¿Qué hace aquí Don Quijote?
Una aproximación a su lectura
SANTIAGO ARELLANO HERNÁNDEZ
1. DON QUIJOTE, UN HÉROE PARA TIEMPOS DE ADVERSIDAD
Si no llevarais una causa tan noble en vuestras manos como la que cada día os proponéis sacar adelante en vuestras aulas, como simples profesores, pero aún más como profesores de Religión Católica, no sé si me hubiera atrevido a proponeros que hoy, sí, hoy, después de más y menos cuatrocientos años de su publicación, no existe otro libro más adecuado para remediar vuestros desalientos y desmoralizaciones que la lectura atenta de Don Quijote de la Mancha.
Admirar al héroe que entre mil dificultades y no menos costosos sacrificios y esfuerzos sale victorioso de sus terribles enemigos parece comprensible; pero proponeros a un héroe que en muy contadas excepciones sale airoso, parece un tanto fuera de razón y prudencia. Sí, sí, alguna vez sale airoso, como cuando vence al Caballero del Bosque, o cuando temerariamente, manda librar al león enjaulado, con comprensible pavor de los asistentes; mientras él permanece impávido ante tan peligrosa fiera y tanto que el león prefiere regresar a la jaula antes que habérselas con tan temible guerrero. Pero el honroso título de “El caballero de los Leones” le duró poco. La imagen dominante de nuestro Caballero le otorga como título propio, ganado en las aventuras de cada día el de “Caballero de la Triste Figura”, apaleado, apedreado, derribado una y mil veces, molido, pisoteado, besado el polvo en las derrotas, deshecho y contrahecho hasta darlo por muerto. ¿Y este es el remedio que, como bálsamo de Fierabrás, os traigo para vuestras aventuras?
Es un hecho cierto que por más que lo endulcemos de comicidad y lo animemos en dibujos infantiles, los niños no pueden comprender que una persona tan buena salga siempre derrotada y malparada. Don Quijote no es un héroe para niños. Don Quijote es el héroe de las personas maduradas, no por la edad; sino de aquellas que en el ajetreo de la vida han comprendido que mantenerse en pie fieles a un ideal entre tantos vaivenes y vientos contrarios, exige una heroicidad mayor, que el de los aplausos interesados y coreados por el vano dedo de la opinión, cuando uno se va al hilo de la gente. Don Quijote sabe que sus contratiempos son los inherentes a su condición de buen Caballero, claro que achacables, en gran parte, a la caterva de encantadores que por causa de la envidia le acorralan y persiguen.
Cada vez me despierta su lectura más un sentimiento de admiración y un sentimiento de melancolía. Es un héroe profético, para personas y tiempos en que parece imposible mantener un ideal, aquellos en que una tristeza espiritual propicia el desaliento generalizado.
Pero no es menos cierto que a quien le entra hasta tocar el alma, es una obra que nunca se le separa de sus inquietudes. Me ha acompañado a lo largo de mis días y, oh prodigio, siempre se ha acomodado a mis devaneos. Una anécdota muy simple. No sé por qué siempre creía que para ser “un quijote” uno tenía que ser un joven en la edad de las ilusiones. Cuando yo cumplí los cincuenta, caí en la cuenta de que nuestro caballero inició su aventura cuando “frisaba los cincuenta”. Ser un Quijote no es una cuestión de edad, sino un estado de ánimo. Siempre está uno a tiempo de ser un Quijote.
También es un hecho que no habrá otra obra más alabada y que menos personas lleguen a leerla íntegramente. Como me decían mis alumnos es que es un poco aburrida, todas las aventuras parecen semejantes y cosas así. Yo me disgustaba y hasta llegué a echarle la culpa a mi buen amigo Don Miguel de Cervantes. No porque es el autor, sino porque como genial narrador le gusta marear la perdiz y dar pistas falsas al lector.
La primera impresión es la de que nos encontramos con un héroe rematadamente loco, de los de encerrar. Cómo va aceptar uno que tras la ceremonia de armarse caballero en la venta que confundió con un castillo y al ventero con el alcaide, y a las “dos mujeres mozas, que estaban acaso a la puerta de estas que llaman del partido, con dos damas” pudiera considerarse un caballero. Que se lo pregunten al arriero que se acercó al pozo para abrevar a su ganado y le abrió la cabeza. Ni el autor se lo creyó que a la primera parte la tituló “El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha y sólo cuando salió a la luz la segunda parte corrigió el título y lo llamó “Del ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha”. ¿Podremos tomarnos en serio a un personaje que confunde molinos de viento con gigantes, o rebaños de ovejas con ejércitos enemigos?
Los contemporáneos la consideraron una obra para hacer reír, ni a hombre más loco que a Don Miguel de Cervantes, como murmuraba Lope de Vega. Era una novela cómica. Los románticos empezaron a descubrir algo más que un loco y comenzó a valorarse como la encarnación del hombre idealista y bueno de todos los tiempos. Desde luego el prototipo de español, espero que no por sus locuras.
Sólo quien le coge cariño, hasta sentir ternura, lee con atención y avidez todo lo que de él se cuenta, desde los detalles insignificantes, a las aventuras más descomunales y asombrosas. Tienes que verlo como un hijo y aún más, como miro y escucho a mis nietos.