El legado de la historia. Tradición e identidad.
Transcripción de la lección magistral dictada en el Foro Universitario de Verano 2001.
Casa de Cultura de Nájera (La Rioja). 20 de julio de 2001
Deseo iniciar estas palabras haciendo una apelación a la cordura, tomando esta hermosa palabra en su sentido etimológico. La inteligencia ha de pasar por las vivencias del corazón. Y una reflexión sobre la historia que nos explica a nosotros mismos ha de hacer memoria cordial de lo concreto, de nuestra identidad y nuestra sangre. Tenemos ante nosotros mismos nuestra propia historia.
Nájera, estas piedras y estos muros, el Monasterio y el paisaje, han podido ser tomados en algún momento como frontera divisoria, pero en realidad son punto y vinculo de encuentro, de reunión.
Nos gusta repetir que los seres humanos somos tiempo, una fugacidad irrepetible, cargada de posibilidades precisas que suponen una apelación a nuestra responsabilidad. Ninguna cosa se nos da de modo permanente; sólo tenemos nuestras decisiones, y con ellas la orientación que va configurando nuestra biografía y que influye en los demás, convirtiéndose en acontecimiento histórico, de mayor o menor alcance.
La perspectiva de la historia nos ofrece la posibilidad de comprender nuestra configuración e identidad de personas y de pueblos. Somos seres constitutivamente solidarios, con una vinculación no sólo en el momento presente, sincrónica, sino también diacrónica, heredera de un pasado y propiciadora de un futuro. Nos unen vínculos de identidad y de proximidad con personas que vivieron y que hicieron posible lo que somos, y también con las generaciones futuras de cuya existencia somos responsables. Nuestra actitud lógica, inmersos en esta corriente de la historia, es el agradecimiento ante las opciones que otros tomaron y que nos explican
Pero no todo lo que obramos engendra tradición. Sólo el bien la engendra; y los errores son costumbres, usos, que estamos obligados a erradicar.
Estos lugares que hemos visitado nos hablan. Hispania fue un proyecto de unidad forjado lentamente a partir del legado romano, que se vio roto y fragmentado por una invasión, la de los árabes, que acabó con el modelo visigótico. La civilización visigótica en España contaba con un referente de gran valor y envergadura, personalizado en San Isidoro de Sevilla y del que dan una idea sus Etimologías. Los visigodos vieron que el credo de los pueblos configura la ciudad, la solidez de una convivencia de elementos y trayectorias plurales. Los visigodos, arrianos en su origen, asumieron el credo católico latino que reconocía en Cristo al Dios y al hombre verdaderos, y de la unidad de ese credo empezó a surgir una nación a partir de un pueblo plural y difícil, el hispánico. La unidad religiosa fue configurando la unidad de convivencia y poco a poco se fue plasmando en una estructura jurídica, el derecho "romano-gótico"
Ochocientos años de presencia árabe y musulmana marcaron con fuerza el carácter de una sociedad que empezó a recuperarse a sí misma, nuevamente desde una pluralidad de territorios, de pueblos y de tradiciones históricas, hasta la recuperación paulatina del modelo cristiano de la unidad hispánica, bajo el ideal común.
Sancho el Mayor acuña la expresión "rey por la gracia de Dios", consciente de la vinculación intima entre el fundamento religioso y la configuración y consolidación de la monarquía hispánica. La Reconquista va fraguando, a pesar de divisiones y disparidades, un sentido de unidad, querido y deseado, tras la experiencia do la fragmentación religiosa y la desvertebración de la sociedad visigoda.
España nace en estos siglos y se va afirmando como una realidad plural, cuya amenaza será siempre la fragmentación y el individualismo que olvidan lo acontecido en su historia. Lo grandioso de la monarquía hispánica fue el ofrecimiento de la corona como signo de unidad que respeta la identidad de los pueblos.
La historia es una lección permanente. Si la historia es “maestra de vida", lo es no tanto porque enseña lo que ha de hacerse, sino lo que Se hizo mal y por lo tanto constituye un error que no debe repetirse Eugenio D'Ors gustaba de decir que “lo que no es tradición es plagio", Sólo la tradición que se funda en lo alcanzado en el transcurso de las generaciones, por acumulación, experiencia y discernimiento convertidos en un modo de situarse ante la realidad, permite avanzar; un paso da lugar a otro paso. Pero Si no se asume, critica a la vez que admirativamente, el pasado que nos explica, volveremos a repetirlo sin avanzar.
Suárez Verdaguer señala que ante los cambios históricos, culturales o políticos, suelen aparecer tres actitudes típicas: renovadores, innovadores y conservadores. Los conservadores se afincan en el inmovilismo. Suelen ser los revolucionarios de antaño que, instalados en la nueva situación, se aferran a sus ventajas y a su comodidad. Los innovadores o revolucionarios son los que propugnan el cambio radical de situación sin admitir forma alguna de continuidad. Finalmente, los renovadores son aquellos que pretender cuidar la herencia de lo recibido, salvando lo bueno y positivo, manteniendo la memoria histórica de lo acontecido en el pasado para contar con un referente, y aportando creatividad y novedad por desarrollo y modificación de los elementos obsoletos.
Cuanto más se sabe, más se admira. En cambio el ignorante propende al desprecio do 1o que desconoce. “…Desprecias cuanto ignoras” (A. Machado) El conocimiento y la vinculación con el pasado permiten un distanciamiento sabio, a la vez que una humilde capacidad de innovación desde una identidad que se reconoce como constitutiva
Es muy frecuente que, cuando se visitan muchos de los lugares y monumentos históricos y artísticos más señalados de España, se repare en la fecha de la desamortización de Mendizábal, 1835, En su momento, sin una perspectiva histórica adecuada, se consideró una medida acertada, puesto que se Ponía a disposición de otros propietarios el territorio y las posesiones de las órdenes religiosas, Sin embargo, a este separación de quienes habían ejercido la proceso de responsabilidad del cuidado y la preocupación por el patrimonio, siguió un largo paréntesis de descuido, despreocupación incluso de despojos, de consiguientes deterioros y en muchos casos de desaparición de buena parte del patrimonio histórico y artístico de la Iglesia y de España.
Cuando algo deja de ser un patrimonio del que se es responsable, y ya no es fuente de obligaciones y vinculación para sus administradores o depositarios, deja de cultivarse y de servir de referente de valor, quedando reducido al ámbito de lo intercambiable, de lo prescindible y de lo indiferente.
Junto a la desamortización tuvo lugar también el proceso legal de la "desvinculación", promovida por Madoz, que liberó a los nobles y a los municipios de su vinculación patrimonial. Ya no se sintieron administradores de un patrimonio recibido, que tenían que cuidar e incrementar para legarlo a su vez a sus descendientes, de los que se sentían responsables. Eran simplemente propietarios y pudieron vender sus posesiones desvinculándose de ellas. Esto propició la proletarización en el campo y en las ciudades, y el fenómeno generalizado del desarraigo, de la desvinculación de la tierra y de sus valores.
El centralismo de origen napoleónico llevó a concebir que el dispensador de los servicios eran el Estado y la administración pública, convertidos en providentes supremos.
La idea de "patria" implica una tradición, un legado; y la conciencia de estar vinculado a un patrimonio que se ha recibido como herencia de los padres; y por lo tanto una responsabilidad hacia el bien común que se comparte. Se recibe un patrimonio cultural e histórico y se es responsable de enriquecerlo para legarlo nuevamente. Los demás son vecinos consortes, participes de un patrimonio y de un legado común; y también de una responsabilidad compartida respecto de sus futuros herederos.
Cuando la idea de nación se desvincula de esta clave aparece el nacionalismo, que supone siempre una exaltación de las fronteras. Las naciones pasan a definirse por su oposición respecto de las otras, por un enfrentamiento que afirma su identidad particular, recelosa y suspicaz frente al otro, cuya existencia es una especie de amenaza, de posible injerencia y de invasión.
La historia se funda sobre la herencia o tradición del bien. Esta herencia no es recelosa, sino que se ofrece como una aportación a lo universal; no está en pugna con una cultura global, puesto que se trata de propiciar la habitabilidad del mundo, la humanización de la existencia desde unas claves y hallazgos que se ofrecen a la participación con otros pueblos, en una comunidad de aspiraciones cuyo horizonte coincide con lo humano mismo.
Las señas de identidad no son un obstáculo para el entendimiento mutuo; por el contrario, lo que impedirá el verdadero entendimiento es la indiferencia recíproca; y el afán por el dinero lleva a la indiferencia, a considerar todo lo que se puede comprar o vender como intercambiable y sustituible y por lo tanto prescindible indiferente en sí mismo, diluye en la abstracción de las mercancías.
Por el contrario, reconocerse en una historia es reasumir la conciencia de la pertenencia concreta a una identidad, forjada a partir de una comunidad de ideales y de aspiraciones, y de una vinculación concreta, recibida de los padres.
Permítaseme un recuerdo afectuoso. Como pretendo hablar desde la cordura, quisiera que la inteligencia hable desde las raíces que le brinda el corazón. Voy a hacer un poco de intrahistoria, como diría Unamuno, recordando a mis padres, de quienes he recibido, en tradición, el sentido y el amor que me definen.
Como se va una nube,
así se ha ido mi padre
el campesino, al son del ángelus.
Esperó a que llegara.
Unos suspiros leves,
un aspirar cansino,
mi salmodia de amores
y se nos fue en silencio
como se marcha el alba.
Esto es su cuerpo:
una casa vacía,
una morada deshabitada.
No me podía oír,
por más que lo llamaba.
Se quedó como adobe,
tierra y silencio;
pero él ya no estaba,
ni su mirada,
ni su gozoso ingenio,
ni su impaciente calma,
ni su palabra.
Se nos había marchado
hacia lo suyo,
los suyos
en lontananza, mares
de vides y olivares
y trigales en caña.
Hacia la amada
-la madre- ¡la Madre!
su mayo florido,
el mayo que él soñaba.
No pensé que te irías para siempre
sin volver un momento a comprobar
que todo lo dejabas en su sitio
como lo habías hecho tantas veces.
Hace sólo unos días,
apoyada en mi brazo
por el largo pasillo,
que conduce al sagrario
me miraste implorante,
detuviste tu paso
y al par que sonreías
me obligaste a volver.
¿Faltaba alguna cosa?
¿Te olvidabas de algo?
Repasaste en tus ojos
cada rincón del cuarto
y comprobado el orden
volvimos a marchar. En tu mano, el rosario
(recital de loores
y armazón de tus súplicas)
el bastón en la otra,
y el bolso y el pañuelo
por cualquier suceder.
Tu marido, impoluto,
no sin largos empeños
y en tu rostro tan frágil
tu alegría infantil.
En un puño, tus hijos
prietos y arracimados
junto a tu corazón,
igual que cuando niños
entorno del brasero
nos contabas, de par en par, tus rezos
y las tiernas historias
de tus padres y hermanos,
a la vez que cosías,
(tu hasta el rayar del alba)
nuestros trajes de fiesta
y con pobres recursos
lograbas que el domingo
luciéramos de estreno
las ropas retornadas
y fuéramos tenidos
por condición mejor.
Pero ahora te has ido
sin dar paso al retorno
ni a tu sonrisa delicada
ni a tu ternura desbordante
ni a tu tibio cobijo
ni a tu amor o cariño inefables.
porque te has ido en silencio,
sumida entre tu cuerpo,
tras la nube o el mar,
tras la muerte para siempre.
La historia verdadera no está en los manuales. Está en nuestra sangre, en las vidas concretas que se hacen posibles unas a otras en la herencia de un legado. Somos herederos, lo mismo de los reyes -muchos de nuestros apellidos delatan un remotísimo origen real: López, García, Ramírez...- que de siervos leales que aportaron su humilde contribución en la sombra. No somos individuos aislados, sino herederos solidarios de una historia que define nuestro lugar y nuestra presencia en el mundo. Somos responsables de un legado.