Pedro Calderón de la Barca
Segismundo vence al Destino por un acto consciente de la libertad: Basilio, el padre, derrotado y postrado a los pies del Príncipe, es alzado por el hijo y reconocido como Rey.
Semiramis, por su parte, también en un acto consciente y libre, decide cumplir el destino, aunque acaree la destrucción y la muerte.
BASILIO: Yo, acudiendo a mis estudios,
en ellos y en todo miro
que Segismundo sería
el hombre más atrevido,
el príncipe más cruel
y el monarca más impío,
por quien su reino vendría
a ser parcial y diviso,
escuela de las traiciones
y academia de los vicios;
y él, de su furor llevado,
entre asombros y delitos,
había de poner en mí
las plantas, y yo, rendido,
a sus pies me había de ver
-¡con qué congoja lo digo!-
siendo alfombra de sus plantas
las canas del rostro mío.?
Calderón, con un rigor y una precisión de fina relojería, mueve los hilos que la componen en torno a Segismundo y mantiene hasta el final la intriga sobre la idea dominante. ¿Puede el hombre vencer el destino establecido por los astros o, por el contrario, somos simples marionetas en manos del destino? Nos plantea el tema de la libertad.
El lamento del protagonista, el ¡Ay mísero de mí. Ay infelice!, encadenado y encerrado en un torreón inasequible, muestra el grado más primario de la libertad, poder movernos sin trabas.
Libre de cadenas aparece Segismundo en la corte. Pero el Príncipe heredero sigue encadenado, ahora psicológicamente. Sin nada ni nadie que las reprima, sus pasiones dominantes impulsan ciegamente el obrar del protagonista y nada menos que la ira y la lujuria, aquellas que lo arrastrarían al cumplimiento de su destino.
Basilio, su padre, como leemos en el fragmento ofrecido, ha descubierto que el sino de su hijo era ser un hombre cruel, impío con sus padres y tirano para su pueblo. No lo dudó: debía recluirlo en secreto en una torre o cárcel inaccesible para evitar los males anunciados contra él y su reino. Ya mayor, le surgen unas dudas: quizás por ser justo con su pueblo, había sido injusto con su hijo.
Adopta entonces una tan ingeniosa estratagema como peligrosa. Mediante una pócima lo llevarán dormido de la torre a la corte y por el mismo procedimiento regresará a las cadenas, si en su obrar confirma lo que anunciaban los astros. Ya no será la cárcel una decisión arbitraria sino un castigo.
Paradójicamente su deseo de justicia ha desencadenado el cumplimiento del destino. Para Basilio: el destino se impone a la libertad. El populacho, al enterarse de que existe el heredero legítimo, asalta la torre, libera a Segismundo, se entabla una batalla y todo anuncia que el padre, derrotado, someterá su cerviz y sus canas al vencedor. Tal como los astros lo predijeron.
Pero la ingeniosa argucia vino a propiciar que en el impetuoso Segismundo fuese madurando y asentándose una concepción de la vida que se iba a convertir en clave de sentido. ¿Será la vida un sueño, una sombra, una ficción?
La reflexión sustituye al frenesí de una acción impulsiva y desordenada. A partir de este momento Segismundo es responsable de la opción que elija. No es el impulso ciego de la naturaleza llamada ?astros o destino? sino la libertad consciente la que interviene. Segismundo vence al destino en el momento en que se plantea una meta y opta por un camino. Segismundo ha hecho triunfar la libertad cuando elige entre dos opciones contrarias. La libertad surge, como en todo ser humano, cuando se plantea un para qué.
Que la vida sea o no apariencia o sueño no supone haber encontrado la respuesta al modo mejor de vivir. Sigue en pie la duda: ¿qué debo hacer? o ¿qué camino seguir? Se hace necesaria la elección. Si el vivir sólo es soñar ¿no será lo pertinente ?gozar de la ocasión? y ?atreverse a todo?? O por el contrario ¿será mejor ?aspirar a lo eterno? y dedicarse a ?ganar amigos para cuando despertemos??.
Elevemos la fábula a categoría universal. Todo ser humano viene como Segismundo marcado por unos ?astros? que se llaman naturaleza, historia y o tan solo libertad como pretenden algunos discípulos de Sartre. Antiguamente se distinguía entre el temperamento dado y el carácter adquirido; entre las pasiones dominantes insertas en cada persona y las virtudes que en positivo las encauzaban; se sabía que lo fácil es ?irse al hilo de la gente? frente al arduo camino de quien va contra corriente. Educar no es otra cosa que ayudar a salir airoso en este combate.
Nuestro tiempo es contradictorio. No reconoce límites a la bondad de la naturaleza y luego se escandaliza de que nuestros adolescentes sean imposibles o hagan imposible la vida escolar o familiar, etc. Somos optimistas en el camino y nos echamos las manos a la cabeza en el momento de la llegada. Basilio al menos es más consecuente: como ?conoce? que su hijo es de ?mala pasta? no duda en suprimirle la libertad. Lo recluye en la torre. Su educación se reduce a represión sin sentido, a palo y tente tieso. Nuestro momento educativo permisivo y poco exigente está tentado de imitar a Basilio, como reacción y remedio a un descontrol. Es la historia de la educación moderna. Cuando se olvida la verdadera naturaleza humana, todo roussoniano termina siendo jansenista. Ignoran la doctrina del pecado original: somos un anhelo inconmensurable de bien, que se estrella contra la facilidad que tenemos para hacer lo contrario. La educación verdadera conoce los anhelos, pero habilita al aprendiz, le da resortes para poder llevarlos a término, cree en la libertad pero cultiva la responsabilidad.
Mucho se parece a nuestra sociedad la ligereza con que el sabio Basilio decide llevar a la Corte a Segismundo, sin más criterio que la esperanza de que en su actuar contradiga magnánimamente el destino y se comporte cuerdamente. No es justa ni prudente esta decisión. ¿Qué cabía esperar de una persona que ha crecido entre las fieras, ha sido educado por las fieras y sobre todo por los sermones de su carcelero?.
Es aleccionador comparar a Segismundo con nuestros jóvenes y adolescentes. Estableced una semejanza entre la ?corte? de Segismundo y la noche del botellón o las juergas descontroladas de la juventud los fines de semana. Da lo mismo que provenga de la torre jansenista o del relajo roussoniano. Unos y otros están esperando su hora, como evasión, aventura o rebeldía contra lo establecido. Se entregan a la noche, dejándose llevar por todo tipo de pulsiones descontroladas y aunque regresen, una vez tras otra, hastiados, mantienen la esperanza de que quizás en la próxima ocasión encuentren respuesta a sus confusas ilusiones. Pero ¿quién les ha ofrecido claves de sentido?
Segismundo sí encontró claves de vida en medio de la noche. Por eso Segismundo venció al destino. Triunfó la libertad. Dios se lo conceda a nuestros descendientes.
SEGISMUNDO: Corte ilustre de Polonia,
……………………….
Lo que está determinado
del cielo,
…………..
nunca miente, nunca engaña,
porque quien miente y engaña
es quien, para usar mal dellas,
las penetra y las alcanza.
Mi padre, que está presente,
por excusarse a la saña
de mi condición, me hizo
un bruto, una fiera humana;
de suerte que, cuando yo
por mi nobleza gallarda,
por mi sangre generosa,
por mi condición bizarra,
hubiera nacido dócil
y humilde, sólo bastara
tal género de vivir,
tal linaje de crianza,
a hacer fieras mis costumbres.
¡Qué buen modo de estorbarlas!........
la fortuna no se vence
con injusticia y venganza,
porque antes se incita más.
Y así, quien vencer aguarda
a su fortuna, ha de ser
con prudencia y con templanza.
No antes de venir el daño
se reserva ni se guarda
quien le previene; que aunque
puede humilde (cosa es clara)
reservarse dél, no es
sino después que se halla
en la ocasión, porque aquesta
no hay camino de estorbarla……
Sentencia del cielo fue;
por más que quiso estorbarla
él no pudo, ¿y podré yo
que soy menor en las canas,
en el valor y en la ciencia
vencerla? Señor, levanta,
dame tu mano; que ya
que el cielo te desengaña
de que has errado en el modo
de vencerle, humilde aguarda
mi cuello a que tú te vengues;
rendido estoy a tus plantas.
Este fragmento, final de La vida es sueño de Calderón de la Barca, no es de los conocidos. Sin embargo cierra la trama de la obra y se convierte en el desenlace triunfal de la tesis del drama. Es sabido que la obra de Calderón sustenta la doctrina católica sobre la libertad. Segismundo, príncipe heredero, presagiado de destinos malévolos y adversos, gracias a descubrir a tiempo el sentido de la vida, se convierte en el ser capaz de vencer su destino, de domeñar y poner en orden una naturaleza de la que augurios, indicios y signos presagiaban un obrar irremediable. Quien quiera saber en qué consiste la libertad, tiene que leer atentamente este drama. No conozco otra obra tan compleja y tan clara.
Ningún ser humano nace libre de una naturaleza rebelde y que al menos en algún aspecto de su persona no tenga que reconducirla al bien. Todos los signos, en Segismundo, anuncian que va a ser un torbellino de violencia y crueldad y para colmo lo manifiesta en el mismo momento de nacer. La madre muere en el parto. Como con Edipo, en las antiguas tragedias griegas, ¿se cumplirá el vaticinio de que humillará y le quitará el trono a su padre? La grandeza de los asuntos clásicos, por tremebundos que nos parezcan, es que fácilmente se pueden universalizar. Segismundo nace presagiado y destinado a dejarse dominar por una naturaleza violenta. La ira se manifiesta como su pasión dominante. Si triunfa, con ella se enseñorearán en su vivir y obrar todas las demás pasiones convertidas en vicios, lo mismo la soberbia que la lujuria. Qué más da que en cada uno de nosotros sea o la soberbia o la pereza o la gula o la envidia, que aunque no mediante señales celestes escritas o anunciadas prodigiosamente, se encontrarán como tendencias dominantes en nuestra naturaleza. Basilio es un padre y un rey prudente. Ha pedido información sobre el destino de su hijo y los entendidos, empezando por él mismo le han dicho lo que saben. Su hijo es violento y además ejercerá la violencia incluso contra sus padres. Como educadores el reto no puede ser más apasionante. La gran cuestión surge inmediatamente: O cada uno es como es y no tiene remedio; o cada naturaleza es un punto de partida que puede ser reconducida y llevada a su perfección. Los padres y los profesores sabemos que en esta segunda alternativa se encuentra la naturaleza y fin de la educación.
La primera tarea es conocer. No sirve el genérico: es humano luego tiene pasiones. El buen educador trata de conocer no sólo lo negativo, sino lo positivo de una personalidad pero lo más preciso posible. Bien entendido que ninguna pasión domeñada no sea fuente de poderosos caracteres para bien. Si conociéramos bien nuestros defectos y virtudes, tendríamos la mitad del camino recorrido.
Basilio es un sabio, pero en su concepción sobre las posibilidades de corregir la naturaleza comete un error lamentable. Segismundo es como es y no tiene remedio Ignora que lo que uno recibe como germen es destino, es también germen de libertad, qué prodigio, que puede cambiarlo. El fragmento es una acusación admirable contra quienes consideran que la educación consiste en poner cadenas y grilletes para dominar las pasiones. Segismundo denuncia los errores cometidos por su padre Basilio, pero enseña el camino de una verdadera educación.
La fortuna no se vence
con injusticia y venganza,
porque antes se incita más.
Y así, quien vencer aguarda
a su fortuna, ha de ser
con prudencia y con templanza.
Ser dueños de nosotros mismos es la gran hacienda que maestros y padres nos pueden legar. Las pasiones necesitan ser ahormadas. Pero nadie supera una pasión si no consigue un ideal superior para que esa misma pasión se transforme en virtud fecunda. El posible tirano Segismundo se transforma en garantía del honor y libertad de los demás. Los buenos educadores, padres y profesores, lo saben aunque no se hayan cruzado con Segismundo.