Saber mirar
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Lectura del Cantar de Mío Cid

Una visión práctica del Poema para nuestros días, 800 años después

Recuperar la honra pública y la libertad política en su Patria.

Metodológicamente es una fuente de luz poner en relación obras del pasado con las del presente. Te ayuda a comprender mejor el pasa- do y el presente. Las obras literarias no son productos inertes. Poseen el resorte de acomodar su complejidad a la mirada de quien las contempla o lee. Reflejan su tiempo y te ayudan a comprender el tuyo.

Os voy a poner un ejemplo. Si profundizamos en el conocimiento del héroe del Cantar de Mío Cid, protagonista de sus gestas o hazañas, y lo comparamos con Pedro, protagonista de la novela Tiempo de Silencio de Luis Martín Santos, y prototipo del «héroe» (antihéroe) desorientado y solitario de la novela contemporánea, inevitablemente nos preguntaremos por lo ocurrido a la sociedad de los tiempos modernos y contemporáneos y nos sentiremos impelidos a buscar en la historia y en el pensamiento la transformación que ha experimentado la sociedad.

Recuperar la honra familiar: El robledo de Corpes y los infantes de Carrión.

El Cid, personaje literario, sabe lo que quiere y, por adversos que sean contratiempos, calamidades o situaciones trágicas, tiene claro lo que en cada momento ha de hacer. Pedro también sabe lo que quiere, pero nadie le ha enseñado a adoptar y aplicar las medidas que cada situación demanda, carece de una voluntad que saque adelante lo que tiene que hacer. ¿Qué ocurriría si un individualismo egocéntrico aniquilase el sentido de pertenecer a una misma comunidad, de que cada ser humano, hombre y mujer, fuese cada uno a lo suyo, sin lazos de familia, fraternidad, amistad, ni bien común sino interés propio, aun en el amor?

Comparemos, por ejemplo, las decisiones que toman Hamlet y el Cid ante dos circunstancias paralelas. Hamlet, personaje de la tragedia de Williams Shakespeare, opta por la venganza para castigar el fratricidio de Claudio, rey de Dinamarca, y la ofensa de Gertrudis, su madre, por haberse casado, contra norma y costumbre, con su cuñado, asesino además de su primer esposo, padre del príncipe. Las consecuencias serán terribles: destruye el amor de Ofelia y entrega la patria a Fontibrás, enemigo de la nación, quien por derecho heredará la corona, por la muerte de todos, incluido el príncipe de Dinamarca.

No menos grave es la injuria recibida por el Cid, precisamente en el momento en que era el más poderoso en armas de España. Puede exterminar con la fuerza a los Infantes de Carrión, que han intentado asesinar a sus hijas en el robledal de Corpes, e incluso pasar por las armas al reino de León. Pero el Cid desdeña el camino de la venganza personal y acude al rey de Castilla para que, por vía de la justicia, restaure la honra perdida y castigue a los culpables.

Estoy convencido de que la historia literaria forma en España un todo como el curso de un río, con aguas claras que tienen su porqué y con aguas turbias que también lo tienen; con aguas caudalosas y con aguas cenagosas y estancadas, unas y otras siempre como consecuencia.

El proceso creativo refleja, en el curso del tiempo, dos modelos antropológicos en contienda, dos civilizaciones contrapuestas: la nacida de la aplicación de la fe cristiana a la vida hasta convertirse en una civilización coherente y fecunda; y la que pretende construir un mundo feliz, inmanente o de tejas abajo y autosuficiente, que ofrece ilusorias promesas y acaba, en un lento proceso ya de siglos, recogiendo frutos amargos de desesperación, soledad y sinsentido.

La literatura –espejo de la vida– nos refleja esta contienda, funda- mentalmente en las consecuencias existenciales que definen al hombre que llamamos moderno. Paradójicamente, el hombre liberado de ta- búes, de trabas morales, religiosas, sociales, en vez de haber encontrado un lugar ameno donde desarrollar su existencia a la medida de su voluntad, se ha considerado aherrojado a un mundo inhóspito, extranjero en la tierra de promisión, extraño como un apestado y desterrado en un valle de lágrimas sin salida ni esperanza. Ocurre lo mismo en el resto de las Artes.

La historia es una opción de libertad. No es admisible que el acontecimiento humano se contemple como un proceso ineludible, frente al cual cada persona y cada tiempo, como si de una riada se tratase, solo pudiera sortear males mayores. Toda elección en el tiempo, individual o colectiva, no carece de responsabilidad y sus consecuencias se perciben y desarrollan en un proceso previsible. Un modelo antropológico construye un modelo de sociedad y hasta un modelo de civilización. Su contrario, un modelo opuesto al anterior. Ningún determinismo es admisible, ni el proceso del desarrollo progresivo marxista, ni el cíclico o circular (Arnold J. Toynbee). Ambos niegan la libertad del hombre. La literatura refleja el acontecimiento humano. Todo pudo haber sucedido de otra manera. La providencia de Dios está presente en el curso de la historia. Y sabemos que, hasta con renglones torcidos, Dios escribe recto.


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