantiene todo el tiempo alerta, igual que lo están las tropas niponas desde que desembarcan los americanos. Se alternan homogéneamente los tiroteos y bombardeos con los conflictos emocionales de los personajes, usando a veces fragmentos de cartas que estos escriben a sus familias. Las cartas contribuyen al talante poético del film, siendo, además de los recuerdos de Tadamichi, el único vínculo con el mundo exterior.
Las lecciones que aprenden los solados sobre los seres humanos, como el hecho de que llevar distintos uniformes sólo los diferencia por fuera teniendo todos en el fondo la misma calidad humana, los mismos temores y la misma nostalgia del hogar, son el alma de la película, y una sutil crítica al sinsentido de matarnos unos a otros. El mismo Eastwood lo describe así: “En las películas de guerra con las que crecí, había chicos buenos y malos. La vida no es así, y la guerra tampoco. Estos filmes no tratan sobre el triunfo o la derrota. Tratan sobre los efectos de esta guerra sobre los seres humanos”. Unos efectos, que sin duda retrata hasta en el más mínimo detalle.
El primer diálogo de la película abre con la siguiente sentencia del panadero Saigo: "Esta isla no tiene nada de sagrada, por mí que se la queden los norteamericanos". Igualmente sugerente es la historia del ex-policía militar Shimizu, que como Saigo no resiste los absurdos que fabrica indiscriminadamente todo conflicto bélico. Shimizu es incapaz de matar al perro –y cuánto menos a un ser humano-. Por su parte, el personaje del estricto teniente Ito se revela como un patético esperpento del despechugado coraje marcial, para quien si su destino es inmolarse a mayor gloria del emperador, será el mismo destino quien le rehuya y desprecie su sacrificio.
Si Banderas de nuestros padres discurría en continuadas fragmentaciones temporales que bailaban entre la realidad (la del aciago campo de batalla) y el simulacro (el orquestado por los poderes fácticos del momento), Cartas desde Iwo Jima se decanta por presentar un montaje más lineal –y no por ello menos discursivo en sus planteamientos antibelicistas y en la presencia siempre recurrente de la memoria de los que cayeron en la isla (esta vez desde las cartas que inútilmente se esforzaron por mandar a sus familias)-, a ritmo de vals, como un pausado oleaje que evoca a través de las cartas y las cortas escenas sobre la vida pasada de algunos personajes el lado humano de la contienda, con el fin (común a ambas películas) de desarticular cualquier ideología que conduzca a perpetuar la versión maniquea y manida del héroe de guerra, y a su vez redimensionar la verdadera (o por lo menos la que nos regala Eastwood) entidad de la heroicidad –las más de las veces involuntaria y casual- del soldado. Este incesante esfuerzo deconstructor es, y de seguro seguirá siendo, una eficaz y madura impronta en la filmografía de este excelente realizador.
Ahora bien, lo que en Banderas... era una crítica directa a la farsa política montada en torno a los héroes que volvieron de Iwo Jima, aquí se declina Eastwood por un análisis más sutil y poético del absurdo de la guerra, centrándose en la recreación del suceso desde el ángulo japonés, o más bien, buscando una sincera empatía con las vivencias del soldado nipón que resistió el embate de las fuerzas norteamericanas, pero en absoluto carente de crítica al modelo de honor japonés (con el seppuku o suicidio por deshonor como telón de fondo). Se desliza no obstante, en todo momento, un canto a la grandeza moral de los hombres y mujeres honestos, y la insinuación de que los enemigos en el fondo son como nosotros.
Sin embargo, no hay olvidar que Cartas de Iwo Jima es una película realizada por un norteamericano y enfocada a priori para que la visionen primeramente sus conciudadanos, y después el resto del llamado mundo libre. No es enteramente un enfoque japonés. Pero esto no hace sino subrayar la valentía de una narración que sin pudor retrata al otro (hasta hace poco el enemigo) con un rigor y un respeto que revelan las intenciones de Eastwood. Para ello se utiliza como puente cultural a los personajes del general Kuribayashi (Watanabe portentoso) y del olímpico y vitalista barón Nishi. Ambos hacen de cómplices del espectador occidental, con los que poder identificar sus valores y a su vez acercarse a los conflictos propios de los personajes japoneses. Por su parte, el asustado panadero, Saigo, sirve de hilo conductor de toda la trama –con el que identificar el desarraigo que produce sobre los seres humanos toda guerra y la necesidad de vivir que alienta en quienes la padecen- y a su vez será la mano inocente que hará posible que las cartas enterradas por el tiempo y el olvido histórico sean recuperadas para que nosotros mismos no olvidemos que tras el horror vivido sólo quedan esos fragmentos cotidianos a modo de deseos que rellenan nuestra vida (un perro que se escapa y ladra en el peor momento, o una madre que pide a su hijo que se proteja de las balas y que sólo haga lo correcto). Nunca dejamos de ser humanos, pese al espanto de la guerra.
Es este juego de muñecas rusas a modo de pequeños relatos, colocados en pequeñas pinceladas sobre el tapiz general de la trama, el que enriquece de manera más lúcida y hermosa Cartas desde Iwo Jima. Junto a ello disfrutamos también de una más que idónea fotografía filtrada en tonos azulados, sulfúreos como los de la isla volcánica, casi en blanco y negro (el color de los recuerdos de aquellos combatientes).
Eastwood sabe lo que hace, y coloca la cámara en el lugar justo para contar sólo lo que desea, sin más detalles que nos despisten. Los planos generales de la isla son muy hermosos, y compensan emocionalmente la tensión de las escenas en los túneles. R. B. - A.J.