Escuela de padres
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10 claves para la formación de la personalidad

Pautas brevemente expuestas para los padres

La formación de la personalidad

Hace pocos días asistí al funeral por la madre de unos amigos, gente sencilla y buena. Al final de la celebración, uno de ellos se dirigió a los presentes para agradecer su asistencia y su oración, pero añadió que quería también transmitirnos, de común acuerdo con sus hermanos, lo que habían recibido de su madre, sin necesidad de que ella les insistiera explícitamente en ello, sólo con su ejemplo: Primero, cumplir siempre los compromisos contraídos. Segundo, buscar la felicidad por medio del esfuerzo honrado. Tercero, que su vida fuera siempre fiel a su pensamiento, y no al revés.

Me quedé pensando. A veces no hace falta ser doctor en educación o en pedagogía para impulsar a los que queremos hacia su perfección humana y cristiana. Basta, como en ese caso, con tener ideas claras y verdaderas, quererles con hondura, convertirse en ejemplo vivo de lo que se aspira a enseñar, “completar personas por el amor y la exigencia”, diría un gran educador, T. Morales. Y rezar, rezar mucho…

Aunque se podría reflexionar muy por menudo en todo esto, he pensado en enunciar algunas pautas fundamentales para padres de familia que quieran tener claro lo más esencial de su misión educadora con sus hijos.

Se trata de educar la personalidad de nuestros hijos para que sean capaces de distinguir y de apreciar el bien, y de orientar hacia él su vida; para que sean hombres y mujeres en quienes se pueda confiar; para que se sepan creados y queridos por Dios y llamados a hacer de su vida un don de amor divino y humano a los demás.

1.- Para empezar, un proyecto de educación familiar compartido:

Uno de los asuntos esenciales del noviazgo es conocer los criterios morales y religiosos de la otra persona y llegar a una comunión de creencias y de convicciones en todo lo esencial, que fundamentarán y orientarán la misión educativa de la familia que se va a formar. De ahí surgirá un proyecto de educación familiar compartido, que habrá que enriquecer, impulsar y revisar a menudo:

a) Modelo auténtico de persona: la dimensión moral y trascendente es más importante que la económica y material, hay que apuntar siempre en esta dirección, con tacto pero sin claudicar jamás

b) Prioridades educativas compartidas: valores fundamentales, coherencia moral, comunidad de vida que ayuda a ser mejor. Nunca desautorizarse mutuamente ante los hijos.

c) Formarse en cuestiones fundamentales de educación (familiar). Buscar ayuda y consejo cuando sea preciso.

La formación de la personalidad
Se trata de educar la personalidad de nuestros hijos para que sean capaces de distinguir y de apreciar el bien, y de orientar hacia él su vida; para que sean hombres y mujeres en quienes se pueda confiar; para que se sepan creados y queridos por Dios y llamados a hacer de su vida un don de amor divino y humano a los demás

2.- Amor entre los esposos: los hijos aprenden lo que ven vivir. Es el cauce educativo fundamental, cuando es un amor verdadero y consecuente, que compensa posibles deficiencias o circunstancias negativas.

3.- Intentar vivir nosotros los valores que les proponemos. Educamos por lo que somos, más que por lo que decimos: ejemplo alegre.

4.- Dedicación de tiempo a los hijos: escuchar, aconsejar, compartir vida y acontecimientos. Estar. Que cada uno se perciba como atendido, comprendido, aceptado y valorado. Y eso significa: tiempo, tiempo, tiempo.

5.- Dar seguridad, certeza de que son apreciados, por ser ellos. Es la base de su futura autoestima, el cimiento de su personalidad. Evitar comparaciones con otras personas o con nosotros mismos.

6.- Establecer normas y límites: Razonando a su nivel. Las normas han de ser: pocas, claras y bien comprendidas, distinguiendo entre las fundamentales y las secundarias.

7.- Animar al ejercicio de los valores/virtudes en la práctica: no evitarles esfuerzos que les toca hacer a ellos. Que experimenten en primera persona el gozo y la satisfacción de obrar el bien. Vivir como virtudes los valores en los que se cree: “El que no vive como piensa, acaba pensado como vive”.

8.- Presentar modelos desde las edades más tempranas: en primer lugar los padres con su actitud (no con el autoelogio ni comparándose con los hijos). Ideales de vida nobles y entusiastas. Personajes ejemplares. No olvidemos que a los niños y jóvenes, si se les pide poco, no dan nada; si se les pide mucho, dan más.

9.- Promover y frecuentar ambientes que favorezcan el desarrollo de valores (familia, grupos juveniles, parroquia, cuidar compañías y amistades…) Se aprenden los valores viviéndolos y viéndolos vivir, a través de la convivencia.

10.- Fomentar en ellos la vida interior y la oración personal, propiciar el encuentro personal con Cristo, y no sólo cuando son niños. Que nos vean rezar, que sigamos rezando con ellos cuando crecen, que ven que nuestra vida es consecuente con nuestra oración. Ayudarles en sus relaciones con Dios, con los demás, con las cosas. Rezar siempre por ellos: Hablarles de Dios, hablarle a Dios de ellos.

Es cierto que la dura competencia por los primeros puestos, por las calificaciones necesarias para acceder a determinados estudios, por triunfar en el trabajo o los negocios, no van a desparecer. Pero cuando un joven o una joven se presenten a una entrevista para pedir un trabajo, serán las virtudes de honradez, responsabilidad, iniciativa, lealtad, constancia, laboriosidad, etc., las que contarán. O cuando tengan que afrontar problemas familiares, cívicos o de conciencia profesional, por ejemplo, serán sus convicciones más profundas, sus criterios, hábitos y disposiciones morales los que iluminarán y darán valor a sus decisiones.


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