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Maestro desde la vida

Bienvenido Gazapo

Mi querido Santiago:

Me piden que escriba sobre tu persona y la educación, aspectos inseparables en tu vida, como tú afirmabas:

«Hablo, pues, como profesor de Literatura que ha dedicado su vida a enseñar a los adolescentes y jóvenes, convencido de que la literatura y el arte en general, no son una vana distracción contra el tedio, sino otro modo de llegar a conocer el alma humana: nuestras pasiones, nuestras desazones, nostalgias, entusiasmos y lamentos. Es una ventana abierta a la vida, una atalaya privilegiada desde donde podemos conocernos mejor, deslindar aciertos y errores individuales y colectivos, para llenarnos de esperanza, para llegar a ser más libres» [«La educación, tormento y éxtasis». Equipo pedagógico Ágora. Sección «Saber mirar».].

Yo doy fe de esto recordando las lecciones de vida que nos diste y que he procurado transmitir a los jóvenes.

Contigo aprendí la «filosofía» de la vida de la modernidad, al hablarnos de La Celestina [La Celestina es el nombre popular de la Tragicomedia de Calisto y Melibea, atribuida a Fernando de Rojas, redactada hacia finales del siglo XV.]. Tenías predilección por la conversación entre esta y Pármeno, a quien intenta corromper moralmente. Este le dice:

―Celestina, todo tremo (temo) de oírte […]. Riqueza deseo […], pero quien torpemente sube a lo alto, más aína (rápido) caye (cae) que subió. No quería bienes mal ganados.

La vieja alcahueta le responde:

―Yo sí. A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo.

Sor Isabel Guerra: Sin otra luz ni guía sino la que en el corazón ardía.

Nos hacías reflexionar sobre ese eslogan de Celestina que parece ser el de nuestro mundo occidental: «De cualquier forma («a tuerto o a derecho») lo mío por delante, caiga quien caiga». En realidad, es la eterna tentación de la codicia.

Contigo aprendí la caballerosidad de don Quijote, tu personaje preferido (en realidad tú fuiste un caballero andante), cuando nos comentabas el episodio vivido con el Caballero de la Blanca Luna (que no era otro que su paisano Sansón Carrasco, empeñado en hacerle volver a casa) en la playa de Barcelona. Disfrazado de caballero, retó a don Quijote a un combate, advirtiéndole que su dama era más bella que Dulcinea. Si este fuera derrotado, deberá aceptar que la dama del caballero de la Blanca Luna es más bella que Dulcinea y deberá abandonar las armas y volver a casa. Don Quijote aceptó el reto. El choque de ambos caballeros se produjo y don Quijote terminó en el suelo. Entonces, el Caballero de la Blanca Luna se le acercó y poniendo su lanza en la visera del vencido le advirtió:

―Vencido sois, caballero, y aun muerto, si no confesáis las condiciones de nuestro desafío.

Don Quijote, humillado, proclamó:

―Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra.

Y tú sacabas las consecuencias de esta afirmación de don Quijote: «Nunca nuestras flaquezas pueden ir en detrimento de la verdad». Don Quijote deja de cumplir las reglas del caballero andante, pero se transforma en el caballero de la verdad. Con sola la frase «y no es bien que mi flaqueza defraude la verdad» se alza en paradigma de humanidad y señorío. Por algo será por lo que Don Quijote es nuestra obra universal».

Contigo aprendí, aquella lección que nos diste sobre la actitud del hombre ante la muerte que tantas veces recuerdo. Jugabas con tres grandes poetas: Antonio Machado, Jorge Manrique y san Juan de la Cruz.

Antonio Machado, educado en la concepción laicista de la Institución Libre de Enseñanza, llegó a Soria a sus 32 años como profesor de francés. En la pensión donde se alojaba conoció a Leonor, la hija mayor de los dueños. Se enamoró de ella a pesar de la diferencia de edad (Leonor tenía 13 años) y se casaron. Tres años después, falleció Leonor. En esta desgarradora situación interior, escribió varios poemas rebosantes de dolor. En uno de ellos nos descubre al hombre roto interiormente, rebelándose contra la voluntad de un Dios en el que cree, pero al que no acepta como padre. Una situación que puede ser también la nuestra:

«Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar» [Campos de Castilla, CXIX, 24.].

Jorge Manrique vivió en la segunda mitad del siglo XV. Escribió las inmortales Coplas a la muerte de su padre elogiando las virtudes de don Rodrigo Manrique, gran maestre de la Orden de Santiago y miembro de una de las más poderosas familias nobiliarias de Castilla. Pero en ese elogio, el poeta nos desvela el fondo profundamente cristiano de su padre que, siendo un hombre de mundo, aceptó rendir a Dios la fortaleza de su vida con resignación cristiana. Nos hacías una llamada a cada uno de nosotros:

«Y consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera,
es locura» [Coplas…. XXXVIII.].

San Juan de la Cruz vivió en la segunda mitad del siglo XVI. Nos decías de él que es el mayor poeta del Renacimiento español. Nos citabas aquellos versos de la Noche oscura:

«Quedeme y olvideme,
el rostro recliné sobre el amado,
cesó todo, y dejeme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado».

Nos explicabas lo que es una persona que se ha identificado con Dios de tal forma que no se «resiste» ni «consiente» en morir, sino que, tras la purificación de una vida ofrecida a Dios, día a día, la muerte es un encuentro… Y al vernos dudar, nos hacías una llamada a la confianza en el Corazón de Cristo.

Termino sin terminar, citándote de nuevo:

«Estamos necesitados de verdaderos maestros. El mayor don que nos puede acontecer en esta vida es encontrar un maestro que por encima de «la tecné» nos introduzca en las claves de sentido de la existencia, nos ponga en dirección de la sabiduría. Eso ha sido para mi la vida de docente» [Ídem.].

Me enseñaste a vivir desde la vida y con tu vida, que fue toda una lección, sencillamente magistral.

Gracias, amigo.


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