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Equívocos, alcance y sentido de la libertad

ANDRÉS JIMÉNEZ

INTRODUCCIÓN

Nos hallamos en 1793, en plena Revolución Francesa. Marie-Jeanne Roland de la Platière, era esposa de Jean Marie Roland, destacado rebelde de tendencia girondina. Madame Roland tuvo una importante participación en aquel París revolucionario.

Ha pasado un tiempo, y al imponerse la tendencia jacobina -el grupo extremista que por ejemplo decidió la muerte del rey Luis XVI- Madame Roland denunció incansablemente los abusos del régimen del Terror. Como respuesta a sus manifestaciones contrarias a las injusticias cometidas, Marie-Jeanne fue condenada a morir en la guillotina.

Dicen que mientras iba camino a la muerte y era golpeada e insultada, pronunció una frase que la haría famosa: "¡Oh Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!".

Estamos sin dudad ante uno de los temas nucleares sobre los que merece la pena reflexionar para comprendernos a nosotros mismos y, sencillamente, para vivir.

* * * *

Una de las evidencias más notables que nos ofrece la historia humana, frente al curso vital de las demás especies animales, es su fecundidad cultural. En la historia, en el transcurso de los acontecimientos huma­nos, se observa una capacidad de innovación singular, acumulativa y original. La historia es una aportación de novedades.

La especie humana no se ha limitado a una adaptación forzosa al medio ambiente. Ha sabido contar con una realidad objetiva, medirse con ella y asumirla, hasta llegar a transformarla. El ser humano se reconoce por su capacidad para contar con la naturaleza de las cosas y trascenderla sin traicionarla.

Esa capacidad implica que la especie humana, como ya dijimos, no marca a sus miembros pautas fijas e innatas de conducta, sino que ofrece un amplio margen para la auto­determinación de cada uno de los individuos. Decía Gracián, entre otros, que visto un león, vistos todos; pero visto un hombre solo se ve un hombre, y además mal.

Pues bien, esa capacidad que encontramos en el ser humano de disponer radicalmente de sí mismo por medio de sus acciones es lo que conocemos con el nombre de libertad. Abilio de Gregorio la define como la capacidad de autodeterminación consciente; en ella, ciertamente, entran en juego la inteligencia y la voluntad, las dos facultades superiores en las que conssite la racionalidad humana.

La libertad es la propiedad más característica y esencial de la voluntad. En ella se pone de manifiesto el protagonismo del ser humano acerca de la configuración de su biografía, de su vida personal. Consiste, decimos, en poder elegir, en poder disponer de uno mismo por medio de las propias acciones. En la libertad se manifiesta de modo muy nítido lo que significa ser persona, ser alguien.

La libertad supone autodominio, autodeterminación; y también responsabilidad. No es una capacidad ilimitada, sino que ha de desenvolverse entre condiciones que vienen dadas a nuestra voluntad, e incluso por las creadas por nuestras decisiones previas (ya que el actuar libre provoca consecuencias a las que luego es preciso atenerse).

Por otra parte, la libertad forma parte del modo constitutivo de ser del hombre, es decir de la naturaleza humana, y ha de contar con ella. El que esta naturaleza humana sea una naturaleza “abierta”, en virtud de su racionalidad, no implica que el hombre pueda disponer de sí mismo como si no fuera humano. Pretenderlo (comportarse de modo que no es propio de la naturaleza humana) puede llevarle al desequilibrio o incluso a la destrucción.

No es que el ser humano carezca de determinaciones en su obrar. La libertad humana actúa entre determina­ciones que son su límite, pero de ellas puede también servirse para trazar un camino inédito y fecundo. Es el caso, por ejemplo, de las leyes de la aerodinámica, en las que se cumple la humana paradoja: impiden que el hombre vuele y a la vez lo hacen posible. Aunque esas determinaciones contribuyen a confirmar mi vida, lo mas propio de ella no es previsible a partir de tales coordenadas.

Todo acto libre, decisión o elección, ha de contar con factores condicionantes externos e internos. Pero sólo tiene lugar como fruto y efecto de una determinación personal, emanada de la iniciativa del sujeto, que es su causa. Soy yo quien me deter­mino a mí mismo a tomar postura y actuar. La iniciativa parte de mí, soy dueño de mis propio actos y puedo responder de ellos.

La libertad es la autonomía en el propio obrar e implica una forma de autoposesión; y solo un ser que se posee a sí mismo puede disponer de sí e incluso darse a sí mismo.

Pero vayamos por partes.


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