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Teresa de Jesús

Mujer en tiempos recios para la aventura del espíritu

Teresa Gil Muñoz

Tres claves hermenéuticas de la aventura espiritual teresiana

Independientemente del contenido concreto de la experiencia, su vida de oración, Teresa se nos muestra aquí como una voz autorizada acerca de la aventura humana que todos recorremos, por el hecho de ser seres humanos. De hecho, podemos descubrir en ella tres rasgos o notas características de todo camino o proceso humano de crecimiento hacia una vida plena. La autenticidad, la capacidad de innovación y la osadía que dicho camino conlleva. Vamos a hacer un breve apunte sobre cada una de ellas a partir de algunas afirmaciones teresianas avaladas por su propio recorrido personal.

Autenticidad en el sentido de vivir un serio proceso de identificación de la propia verdad personal. Y al mismo tiempo, nos deja constancia de la importancia que tiene dar crédito a esa verdad descubierta, permanecer en ella y buscar por todos los medios posibles verificarla y discernirla. Teresa siendo fiel a sí misma, vive fiel a la relación con Dios. Vive un ejercicio constante de entrar dentro de sí misma para hacer verdad en ella –“tengo por mayor merced del Señor un día de propio y humilde conocimiento, aunque nos haya costado muchas aflicciones y trabajos, que muchos de oración” [F 5,16.] -.

Siente, experimenta, habla, se confiesa y escribe. Será este camino de autenticidad el que le permite encontrar sus propios desafíos, preguntas, formas de amor o experiencias de contradicción.

Se puede decir que escribe parte de su obra para dar cuenta de su experiencia interior, para que sea examinada por quien tiene algo que decir. Lejos de encerrarle, su experiencia le lanza al diálogo esclarecedor con los ministros que Dios tiene para luz de su iglesia [Cf. 5M 1,8.]. Seguramente, este esfuerzo por narrar a otros será en sí mismo clarificador y, de alguna manera, herramienta para el discernimiento. Ella dirá con frecuencia que no tiene un entendimiento hábil. Y, el hecho de escribir, seguramente, le ayudaría a ordenar el pensamiento, los afectos, a dar nombre a experiencia vivida. En definitiva, a comprenderse a sí misma y a reconocer el paso de Dios por su vida, como un acontecimiento liberador y recuperador de toda la riqueza personal de esta mujer. Apoyada ya en esta “atalaya”, que es la autenticidad, Teresa subraya el valor que tiene “andar en verdad. No digo sólo que no digamos mentira, que en eso, ¡gloria a Dios!, ya veo que traéis gran cuenta en estas casas con no decirla por ninguna cosa, sino que andemos en verdad delante de Dios y de las gentes de cuantas maneras pudiéremos, en especial no queriendo nos tengan por mejores de lo que somos, y en nuestras obras dando a Dios lo que es suyo y a nosotras lo que es nuestro, y procurando sacar en todo la verdad, y así tendremos en poco este mundo, que es todo mentira y falsedad y, como tal, no es durable” [6M 10,6.].

Podemos hablar de Teresa también como una mujer innovadora en muchos aspectos de su vida y de su obra, pero, sobre todo, en el campo de la espiritualidad. ¿Qué supone ser persona innovadora? Teresa combina en su actuación una vida interior estrictamente personal -a la que se ha asomado y adentrado desde recorriendo el camino de la autenticidad- lo cual permite que tenga algo original que hacer o decir, y una respuesta a una demanda social de lo que propone. Cuando su innovación conduce a un hecho social y su idea se acepta y difunde, como es el caso de la Reforma que emprende, eso significa no solo que había condiciones adecuadas para ello, sino también que ha sabido establecer el nexo entre la innovación y las condiciones que la sustentan, o que comprende las necesidades de sus contemporáneos y ofrece alguna solución. En el caso teresiano, hablamos de una mujer que se atreve a recorrer el camino de la experiencia como lugar de encuentro con Dios, con la seguridad que le da poner como criterio de dicha experiencia, la verdad, y todos los medios a su alcance para garantizar esa verdad. Tal vez hoy no percibamos la revolución que supuso en su tiempo la reforma teresiana, centrada en la creación de conventos de pocas mujeres dedicadas con radicalidad a la oración mental entendida como trato de amistad con Dios. El sueño teresiano se concreta en la creación de estos espacios de libertad para las mujeres donde puedan cultivar su vida interior de relación con Dios. La novedad de su reforma radicará, fundamentalmente, en generar un nuevo estilo de vida comunitaria al servicio de esta misión recibida.

Y por último, la osadía. Una capacidad de riesgo y de aventura que no es fruto de la imprudencia o la inconsciencia a la hora de tener presentes los ‘peligros’ que estaba asumiendo. Nos podemos preguntar, entonces, ¿de dónde le viene esa fuerza interior para propiciar tal revolución con relación a sí misma y también en torno a su reforma? ¿Cómo es posible que en tan poco tiempo y en un contexto tan hostil fuera capaz no solo de fundar diecisiete conventos, sino de escribir como lo hizo? Porque la influencia de Teresa ha llegado hasta nuestros días gracias, en gran medida, a su abundante obra escrita, algo insólito para cualquier mujer de su tiempo. Ella misma se sorprende de su osadía para emprender nuevas fundaciones y en esa admiración suya nos revela su secreto: “¡Oh grandeza de Dios! ¡Y cómo mostráis vuestro poder en dar osadía a una hormiga! ¡Y cómo, Señor mío, no queda por Vos el no hacer grandes obras los que os aman, sino por nuestra cobardía y pusilanimidad! Como nunca nos determinamos, sino llenos de mil temores y prudencias humanas, así, Dios mío, no obráis Vos vuestras maravillas y grandezas” [F 2,7.]. Podemos decir que Teresa hace pie en Dios, el cual le sirve de punto de apoyo, de palanca para levantar el mundo si es preciso. Su confianza es requisito y al mismo tiempo fruto de la relación con Dios. Nos encontramos con una mujer que vive convencida, aún en medio de sus dudas y vacilaciones que siempre la acompañan, de que así es Dios, digno de toda confianza. Porque, en esto también, es muy humana, y la duda y la certeza se suceden casi de un modo cíclico en ella.

En definitiva, toda la reforma teresiana es un testimonio vivo de la interacción entre la providencia de Dios y la confianza de Teresa. Dos libertades que se unen se necesitan y se implican mutuamente, aun cuando el verdadero protagonista sea Dios. Según nos muestra en la narración de sus fundaciones, la confianza no se confunde con la pasividad. Al contrario, cuanta más confianza experimenta, más actividad desarrollará, llegando a interpretar su propia acción como una prolongación del obrar de Dios, el cual le llega a decir: “el demonio pone todas sus fuerzas para impedir aquella fundación, ponlas tú de mi parte porque se haga, y no dejes de ir en persona, que se hará gran provecho” [F 31,11.]. Confiar en Dios implicará saber tener paciencia, aceptar el modo y el ritmo de Dios.

Me parece interesante, al respecto, esta declaración de Clara Sanchis [Actriz que encarna el personaje de Teresa de Jesús en la obra de teatro “La lengua en pedazos”, escrita y dirigida por Juan Mayorga.], que conecta perfectamente con lo que hemos querido decir: “Se puede creer en Dios, y se puede creer en muchas cosas. Esa fuerza, esa potencia enorme, Teresa la tiene. […] ¿Y qué es eso? ¿Qué es ese convencimiento? Ese convencimiento es cuando el intelecto y la emoción van a la vez, creo. Cuando la parte emocional, cuando algo te está tocando emocionalmente y al mismo tiempo todo lo que tengas de inteligencia está trabajando también ahí diciendo que esa es la razón. Esa potencia, esa mezcla enorme de razón-pasión, creo que es mucho el motor de Teresa. Y un enorme sentido de la justicia, que creo eso es fundamental, la defensa que ella hace a ultranza de la justicia. Eso es algo, además, que creo que se nace con ello. Hay personas que el sentido de la justicia, y por suerte existen, pues rige sus vidas y sus actos.”


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