GONZALO DE BERCEO:
MILAGROS DE NUESTRA SEÑORA
Yo maestro Gonzalvo de Berçeo nonnado
Iendo en romeria caeçi en un prado
Verde e bien sençido, de flores bien poblado,
Logar cobdiçiaduero pora omne cansado.
Daban olor sobeio las flores bien olientes,
Refrescaban en omne las caras e las mientes,
Manaban cada canto fuentes claras corrientes
En verano bien frias, en yvierno calientes.
Avie hy grant abondo de buenas arboledas,
Milgranos e figueras, peros e manzanedas,
E muchas otras fructas de diversas monedas;
Mas non avie ningunas podridas nin açedas.
La verdura del prado, la olor de las flores,
Las sombras de los arboles de temprados sabores
Refrescaronme todo, e prdi los sudores:
Podrie vevir el omne con aquellos olores.
Nunca trobé en sieglo logar tan deleitoso,
Nin sombra tan temprada, nin olor tan sabroso,
Descargué mi ropiella por iaçer mas viçioso,
Poseme a la sombra de un arbor fermoso.
Yaçiendo a la sombra perdi todos cuidados,
Odi sonos de aves dulçes e modulados:
Nunca udieron omnes organos mas temprados,
Nin que formar pudiessen sones mas acordados.
Es magnífico cantar a María de la mano de Gonzalo de Berceo, nuestro primer poeta de nombre conocido con certeza. Él lo hizo en aquella lengua todavía juvenil y vacilante que acabaría configurándose, sobre todo a partir del asombroso siglo XVI, en la lengua castellana y española por antonomasia. Dejo las grafías medievales y el vocabulario y sintaxis sin darles una versión modernizada. Nuestra lengua es fruto de una esforzada historia legada por las generaciones que nos precedieron. Oyendo este lenguaje inicial y leyéndolo siento la misma emoción que al contemplar una fotografía de mi infancia.
El fragmento es uno de los más conocidos, con razón incluido en la mayoría de las antologías. Aparece en el inicio de su libro “Los milagros de Nuestra Señora”. En él se narran con candorosa sencillez cincuenta milagros de la Virgen recogidos en textos latinos conocidos por los clérigos. Joya literaria y joya del amor y veneración profesados a María en todos los tiempos, bendita entre las mujeres.
A primera vista nos encontramos con la descripción de un lugar hermosísimo, lugar ameno, “Logar cobdiçiaduero pora omne cansado”. Berceo, en primera persona, nos cuenta cómo yendo en romería se encontraron en un prado verde, oloroso, con la frescura de cuatro caudalosas fuentes, una en cada esquina, abundante en variados árboles y en el que se escuchaban armoniosos cantos de todo tipo de aves. Allí se despojó de su ropa y a la par que reparaba cansancios y refrescaba sudores, tendido plácidamente a la sombra podía escuchar los más variados y dulces sones. Una descripción realista, pensaríamos, en la que podemos recrearnos con los cinco sentidos. El olfato, el tacto y hasta el gusto, no sólo la vista y el oído. Tan creíble como esas “ropiellas” con que señala el atuendo del buen romero. “Descargué mi ropiella por iaçer mas viçioso. ”.
Sin embargo, Berceo, con el cuidado y finura de un relojero, trata didácticamente de encajar cada una de las piezas con un segundo sentido más profundo y hermoso. ¿Qué prado más ameno puede existir para cualquier viandante o romero en esta vida que el de Nuestra Señora la Virgen María, consuelo de los afligidos y alivio del hombre cansado? Todas las sensaciones percibidas por los sentidos son tenue sombra de las delicias que esta Madre de Dios y Madre de todos los hombres proporciona a quienes a ella se acercan. Unas estrofas más adelante nos desvela el sentido. Los cuatro evangelios, los santos padres, las almas enamoradas de María son los elementos reales del lugar ameno. Estamos ante la técnica literaria de la alegoría. Para un hombre medieval, mucho más que la sucesión de metáforas continuadas. La alegoría es un modo de entender nuestra existencia. Es una concepción de la vida que sabe buscar un sentido oculto sobre el ofrecido por los sentidos, no sólo en las obras literarias, sino en todo acontecer cotidiano. Todo sucede en presencia de un Dios Padre providente.
Ojalá que cada uno de nosotros nos gocemos como Berceo: “Poseme a la sombra de un arbor hermoso. Yaçiendo a la sombra perdi todos cuidados”. Cualquiera se hubiera olvidado de todas sus preocupaciones.