BENITO PÉREZ – GALDÓS: Misericordia
UNA NOVELA DE EJEMPLARIDAD Y DENUNCIA
La lectura de Caritas in Veritate de Benedicto XVI me ha recordado la novela Misericordia de Don Benito Pérez Galdós. Los mensajes que Galdós nos ofrece en esta novela son múltiples. Algunos aparecen a primera vista. Otros requieren una reflexión más atenta. El más evidente, la denuncia de una sociedad, que sigue formalmente considerándose cristiana (allá en el siglo XIX), pero que ignora en su vida la verdad central del amor al prójimo. Asistir a las ceremonias litúrgicas, respetar las normas sociales, considerarse, incluso, buenas personas, está a leguas de distancia del ejercicio cotidiano de la virtud de la caridad, es decir, la verdad más elemental del Evangelio. Al cristiano se le conoce por sus frutos, en y después de salir del Templo.
La novela es de “personaje”, según clasificaciones técnicas y así es. La trama central desvela la personalidad de Benina, una sencilla mujer que vive entregada a su oficio, servir de criada, primero en casa de una familia burguesa; después cuando la despidan, cuidando a Mordejai, un viejo moro mendigo y ciego, Almudena de sobrenombre, con el que ha entablado una amistad que le lleva a cuidarlo, a los ojos de la conciencia como una madre, a los del mundo como amantes, o como se dice ahora, como pareja de hecho. Benina pasa del que dirán, preocupada por atender a los demás y sacar adelante su vida, aun en medio de la miseria, con la máxima dignidad y decoro posible, por ejemplo mediante el cuidado de su higiene personal o de un vestir aseado y discreto. “Eran sus manos como de lavandera, y aún conservaban hábitos de aseo. Usaba una venda negra bien ceñida en la frente; sobre ella pañuelo negro, y negros el manto y vestido, algo mejor apañaditos que los de las otras ancianas.” (Cap. V)
En ninguna de las situaciones le mueve el interés propio. Benigna se alza como ejemplo antitético de una sociedad formalista y vacía. En medio de sus irregularidades Benina encarna la Caridad, tal como el Apóstol en su afamado Himno nos la había cantado. Benignidad es una de las cualidades paulinas. Por eso le puso Galdós este nombre a la protagonista.
Misericordia es además novela “contemporánea”. El ambiente social en que se mueven los personajes refleja exactamente la vida real de la sociedad madrileña de los años 70-90. Las revoluciones sucesivas del siglo XIX, empezando por la madre de todas, La Revolución Francesa, habían luchado por el triunfo de la burguesía. Dueña del dinero, enriquecida a toda costa, consigue el Poder. Envidiaba a la aristocracia, pero aspiraba a imitarla. Son los años en que no es difícil adquirir títulos nobiliarios o entroncar con los linajes más prestigiosos. El dinero “es gran revolvedor”, decía el Arcipreste.
El viejo ideal de “Igualdad, Libertad y Fraternidad” se ha quedado en soflama para los discursos oficiales en las grandes ocasiones. Galdós sabe que los ideales revolucionarios han fracasado. Que cada uno va a lo suyo, sin mirar a los demás. Individualismo brutal. Ahí está el enjambre de mendigos que malvive de la limosna de las gentes piadosas. Lo que Don Benito denomina: “La cuadrilla de miseria, que acecha el paso de la caridad, al modo de guardia de alcabaleros que cobra humanamente el portazgo en la frontera de lo divino, o la contribución impuesta a las conciencias impuras que van a donde lavan.” (Cap. I) Las bandas de la miseria merodean por las calles de Madrid, denunciando y pregonando en su algarabía de borrachos, harapientos y malolientes, dónde está la igualdad, qué es eso de la libertad, por favor, no nos hablen de la fraternidad.
Galdós que inició sus andanzas literarias como Liberal radical (recuerden La Fontana de Oro), termina denunciando el fracaso de la burguesía en todas las dramáticas vidas de sus novelas contemporáneas.
Misericordia. Eso necesita nuestro mundo. Ay de aquel al que la fortuna cambiante se le presente adversa. En medio de un aparente bienestar, se podía vivir “entre miserias sin cuento”. En este contexto social se mueve Benigna. Vale la pena leer los capítulos V y VI. Benigna mendiga como un pordiosero más, para dar de comer a su señora, Doña Paca, que por los cambios de la política alternante se ha quedado sin nada. Benigna quiere a su señora a pesar de manías y desconsideraciones. La fantasía de la criada evitará humillar a la dueña. Sin duda la protagonista se ha convertido en un dechado de persona comprensiva y buena. El colmo de falta de reconocimiento aparecerá cuando la fortuna se le vuelva favorable a Doña Paca. La familia, con Juliana a la cabeza, nuera de Doña Paca, con mucho respeto y mayor desconsideración, la pone en la calle. Ni por esas se olvida de su señora. Hasta ayudará a la despótica Juliana, aliviando su psicología maltrecha.
Aquí aparece el fragmento seleccionado. Benigna no sabe vivir sin servir a los demás, sobreponiéndose ante cualquier adversidad. Para Galdós, Benigna es una santa laica, otra Santa Rita. Gran personaje y gran novela.
Cómo me gustaría saber el papel de las revoluciones del XIX en la transformación de la vivencia cristiana en sociología religiosa. Galdós no nos cuenta los rincones del vivir religioso autentico. Desconoce los hombres y mujeres españoles que en esos mismos años vivieron en silencio haciendo el bien. Hoy los veneramos en los altares y los admiramos en sus fundaciones.
Las adversidades se estrellaban ya en el corazón de Benina, como las vagas olas en el robusto cantil. Rompíanse con estruendo, se quebraban, se deshacían en blancas espumas, y nada más. Rechazada por la familia que había sustentado en días tristísimos de miseria y dolores sin cuento, no tardó en rehacerse de la profunda turbación que ingratitud tan notoria le produjo; su conciencia le dio inefables consuelos: miró la vida desde la altura en que su desprecio de la humana vanidad la ponía; vio en ridícula pequeñez a los seres que la rodeaban, y su espíritu se hizo fuerte y grande. Había alcanzado glorioso triunfo; sentíase victoriosa, después de haber perdido la batalla en el terreno material. Mas las satisfacciones intimas de la victoria no la privaron de su don de gobierno, y atenta a las cosas materiales, acudió, al poco rato de apartarse de Juliana, a resolver lo más urgente en lo que a la vida corporal de ambos se refería. Era indispensable buscar albergue; después trataría de curar a Mordejai de su sarna o lo que fuese, pues abandonarle en tan lastimoso estado no lo haría por nada de este mundo, aunque ella se viera contagiada del asqueroso mal. Dirigióse con Él a Santa Casilda, y hallando desocupado el cuartito que antes ocupó el moro con la Petra, lo tomó. Felizmente, la borracha se había ido con Diega a vivir en la Cava de San Miguel, detrás de la Escalerilla. Instalados en aquel escondrijo, que no carecía de comodidades, lo primero que hizo la anciana alcarreña fue traer agua, toda el agua que pudo, y lavarse bien y jabonarse el cuerpo; costumbre antigua en ella, que siempre que podía practicaba en casa de Doña Francisca. Luego se vistió de limpio. El bienestar que el aseo y la frescura daban a su cuerpo, se confundía en cierto modo con el descanso de su conciencia, en la cual también sentía algo como absoluta limpieza y frescor confortante.