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Amor inmaduro

OSCAR WILDE

UNA TRÁGICA HISTORIA DE AMOR
AMAR A LA PERSONA Y NO SÓLO SUS CUALIDADES

Amor inmaduro. Oscar Wide
No recuerdo haber leído algo semejante a las razones que alega Sibyl. Cómo va a seguir fingiendo historias de amor, cómo va a representar sobre escenarios de ficción vidas ajenas si ella está viviendo en la realidad un amor que es no menos bello y pleno que todas las historias de amores fingidos por hermosos que sean

“-Dorian, Dorian -exclamó-, antes de conocerte, actuar era la única realidad de mi vida. Sólo vivía para el teatro. Creía que todo lo que pasaba en el teatro era verdad. Era Rosalinda una noche y Porcia otra. La alegría de Beatriz era mi alegría, e igualmente mías las penas de Cordelia. Lo creía todo. La gente vulgar que trabajaba conmigo me parecía tocada de divinidad. Los decorados eran mi mundo. Sólo sabía de sombras, pero me parecían reales. Luego llegaste tú, ¡mi maravilloso amor!, y sacaste a mi alma de su prisión. Me enseñaste qué es la realidad. Esta noche, por primera vez en mi vida, he visto el vacío, la impostura, la estupidez del espectáculo sin sentido en el que participaba. Hoy, por vez primera, me he dado cuenta de que Romeo era horroroso, viejo, y de que iba maquillado; que la luna sobre el huerto era mentira, que los decorados eran vulgares y que las palabras que decía eran irreales, que no eran mías, no eran lo que yo quería decir. Tú me has traído algo más elevado, algo de lo que todo el arte no es más que un reflejo. Me has hecho entender lo que es de verdad el amor……………… Eres para mí más de lo que pueda ser nunca el arte. ¿Qué tengo yo que ver con las marionetas de una obra? ………………. Sé imitar una pasión que no siento, pero no la que arde dentro de mí como un fuego. Dorian, Dorian, ¿no entiendes lo que significa? Incluso aunque pudiera hacerlo, sería para mí una profanación representar que estoy enamorada. Tú me has hecho verlo.

Dorian se dejó caer en el sofá y evitó mirarla.

-Has matado mi amor -murmuró.

Sibyl lo miró asombrada y se echó a reír. El muchacho no respondió. Ella se acercó, y con una mano le acarició el pelo. A continuación se arrodilló y se apoderó de sus manos, besándoselas. Dorian las retiró, estremecido por un escalofrío.

Luego se puso en pie de un salto, dirigiéndose hacia la puerta.

-Sí -exclamó-; has matado mi amor. Eras un estímulo para mi imaginación. Ahora ni siquiera despiertas mi curiosidad. No tienes ningún efecto sobre mí. Te amaba porque eras maravillosa, porque tenías genio e inteligencia, porque hacías reales los sueños de los grandes poetas y dabas forma y contenido a las sombras del arte. Has tirado todo eso por la ventana. Eres superficial y estúpida. ¡Cielo santo! ¡Qué loco estaba al quererte! ¡Qué imbécil he sido! Ya no significas nada para mí. Nunca volveré a verte. Nunca pensaré en ti.”

Selecciono este fragmento de El retrato de Dorian Gray de Oscar Wide. Una historia de amor frustrada.

En el proceso de corrupción moral de Dorian Gray el primer episodio en el que se manifiesta su conciencia no recta es en el comportamiento del hermoso joven con Sibyl Vane, una jovencita actriz, - tiene dieciséis años-, de la que se ha enamorado apasionadamente.  La joven actúa en un pobre teatro de barrio y da vida con enorme fuerza expresiva a las heroínas de las tragedias de Sakespeare. Le acompaña una voz cautivadora y una atractiva belleza física. Dorian ha quedado hechizado. Así se lo cuenta a Lord Henry y a Basil, sus amigos, y está dispuesto a casarse con ella. Sibyl le corresponde.  En su mundo pobre y marginal Dorian se ha convertido en su príncipe azul y ella en la nueva Cenicienta liberada de su sordidez por el maravilloso caballero venido para ella de un mundo de ensueños. Desconfían todos de la viabilidad de un amor tan apasionado. La madre de Sibyl por recordar su propia historia personal; el hermano, por resentimiento; Harry por su escepticismo congénito que destruye todo lo noble y bueno que aparezca en su entorno; y Basil, por su   sensatez y prudencia.  Nadie podía sospechar, sin embargo, ni el desenlace final, el suicidio de la jovencita, ni la causa que ha puesto fin a enamoramiento tan encendido.

Quien haya leído la novela recordará que los anhelos de Dorian de mantenerse siempre joven fueron escuchados. Dorian poseerá un cuerpo inalterable. Será el retrato el que reflejará el paso de la edad y además el estado de su alma.

Aún antes de conocer el trágico final de Sibyl, Dorian descubre por primera vez, que la imagen pintada ha alterado su amable gesto, “había visto el toque de crueldad en los labios contraídos” “una expresión malvada”.

¿Qué irregularidad moral había cometido Dorian? Sin duda había sido brusco con Sibyl y hasta despiadado. Su intemperancia no había dejado lugar para una mínima consideración de las palabras de la enamorada ni una mínima posibilidad para una posterior comprensión. A decir verdad no ha escuchado las admirables razones que alega la candorosa enamorada y si las ha oído no se ha enterado de nada.  Sin duda la actitud dominante y altanera no es un modo virtuoso de comportamiento humano ni en el amor ni en situación alguna. Contrariadas sus perspectivas, salta airadamente, sin ningún resorte interior que le modere. Pasadas las horas, cuando al contemplar su retrato descubra la variación que manifiesta el rostro, cae en la cuenta de que su reacción ha sido desmesurada. Tan primaria que uno se pregunta si alguna vez alguien le advirtió de los peligros de su temperamento irascible y, lo que es más importante, le enseñó a dominarse, a ser dueño de sí mismo.  Comprende que se ha pasado y decide remediarlo; pero Dorian desconoce que ya es tarde, que Sibyl, desesperada, ha seguido los pasos de las heroínas trágicas y, como Julieta u Ofelia, ha decidido su propia muerte.  Historia trágica de un amor inmaduro, no de Sibyl, que me parece tremendamente lúcido, sino de Dorian, que se comporta como un niñato egoísta, posesivo y caprichoso.

No recuerdo haber leído algo semejante a las razones que alega Sibyl.  Cómo va a seguir fingiendo historias de amor, cómo va a representar sobre escenarios de ficción vidas ajenas si ella está viviendo en la realidad un amor que es no menos bello y pleno que todas las historias de amores fingidos por hermosos que sean. Ya no puede actuar ni representar. Ella tiene que dedicarse a vivir su amor. Sibyl antepone la vida al arte, como belleza más plena que las creadas por la imaginación de los más creativos seres humanos. Nada supera a la vida misma. Dorian Gray no lo puede entender. La influencia de Harry se manifiesta con contundencia: “hacías reales los sueños de los grandes poetas y dabas forma y contenido a las sombras del arte”. El arte por encima de la vida. De esta manera Dorian está incapacitado para amar verdaderamente. Se busca a sí mismo. La amada no es una realidad plena; sino una escusa para sus deseos o para sus sueños. No la ama. Se ama. Todas las cualidades que había descubierto en ella no son más que halagos de sus afanes posesivos, naturalmente más selectivos que los vulgares placeres de una lujuria primaria.

Sibyl se despoja de todo aquello que oculta su verdadera identidad. Quiere que Dorian la ame por lo que es, no por lo que tiene. En aquella velada no podía dar vida ni siquiera a Julieta. No podía jugar, ella amaba con no menos esplendor que los protagonistas inmortales.  Dorian está incapacitado para apreciar tales finuras del alma.  Sybil, para él, no es una mujer, es una actriz. “Eres superficial y estúpida”.  Pero ella, como es lógico, quería que la amasen como mujer, como persona, en la más profunda identidad de su ser.  No es amor verdadero el que se queda en las cualidades de una persona, y no llega al hondón del ser. Como diría Salinas: “Yo Te quiero. Soy yo”.


* * * *


CAPÍTULO 4

“-La obra era suficientemente buena para nosotros, Harry. Se trataba de Romeo y Julieta. He de reconocer que no me hizo mucha gracia la idea de ver representar a Shakespeare en un antro como aquél. Pero sentí interés, de todos modos. Decidí presenciar al menos el primer acto. Había una orquesta detestable, presidida por un hebreo joven sentado ante un piano desafinado que casi me echó del teatro; pero finalmente se alzó el telón y comenzó la obra. Romeo era un caballero corpulento y con muchos años a sus espaldas, cejas pintadas con negro de corcho, ronca voz de tragedia y silueta cíe barril de cerveza. Mercutio era casi igual de siniestro. Lo interpretaba un cómico de la legua que había añadido al texto chistes de su cosecha y mantenía relaciones sumamente amistosas con la platea. Los dos eran tan grotescos como el decorado, que parecía salido de una barraca de feria. Pero, ¡Julieta! Imagínate una muchachita de apenas diecisiete años, con un rostro como de flor, una cabecita griega con cabellos de color castaño oscuro recogidos en trenzas, ojos que eran pozos violeta de pasión, labios como pétalos de rosa. ¡La criatura más encantadora que había visto nunca! Una vez me dijiste que el patetismo no te conmovía en absoluto, pero que la belleza, la simple belleza, podía llenarte los ojos de lágrimas. Te lo aseguro, Harry, apenas veía a esa muchacha porque siempre tenía los ojos nublados por las lágrimas. ¡Y su voz! No he oído nunca una voz semejante. Sólo un hilo al principio, con notas bajas y melodiosas, que parecían caer una a una en el oído. Luego creció en volumen, y sonaba como una flauta o un lejano oboe. En la escena del jardín tuvo todo el júbilo estremecido de los ruiseñores cuando cantan poco antes del amanecer. Hubo momentos, más adelante, en los que alcanzó la desenfrenada pasión de los violines.

Amor inmaduro. Oscar Wide
Una vez me dijiste que el patetismo no te conmovía en absoluto, pero que la belleza, la simple belleza, podía llenarte los ojos de lágrimas. Te lo aseguro, Harry, apenas veía a esa muchacha porque siempre tenía los ojos nublados por las lágrimas.

Sabes perfectamente cuánto puede afectarnos una voz. Tu voz y la de Sibyl Vane son dos cosas que nunca olvidaré. Cuando cierro los ojos las oigo, y cada una dice algo diferente. No sé a cuál seguir. ¿Por qué tendría que no amarla? La quiero, Harry. Para mí lo es todo. Voy a verla actuar día tras día. Una noche es Rosalinda y la siguiente Imogen. La he visto morir en la penumbra de un sepulcro italiano, recogiendo el veneno de labios de su amante. La he contemplado atravesando el bosque de las Ardenas, disfrazada de muchacho, con calzas, jubón y un gorro delicioso. Ha sido la loca que se presenta ante un rey culpable, dándole ruda para llevar y hierbas amargas que gustar. Ha sido inocente, y las negras manos de los celos han aplastado su cuello de junco. La he visto en todas las épocas y con todos los trajes. Las mujeres ordinarias no hacen volar nuestra imaginación. Están ancladas en su siglo. La fascinación nunca las transfigura. Se sabe lo que tienen en la cabeza con la misma facilidad que si se tratara del sombrero. Siempre se las encuentra. No hay misterio en ninguna de ellas. Van a pasear al parque por la mañana y charlan por la tarde en reuniones donde toman el té. Tienen una sonrisa estereotipada y los modales del momento. Son transparentes. ¡Pero una actriz! ¡Qué diferente es una actriz, Harry! ¿Por qué no me dijiste que la única cosa merecedora de amor es una actriz? -Porque he querido a demasiadas, Dorian. -Sí, claro; gente horrible con el pelo teñido y el rostro pintado. -No desprecies el pelo teñido y los rostros pintados. En ocasiones tienen un encanto extraordinario dijo lord Henry. -Ahora quisiera no haberte contado nada sobre Sybil Vane. -No hubieras podido evitarlo, Dorian. A lo largo de tu vida me contarás todo lo que hagas. -La obra era suficientemente buena para nosotros, Harry. Se trataba de Romeo y Julieta. He de reconocer que no me hizo mucha gracia la idea de ver representar a Shakespeare en un antro como aquél. Pero sentí interés, de todos modos. Decidí presenciar al menos el primer acto. Había una orquesta detestable, presidida por un hebreo joven sentado ante un piano desafinado que casi me echó del teatro; pero finalmente se alzó el telón y comenzó la obra. Romeo era un caballero corpulento y con muchos años a sus espaldas, cejas pintadas con negro de corcho, ronca voz de tragedia y silueta cíe barril de cerveza. Mercutio era casi igual de siniestro. Lo interpretaba un cómico de la legua que había añadido al texto chistes de su cosecha y mantenía relaciones sumamente amistosas con la platea. Los dos eran tan grotescos como el decorado, que parecía salido de una barraca de feria. Pero, ¡Julieta! Imagínate una muchachita de apenas diecisiete años, con un rostro como de flor, una cabecita griega con cabellos de color castaño oscuro recogidos en trenzas, ojos que eran pozos violeta de pasión, labios como pétalos de rosa. ¡La criatura más encantadora que había visto nunca! Una vez me dijiste que el patetismo no te conmovía en absoluto, pero que la belleza, la simple belleza, podía llenarte los ojos de lágrimas. Te lo aseguro, Harry, apenas veía a esa muchacha porque siempre tenía los ojos nublados por las lágrimas. ¡Y su voz! No he oído nunca una voz semejante. Sólo un hilo al principio, con notas bajas y melodiosas, que parecían caer una a una en el oído. Luego creció en volumen, y sonaba como una flauta o un lejano oboe. En la escena del jardín tuvo todo el júbilo estremecido de los ruiseñores cuando cantan poco antes del amanecer. Hubo momentos, más adelante, en los que alcanzó la desenfrenada pasión de los violines.

Sabes perfectamente cuánto puede afectarnos una voz. Tu voz y la de Sibyl Vane son dos cosas que nunca olvidaré. Cuando cierro los ojos las oigo, y cada una dice algo diferente. No sé a cuál seguir. ¿Por qué tendría que no amarla? La quiero, Harry. Para mí lo es todo. Voy a verla actuar día tras día. Una noche es Rosalinda y la siguiente Imogen. La he visto morir en la penumbra de un sepulcro italiano, recogiendo el veneno de labios de su amante. La he contemplado atravesando el bosque de las Ardenas, disfrazada de muchacho, con calzas, jubón y un gorro delicioso. Ha sido la loca que se presenta ante un rey culpable, dándole ruda para llevar y hierbas amargas que gustar. Ha sido inocente, y las negras manos de los celos han aplastado su cuello de junco. La he visto en todas las épocas y con todos los trajes. Las mujeres ordinarias no hacen volar nuestra imaginación. Están ancladas en su siglo. La fascinación nunca las transfigura. Se sabe lo que tienen en la cabeza con la misma facilidad que si se tratara del sombrero. Siempre se las encuentra. No hay misterio en ninguna de ellas. Van a pasear al parque por la mañana y charlan por la tarde en reuniones donde toman el té. Tienen una sonrisa estereotipada y los modales del momento. Son transparentes. ¡Pero una actriz! ¡Qué diferente es una actriz, Harry! ¿Por qué no me dijiste que la única cosa merecedora de amor es una actriz? -Porque he querido a demasiadas, Dorian. -Sí, claro; gente horrible con el pelo teñido y el rostro pintado. -No desprecies el pelo teñido y los rostros pintados. En ocasiones tienen un encanto extraordinario dijo lord Henry. -Ahora quisiera no haberte contado nada sobre Sybil Vane. -No hubieras podido evitarlo, Dorian. A lo largo de tu vida me contarás todo lo que hagas.”

Mi querido Harry, tú y yo almorzamos o cenamos juntos todos los días; y he ido varias veces a la ópera contigo -dijo Dorian, abriendo mucho los ojos para manifestar su asombro. -Siempre llegas terriblemente tarde. -No puedo dejar de ver actuar a Sybil -exclamó-, aunque sólo presencie el primer acto. Siento necesidad de su presencia; y cuando pienso en el alma maravillosa escondida en ese cuerpecito de marfil, me lleno de asombro. -Esta noche cenas conmigo, ¿no es cierto? Dorian Gray hizo un gesto negativo con la cabeza. -Hoy hace de Imogen -respondió-, y mañana por la noche será Julieta. -¿Cuándo es Sybil Vane? -Nunca. -Te felicito. -¡Qué malvado eres! Sybil es todas las grandes heroínas del mundo en una sola. Es más que una sola persona. Te ríes, pero yo te repito que es maravillosa. La quiero, y he de hacer que me quiera. Tú, que conoces todos los secretos de la vida, dime cómo hechizar a Sybil Vane para que me quiera. Deseo dar celos a Romeo. Quiero que todos los amantes muertos oigan nuestras risas y se entristezcan. Quiero que un soplo de nuestra pasión remueva su polvo, despierte sus cenizas y los haga sufrir. ¡Cielos, Harry, cómo la adoro! -iba de un lado a otro de la habitación mientras hablaba. Manchas rojas, como de fiebre, le encendían las mejillas. Estaba terriblemente exaltado. Mi querido Harry, tú y yo almorzamos o cenamos juntos todos los días; y he ido varias veces a la ópera contigo -dijo Dorian, abriendo mucho los ojos para manifestar su asombro. -Siempre llegas terriblemente tarde. -No puedo dejar de ver actuar a Sybil -exclamó-, aunque sólo presencie el primer acto. Siento necesidad de su presencia; y cuando pienso en el alma maravillosa escondida en ese cuerpecito de marfil, me lleno de asombro. -Esta noche cenas conmigo, ¿no es cierto? Dorian Gray hizo un gesto negativo con la cabeza. -Hoy hace de Imogen -respondió-, y mañana por la noche será Julieta. -¿Cuándo es Sybil Vane? -Nunca. -Te felicito. -¡Qué malvado eres! Sybil es todas las grandes heroínas del mundo en una sola. Es más que una sola persona. Te ríes, pero yo te repito que es maravillosa. La quiero, y he de hacer que me quiera. Tú, que conoces todos los secretos de la vida, dime cómo hechizar a Sybil Vane para que me quiera. Deseo dar celos a Romeo. Quiero que todos los amantes muertos oigan nuestras risas y se entristezcan. Quiero que un soplo de nuestra pasión remueva su polvo, despierte sus cenizas y los haga sufrir. ¡Cielos, Harry, cómo la adoro! -iba de un lado a otro de la habitación mientras hablaba. Manchas rojas, como de fiebre, le encendían las mejillas. Estaba terriblemente exaltado.


CAPÍTULO 7

Un cuarto de hora después, acompañada de unos aplausos estruendosos, Sibyl Vane apareció en el escenario. Sí, no había duda de su encanto; era, pensó lord Henry, una de las criaturas más encantadoras que había visto nunca. Había algo de gacela en su gracia tímida y en sus ojos sorprendidos. Un ligero arrebol, como la sombra de una rosa en un espejo de plata, se asomó a sus mejillas cuando vio el teatro abarrotado y entusiasta. Retrocedió unos pasos y pareció que le temblaban los labios. Basil Hallward se puso en pie y empezó a aplaudir. Inmóvil, como en un sueño, Dorian Gray siguió sentado, mirándola fijamente. Lord Henry la examinó con sus gemelos y murmuró: «Encantadora, encantadora». La acción transcurría en el vestíbulo de la casa de los Capuleto, y Romeo, vestido de peregrino, había entrado con Mercutio y sus amigos. Los músicos tocaron unos compases de acuerdo con sus posibilidades y comenzó la danza. Entre la multitud de actores desangelados y pobremente vestidos, Sibyl Vane se movía como una criatura de un mundo superior. Su cuerpo se agitaba, al bailar, como se mueve una planta dentro del agua. Las ondulaciones de su garganta eran las ondulaciones de un lirio blanco. Sus manos parecían hechas de sereno marfil. Y, sin embargo, resultaba curiosamente apática. No manifestó signo alguno de alegría cuando sus ojos se posaron sobre Romeo. Las pocas palabras que tenía que decir:

Amor inmaduro. Oscar Wide

Buen peregrino, no reproches tanto a tu mano un fervor tan verdadero: si juntan manos peregrino y santo, palma con palma es beso de palmero...

Junto con el breve diálogo que sigue, fueron pronunciadas de manera completamente artificial. La voz era exquisita, pero desde el punto de vista de tono, absolutamente falsa. La coloración era equivocada. Privaba de vida a los versos. Hacía que la pasión resultase irreal. Dorian Gray fue palideciendo mientras la contemplaba. Estaba desconcertado y lleno de ansiedad. Ninguno de sus dos amigos se atrevía a decir nada. Sibyl les parecía absolutamente incompetente. Se sentían horriblemente decepcionados. De todos modos, comprendían que la verdadera prueba de cualquier Julieta es la escena del balcón en el segundo acto. Esperarían a que llegara. Si fallaba allí, todo habría acabado. De nuevo estaba encantadora cuando reapareció al claro de luna. Eso no se podía negar. Pero lo forzado de su interpretación resultaba insoportable, y fue empeorando con el paso del tiempo. Sus gestos se hicieron absurdamente artificiales. Subrayaba excesivamente todo lo que tenía que decir. El hermoso pasaje:

La noche me oculta con su velo; si no, el rubor teñiría mis mejillas por lo que antes me has oído decir.

Fue declamado con la penosa precisión de una colegiala a quien ha enseñado a recitar un profesor de elocución de tercera categoría. Y cuando se asomó al balcón y llegó a los maravillosos versos:

Aunque seas mi alegría, no me alegra nuestro acuerdo de esta noche: demasiado brusco, imprudente, repentino, igual que el relámpago, que cesa antes de poder nombrarlo. Amor, buenas noches. Con el aliento del verano, este brote amoroso puede dar bella flor cuando volvamos a vernos...

Dijo las palabras como si carecieran por completo de sentido. No era nerviosismo. De hecho, lejos de estar nerviosa, parecía absolutamente dueña de sí misma. Era sencillamente una mala interpretación, y Sibyl un completo desastre. Incluso el público del patio de butacas y del paraíso, vulgar y sin educación, había perdido interés por la obra. Incómodos, empezaban a hablar en voz alta y a silbar. El empresario judío, de pie tras los asientos del primer anfiteatro, golpeaba el suelo con los pies y protestaba indignado. Tan sólo Sibyl permanecía indiferente. Al término del segundo acto se produjo una tormenta de silbidos. Lord Henry se levantó de su asiento y se puso el gabán. -Es muy hermosa, Dorian -dijo-, pero incapaz de interpretar. Vámonos.


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