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Teresa de Jesús

Mujer en tiempos recios para la aventura del espíritu

Teresa Gil Muñoz

Teresa de Jesús, mujer y “espiritual”.

Teresa de Jesús pertenece a ese grupo de personas que van a estar en el punto de mira de las autoridades eclesiásticas y algunos sectores de la población que la observan con recelo y sospecha.

Mujer orante y contemplativa, que además recibe gracias místicas, hablas, arrobamientos y revelaciones. Vamos a fijarnos en su propia narración para tratar de describir el conflicto y la oscuridad con la que afrontará el riesgo de adentrarse en la experiencia de relación con Dios no bendecida ni confirmada en un primer momento por sus confesores y letrados.

Este cuestionamiento hace que Teresa tenga que validar su experiencia apoyada en la credibilidad que se da a sí misma. La sospecha, la duda, incluso la afirmación de que su experiencia es fruto del engaño del demonio, no la detienen en su búsqueda constante de la verdad y la autenticidad en su itinerario personal de relación con Dios. Teresa interpretará este tiempo como un tiempo de prueba para el espíritu, una oportunidad de crecimiento y de consolidación de la experiencia.

“No entiendo esos miedos: ¡demonio, demonio!” (V 25,22)

Un rasgo de la personalidad de Teresa de Jesús que conviene destacar en este momento es su necesidad, casi obsesiva, de contrastar la propia experiencia, con toda la honradez y transparencia como ella es capaz [“Lo más seguro es (yo así lo hago, y sin esto no tenía sosiego, ni es bien que mujeres le tengamos, pues no tenemos letras), […]: que no deje de comunicar toda mi alma y las mercedes que el Señor me hace con el confesor, y que sea letrado, y que le obedezca” (V 26,2).]. A lo largo de toda su vida, Teresa se decanta por dejarse confrontar e iluminar por aquellas personas que ella consideraba bien formadas y experimentadas, buscando así la integración de estas dos tendencias, ya que ella ha experimentado el riesgo que conlleva la falta de “letras”. Teresa se define a sí misma como “espiritual” frente a los letrados, lo cual significa en este momento, mujer con experiencia religiosa recogida, es decir, que practica la oración mental. A través de su obra escrita, Teresa de Jesús reclama su derecho a ser escuchada, lo cual nos permite apreciar lo mejor de su aportación femenina al mundo de la experiencia y la espiritualidad. Mientras que muchos varones teólogos inculcan el miedo a la experiencia religiosa, especialmente a las mujeres, Teresa se convierte en una gran animadora de la misma. “No entiendo estos miedos”, se atreve a decir. Y aún con más contundencia dirá a sus hermanas: “así que, hermanas, dejaos de estos miedos; nunca hagáis caso en cosas semejantes de la opinión del vulgo. Mirad que no son tiempos de creer a todos, sino a los que viereis van conforme a la vida de Cristo” [C 21,10.].

Su experiencia personal, junto con el conocimiento que tiene de la vida espiritual de muchas de sus compañeras, le lleva a reconocer que la mujer está mejor dotada para la vida mística. Lo afirma sutilmente en varias ocasiones, y aunque se ve obligada a advertir del peligro que tienen por su falta de letras, no deja de constatarlo.

Por si a alguno le parece que ella no es quién para hacer esta afirmación, apela a la autoridad de fray Pedro de Alcántara. Se atreve a decir que son las mujeres quienes se aprovechan mejor de este camino, aunque no deja de señalar, en una breve pero clarificadora síntesis de contrarios, que “en todo es menester experiencia y maestro” [Cf. V 40,8.]. Esta seguridad y confianza en sí misma, la adquiere Teresa después de pasar por dificultades, una noche para su espíritu, que consistirá en la duda y sospecha que algunos de sus más cercanos observadores han manifestado con respecto a su experiencia de Dios. Vamos a analizar, a continuación, uno de los momentos más críticos de la relación con sus confesores. Y veremos como a partir de esta experiencia se va aquilatando la primera de las claves de interpretación de Teresa de Jesús como mujer espiritual: la autenticidad.

La experiencia de Dios cuestionada - Vida 23-26

Cuando el camino de oración de Teresa se va adentrando en la experiencia mística, comienza un tiempo de temor, “trabajos”, nos dirá ella, causados en parte por el cuestionamiento que sufre por parte de algunos hombres letrados de su tiempo [En concreto, estos hombres son por entonces Gaspar Daza, Gonzalo de Aranda, Francisco de Salcedo, Hernandálvarez y Alonso Álvarez Dávila. Todos ellos viven en Ávila y son amigos o conocidos de la Santa. Para ellos, el caso teresiano se convierte en motivo de interés debido a lo extraordinario de su experiencia.]. Hay una experiencia de Dios que no encaja con el perfil y el proceso ‘de libro’ diseñado por estos teólogos. La vida de mortificación y virtud de Teresa dista mucho del nivel exigido para la recepción de las gracias místicas de las que empieza a gozar. Y esto les hace sospechar de su origen. La aplicación rígida de los criterios espirituales, les lleva a la conclusión de que el origen de esas experiencias es el engaño del demonio. Teresa se lamentará más tarde: “No entiendo esos miedos: ¡demonio, demonio!, adonde podemos decir: ¡Dios, Dios!” [V 25,22.].

Cuando Teresa se dispone a narrar lo que a ella le ha supuesto clarificar y discernir bien la procedencia de su experiencia mística, lo hace convencida de que “hará provecho entender cómo se ha de probar el espíritu” [V 23,12.]. Es decir, se propone ofrecer los verdaderos criterios de discernimiento para validar la experiencia espiritual.

A nuestro modo de ver, una de las principales dificultades con las que se encontrará Teresa será la de no tener buenos intérpretes de su espíritu. Podríamos decir que vive como una auténtica aventura el progreso en el trato de amistad con Dios porque carece de claves de interpretación de su propia experiencia. No tiene mapa previo. O los que tiene a su alcance ya están obsoletos, no le sirven. La experiencia desborda la teoría. Teresa sufre por el hecho de no ser capaz de conciliar internamente lo que ella experimenta con una certeza incuestionable y lo que le dice este grupo de expertos a quienes ella, por otra parte, da crédito [“Se habían juntado muchos a quien yo daba gran crédito – y era razón se le diese – que, aunque yo ya no trataba sino con uno, cuando él me lo mandaba hablaba a otros, unos con otros trataban mucho de mi remedio, que me tenían mucho amor y temían no fuese engañada” (V 25,14).].

“Yo, como vi que tantos lo afirmaban y yo no lo podía creer, diome grandísimo escrúpulo, pareciendo poca humildad; porque todos eran más de buena vida sin comparación que yo, y letrados, que por qué no los había de creer. Forzábame lo que podía para creerlos, y pensaba que mi ruin vida y que conforme a esto debían de decir verdad” [V 25,14.].

Efectivamente, Teresa no puede creer que sea engaño, aunque también ha expresado el temor de que sea el mismo Dios quien la ciega por sus grandes pecados [“Yo deseaba contentar a Dios y no me podía persuadir a que fuese demonio; mas temía por mis grandes pecados me cegase Dios para no lo entender” (V 23,12).]. Por lo que suplicará constantemente la luz. Y para poder permanecer en esta aventura, tiene que atreverse a negar, como muchos otros que se asoman a este tipo de experiencias de Dios, “lo que sus mentes racionales han conocido, o lo que de sus tradiciones sociales, religiosas y políticas han recibido” [UNDERHILL, E., La mística. Estudio de la naturaleza y desarrollo de la conciencia espiritual, Madrid, Trotta, 2006.].

Ante la experiencia que vive Teresa, los confesores no pueden o no saben conciliar la desproporción entre la gracia recibida y la vida de penitencia que lleva Teresa de Jesús. De este modo, el P. Cetina, primero, y el P. Prádanos, después, ambos jesuitas con quienes se dirige en este momento, intentan forzar el ritmo de Teresa hacia una vida de mayor mortificación y de resistencia a estas gracias. Teresa vive esta lucha interior durante dos años, más o menos. Una mujer hecha para la relación y amiga de sus amigos, en este tiempo parece que solo encuentra serenidad y paz en los momentos de soledad. Siente que no tiene con quién tratar porque “todos eran contra mí. Unos me parecían burlaban de mí cuando de ello trataba, como que se me antojaba; otros avisaban al confesor que se guardase de mí; otros decían que era claro demonio” [V 25,15.]. Solo Baltasar Álvarez, un joven jesuita que también será su confesor, la consuela, y le dice que, aunque fuera demonio, que no queriendo ofender a Dios no tiene por qué temer. Teresa se siente perdida, desorientada, “pues, estándome sola, sin tener persona con quien descansar, ni podía rezar ni leer, sino como persona espantada de tanta tribulación y temor de si me havía de engañar el demonio, toda alborotada y fatigada, sin saber qué hacer de mí” [V 25,17.].

Sufre tanto de sentirse burlada que incluso llega a tener la tentación de callar las gracias místicas para no estar en boca de todos.

El fruto de esta experiencia también queda expresado con toda la claridad posible: la confianza absoluta de que el Señor está con ella y que la experiencia que tiene es de Dios. Así lo expresa en la siguiente exclamación que intercala en medio de la narración de las vicisitudes que le hicieron pasar estos “medio letrados espantadizos” [5M 1,8.]:

¡Oh Señor mío, cómo sois Vos el amigo verdadero; y como poderoso, cuando queréis podéis, y nunca dejáis de querer si os quieren! ¡Alaben os todas las cosas, Señor del mundo! ¡Oh, quién diese voces por él, para decir cuán fiel sois a vuestros amigos! Todas las cosas faltan; Vos Señor de todas ellas, nunca faltáis. Poco es lo que dejáis padecer a quien os ama. ¡Oh Señor mío!, ¡qué delicada y pulida y sabrosamente los sabéis tratar! ¡Quién nunca se hubiera detenido en amar a nadie sino a Vos! Parece, Señor, que probáis con rigor a quien os ama, para que en el extremo del trabajo se entienda el mayor extremo de vuestro amor. ¡Oh Dios mío, quién tuviera entendimiento y letras y nuevas palabras para encarecer vuestras obras como lo entiende mi alma! Fáltame todo, Señor mío; mas si Vos no me desamparáis, no os faltaré yo a Vos. Levántense contra mí todos los letrados; persíganme todas las cosas criadas, atorméntenme los demonios, no me faltéis Vos, Señor, que ya tengo experiencia de la ganancia con que sacáis a quien sólo en Vos confía” [V 25,17.].

Teresa considera que es el mismo Señor quien la pone a prueba, pero al mismo tiempo, es Él quien le confirma su experiencia. Y como consecuencia de esta prueba, siente fortalecida la fe y acrecentado el amor [V 25,18.]. Incluso se atreve a hacer una relectura del pasaje de la tempestad calmada aplicada a este momento. La oscuridad en la que vive la hace sentirse en medio de una fuerte tempestad, como el mar encrespado del evangelio. Del mismo modo que la presencia de Jesús en la barca atempera las olas y devuelve la calma al mar, así experimenta Teresa la luz que le ablanda el corazón y la hace confiar de nuevo.

En toda esta experiencia, parece claro que Teresa interpreta la oscuridad como la ceguera del entendimiento, es decir, la falta de comprensión de lo que está sucediendo. La ceguera no sería otra cosa que la incapacidad que tiene la persona para entender qué está viviendo. Más claro aún lo narra en el libro de Moradas, cuando años más tarde recuerda los inicios de la vida mística. Así, dirá que “todas las inquietudes y trabajos vienen de este no nos entender” [4M 1,9.]. Es tanta la oscuridad o el desconocimiento, que ni siquiera sabemos preguntar a los que saben, dirá.

Interpretación en clave espiritual: la fe fortalecida y el amor crecido.

Nos vamos a fijar, en primer lugar, en los síntomas interiores que acompañan la experiencia. El primero de ellos es, sin duda, la sensación de novedad que vive la persona en la nueva situación. Al analizar el texto teresiano en el que tratamos de estudiar este momento, vemos que la misma Teresa lo inicia afirmando que “es otro libro nuevo de aquí adelante, digo otra vida nueva” [V 23,1.]. Pero el reconocimiento de que se trata de una vida nueva lo hace a años vista. Lo que Teresa experimenta en el momento en el que lo vive es el desconcierto, el temor y el “espanto” que le produce el nuevo modo de comunicarse Dios con ella [Cf. V 24,5.]. Se está produciendo un cambio sustancial en el modo de oración de esta mujer. Dejamos atrás los viejos moldes de la meditación para inaugurar la novedad de la contemplación. Pero Teresa aún no le pone nombre. Y así, nos encontramos con el segundo de los síntomas: el desconcierto acompañado de inquietud y turbación.

Efectivamente, Teresa aún no entiende qué le pasa y se lamentará de ello posteriormente, sobre todo por el sufrimiento que le causa. Se siente en una situación tan desconcertante para ella que ni siquiera sabe poner palabra a la duda [“No sabemos preguntar a los que saben ni entendemos qué hay que preguntar, y pásanse terribles trabajos, porque no nos entendemos; y lo que no es malo, sino bueno, pensamos que es mucha culpa. De aquí proceden las afliciones de mucha gente que trata de oración, y el quejarse de trabajos interiores […], y vienen las melancolías y a perder la salud, ya aun a dejarlo todo, porque no consideran que hay un mundo interior acá dentro” (4M 1,9).]. Lo que produce esta novedad en el espíritu teresiano es inquietud, melancolía, temor, y, en definitiva, “muchos trabajos”, como nos dice el texto teresiano. La crisis oracional en la que se halla inmersa es evidente. Dios se le comunica de forma arrolladora, sin que se le pueda resistir, y al mismo tiempo, el camino de la meditación, fácilmente transitado hasta ese momento, se hace imposible. A Teresa le estorban los pensamientos que son como “una tarabilla de molino”, es decir, no callan; un estorbo que “no deja de ser muy penoso y casi insufridero” [4M 1,12.].

Cuando Teresa de Jesús pone palabra a esta etapa de su vida se intensifica especialmente el lenguaje en torno a la ceguera, la oscuridad y la luz. La oscuridad consiste en la dificultad que tiene para comprender qué le está pasando. La luz se convierte en petición constante y en motivo de agradecimiento cuando se recibe. Como ya hemos dicho, una mujer que siempre ha gozado del encuentro y la relación con las personas vive momentos en los que solo la soledad le da consuelo. Para Teresa, el bien más preciado de este mundo, que son las amistades, deja de ser el centro de interés, y le será “cruz penosa tratar con nadie” si no está de por medio el amor y servicio del Señor.

Teresa reconoce que, no siendo el mismo Dios, “todo cansa, todo fatiga, todo atormenta. Si no es con Dios u por Dios, no hay descanso que no canse, porque se ve ausente de su verdadero descanso” [V 26,1.].

Hasta aquí, hemos descrito la batalla interior que provoca esta aventura del trato de amistad con Dios que vive esta mujer. Pero no olvidemos que, parte de esa batalla le viene provocada por la sospecha que va a generar su experiencia a los ojos de los confesores y hombres experimentados de la ciudad. “Todos eran contra mí” [V 25,15.], nos dice, aunque los motivos de cada uno fueran distintos: unos se burlan, otros la temen, otros la condenan. Teresa, no está al margen del miedo que se ha instalado en el imaginario social de su época, y de alguna manera, podemos entender que la misma sospecha ajena se convierte en propia. Por esta razón, tuvo que aprender a fiarse de sí misma precisamente poniendo la confianza en Dios. Confiar en sí misma era dar credibilidad a la acción de Dios en ella. Vivir dando crédito a la propia experiencia es la mayor afirmación del camino de autenticidad personal que puede vivir una persona.

De alguna manera, podemos intuir ese pequeño o gran salto de fe que tuvo que realizar Teresa para poder creer que, lo que no era posible a los ojos humanos, lo estaba haciendo posible el Señor. Poco a poco, va a ir conociendo al verdadero Dios de Jesús que ofrece y da gratis su amor y amistad. La única respuesta posible, por parte, del ser humano es la firme determinación de permanecer en camino, el convencimiento de

“no parar hasta llegar a ella (el agua de vida), venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino y no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo, como muchas veces acaece con decirnos: ‘hay peligros’, ‘fulana por aquí se perdió’, ‘el otro se engañó’, ‘el otro, que rezaba mucho, cayó’, ‘hacen daño a la virtud’, ‘no es para mujeres, que les podrán venir ilusiones’, ‘mejor será que hilen’...” [CE 35,2.].

Otro aprendizaje importante a raíz de esta crisis será lo que podemos llamar el discernimiento de espíritus. ¿Es de Dios?, ¿es demonio?, ¿es imaginación? [Cf. 6M 3,4.]son tres preguntas que se hará con frecuencia. Tiene tanto interés en clarificar su experiencia, que se hará toda una experta en detectar bien los efectos del buen espíritu y los del malo. Y llega a conocer tan bien el modo de proceder de los demonios que sale fortalecida, hasta el punto de poder decir “¡una higa para todos los demonios!, que ellos me temerán a mí” [V 25,22. Dos números antes acaba de expresar el gran señorío que le ha quedado frente a ellos, de manera que no le causan mayor problema que si fueran moscas.].

Y junto a esta capacidad, adquiere también una gran prevención contra todos los confesores “espantadizos” que tienen miedo del demonio. Teresa de Jesús se siente más vulnerable a su intervención, pues a ellos les debe obediencia, le producen inquietud y la han hecho pasar grandes trabajos.

Está claro que para Teresa este momento, en toda su complejidad [Recordemos que la experiencia de la Noche espiritual contiene generalmente diversidad de componentes. No se trata de una experiencia simple y unívoca, de manera que se pueda describir desde un único aspecto o ángulo. Para una mayor descripción Cf. CASTRO, G., Noche oscura del alma, en: DSJ, 1033-1062.], va a suponer un tiempo de crecimiento y de transformación. Ella misma reconoce que la fe sale fortalecida y el amor crece, así como aumenta el deseo de servir a Dios [Cf. CC 1, 20.]. El resultado de esta transformación queda bien recogido en el siguiente texto:

“El temor que solía tener a los trabajos ya va más templado, porque está más viva la fe, y entiende que, si los pasa por Dios, Su Majestad le dará gracia para que los sufra con paciencia, y aun algunas veces los desea, porque queda también con una gran voluntad de hacer algo por Dios. Como va más conociendo su grandeza, tiénese ya por más miserable; como ha probado ya los gustos de Dios, ve que es una basura los del mundo; vase poco a poco apartando de ellos, y es más señora de sí para hacerlo. En fin, en todas las virtudes queda mejorada, y no dejará de ir creciendo si no torna atrás ya a hacer ofensas de Dios, porque entonces todo se pierde, por subida que esté un alma en la cumbre” [4M 3,9.].


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