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Una historia de amor

Os acerco uno de los poemas que me parece nos ofrece claves de la vida de esta mujer, Teresa. Estamos ante una de sus poesías de tipo tradicional que tanto gustaban a la santa y que se convirtieron en creación habitual en los monasterios de descalzas hasta bien entrado el siglo XVII y que se han estudiado y recogido en investigaciones universitarias durante el siglo XX. Santa Teresa no tiene el don poético de San Juan de la Cruz, pero al menos en media docena de entre las composiciones que no se duda de que son suyas y no atribuciones, expresa certeramente sus vivencias místicas con enorme vigor y precisión, con razón valoradas, queridas y apreciadas por los devotos de la Santa.

Ninguna de ellas tiene una inspiración original. Son conversión a lo divino de poemas profanos. Para una persona religiosa, todo aprovecha si le sirve para dar a conocer a quien tanto ama. Pero, ya lo creo que son originales porque expresan su experiencia interior como vivencias directas y personales únicas y emocionalmente verdaderas, por eso nos conmueven. El cambio de destinatario, -de un hombre o una mujer a Dios- convierte en sublime el poema.

La estrofa es una combinación de versos octosílabos distribuidos en un estribillo de cuatro versos y dos glosas de ocho que desarrollan temáticamente la idea central del estribillo. Dos de cuyos versos se repiten en las glosas como leitmotiv, como estas composiciones eran cantadas, se llaman también “versos de vuelta” porque avisaban al coro cuándo tenían que entrar. Es una combinación estrófica habitual en los Cancioneros del siglo XVI.

La maravilla se encuentra en el contenido. Si nuestra vocación es amar, no puede ser más contundente la confesión de la santa. No se trata de parámetros distintos de los habituales en el amor que llamamos humano, entre un hombre y una mujer. Amar a Dios se manifiesta en las mismas coordenadas. Una novia le diría lo mismo a su esposo el día de su boda. Detengámonos en el primer verso. Estremece ese “ya” inicial, que es tiempo y referencia a vacilaciones anteriores, en el caso de la santa y en el de la historia amorosa de cada persona. Aceptada la decisión el “ya” se convierte en inamovible, por eso lo rubrica con la expresión “toda”, sin resquicios ni recovecos donde ocultar parte de nosotros mismos, “ toda del todo” y dos verbos que definen el secreto del verdadero amor “entregar” y “dar”, o sea, hacer que el otro sea dueño de nuestra identidad más plena y secreta. Pero es en los pronombres personales donde el acto de donación amorosa alcanza su plenitud: “Yo entregué” (una cosa, quizás regalo o don) “yo di”. ¿Pero a quién o qué diste? “Me”, complemento directo, “me entregué, me di, a mi” expresión de un acto libre y decidido, como debe ser. En medio de la sencillez y comunicación directa, sobrecogedor. La consecuencia no puede expresar de manera más universal el anhelo profundo de todo el que ama de verdad “mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado”.

No deja de sorprenderme el verso segundo. “Suerte” y “trocar” parecen guardar alguna relación con el mundo del canje, del interés comercial y de la fortuna. Aplicado al amor a Dios no cabe duda de que es ponderativo de quien en tales “comercios” ha salido ganando. Con Dios no se pierde nunca.

Las glosas desarrollan la metáfora de la caza, flecha y herida. Nada original en cuanto a lenguaje poético pero certero para expresar que es Dios el protagonista de este amor. Cazador que no falla en sus disparos y que a pesar de sus dolorosas heridas, siempre será por sus efectos “Dulce” cazador. El amor como flechazo, como hallazgo inesperado no para el Amado sino para la amada, con la conmovedora expresión “dejó herida” en anhelo de ser correspondida, pero al mismo tiempo, rendida y sin resistencia “en los brazos del amor”. El trueque ha sido tal que ha cobrado -en pago sorprendente- “nueva vida” y tanto, pues nada menos ha igualado en el encuentro dos seres infinitamente separados.

En la segunda glosa continuamos con la imagen de la herida y de la flecha. Una palabra me conmueve sobre las demás: “enherbolada”, que no tiene nada que ver con enarbolada. Es en estas ocasiones cuando se descubre el genio del oficio poético, la inspiración admirable. Enherbolar es untar la punta de las saetas con venenos extraídos de hierbas. Dios ha untado la flecha del veneno de su amor y ha quedado rendida e irresistiblemente envenenada en sus amores. ¡El veneno del amor de Dios!

Toda la vida de Teresa es una historia de Amor. Cuando en las edades moderna y contemporánea se presentaba a un Dios distante, ajeno a las vicisitudes y sufrimientos de los seres humanos o inexistente, Santa Teresa nos lo descubre como un ser vivo, cercano, enamorado hasta la locura, capaz de oír nuestras súplicas y de estar a la espera de cada uno de nosotros de Corazón a corazón.

En La Vida, en Las Fundaciones, en El camino de perfección, en Las Moradas, en todas sus obras menores, sean exclamaciones, cartas, etc. oímos hablar a Dios, como si estuviera a este lado de nuestra existencia, “entre los pucheros”. El amor en Santa Teresa no es una estrategia apostólica para difundir la religiosidad o incrementar el número de seguidores de la Iglesia. Habla en verdad. El estribillo “mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado” no es un juego poético ni una licencia del arte retórico de persuadir. Habla de lo que vive y vive lo que ha descubierto en la buena nueva del Evangelio. Ha descubierto a Cristo, se ha encontrado con Él y vive, en el amor de La Iglesia, por y para Él. “Ya toda me entregué y dí”. Esta es Santa Teresa.

Ya toda me entregué y dí,
y de tal suerte he trocado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.


Cuando el dulce Cazador
me tiró y dejó herida,
en los brazos del amor
mi alma quedó rendida;
y, cobrando nueva vida,
de tal manera he trocado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.


Hirióme con una flecha
enherbolada de amor,
y mi alma quedó hecha
una con su Criador;
Ya yo no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.

VUESTRA SOY, PARA VOS NACÍ

De nuevo os traigo un poema de corte tradicional, muy en el estilo de la obra poética teresiana y dentro de la corriente literaria de los cancioneros del siglo XVI. Cuánto apreciaba nuestra Santa estas composiciones. Aprendió muchas en su mocedad, en aquella época en que tan aficionada era a los libros de caballería que hasta se atrevió a escribir uno de ellos. En sus pesados viajes para llevar a término las fundaciones, aprovechaba el tiempo en transformar el poema que le traía el recuerdo para acomodarlo a su inspiración religiosa, convirtiéndolo de profano en “divino”. Alegrar a sus hijas en todo momento, en especial en las recreaciones y fiestas especiales. Romper el ritmo ordinario de la vida cotidiana y cantar y recitar y hasta bailar como modo divertido de alabar al Señor. No se cansaba de repetir Teresa: “Tristeza y melancolía no las quiero en casa mía”. Divertirse siempre en sentido etimológico no es irse por sendas distintas y menos extraviarse de la razón de la existencia. Como podemos leer en una cartela en todos los conventos de descalzas “Hermano, una de dos. O no hablar, o hablar de Dios. Que en la casa de Teresa, esta ciencia se profesa”. Las recreaciones son ocasión para las alegrías y gozos llenos del candor y la inocencia que nos hace niños. Gozo, alegría para seguir con buen ánimo el camino de más amar, y mejor, a Dios.

La fuerza expresiva del poema se concentra en el estribillo. Imaginad por un momento que estamos ante una declaración amorosa profana. Nos parecería una escena tan bella como atrevida. Una mujer que le confiesa a su enamorado su entrega total, más aun, en el contexto poético de haber nacido para amar, -por imposición del destino-, reconocer “para vos nací”. Y en consecuencia, dispuesta a una entrega total: “qué queréis hacer de mí” Este es el punto de partida desde el que arranca la inspiración poética de Teresa. En su pluma toda sensualidad ha desaparecido, e incluso todo lo que puede tener de hiperbólico o de desajustada exageración. En el contexto de un alma en unión con Dios, las palabras se llenan de verdad y adquieren una resplandeciente esperanza. Somos de Dios, hemos nacido para Dios, ¿qué menos pues que abandonarnos en Dios? Las glosas, estrofa a estrofa, van desgranando el esquema resumido en el estribillo.

Y primero de todo saber con quién estoy hablando. ¿A quién dice que se dirige su interlocución? La respuesta es anonadante.: Habla con Dios. Dios es el otro invitado en este locutorio espiritual. Teresa lo sabe. Es con Dios con quien está hablando. ¿Se nos ha olvidado que Dios es el “contertulio” de nuestras inquietudes? La primera glosa nos lo desvela sin contemplaciones. Es Dios, soberana bondad. A quien “hoy os canta amor así:”

La siguiente glosa desarrolla sin ambages la correspondencia y entrega total de Teresa: vuestra soy. La entrega y sumisión no es una cortesía debida a reglas de amor establecidos por severos y rigurosos códigos. No, No y No, Es el triunfo del amor nacido del alma. Por todo lo que sabe se entrega: “Me criasteis, me redimisteis, es decir me disteis el sello o signo de la cruz..” Sólo un amor nacido del corazón puede saldar la deuda al verdadero amor. El poema se adentra en esta idea. Sólo el amor compensa al amor que ha llenado de sentido nuestra existencia.

Todas las demás estrofas desarrollan el verso segundo del estribillo. Gozosamente va enumerando contrarios como alternativas en el camino espiritual de Teresa. En una entrega sin escatimar ni rincones ni vericuetos escondidos, todo es bienvenido siempre que venga de la mano del Amado o lleve su sello. “Veisme aquí”, como una nueva esclava del Señor que ya sólo es “Dulce Amor”. En su palma, con su corazón, pone todo su ser; en cuerpo y alma, su persona entera. Lo demás es cuestión del mismo Dios: vida o muerte, salud o enfermedad, fecundidad o esterilidad, oración o sequedad, sabiduría o ignorancia, etc. es decir, en cualquier circunstancia de la vida; pero con una sola condición: siempre desde el amor. Amar, amar, amar: único fin de la existencia.

¿Verdad que es un plan de vida cuyo secreto es el confiado abandono en un Dios que es Amor? No creáis que solo es adecuado para la vida consagrada. En la escala del universal camino de perfección, aparece como guía para todos los estados de vida la confianza sin quebraduras en la Providencia de Dios. Describe el alma de una monjita del Carmelo; pero marca senda común para los que han puesto su confianza en el Señor.

Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?


Soberana Majestad,
eterna sabiduría,
bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?

Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra pues que me llamastes,
vuestra porque me esperastes,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?

¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mi?

Dadme, pues, sabiduría,
o por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía;
dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí o allí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar.
Si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando.
Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí?

Vuestra soy, para vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?


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