Santiago Arellano y la asociación pedagógica Amado Alonso
Jesús Amado Moya
En octubre de 1977 llegué destinado al Instituto Ximénez de Rada como catedrático de Física y Química. Un año después fui nombrado director de dicho Instituto y poco después el Delegado Provincial de Educación nos convocó a los directores de los Institutos de Pamplona a una reunión para tratar sobre la programación del curso académico entrante. Entre ellos, Santiago Arellano, director entonces de Instituto P. Moret.
Fuimos exponiendo nuestros puntos de vista sobre diversos aspectos educativos, y al finalizar dicha reunión Santiago pidió hablar en privado conmigo. Fue así como con total libertad pusimos en común nuestras inquietudes apostólicas y pedagógicas, aun perteneciendo a campos docentes tan dispares, pues él era Catedrático de Lengua y Literatura.
Diversas circunstancias (sobre todo políticas) hacían aconsejable un cambio de destino, y providencialmente en la convocatoria del concurso de traslados de ese año salía como vacante la plaza de mi especialidad en el Instituto P. Moret. Plaza que obtuve y ocasión para intensificar mucho más la amistad que Santiago y yo ya veníamos manteniendo. Amistad que empezó a cuajar en el proyecto de agrupar a profesores de diversos niveles educativos con inquietudes religiosas.
Por aquellos años la Sagrada Congregación para la Educación católica publicó el documento El laico católico testigo de fe en la escuela. Se convirtió en texto al que acudir una y otra vez para acertar en nuestra tarea y para movilizar a otros compañeros con posibles expectativas de trascendencia.
Así, en nuestra primera convocatoria decidimos invitar a compañeros que por pertenecer a distintas instituciones eclesiales creímos sintonizarían con nuestro proyecto en germen. El fracaso fue total, ya que unos abogaban por conducir todo aquello a su propio movimiento apostólico, y otros o no veían la necesidad de agruparse, o simplemente optaban por continuar excluyendo de sus aulas cuanto no tuviera que ver con el contenido literal de sus programas ministeriales.
Tras reflexionar, decidimos dar un enfoque radicalmente distinto. No partir frontalmente de lo religioso, sino de la pedagógico. Que podría así la puerta a otros muchos profesores que en principio no tendrían inquietud de tipo religioso.
Y fue así como decidimos crear un grupo de trabajo sobre el tema de La Montaña. Su objetivo era multidisciplinar. Profesores de distintos niveles y materias que pudieran reunirse y trabajar didácticamente (desde su campo de conocimiento) en ese ámbito de la montaña.
De la noche a la mañana, quizás por el interés por poseer un material que después podrían utilizar en las aulas, fueron surgiendo grupos de profesores afines. Santiago dirigía el grupo de Literatura, yo en de Física y Química, pero otros compañeros de áreas diversas (a los que invitábamos) fueron incorporándose. Recuerdo, entre otros, en el de Ciencias Naturales, quien llegaría a ser años después Consejero de Educación del gobierno de Navarra.
A aquel primer trabajo se sucedieron otros como El río, La ciudad o Los bosques. Y al irse sumando profesores fuera del entorno de Pamplona decidimos dar comienzo a una nueva actividad: las excursiones pedagógicas. Un sábado, y en autobús, nos desplazábamos hacia un enclave previamente elegido; Fitero, Roncesvalles, Estella, Nájera o Soria fueron, entre otros muchos, lugares visitados. Ya en el viaje íbamos de vez en cuando tomando el micrófono alguno de nosotros y dábamos a conocer detalles interesantes del recorrido. Y, por supuesto, en el lugar de destino nos extendíamos en aportar curiosidades del más amplio espectro sobre el entorno: Arte, historia, literatura, geología, ciencias, etc. Todo ello era recopilado en un cuadernillo que se entrega a cada uno de los participantes en el momento de iniciar el recorrido.
Comida en restaurante, sobremesa distendida, y regreso a Pamplona. Curioso. En uno de esos viajes de regreso, una profesora espontáneamente sugirió realizar el rezo del Rosario. Nadie se opuso. Y así se hizo en cada una de las excursiones restantes. ¡Nuestro proyecto, que empezó con motivaciones pedagógicas, acababa asentándose sin estridencias en cimientos religiosos!
Llegaba, pues el momento de dar forma a todo aquello. Y se formalizaron los Estatutos de la asociación escuela pedagógica Amado Alonso. Hasta el nombre de Amado Alonso fue escogido acertadamente, pues este filólogo, lingüista y crítico literario era navarro de principios católicos y sin connotaciones políticas. Creada la Asociación, llegó a contar con más de cien socios.
Poco después se crearon en España los Centros de Apoyo al profesorado. Entendimos que podía ser un ente clave para desarrollar cursos y actividades que efectivamente estuviera orientado a la formación pedagógica impidiendo ser instrumento con derivas de politización. De modo que Amado Alonso presentó su candidatura encabezada por Santiago Arellano y cuantos consejeros se precisaban. Arrasamos en las votaciones al efecto y durante años estuvimos dirigiendo el timón de aquella nave privilegiada.
Y por si aquello no fuera suficiente, el Diario de Navarra, periódico de ámbito regional, ofreció a nuestra Asociación en 1988 la posibilidad de colaborar con dos hojas semanales que se publicaría junto con el diario. Aceptamos el reto y durante veinte años fuimos manteniendo el denominado Diario escolar, en el que fuimos desarrollando (siempre en forma interdisciplinar) temas de interés para el profesorado. De gama tan amplia como Las tutorías, Mozart, Tolerancia, Fe y alegría, Mio Cid, Puente la Reina, Martín de Azpilcueta o Los carnavales.
Santiago Arellano fue sin duda no solo el promotor de esta Asociación, sino el alma e impulsor incondicional de la misma. Vivió y procuró que hiciéramos vida lo que acertadamente escribió en el preámbulo de los Estatutos de nuestra Asociación:
El sujeto de la educación es el alumno. El profesor, un auxiliar que propicia su desarrolle personal. El fundamento de la educación es la Libertad. El contenido, la naturaleza humana en cuanto perfectible tanto en lo corporal como en lo espiritual. Todo en el hombre es perfeccionable. El ideal: «Una mente sana en un cuerpo sano». La educación ha de posibilitar el desarrollo integral, armónico y coherente de lo que en germen se encuentra en cada persona. Nadie tiene derecho a manipular la naturaleza humana impidiendo u obstaculizando la peculiaridad que cada persona encierra.
La educación se apoya en el conocimiento de todas las Ciencias del hombre. Pero no se reduce a aplicar unas técnicas. La educación es un arte. El método no hace por sí mismo eficaz al profesor; el profesor transforma en bueno o no al método.
El clima de la educación es el amor. Sólo enseña quien crea confianza y estima mutua. El diálogo personal y el contacto directo con el alumno será el medio habitual de relación y comunicación entre todos.