Tres retratos de Santa Teresa de Jesús
¿Cómo vieron a Santa Teresa sus contemporáneos? Os ofrezco tres retratos que intentan desvelarnos facetas de su rica persona. Permitidme una reflexión previa.
No es lo mismo persona que personalidad. Santa Teresa tuvo que armonizar las diversas posibilidades que bullían en su naturaleza, diversos caminos a veces contrarios al proyecto inicial de Dios, también en germen. Somos tiempo, opción de libertad y camino de perfección.
Teresa de Cépeda y Ahumada pudo haberse convertido en una personalidad diferente. En sus años de primera juventud se resistió a seguir lo que Dios tenía previsto para ella: o no quería ser monja, o de serlo, acomodada en parte a las veleidades del mundo. Hubiera sido una mujer más de la sociedad de su tiempo. Cuando comprendió que su camino era amar a su Amado, en plenitud de amor, surgió la inconmensurable Santa Teresa de Jesús. El Libro de la Vida es expresión de las maravillas con que Dios cuidó a Teresa para que llegara a ser la Santa de Jesús, el huracán enamorado del Señor y de su Iglesia.
A Teresa, la santa, nos la retrataron varias personas distintas, con el pincel o con la pluma. Selecciono tres: un hermano lego, el Padre Ribera, su confesor y Fray Luis de León.
Conocido es que el único retrato que se le hizo en vida, cuando tenía 61 años, lo pintó el Hno. Juan de la Miseria poco antes de partir de Sevilla (1576), por orden del P. Gracián. Teresa se deja retratar por obediencia. Acabada la obra, su humor y gracejo le hicieron proferir unas irónicas y burlonas palabras: «Dios te perdone, Fray Juan, que después de tanto hacerme posar me pintaste al fin fea y legañosa».
Sin embargo, la pintura del Hermano Fray Juan ha servido de inspiración a los artistas posteriores. Aparece el Espíritu Santo en forma de paloma. Y ante todo aparecen esos ojos levantados a lo alto, embebidos en el mismo misterio de Dios.
El segundo es de su confesor y director espiritual, el Padre Francisco de Ribera S.J., quien nos la describió en su obra “La vida de la Madre Teresa de Iesús, fundadora de las Descalças y Descalços Carmelitas, Salamanca, 1590” de la siguiente manera: Es una descripción de su físico (prosopografía) y algunas referencias a su carácter (etopeya)
“Era de muy buena estatura, y en su mocedad hermosa, y aun después de vieja parecía harto bien: el cuerpo abultado y muy blanco, el rostro redondo y lleno, de buen tamaño y proporción; la tez color blanca y encarnada, y cuando estaba en oración se le encendía y se ponía hermosísima, todo él limpio y apacible; el cabello, negro y crespo, y frente ancha, igual y hermosa; las cejas de un color rubio que tiraba algo a negro, grandes y algo gruesas, no muy en arco, sino algo llanas; los ojos negros y redondos y un poco carnosos; no grandes, pero muy bien puestos, vivos y graciosos, que en riéndose se reían todos y mostraban alegría, y por otra parte muy graves, cuando ella quería mostrar en el rostro gravedad; la nariz pequeña y no muy levantada de en medio, tenía la punta redonda y un poco inclinada para abajo; las ventanas de ella arqueadas y pequeñas; la boca ni grande ni pequeña; el labio de arriba delgado y derecho; y el de abajo grueso y un poco caído, de muy buena gracia y color; los dientes muy buenos; la barba bien hecha; las orejas ni chicas ni grandes; la garganta ancha y no alta, sino antes metida un poco; las manos pequeñas y muy lindas. En la cara tenía tres lunares pequeños al lado izquierdo, que le daban mucha gracia, uno más abajo de la mitad de la nariz, otro entre la nariz y la boca, y el tercero debajo de la boca. Toda junta parecía muy bien y de muy buen aire en el andar, y era tan amable y apacible, que a todas las personas que la miraban comúnmente aplacía mucho.”
El tercer retrato se lo debemos a nuestro Fray Luis de León. Por encargo de la Madre Ana de Jesús, estudió con rigor del profesional de Sagradas Escrituras y experto como nadie en el arte de escribir, tres manuscritos. Fray Luis quedó prendado. Le respondió en una carta preciosa a la Madre Ana. Fray Luis publicó las obras en 1588; y en esta primera edición incluyó la carta, como prólogo. Os pido encarecidamente que lo leáis entero. Cito el primer párrafo y unas líneas de otro posterior.
“Yo no conocí, ni vi, a la santa madre Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra, mas ahora que vive en el cielo la conozco y veo casi siempre en dos imágenes vivas que nos dejó de sí que son sus hijas y sus libros, que a mi juicio son también testigos fieles y mejores de toda excepción de la gran virtud; porque las figuras de su rostro, si las viera, mostráranme su cuerpo; y sus palabras, si las oyera, me declaran algo de la virtud de su alma; y lo primero era común y lo segundo sujeto a engaño, de que carecen estas dos cosas en que la veo ahora: que como el Sabio dice, el hombre en sus hijos se conoce.”
“Y no es menos clara, ni menos milagrosa la segunda imagen que dije, que son las escrituras y libros, en los cuales, sin ninguna duda quiso el Espíritu Santo que la santa madre Teresa fuese un ejemplo rarísimo; porque en la alteza de las cosas que trata y en la delicadeza y calidad con que las trata, excede a muchos ingenios; y en la forma del decir y en la pureza y facilidad del estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras y en una elegancia desafeitada que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale.”
El retrato lo encuentra en sus hijas, continuadoras de su espiritualidad. Pero no menos en sus obras. Los tres retratos nos permiten acercarnos a su persona. Para calar en su espíritu no han otro camino que el que señala Fray Luis. Las señas del cuerpo nos pueden engañar, ni siquiera sus palabras escuchadas de su boca serían absolutamente creíbles. Por sus frutos la conoceremos.