Sociedad del bienestar: ¿sociedad feliz?
CELESTINA.- Ahora, que voy sola, quiero mirar bien lo que Sempronio ha temido de este mi camino. Porque aquellas cosas, que bien no son pensadas, aunque algunas veces hayan buen fin, comúnmente crían desvariados efectos. Así que la mucha especulación nunca carece de buen fruto. Que, aunque yo he disimulado con él, podría ser que, si me sintiesen en estos pasos de parte de Melibea, que no pagase con pena, que menor fuese que la vida, o muy amenguada quedase, cuando matar no me quisiesen, manteándome o azotándome cruelmente. Pues amargas cien monedas serían estas. ¡Ay cuitada de mí! ¡En qué lazo me he metido! Que por me mostrar solícita e esforzada pongo mi persona al tablero! ¿Qué haré, cuitada, mezquina de mí, que ni el salir afuera es provechoso ni la perseverancia carece de peligro? ¿Pues iré o tornarme he? ¡O dudosa y dura perplejidad! ¡No sé cual escoja por más sano! ¡En el osar, manifiesto peligro; en la cobardía, denostada, perdida! ¿A donde irá el buey que no are? Cada camino descubre sus dañosos y hondos barrancos. Si con el hurto soy tomada, nunca de muerta o encorozada falto, a bien librar. Si no voy, ¿qué dirá Sempronio? Que todas estas eran mis fuerzas, saber e esfuerzo, ardid e ofrecimiento, astucia y solicitud. Y su amo Calisto ¿qué dirá?, ¿qué hará?, ¿qué pensará; sino que hay nuevo engaño en mis pisadas y que yo he descubierto la celada, por haber más provecho de esta otra parte, como sofística prevaricadora? O si no se le ofrece pensamiento tan odioso, dará voces como loco. Dirame en mi cara denuestos rabiosos. Propondrá mil inconvenientes, que mi deliberación presta le puso, diciendo: Tú, puta vieja, ¿por qué acrecentaste mis pasiones con tus promesas? Alcahueta falsa, para todo el mundo tienes pies, para mí lengua; para todos obra, para mí palabra; para todos remedio, para mí pena; para todos esfuerço, para mí te faltó; para todos luz, para mí tiniebla. Pues, vieja traidora, ¿por qué te me ofreciste? Que tu ofrecimiento me puso esperanza; la esperanza dilató mi muerte, sostuvo mi vivir, púsome título de hombre alegre. Pues no habiendo efecto, ni tu carecerás de pena ni yo de triste desesperación. ¡Pues triste yo! ¡Mal acá, mal acullá: pena en ambas partes! Cuando a los extremos falta el medio, arrimarse el hombre al más sano, es discreción. Mas quiero ofender a Pleberio, que enojar a Calisto. Ir quiero.”
A cualquier persona cabal le parecerá moralmente un ser desdeñable. Celestina no lo considera así. Ella está orgullosa de lo que hace: ejerce un oficio como cualquier otro de la ciudad. Poco antes de morir a manos de Sempronio y Pármeno, criados de Calixto, les confiesa: “Calla tu lengua, no amengües mis canas, que soy una vieja cual Dios me hizo, no peor que todas. Vivo de mi oficio, como cada cual oficial del suyo, muy limpiamente.”
En esta actitud se manifiesta un cambio radical sobre la concepción cristiana de la vida en sociedad. Un nuevo orden moral ha aparecido: El individualismo sin lazos sociales ni responsabilidades personales. Lo que importa ahora es sobrevivir. Se ha separado el vivir de toda norma moral. “Soy una vieja cual Dios me hizo”; y lo que es más dañino: “ y no peor que los demás”.
La Celestina no representa tanto la perversión del mundo celestinesco; sino la separación entre el trabajo de cada día, el oficio, del recto orden moral. A partir de ese momento es más importante que el oficio se ejerza con perfección que los criterios morales que lo hagan desdeñable. Todo oficio es bueno si da de comer. Poco importa la descalificación moral o social. Precisamente este es uno de los aspectos que nos hace evidente la actualidad de La Celestina.
En el texto seleccionado la vieja nos muestra sus temores y su capacidad de reflexión. Hechicera, como ella se sabe, no nos aparece como un ser infernal. Es como cualquier ser humano. Habita en medio de la ciudad, como uno más. Su perversidad moral se ha convertido en un oficio útil para muchos. Y como la vida es lucha y contienda sabe que transita por un camino cargado de riesgos. “¿Qué haré, cuitada, mezquina de mí?” Sus limitaciones y su poder surgen de su capacidad de razonamiento. Su inteligencia es eficaz. Toma decisiones sin vacilación: “Mas quiero ofender a Pleberio (padre de Melibea), que enojar a Calisto.” La inteligencia nacida para servir al bien, se ha transformado en instrumento del mal. Sin aspavientos. Como la cosa más natural del mundo.
Conoce la sabiduría medieval. Pero ya sólo la guía el beneficio y la utilidad: “¡Mal acá, mal acullá: pena en ambas partes! Cuando a los extremos falta el medio, arrimarse el hombre al más sano, es discreción.” La discreción no es aval de virtud, sino de utilidad. Es un error pensar que el mundo celestinesco no domina los instrumentos más elevados del ser humano. Celestina reflexiona como un sabio, pero su sabiduría está al servicio del hedonismo. “Pues iré o tornarme he? ¡Oh dudosa y dura perplejidad! ¡No sé cual escoja por más sano!”.
“¡Oh duro corazón de padre! ¿Cómo no te quiebras de dolor, que ya quedas sin tu amada heredera? ¿Para quién edifiqué torres?¿Para quién adquirí honrras? ¿Para quién planté árboles? ¿Para quién fabriqué navíos? ¡Oh tierra dura!, ¿cómo me sostienes? ¿Adónde hallará abrigo mi desconsolada vejez? ¡Oh fortuna variable, ministra e mayordoma de los temporales bienes!, ¿por qué no ejecutaste tu cruel ira, tus mudables ondas, en aquello que a ti es sujeto? ¿Por qué no destruiste mi patrimonio? ¿Por qué no quemaste mi morada? ¿Por qué no asolaste mis grandes heredamientos? Depárame aquella florida planta, en quien tú poder no tenías; diérasme, fortuna fluctuosa, triste la mocedad con vejez alegre, no pervirtieras la orden. Mejor sufriera persecuciones de tus engaños en la recia e robusta edad, que no en la flaca postrimería. ¡O vida de congojas llena, de miserias acompañada! ¡O mundo, mundo…..Pues desconsolado viejo, ¡qué solo estoy!