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Equívocos, alcance y sentido de la libertad

ANDRÉS JIMÉNEZ

APÉNDICE

VERDAD Y LIBERTAD. EL “GRAN HERMANO”, DE GEORGE ORWELL

Para poder ejercer la posibilidad de elegir, es necesario el conocimiento: por esta razón, la actitud primera del ser humano, antes de tomar cualquier decisión, es la mirada abierta a la realidad de las cosas para saber lo que son y cómo son, y saber de este modo a qué atenerse. Esta necesidad de saber lo que son realmente las cosas no es otra cosa que la necesidad búsqueda de la verdad.

En su novela 1984, George Orwell se plantea con fiereza la posibilidad de que la verdad fuera una decisión de los fuertes, del sistema. ¿Quién, por consiguiente, podría negar que dos y dos fueran cinco si así lo estableciera un poder -el “Partido”- por encima del cual no hay nada? ¿Qué defensa puede haber en ese caso para sus víctimas?:

“Se preguntó… si no estaría loco. Quizás un loco era sólo una “minoría de uno”. Hubo una época en que fue señal de locura creer que la tierra giraba en torno al sol: ahora era locura creer que el pasado era inalterable… Pero la idea de ser un loco no le afectaba mucho. Lo que le horrorizaba era la posibilidad de estar equivocado.

(…) Al final, el Partido anunciaría que dos y dos son cinco y habría que creerlo. Era inevitable que llegara algún día al dos y dos son cinco. La lógica de su posición lo exigía. Su filosofía negaba no sólo la validez de la experiencia, sino que existiera la realidad externa. La mayor de las herejías era el sentido común. Y lo más terrible no era que le mataran a uno por pensar de otro modo, sino que pudieran tener razón. Porque, después de todo, ¿cómo sabemos que dos y dos son efectivamente cuatro? O que la fuerza de la gravedad existe. O que el pasado no puede ser alterado. ¿Y si el pasado y el mundo exterior sólo existen en nuestra mente y, siendo la mente controlable, también pueden controlarse el pasado y lo que llamamos la realidad?

¡No, no!, a Winston le volvía el valor (…) Había que defender lo evidente. El mundo sólido existe y sus leyes no cambian. Las piedras son duras, el agua moja, los objetos faltos de apoyo caen en dirección al centro de la Tierra…

Con la sensación (…) de que anotaba un importante axioma, escribió:

La libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro. Si se concede esto, todo lo demás vendrá por sus pasos contados.”

(G. ORWELL, 1984. Parte 1ª, VII)

* * * *

“ -Pero, ¿cómo van ustedes a evitar que la gente recuerde lo que ha pasado? –exclamó Winston olvidando de nuevo el martirizador eléctrico-. Es un acto involuntario. No puede uno evitarlo. ¿Cómo vais a controlar la memoria? ¡La mía no la habéis controlado!

O’Brien volvió a ponerse serio. Tocó la palanca con la mano.

-Al contrario –dijo por fin-, eres tú el que no la ha controlado y por eso estás aquí. Te han traído porque te han faltado humildad y autodisciplina. No has querido realizar el acto de sumisión que es el precio de la cordura. Has preferido ser un loco, una minoría de uno solo. Convéncete, Winston; solamente el espíritu disciplinado puede ver la realidad. Crees que la realidad es algo objetivo, externo, que existe por derecho propio. Crees también que la naturaleza de la realidad se demuestra por sí misma. Cuando te engañas a ti mismo pensando que ves algo, das por cierto que todos los demás están viendo lo mismo que tú. Pero te aseguro, Winston, que la realidad no es externa. La realidad existe en la mente humana y en ningún otro sitio. No en la mente individual, que puede cometer errores y que, en todo caso, perece pronto. Sólo la mente del Partido, que es colectiva e inmortal, puede captar la realidad. Lo que el Partido sostiene que es verdad es efectivamente verdad. Es imposible ver la realidad sino a través de los ojos del Partido. Este es el hecho que tienes que volver a aprender, Winston. Para ello se necesita un acto de autodestrucción, un esfuerzo de la voluntad. Tienes que humillarte si quieres volverte cuerdo.

Después de una pausa de unos momentos, prosiguió:

-¿Recuerdas haber escrito en tu Diario: “la libertad es poder decir que dos más dos son cuatro?”.

-Sí –dijo Winston.

O’Brien levantó la mano izquierda, con el reverso hacia Winston, y escondiendo el dedo pulgar extendió los otros cuatro.

-¿Cuántos dedos hay aquí, Winston?

-Cuatro.

-¿Y si el Partido dice que no son cuatro sino cinco? Entonces, ¿cuántos hay?

-Cuatro.

La palabra terminó con un espasmo de dolor. La aguja de la esfera había subido a cincuenta y cinco. A Winston le sudaba todo el cuerpo. Aunque apretaba los dientes, no podía evitar los roncos gemidos. O’Brien lo contemplaba, con los cuatro dedos todavía extendidos. Soltó la palanca y el dolor, aunque no desapareció del todo, se alivió bastante.

-¿Cuántos dedos, Winston?

-Cuatro.

La aguja subió a sesenta.

-¿Cuántos dedos, Winston?

-¡¡Cuatro!! ¡¡Cuatro!! ¿Qué voy a decirte? ¡Cuatro!

La aguja debía de marcar más, pero Winston no la miró. El rostro severo y pesado y los cuatro dedos ocupaban por completo su visión. Los dedos, ante sus ojos, parecían columnas, enormes, borrosos y vibrantes, pero seguían siendo cuatro, sin duda alguna.

-¿Cuántos dedos, Winston?

-¡¡Cuatro!! ¡Para eso, para eso! ¡No sigas, es inútil!

-¿Cuántos dedos, Winston?

-¡Cinco! ¡Cinco! ¡Cinco!

-No Winston; así no vale. Estás mintiendo. Sigues creyendo que son cuatro. Por favor, ¿cuántos dedos?

-¡¡Cuatro!! ¡¡Cinco!! ¡¡Cuatro!! Lo que quieras, pero termina de una vez. Para este dolor. (…)

Tardas mucho en aprender, Winston –dijo O’Brien con suavidad.

-No puedo evitarlo –balbuceó Winston-. ¿Cómo puedo evitar ver lo que tengo ante los ojos si no los cierro? Dos y dos son cuatro.

-Algunas veces sí, Winston; pero otras son cinco. Y otras, tres. Y en ocasiones son cuatro, cinco y tres a la vez. Tienes que esforzarte más. No es fácil recobrar la razón.”

(GEORGE ORWELL: 1984. Parte 3ª, II)


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