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El ser humano: “algo más que...”

Una visión profunda de la persona

Andrés Jiménez

5. Corporeidad y espíritu

Lo que aparece inicialmente ante nuestra mirada es la corporalidad del ser humano. La riqueza expresiva que ofrece el cuerpo humano es tal que no podemos considerarlo algo puramente físico o fisiológico. Es indudable que su vinculación al espacio y al tiempo lo sitúan. “Estamos” en un aquí y un ahora. Es verdad que también hay algo en nosotros que rebasa el espacio y el tiempo (a saber, el espíritu), nuestra vida “biográfica” no puede prescindir de su concreción física y biológica.

La inespecialización de la especie humana

Nuestra corporalidad es de índole material y vital. Muchos de sus aspectos pueden ser considerados como fenómenos mecánicos, térmicos, eléctricos, etc., y las interacciones que se producen en este nivel constitutivo influyen indudablemente en los niveles más profundos de nuestra vida personal: la fatiga, la enfermedad, la presencia de ciertas sustancias químicas en la sangre, la necesidad fisiológica, etc., son ejemplos evidentes al respecto. Pero al mismo tiempo, al considerar numerosos gestos, acciones y dimensiones de nuestro cuerpo, percibimos y comprendemos la existencia de un ámbito interior del que es expresión. Quizás los ejemplos más claros pueden ser el rostro y la mirada, las manos y el lenguaje articulado. Pero pueden añadirse la risa y el llanto, el trabajo, el arte, la exaltación, la sexualidad, y tantos otros.

La noción de espírituparece ser objeto de fuertes controversias. Ello obedece en la mayor parte de los casos a una falta de precisión terminológica. Numerosas caracterizaciones del espíritu se quedan en la ambigüedad y en una determinación negativa, como mera ‘ausencia de materia’.En otros casos, la definición, descripción o fenomenología del espíritu o de lo espiritual queda abierta a incesantes profundizaciones. No obstante, “el que no podamos definir la naturaleza esencial de una realidad no autoriza a desechar su existencia. Como observaba Popper contundentemente, si no sabemos qué es la materia, a nadie debería escandalizar que no sepamos qué es el espíritu” (J. L. Ruiz de la Peña).

Decir que el espíritu es “lo contrario de la materia” es una mala definición, no sólo por ser negativa, sino también y sobre todo porque no afecta a todo lo definido ni sólo a lo definido. En efecto, hay realidades no materiales que no son tampoco espirituales: una estructura, el orden o configuración de un objeto material no es materia en sentido estricto, sino lo que ordena y estructura a la materia. Por ejemplo, la disposición de los colores en un lienzo no es un color, ni la disposición de los ladrillos en una pared es tampoco un ladrillo; de modo análogo, la estructura y el orden en que se dispone lo material en un complejo no es un elemento material más, ni la morfología y funciones de un organismo son un órgano más, sino que sólo son explicables desde un orden que las regula.

Pero sucede, además, que el espíritu no supone necesariamente la exclusión de lo material. El yo humano no es materia, pero tampoco es una simple estructura “hueca”. Se expresa y se enriquece corporalmente: el cuerpo es el ámbito de inserción del yo humano en el cosmos espacio-temporal (en un aquí y un ahora). Al ser asumida por el espíritu humano, la materia emerge como cuerpo humano. Nuestro cuerpo es la modalidad que el espíritu humano toma en el mundo.

El espíritu puede ser descrito apoyándose en la experiencia que tenemos de nuestra condición: Así, un espíritu es un yo, alguien. Es un ser que puede llegar a disponer de sí mismo como sujeto para la orientación de su existencia. Ese ser sabe y elige; es decir, se determina a sí mismo: decide. Es dueño y por lo tanto responsable de su actuar. Puede darse a sí mismo en lo que hace, y no se vacía ni se pierde. Está dotado de interioridad o intimidad. La intimidad es una riqueza interior, una forma de posesión de sí mismo y de la propia actividad tal que el sujeto, manteniendo su propia identidad a través de su obrar, se halla presente en todo él como fuente, fundamento y protagonista.

Un espíritu es un ser abierto constitutivamente a la realidad en toda su posible infinitud. La racionalidad en nuestra naturaleza denota precisamente un sujeto espiritual.

Pero, por su parte, el cuerpo humano no es sólo materia. Llama la atención la enorme complejidad estructural del organismo humano, junto a su asombrosa unidad funcional. Tiene un orden, una configuración, unas operaciones vitales, y además en su configuración y en su actividad se aprecia una riqueza ontológica que va más allá de lo espacio-temporal, de lo estrictamente corpóreo.Es el trascender visible (la expresión) en el tiempo y en el espacio de una realidad íntima. Contiene y descubre al mismo tiempo una dimensión de personal intimidad.

A la estructura constitutiva que determina nuestra corporalidad humana, al núcleo y la energía vital que la penetra, es precisamente a lo que de forma tradicional se ha denominado alma racional.

El alma no es la negación del cuerpo humano sino su actualización. Como tampoco el espíritu es negación de la materia, sino su elevación; una forma de superación o de trascendencia -ir más allá de sí- que no supone aniquilación, sino una forma de realización más elevada.

Ni el cuerpo humano es pura materia ni el alma humana es un espíritu puro. En nuestra herencia genética recibimos una información complejísima que condicionará nuestras actitudes, preferencias, emociones, etc. La diferenciación sexual conlleva inclinaciones y manifestaciones somáticas, afectivas, volitivas peculiares. Multitud de situaciones en las que está implicado nuestro cuerpo, como su propia imagen y estimación, la salud, sus posibilidades motoras o su impulsividad, por ejemplo, condicionan y forman parte fundamental de nuestra experiencia y nuestra conducta. Son a la vez fuentes de expresión y límites de gran relevancia.

Puede afirmarse que en el cuerpo humano, a diferencia de lo que ocurre en los animales, lo biológico está como al servicio de la racionalidad. Incluso se ha llegado a estudiar con profundidad la correspondencia existente entre la inteligencia humana y la morfología del cuerpo. Un aspecto decisivo al respecto es la no especialización del cuerpo humano que, si a simple vista puede parecer una “deficiencia” o desventaja frente a la dotación constitutiva de muchas especies animales, altamente especializadas, ofrece sin embargo una plasticidad operativa que se convierte en efectivo elenco de posibilidades al servicio de la racionalidad, de la fuerza creativa del espíritu. En expresión de Tomás de Aquino, se da en el ser humano una “capacidad para lo infinito. Por eso no podía la naturaleza imponerle determinadas apreciaciones naturales, ni tampoco determinados medios de defensa o abrigo, como a los otros animales... Pero en su lugar, posee el hombre de modo natural la razón y las manos, que son el órgano de los órganos, ya que por ellas puede preparar variedad infinita de instrumentos en orden a infinitos efectos”.

El amor humano
La donación de sí mismo a la persona amada, que supone renuncia y abnegación, buscar por encima de todo el bien de aquél a quien se ama, va más allá de las meras reacciones fisiológicas

La inespecialización del cuerpo humano hace posible el uso de la boca y la laringe para hablar, de las manos para usar y fabricar instrumentos, para crear formas artísticas, realizar gestos simbólicos... Ello expresa el hecho de que se halla biológica y funcionalmente preparado y adaptado para servir a la inteligencia y la voluntad. Todos sus elementos se encuentran funcionalmente relacionados entre sí, formando parte de un todo unitario, en el que las funciones son no sólo orgánicas sino asimismo intelectivas (hablar, tocar un instrumento musical...) Así, algunos de los rasgos constituyentes de la corporalidad humana (el bipedismo, la postura erguida, la disponibilidad manual, el peculiar desarrollo cerebral, la constitución de la laringe...) remiten unos a otros y concebirlos aisladamente sería no entenderlos.

El caso de las manos, ya aludido, es particularmente elocuente, “instrumento de instrumentos” (Aristóteles), “órgano de los órganos” (Tomás de Aquino). Pueden señalar, acariciar, golpear, conocer, saludar, pedir, dar, esculpir, abrir, agarrar, hablar, tomar, dejar... Sirven “para todo” porque no son propiamente garras ni pezuñas; no están adaptadas para apoyarse en el suelo ni están configuradas para una sola cosa, como en el caso de otros muchos animales. Son expresivas, puesto que acompañan al rostro y a la palabra, al pensamiento, a la creación y la percepción artística, a las emociones...

El rostro da a conocer singularmente a la persona. Identificamos a hombres y mujeres por su rostro y la mayor parte de las relaciones personales se significan a través de él. Muchas veces nuestra cara “lo dice todo” de nosotros: en ella se hacen patentes los sentimientos y vivencias; la simpatía, el amor, el odio, el entusiasmo, la aversión y el rechazo, la acogida y la autodonación, la comprensión y la ignorancia... Un rostro humano reclama, especialmente en el cruce de las miradas, la intelección, el respeto, la ayuda. Pide ser entendido en su alteridad absoluta, como una fuente de libertad semejante a mí mismo. Es ámbito de encuentro en el que me siento interpelado, responsabilizado. Al mismo tiempo se muestra como igual a mí y como distinto, es decir, como un misterio a cuyo fondo intuyo que nunca llegaré del todo.

El animal, en rigor, carece de rostro. No hay en su cara significación profunda. Sus reacciones emocionales, cuando se producen, carecen de riqueza expresiva y profundidad en la mirada y en el gesto facial. Cuando el animal se asusta, o cuando es atraído o se enfurece, lo hace según un patrón específico, no lo manifiesta a través de un rostro como un ser singular en el que sean elocuentes y profundos los matices de lo vivido.

El cuerpo humano está configurado, más allá de su funcionalidad biológica y sus condiciones físicas, para cumplir funciones no orgánicas, como el lenguaje, el trabajo o la creación artística, entre otras. Mi cuerpo soy yo (como observaron, entre otros, Gabriel Marcel y M. Merleau-Ponty), aunque no soy un simple cuerpo.

Racionalidad y corporalidad son dimensiones de la persona humana que, siendo irreductibles entre sí, presentan sin embargo una manifiesta y radical unidad. Cabe decir, con exactitud, que el cuerpo humano es espiritual y que el espíritu humano es corporal. El hombre no es ni sólo materia, ni sólo biología, ni sólo espíritu. Es una unidad, una realidad sustantiva, que incluye dos dimensiones, una material y otra racional, que se requieren mutuamente para formar un único ser, la persona humana.

La dimensión racional incluye o asume la estructuración física y orgánica, específica de nuestra corporalidad, y la operatividad vital y afectivo-sensorial, profundamente arraigada en ella también; pero no se agota en todo ello, puesto que realiza operaciones que rebasan lo material y lo biológico, como son entender, expresar simbólicamente, reflexionar sobre sí, saber, confiar, perdonar o amar, entre otras muchas.

Así, entender es captar la esencia de algo. Entender qué es el fuego, por ejemplo, no quema, mientras que sentirlo tactilmente sí. Captar una esencia rebasa el ámbito material, puesto que rebasa la concreción a un momento preciso del espacio y deltiempo. El entendimiento capta o concibe esencias rebasando los límites espacio-temporales puesto que son universales y universalizables. Así, por ejemplo, si entiendo lo que es un barco, lo reconoceré tanto si es un velero como si es un trasatlántico o una carabela, esté aquí y ahora o en otra parte y momento. La representación intelectual de un objeto es inmaterial. Pero si lo concebido por la inteligencia es inmaterial, entonces es que el entender trasciende el espacio y el tiempo. Y ese es un rasgo de lo espiritual.

Veamos lo que sucede en el amor humano. La donación de sí mismo a la persona amada, que supone renuncia y abnegación, buscar por encima de todo el bien de aquél a quien se ama, va más allá de las meras reacciones fisiológicas. El poder disponer de sí mismo en la entrega amorosa, porque se es dueño de sí hasta el punto de comprometer incluso el propio futuro, es también una manifestación del espíritu.

La persona desborda el ámbito de lo material, lo corpóreo y lo biológico -que no obstante le siguen siendo propios-, al acceder al ámbito de lo espiritual, que expresa su dimensión más profunda. Y además, esta superioridad de lo espiritual, esta realidad “trans-biológica” -la expresión es de Karl Jaspers-, es un serio indicio de la pervivencia de la persona humana tras la muerte biológica.


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