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TERESA DE JESÚS y la LITERATURA

Un certero juicio de Fray Luis de León

Una de las cuestiones que nos planteamos los que nos hemos dedicado a estudiar literatura es por qué incluimos, como propias, obras que en nada tienen que ver con el mundo de la ficción y de la fantasía. La literatura es verosímil, semejante a la verdad, pero no verdadera, como nos enseñó Aristóteles, aunque a su juicio la Literatura es superior a la Historia, porque su verdad al ser universal es más valiosa que las verdades individuales de la Historia.

A Santa Teresa le traía sin cuidado mi pregunta. Ella escribía por obediencia, por mandato de sus superiores y su interés no era otro que enseñar a sus hijas el camino de la oración y del amor. Somos nosotros los que, gozosos, la hemos incluido en el catálogo de escritores ilustres y no sin razón.

Como poeta entra de natural, aunque no hubiera nunca alcanzado el reconocimiento universal de San Juan de la Cruz. El reconocimiento de su valía universal se lo otorgamos a la totalidad de sus obras en prosa, aunque sólo a unas pocas las valoramos como sublimes y en su cima: Las Moradas o Castillo interior. Santa Teresa nos cautiva por la belleza de su prosa; por ser modelo indiscutible en lo que mayoritariamente se denomina “el esplendor de la verdad” ¿Qué queremos decir con la palabra esplendor?

En la estirpe de Platón y en la escuela de Santo Tomás dentro de los grandes tratadistas del arte he encontrado en los comentarios que hizo Don José Torras y Bages, -el que luego sería Obispo de Vic-, a los artistas catalanes de finales del siglo XIX en el Círculo de Artistas Sant Lluc de Barcelona, he encontrado una cita que nos va como anillo al dedo:

“Lo esencial de la belleza, la transparencia del infinito en las cosas naturales, consiste indudablemente en un cierto resplandor. Sin él no hay objeto bello. La armonía o proporción, la concordancia de los elementos, siguiendo el finísimo análisis de Santo Tomás, constituye el sujeto, pero no la esencia de la cosa bella…. La luz o resplandor, en su más amplio sentido, es como la forma del Infinito”.

Y Romano Guardini precisa:

“Dijimos ya que las formas de la cosa -y «forma» se refiere a todo lo que puede captarse sensorialmente: línea y superficie, estructura y función, actitud y acción expresan la esencia del objeto, lo significativo, lo auténtico, lo válido que hay en él. …Llevado por las formas y a la vez dominándolas, las simplifica, las condensa, las ordena, y hace cuanto sea preciso para elevar su potencia expresiva, haciendo evidente su autenticidad.”

Lo admirable es que nuestra santa ni lo sospechaba. Buscaba decir con claridad lo que bullía en su interior, pero no era consciente de que estuviera componiendo una obra de arte.

Cinco años después de la muerte de Teresa (1582), Fray Luís de León escribió una carta a la Madre Ana de Jesús. Su escrito se ha convertido en referencia obligada para conocer a Teresa. Ninguno más autorizado para juzgar el fondo de sus obras que el catedrático de Sagradas Escrituras de la Universidad de Salamanca, ni ninguno de gusto tan refinado para apreciar el estilo literario de la santa castellana. Sus palabras son definitivas: “porque en la alteza de las cosas que trata y en la delicadeza y calidad con que las trata, excede a muchos ingenios; y en la forma del decir y en la pureza y facilidad del estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras y en una elegancia desafeitada que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale.”

En lugar de un texto de Santa Teresa os ofrezco un fragmento de la carta de Fray Luis de León. Jugosos son sus comentarios y referencias a la situación de la Iglesia, vieja ya según parecer común, pero en la que nunca envejece la gracia.

“En que (a lo que yo puedo juzgar) quiso Dios en este tiempo, cuando parece triunfa el demonio en la muchedumbre de los infieles, que le siguen, y en la porfía de tantos pueblos de herejes, que hacen sus partes, y en los muchos vicios de los fieles que son de su bando, para envilecerle y para hacer burla de él, ponerle delante no un hombre valiente rodeado de letras sino una mujer pobre y sola que le desafiase, y levantase bandera contra él e hiciese públicamente gente que le venza, huelle y acocee: y quiso sin duda para demostración de lo mucho que puede en esta edad, a donde tantos millares de hombres, unos con sus errados ingenios y otros con sus perdidas costumbres aportillan su reino, que una mujer alumbrase los entendimientos y ordenase las costumbres de muchos que cada día crecen para reparar estas quiebras.

Y en esta vejez de la Iglesia tuvo por bien de mostrarnos que no se envejece su gracia, ni es ahora menos la virtud de su espíritu que fue en los primeros y felices tiempos de ella, pues con medios más flacos en linaje, que entonces, hace lo mismo o casi lo mismo que entonces. Y no es menos clara, ni menos milagrosa la segunda imagen que dije, que son las escrituras y libros, en los cuales, sin ninguna duda quiso el Espíritu Santo que la santa madre Teresa fuese un ejemplo rarísimo; porque en la alteza de las cosas que trata y en la delicadeza y calidad con que las trata, excede a muchos ingenios; y en la forma del decir y en la pureza y facilidad del estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras y en una elegancia desafeitada que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale. Y así siempre que los leo me admiro de nuevo, y en muchas partes de ellos me parece que no es ingenio de hombre el que oigo; y no dudo si no que habla el Espíritu Santo en ella en muchos lugares y que le regía la pluma y la mano, que así lo manifiesta la luz que pone en las cosas oscuras y el fuego que enciende con sus palabras en el corazón que las lee.”


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