El neopaganismo romano frente a la civilización cristiana
¿En las grandes manifestaciones del arte ha desaparecido la inspiración cristiana? Estoy convencido de que el sentido actual de la belleza entronca más con la Roma del Imperio que con la Roma de la cristiandad. Uno constata que el arte se ha alejado de la Iglesia y ha puesto sus habilidades al servicio de una humanidad alejada de todo tipo de transcendencia. Creo que está imperando, victorioso, un sentido pagano de la vida. A contracorriente de las pasiones la civilización cristiana parece desmoronarse, entre ruinas espléndidas y geniales reacciones personales como la de Gaudí.
Con razón los últimos pontífices han abogado para que la Belleza y sus creadores vuelvan a los ámbitos de la fe como el espacio natural donde el arte puede llegar a alcanzar las cotas de lo sublime. De momento no ha tenido lugar, hablamos como tendencia general, el regreso a la casa del Padre. Tarde o temprano se volverán a juntar.
El proceso ha sido largo y viene de lejos. Podemos buscar sus raíces en el momento de la fractura de la Cristiandad, con la reforma luterana y el triunfo del subjetivismo en clave de dar prioridad al individuo sobre sus vínculos, familiares, sociales y religiosos. El momento central es el siglo XVIII cuando los escritores de la enciclopedia y de la ilustración declaran guerra a muerte (Recordemos a Voltaire) a Cristo y a su Iglesia.
A mí personalmente me gusta resaltar la fecha de 1775, cuando Ángello Braschi ascendió al solio pontificio con el nombre de Pío VI, en recuerdo de San Pío V a quien admiraba, pero que ante todo quiso emular a los menos ejemplares pontífices del renacimiento, no por sus costumbres –irreprochables- sino porque dio prioridad a su preocupación por el arte, más que a sus responsabilidades de tutela de la fe, creyendo que ante las actitudes de los nuevos europeos el arte seguiría despertando el respeto de los ciudadanos cultos y de los estudiosos del arte. Él creó el museo vaticano y recopiló multitud de obras perdidas.
Pero sirvió de poco su empeño y su esfuerzo. Como escribe Juan Plazaola “Roma iba a seguir siendo el centro de peregrinación de artistas y arquitectos, pero ahora no para conocer la Roma cristiana, sino la Roma arqueológica, la Roma de la antigua civilización, a la que se consideraba como fuente de la cultura europea”.
La paradoja de la historia es que con este pontífice, aristócrata, exquisito gozador del arte comienza la valoración espiritual del Papado cuando en el estado máximo de postración, abandonado, solo y prisionero por Cristo a mano de la Revolución Francesa muere en la Cárcel de Valence, Francia, y según escribió el funcionario de turno en el informe de defunción: “ha muerto el ciudadano Gianangelo Braschi, dicen que fue Papa, el último.” Estudiad esta página de la historia. Es admirable. Por fin parecía la Iglesia vencida. No más Iglesia católica. Y sin embargo, como ahora, La Iglesia continuó pujante en el mundo, siendo la voz más prestigiosa del Espíritu. Las puertas del infierno no prevalecerán.
El siglo XIX es impresionante. Parece haberse impuesto al fin la autonomía del mundo. Sin Dios podemos alcanzar la felicidad, por solas nuestras manos. Y sin embargo seguimos escuchando la voz de lamento de las frustraciones de la pobreza, de la miseria humana, de las soledades angustiosas. ¿Qué es la novela realista de Galdós sino el canto elegíaco a las frustraciones sociales multitudinarias que esperaban en las revoluciones burguesas la hora de su liberación? Me dice lo mismo La regenta o los Pazos de Ulloa o Valera en sus novelas de fino análisis sicológico sobre el alma humana. Pues no. No vendrá el mundo feliz ni de la ciencia ni de la política inmanentista. No es el conocimiento sobre la naturaleza ni el desarrollo industrial o tecnológico el equivocado. Es el corazón del ser humano el que ocasiona el desbarajuste existencial. Es el corazón quien reclama un remedio de sanación.
Tras el largo proceso revolucionario, las claves de la cultura y del arte han pasado a manos de un laicismo que o pasa o desprecia o persigue al cristianismo. El arte será la nueva religión; y la naturaleza, bien divinizada en un panteísmo difuso; o simplemente reducida a espacio exquisitamente bello habitado por el hombre. Pero el lamento elegíaco sigue escuchándose como voz que no cesa de clamar.
Dos hispanoamericanos que se sintieron en España como en su casa. Los dos, Carranza, colombiano, y Huidobro, chileno, son testigos de este alejamiento de los pueblos de la inspiración cultural cristiana. Pero al mismo tiempo en sus palabras denuncian la desazón y la amargura con que se están construyendo, año a año, siglo a siglo, los pueblos. ¿Hasta cuándo? Mi corazón de creyente en el Dios que se ha hecho uno de nosotros, no cesa de suplicar: Ven Señor Jesús.
24 de diciembre.
No tenemos sino este planeta
hermoso y triste.
No tenemos sino esta única vida
hermosa y triste.
No tenemos sino este corazón
que recorre un fantasma a veces transparente,
otras veces siniestro. Y esta punzada de la música.
Y este sorbo de vino soñador.
No tenemos sino esta pan terrestre,
infernal o celeste de amar y de esperar
o morir...
Yo no tenía sino una campana
que llama y llama ahora para nadie
y la llave que abría aquella hermosa puerta
que ya no existe.
No tenemos sino eso: es decir nada.
Mejor dicho: no tengo nada. Y punto
No tenemos sino eso: es decir nada.
Mejor dicho: no tengo nada. Y punto.
“Altazor ¿por qué perdiste tu primera serenidad?
¿Qué ángel malo se paró en la puerta de tu sonrisa
Con la espada en la mano?
¿Quién sembró la angustia en las llanuras de tus ojos como el adorno de un dios?
¿Por qué un día de repente sentiste el terror de ser? 5
Y esa voz que te gritó vives y no te ves vivir
¿Quién hizo converger tus pensamientos al cruce de todos los vientos del dolor?
Se rompió el diamante de tus sueños en un mar de estupor
Estás perdido Altazor
Solo en medio del universo
Solo como una nota que florece en las alturas del vacío
No hay bien no hay mal ni verdad ni orden ni belleza
¿En dónde estás Altazor?
Miguel Costa y Llovera
Electus ut cedri
Hay en mi tierra un árbol que el corazón venera:
de cedro es su ramaje, de césped su verdor;
anida entre sus hojas perenne primavera,
y arrostra los turbiones que azotan la ribera,
añoso luchador.
No asoma por sus ramos la flor enamorada,
no va la fuentecilla sus plantas a besar;
mas báñase en aromas su frente consagrada,
y tiene por terreno la costa acantilada,
por fuente el hondo mar.
Al ver sobre las olas rayar la luz divina,
no escucha débil trino que al hombre da placer;
el grito oye salvaje del águila marina,
o siente el ala enorme que el vendaval domina
su copa estremecer.
Del limo de la tierra no toma vil sustento;
retuerce sus raíces en duro peñascal.
Bebe rocío y lluvias, radiosa luz y viento;
y cual viejo profeta recibe el alimento
de efluvio celestial.
¡Árbol sublime! Enseña de vida que adivino,
la inmensidad augusta domina por doquier.
Si dura le es la tierra, celeste su destino
le encanta, y aun le sirven el trueno y torbellino
de gloria y de placer.
¡Oh! sí: que cuando libres asaltan la ribera
los vientos y las olas con hórrido fragor,
entonces ríe y canta con la borrasca fiera,
y sobre rotas nubes la augusta cabellera
sacude triunfador.
¡Árbol, tu suerte envidio! Sobre la tierra impura
de un ideal sagrado la cifra en ti he de ver.
Luchar, vencer constante, mirar desde la altura,
vivir y alimentarse de cielo y de luz pura…
¡Oh vida, oh noble ser!
¡Arriba, oh alma fuerte! Desdeña el lodo inmundo,
y en las austeras cumbres arraiga con afán,
Verás al pie estrellarse las olas de este mundo,
y libres como alciones sobre ese mar profundo
tus cantos volarán.
"Mirad que se trata de un escenario sencillo, con personas que viven de sus manos y se ganan con esfuerzo el pan de cada día.
A la sombra reparan las redes. La hija sentada en el suelo apoya su espalda en la pared de una casita humilde, sin duda de pescador; cose las redes, y el padre, mayor, va señalando los puntos que hay que reparar. Al fondo se ven las barcas y el mar de Valencia. Lo demás es luz, blanca en los muros, aún en sombra, y en el pasillo del jardín; y azules en el cielo y en el mar.
La ropa tendida no desentona del zócalo de flores que bordea el pasillo hacia la puerta de salida.
El tiempo fluye, como la tarde plácida. Y la misma vida. En el portalón abierto se recorta la figura de un joven quizás impaciente. Lo mira la joven, con una cierta complicidad. ¿Será el amor? En la pared, una jaula. ¿Oís cantar al jilguero?... Las ropas regionales de la joven y su peinado recogido hablan de dignidad y buen gusto. El padre en su sencillez lo confirma. La escena tiene el señorío de quien sabe vivir inmerso en la belleza. Ellos podrían decir: sin la belleza no podríamos vivir".
Santiago Arellano