Empecemos por reflexionar en la experiencia estética, en ese encuentro -a veces un verdadero impacto-, que nos saca de la indiferencia o de la monotonía y despierta nuestra admiración, nuestro asombro. La belleza, en efecto, es objeto y fundamento de una experiencia humana singular, camino privilegiado que nos permite asomarnos al orden profundo de la realidad y a lo humano permanente, latente en nuestra vida cotidiana.
Puede tratarse del hallazgo de algo insólito y poderosamente llamativo como la inmensidad del mar, el hechizo de una noche estrellada o la grandiosidad de las montañas; puede ser un gesto que nos conmueve profundamente, como una lágrima que se desliza por la mejilla de una persona querida, una acción compasiva o la hermosura natural de un rostro. Puede surgir también ante la expresión de la creatividad humana: una melodía musical, una escultura, un poema, un edificio... Ya se trate de la belleza del mundo natural, de determinadas acciones humanas o de una obra artística, experimentamos una emoción característica, un palpitar del corazón, como un especial enamoramiento, incluso.
¿Quién no se ha sentido como “fuera de sí” por el poder de una melodía y ha notado una emoción y un gozo difíciles de describir? Algo así confesaba Red, uno de los protagonistas del film Cadena perpetua (F. Darabont, 1995), interpretado por Morgan Freeman, cuando en un momento determinado, encerrado tras los muros de una cárcel, escucha por los altavoces del patio un fragmento de Le nozze di Figaro:
“No tengo ni la más remota idea de qué cantaban aquellas dos italianas y lo cierto es que no quiero saberlo. Las cosas buenas no hace falta entenderlas. Supongo que cantaban sobre algo tan hermoso que no podía expresarse con palabras y que, precisamente por eso, te hacía palpitar el corazón. Os aseguro que esas voces te elevaban más alto y más lejos de lo que nadie, viviendo en un lugar tan gris, pudiera soñar. Fue como si un hermoso pájaro hubiese entrado en nuestra monótona jaula y hubiese disuelto aquellos muros. Y por unos breves instantes hasta el último hombre de Shawshank (el presidio) se sintió libre…”
Cadena Perpetua, escena del tocadiscos
Poco después, Andy, otro de los protagonistas, comenta:
“Esa es la belleza de la música. No te lo pueden quitar nunca. ¿No habéis sentido nunca la música así?... La necesitas para no olvidar que hay cosas en el mundo que no están hechas de piedra, que tienes, que hay algo dentro, que no te pueden quitar, que es tuyo. -¿De qué estás hablando? -De esperanza.”
La experiencia estética es un encuentro asombroso de algo bello por parte de alguien que se admira, se emociona y se entusiasma. Este entusiasmo altera el interior de la persona y lo agita profundamente. A menudo se manifiesta mediante expresiones de júbilo y de elogio generalmente sonoras: gritos, silbidos, aplausos… emitiendo ruido, porque las palabras se quedan pequeñas ante el gozo que se siente. El aplauso surgió, se ha dicho, como una forma de “civilizar” el entusiasmo.
Pero a veces el gozo experimentado ante algo bello se concentra en un silencio cargado de emociones que se traducen en expresiones más discretas pero no menos efusivas: la risa y la sonrisa, el trepidar del corazón, el brillo de unos ojos que ceden incluso al llanto, el enrojecimiento del semblante, el estremecimiento, la agitación del aliento o los suspiros… Algunos han definido esta experiencia como fruición, un deleite y gozo extremo, incluso como “éxtasis”, como un poderoso “salir de sí” que se expande por todo el ser y conmueve lo más profundo de la persona.
La experiencia y el encuentro de lo bello nos saca poderosamente de la indiferencia, nos conmueve, nos hace captar un “más allá”, o un “no sé qué”, que resplandece en lo que percibimos con nuestros sentidos hasta estremecer nuestro corazón.
La captación de lo bello empieza por nuestros sentidos: llamamos bello a lo que al ser percibido nos agrada. La vista y el oído parecen tener prioridad en este ámbito, ya que su poder cognoscitivo es muy superior al de los demás sentidos, aunque estos también nos aportan atisbos de belleza. Pero aunque la experiencia estética empieza por lo sensible, va más allá de los sentidos y afecta a la persona entera: inteligencia, imaginación, voluntad, corazón, afectos, amor. En la vivencia de lo bello se manifiesta también la dimensión espiritual del ser humano. Determinadas corrientes, incluso, conciben el arte como un intento de hacer visible lo invisible. La perfección que apreciamos en la forma de las cosas -su “hermosura”- se caracteriza por una fecunda sobreabundancia, por ser en cierto modo espejo y signo de una plenitud para la que el ser humano parece estar dotado y concebido.
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